Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


MURIÓ ENRIQUE CADÍCAMO, UNO DE LOS GRANDES POETAS QUE DIO EL TANGO
Hasta el cielo se ha puesto a llorar

na27fo01.jpg (5594 bytes)

Tenía 99 años, y desde hacía una semana estaba internado en la clínica de la Fundación Favaloro. Letrista inabarcable, fue autor de más de 300 tangos, muchos de ellos clásicos: "Nostalgias", "Los mareados", "Garúa", "La casita de mis viejos", "Anclao en París" y "Che Papusa oí", entre otros.


Por Fernando D'Addario
t.gif (862 bytes)  Termina el siglo, es tiempo de balances, y no era necesario que se muriera Enrique Cadícamo para trazar, a través de él, un recorrido romántico por el espíritu secular de Buenos Aires. Pero se murió ayer a los 99 años, en la clínica de la Fundación Favaloro, víctima de pura vejez ("anemia refractaria, complicada con problemas renales", decía el parte médico) como el siglo. Su muerte, aunque dolorosa, era previsible, todo lo contrario de lo que podría decirse de su obra, tan desconcertante como la ciudad que amó y supo desentrañar como pocos.

Escribió las letras de unos 300 tangos, muchos de ellos famosísimos, desde "Nostalgias" hasta "Los mareados", pasando por "Garúa", "Che Papusa oí", "Anclao en París", "La casita de mis viejos", "Nieblas del Riachuelo", "Madame Ivonne" y "Al mundo le falta un tornillo", entre otros no menos famosos. La sola mención de estos títulos deja entrever la diversidad de su universo poético, que deambuló por un Buenos Aires épico, romántico y luminoso, pero también, al mismo tiempo, decadente y sombrío. Su origen y su educación tal vez marquen los contornos de ese eclecticismo. Nació cerca de Luján, en 1900, hijo de un mayordomo italiano. Cuando tenía 6 años, la familia --tenía 9 hermanos-- se mudó al barrio de Floresta, donde pronto comenzó a codearse con un porteñismo de arrabal (por entonces Floresta era suburbio, pero progresista) y le tomó el gusto al circo, al cine Pardal de la calle Rivadavia y al tranvía 43, que lo acercaba a sus fantasías. De adolescente consiguió un trabajo en la Dirección de Alumbrado y más tarde en el Archivo del Consejo Nacional de Educación. Era un simple escribiente, pero frecuentaban el lugar poetas como Leopoldo Lugones y Enrique Banchs, quienes --además de un compañero de oficina-- lo alentaron para que leyera a Virgilio, Horacio, Baudelaire, D'Annunzio, Stendhal y Rubén Darío.

Cuando creció, su espíritu aventurero lo llevó a las cantinas del Abasto, donde entró en contacto con otra bohemia, la de ese notable poeta lunfardo que fue Carlos de la Púa. El talento y la suerte se confabularon para alimentar estas dicotomías. Gardel le grabó "Pompas", que fue un éxito, y luego 22 canciones más. Estuvo con Carlitos el día de 1928 en que éste debutó en París, vestido de gaucho. La poética de Cadícamo tenía, por entonces, un tono similar al de otro grande, Celedonio Flores, con su mirada de crítica social y tono moralizador. Ganó mucho dinero, se hizo amigo de Juan Carlos Cobián, con quien compuso varias de sus mejores creaciones. En lugar de ir a ganar dinero a New York, se fue a gastarlo. Cuando volvió, compró una voiture de seis cilindros, empezó a vestirse con el sastre más caro de Buenos Aires, al que le hacía confeccionar cinco trajes a la vez. Fue su período "letrísticamente" romántico, el de "Nostalgias", que poco tenía que ver con sus anteriores ligeros escarceos con el lunfardo. La versatilidad de su lenguaje comenzó a disparar en nuevas direcciones, buceando en tonos evocativos a lo Homero Manzi, o en amarga melancolía como Cátulo Castillo, estéticas más acordes a la evolución del género en los años '40. Sus necesidades expresivas, no obstante, no se limitaron a la creación de letras para tango sino que, desde 1926, cuando editó su primer libro de poesías Canciones grises, comenzó a buscar otros espacios donde decir lo suyo. En la esfera literaria, la obra de don Enrique se desplegó en los títulos Los inquilinos de la noche, Luna del bajo fondo, Viento que lleva y trae, Café de camareras y Gardel en París, entre otros. Como autor teatral escribió obras como La epopeya del tango y La baba del diablo, y en el terreno cinematográfico fue autor del guión del film La historia del tango (1949), de Manuel Romero.

Artísticamente, Cadícamo quedó anclado allí. Se mostró refractario a la vanguardia de Piazzolla. Su mundo era otro, tenía su centro en la bohemia de smoking y camisa de seda que en Buenos Aires comenzaba a escasear. Siguió componiendo, pero en los últimos años su nombre apareció casi siempre ligado a merecidos homenajes. En 1987 fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, en diciembre de 1998 se le entregó el Gran Premio Sadaic de Oro y en abril de 1999 se lo distinguió como Personalidad Emérita de la Cultura Argentina. Entre estos aplausos institucionales, fue Litto Nebbia, para su sello Melopea, quien recuperó artísticamente la memoria de Cadícamo, con una serie de ediciones de discos tributo y canciones inéditas. Los cuatro álbumes, editados en 1995, sucesivamente se titularon Tangos argentinos para bailar (versiones instrumentales que rescatan el estilo de los años '40), Tangos de lengue (canciones escritas en lunfardo e interpretadas por Adriana Varela), Cobián-Cadícamo inédito y Las voces de Cadícamo (clásicos en distintas voces).

En una entrevista concedida al periodista Eduardo Rafael, Cadícamo había dicho: "Mi oficio en esta vida fue hacer cantar al pueblo. Esa es la herencia que le dejo. Lo que hice ya no es mío: es de la gente. Que la gente haga de ella lo que quiera". Es probable que haya escrito su testamento mucho antes, en 1931. Por entonces escribió en Barcelona "Anclao en París". Lo envió a París, donde Gardel lo grabó y lo convirtió en un hit (término que a Cadícamo no le gustaría). El tango decía algo así como: "Tirao por la vida de errante bohemio (...) Curtido de malas, cargado de premios (...) quién sabe una noche, me encane la muerte y chau, Buenos Aires, no te vuelva a ver".

 

PRINCIPAL