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YABRAN Y MOON IBAN A FINANCIAR LOS CASCOS BLANCOS DE CARLOS MENEM
Con una pequeña ayuda de sus amigos

En 1995, el embajador norteamericano James Cheek informó a su gobierno que el menemismo pensaba financiar los Cascos Blancos con fondos del “oscuro magnate” Alfredo Yabrán y de la secta Moon. El diplomático menciona explícitamente que el Cartero era vinculado “al lavado de dinero”.

El memo de Cheek, compuesto dos meses después de la denuncia de DomingoCavallo contra Yabrán ante el Congreso.

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Por Miguel Bonasso

t.gif (862 bytes)  En un cable al Departamento de Estado definido como “sensible” (sensitive), el ex embajador norteamericano en Buenos Aires, James Cheek, calificó al finado empresario menemista Alfredo Yabrán como un “oscuro magnate” (shady Argentine tycoon) al que se vinculaba con el “lavado de dinero y el tráfico de influencias”. Las definiciones del embajador sobre el Cartero, singularmente duras para el lenguaje diplomático, parecen contradecir reiteradas afirmaciones de Washington según las cuales Yabrán no era investigado por EE.UU. como lavador de dinero. El mensaje, que permaneció inédito hasta este momento, revela que el funcionario menemista Octavio Frigerio (ex desarrollista y ex carapintada) quería financiar los famosos cascos blancos de la ONU, proyecto nacido para que Menem consiguiera el Nobel de la Paz, con fondos aportados por el oscuro Cartero y el megamillonario monje coreano Sun Myung Moon. Según cuenta Cheek, “Frigerio se inclinaba a recibir ese apoyo que, además, no pide nada a cambio. Los dineros aportados podrían santificarse al ser empleados en proyectos humanitarios”.El insólito cable –el primer documento oficial donde se deja constancia de las sospechas de “la Embajada” sobre Yabrán– fue enviado nada menos que en octubre de 1995, apenas dos meses después de que el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo acusara al empresario postal en el Congreso como jefe de “una mafia enquistada en el poder”. Lo que prueba hasta qué punto estaba decidido Menem a sostener al “Amarillo” y utilizarlo como cajero de sus proyectos políticos pese a la presión del superministro Cavallo y las suspicacias nada discretas de los amigos y mentores norteamericanos que movían los hilos desde las sombras.Un cable que amarraEl mensaje del embajador Cheek, conocido hincha de San Lorenzo y actual director de Ciccone Calcográfica, empresa que Cavallo consideraba todavía (ya no) como satélite del Grupo Yabrán, no tiene desperdicio. Cheek relata a sus superiores de Washington y a varias embajadas relacionadas con el tema, que Octavio Frigerio lo fue a ver para decirle que el gobierno argentino ya había completado su contribución financiera a los Cascos Blancos, un grupo de voluntarios que, bajo la bandera de la ONU, prestarían socorro a diversos países en situaciones de catástrofe. Una de las primeras acciones consistía en distribuir medicamentos en Irak. Fundamentalmente entre los kurdos. Para Frigerio el aporte argentino era central, pero no alcanzaba. Los Cascos Blancos necesitaban de un gesto del gobierno norteamericano (aunque fuera simbólico), para despegar realmente a escala internacional. “Frigerio agregó –según el cable– que había sido contactado por dos fuentes ‘inusuales’ de apoyo financiero para el proyecto. Y preguntó cuál sería la reacción del gobierno de Estados Unidos ante una de ellas: el oscuro magnate argentino Alfredo Yabrán, que ha sido ligado al lavado de dinero y al tráfico de influencias”. “Salvo que hubiera evidencia concreta sobre actividades delictivas de Yabrán –prosigue Cheek– Frigerio se inclina a recibir un apoyo que, además, no pide nada a cambio. Los dineros aportados podrían ‘santificarse’ al ser empleados en proyectos humanitarios.” Luego Frigerio le revela a Cheek que también negocia una contribución privada con el reverendo Sun Myung Moon, el megamillonario coreano que conduce la Iglesia de Unificación y un imperio financiero con ramificaciones en Asia, Europa y América, donde posee también varios diarios y revistas.Aunque la secta Moon fue utilizada por Washington y los servicios de inteligencia de Corea del Sur durante la Guerra Fría como un ariete propagandístico contra el comunismo, el reverendo