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ESPAÑA: ENTRE EL TERRORISMO Y LA RAZÓN DE ESTADO
Por M. Vázquez Montalbán

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t.gif (862 bytes) Recuerdo unos versos de la "Oda al Partido" de Brecht: Tú tienes dos ojos, pero el partido tiene mil. Habría que remontarse a la teoría de que criticar al partido significa hacer la apología del enemigo para comprender lo que proponen algunos altos funcionarios del Partido Popular español: criticar al gobierno es hacer la apología de ETA. Hace dos años parecía claro que el frente de los partidos democráticos debía presentarse sin fisuras contra el terrorismo vasco, pero ahora el acuerdo no va a ser fácil porque el Partido Popular ha creado la impresión de que no ha sabido aprovechar los 14 meses de tregua propuestos por ETA. Difícil lo tenía el PP porque buena parte de su clientela electoral era completamente contraria a negociar con ETA y mucho menos a hacerle concesiones. La campaña de Aznar para llegar al poder se basó en proponer mano dura contra el terrorismo y un no rotundo a la negociación, en contra de los criterios de los gobiernos socialistas anteriores capaces de combinar negociación y guerra sucia o terrorismo de Estado.

Pero el acuerdo de Lizarra entre partidos nacionalistas vascos, incluida la rama política más vinculable a ETA y la tregua de la organización armada, colocaba a los llamados partidos españolistas, el PP y el PSOE en una difícil situación táctica. Si se oponían frontalmente al acuerdo y a la negociación quedaban como corresponsales de que ETA volviera a las armas, lo que hubiera provocado una irritada reacción en buena parte de la sociedad española. Tanto populares como socialistas decidieron condenar el acuerdo de Lizarra porque significaba consumar un frente nacionalista independentista, pero asumir la idea de la negociación o su imaginario. Fue un paso importante porque se superaban aquellos tiempos de la doble verdad en los que por una parte se negaba cualquier posibilidad de negociar con terroristas y por otra se negociaba. Este cambio de actitud propició un cambio de mentalidad de la sociedad, dispuesta ya mayoritariamente a aceptar la negociación y la paz, aunque fuera a costa de liberar a los presos terroristas. Se llegó a plantear la necesidad de hacer de tripas corazón y conceder amnistías a terroristas con delitos de sangre, como el coste moral necesario para la paz.

Evidentemente, una organización terrorista para la independencia nacional que está pegando tiros durante treinta años no se autodisuelve sólo porque le liberen los presos. No se lucha treinta años para propiciar el juego del encarcelamiento y del excarcelamiento. ETA quiere un pago político por el desarme y la paz y esta evidencia empezaba a entrar en la sociedad española como inevitable aunque sin duda debería representar un coste mínimo para la unidad nacional. La tregua de ETA cabe inscribirla en el deseo de pacificación mayoritaria en la sociedad vasca, pero no puede contemplarse como una renuncia al llamado proceso de construcción de la nación vasca que reuniría al País Vasco español, el francés y Navarra y aunque ese propósito maximalista absoluto sea casi esencialmente inviable, entre el todo y la nada cabrían acuerdos que ayudaran a salvar la cara al Estado español y a ETA. De lo contrario la guerra resurgiría en cualquier momento, pasando por períodos alternativos de exacerbación y cansancio, pero nutrida en nuevas promociones nacionalistas.

Desde que empezó la tregua, el gobierno ha llevado en secreto sus escasas negociaciones con ETA y ha optado por una estrategia kissingeriana de negociar al borde del abismo y así ha propiciado la detención de una de las representantes de ETA en la mesa dialogante, ha mostrado una incomprensible usura en el traslado de presos vascos a cárceles del País Vasco y ha puesto en evidencia al obispo Uriarte que servía de intermediario. La convocatoria de las elecciones generales para la próxima primavera hizo que el gobierno aplazara cualquier paso negociador hasta después del evento, con lo que colocaba la política de conflicto en un impasse peligroso que ETA no podía permitirse. De ahí el cese de la tregua y el ataque de los terroristas a las demás fuerzas nacionalistas, acusándolas de pusilánimes en el proceso de construcción nacionalista. A la espera del primer tiro o del primer bombazo o secuestro, ETA asume la grave responsabilidad de romper la sensación de paz y tranquilidad en la que vivía la ciudadanía vasca y tratar de justificar muerte y sufrimiento por un objetivo político abstracto, difícilmente asumible.

Criticar al gobierno no es hacer la apología del terrorismo, sino armar de razones a la sociedad civil. El PP no ha aprovechado la tregua; los socialistas han ido desde la intransigencia a la tolerancia y la sociedad civil asiste agraviada a la posible pérdida de la paz por causas sumergidas en el pozo sin fondo de las razones o los secretos de Estado.


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