y los moonitas no gozan de buena prensa en Estados Unidos. Moon, que en sus años mozos acumuló matrimonios con apetitosas discípulas y al menos una acusación de bigamia, es visto por algunos observadores como una caricatura paranoica del Satánico Doctor No. Otros, en cambio, lo relacionan con Al Capone, recordando que en 1982 un juez federal de Manhattan lo condenó a 18 meses de reclusión por evadir impuestos. Su oratoria tampoco lo ayuda: en noviembre de 1996, cuando vino a Buenos Aires a lanzar su periódico semanal Tiempos del mundo, sobresaltó a los 850 invitados que acudieron a su fastuosa cena en el Sheraton con pasajes tan apropiados para un banquete como éstos: “Cuando eran niños, ¿se metieron el dedo en la nariz y probaron alguna vez el gusto de los mocos secos? ¿Eran dulces o salados? ¿Son salados, no es así? Ya que conocen el gusto quiere decir que lo han probado”. O bien: “Ustedes van al baño cada mañana, ¿verdad? Cuando van a defecar, ¿usan una máscara? Si están cerca de alguien que está defecando se alejan rápidamente a gran distancia tapándose la nariz, pero su propio olor no les molesta y hasta se quedan leyendo el diario”. O bien: “¿Hay alguien aquí a quien no le guste el órgano del sexo opuesto. Si les gusta, ¿cuánto les gusta?”. A pesar de la relación que Frigerio deja entrever y Cheek desnuda en su cable, el gobierno argentino no envió a nadie al banquete donde también habló el ex presidente norteamericano George Bush, a quien Moon –según el Washington Post– contrató por cien mil dólares para el evento. Cifra que no alcanzó para que el ex mandatario mencionara ni una sola vez al anfitrión. También Cheek en su cable toma distancia del hombre que se considera más grande que Jesucristo y hasta se permite la ironía: “El reverendo Moon ha basado su nueva misión latinoamericana en la provincia argentina de Corrientes, debido a una visión que tuvo”.Cheek concluye el mensaje con un “comentario” muy significativo: “Aunque Yabrán y el reverendo Moon podrían ser dudosas fuentes de apoyo para los Cascos Blancos, es evidente que Frigerio y el gobierno argentino están absolutamente determinados a conseguir ayuda allí donde la encuentren para lanzar su iniciativa. Considero que el gobierno de Estados Unidos debería ofrecer más que apoyo verbal a los Cascos blancos para que no haya necesidad de acudir a contribuciones que se otorgan con segundas intenciones”.La historia del mensajeContra todas las reglas del Departamento de Estado, el “sensible” mensaje fue “desclasificado” apenas dos años después de ser emitido; en curiosa coincidencia con el momento en que Alfredo Yabrán negociaba con el Exxel Group la venta de sus empresas del correo privado y los aeropuertos. En una operación bastante turbia en la que intervino de manera protagónica el antecesor de Cheek, Terence Todman. Cheek, a su turno, se convertiría en “lobbista” de Aeropuertos 2000, la empresa que ganó la privatización de las aeroestaciones argentinas y donde subyacen disimulados aportes de Federal Express, el correo archienemigo del Cartero, por el que abogó sin disimulo Domingo Cavallo. El documento fue descubierto por Daniel Otero, un investigador acucioso, que lo incluyó en un libro sobre los testigos del Caso Cabezas que será presentado el jueves próximo en Dolores, coincidiendo con la iniciación del juicio oral por el asesinato del fotógrafo. El cable de Cheek, que Página/12 reproduce en exclusiva por gentileza de Otero, es una de las perlas principales de Testigos en la mira: entre el ejército de Yabrán y la Bonaerense. Las otras víctimas del Caso Cabezas. El libro, que cuenta con un prólogo firmado por José y Norma, los padres de José Luis Cabezas, contiene interesantes testimonios que pueden abrir brechas en la “historia oficial”, otorgando mayor protagonismo en el crimen a esa “Maldita policía” que Eduardo Duhalde procuró siempre sacar de la mira de los investigadores. La minuciosa investigación de Otero (levantada sobre las miles de fojas de la causa) confirma lo adelantado por el autor de esta nota en su libro Don Alfredo: los servicios de inteligencia estadounidenses tuvieron una actuación decisiva en el caso Cabezas; al menos en la explotación del hecho para sacar de escena (y de los aeropuertos) al molesto Cartero que financiaba los proyectos políticos del ex presidente Menem.

 

El asesinato de Cabezas, la CIAy el hundimiento de Don Alfredo

Con poca imaginación, puede parecer una historia cinematográfica y descabellada. Pero el paso del tiempo va revelando en documentos y en declaraciones el rastro de la inteligencia norteamericana en la saga de El Cartero.

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Por M. B.

t.gif (862 bytes) El tema de la guerra entre los servicios secretos de Estados Unidos y Alfredo Yabrán está muy lejos de haberse agotado. En junio de este año, consigné en mi libro Don Alfredo una versión conspirativa y terrible sobre el caso Cabezas, que me fue confiada por un informante de fuste al que amparé bajo el apodo sicalíptico de Garganta Profunda Tres. Según el más inquietante de los Gargantas que aportaron datos sobre la agenda oculta del misterioso empresario, el asesinato de José Luis Cabezas habría sido utilizado por la inteligencia norteamericana para hundir al Cartero, que además de ser un viejo enemigo de Fred Smith y su empresa Federal Express, habría sido uno de los principales cajeros del ex presidente Carlos Menem. La versión, a priori, puede parecer cinematográfica o descabellada, pero a medida que pasa el tiempo se van descubriendo documentos y jugadas de los norteamericanos respecto de Yabrán que le van otorgando una inquietante verosimilitud. Los testimonios se van sumando dramáticamente en los últimos días. Como la reveladora carta de Cheek que se destapa por primera vez en estas páginas o los cables que la DEA suministró recientemente al periodista de La Nación Santiago O’Donnell, donde se demuestra que, a pesar de todas las negativas de Yabrán, de su vocero Wenceslao Bunge, del gobierno menemista y de la propia administración estadounidense, la agencia antinarcóticos tenía al Cartero bajo la lupa desde 1991. Además de un encuentro clave, que se produjo en Entre Ríos hace tres meses, y hoy merece ser revelado. El 2 de setiembre último viajé a Paraná para presentar el libro sobre Yabrán y el 3 en la mañana recibí en el hotel Mayorazgo la visita de dos curiosos personajes que se presentaron como hombres de “la Organización” (así, con mayúsculas) y como “amigos y colaboradores de Alfredo”. Uno de ellos era un gordito pícaro, vestido de sport, que estaba muy cercano al gobernador entrerriano Jorge Busti y que me regañó amablemente por relatar en el libro una de sus rudas hazañas en la batalla por el control del correo privado. (“Es cierto lo que decís sobre las maniobras que hicimos -admitió– pero los de la competencia no venían tampoco de un jardín de infantes.”) Pero el más interesante era un hombre de edad indefinida, ataviado con un traje cruzado de contador público, que miraba distraídamente las barrancas del Paraná a través de unos espejuelos de armazón metálica. Y que me dijo de entrada, para acortar distancias: “Usted y yo tenemos más en común de lo que usted imagina: yo tengo una hermana desaparecida que militaba en la Juventud Peronista”.Después de algunas correcciones científicas y desapasionadas sobre mi biografía no autorizada de su antiguo jefe, los dos misteriosos interlocutores me gratificaron confirmando algunos datos estratégicos. Y el curialesco –que luego me describieron como el principal operador de Yabrán en su provincia natal– dijo como al pasar:–La CIA lo cagó a Alfredo. Eso se lo puedo firmar. Alfredo era hombre de la Iglesia, de los radicales de Córdoba. Cercano a la logia Propaganda Dos. A Europa, en suma. Nada que ver con los norteamericanos, con los que siempre tuvo problemas.Afuera el sol de la mañana reverberaba en el río, los lapachos comenzaban a florecer, los autos se deslizaban sin dramatismo alguno por la costanera. Las palabras del curialesco se recortaban irreales sobre la loza de las tazas con el logo del Mayorazgo. Pero eran las mismas que había pronunciado muchos meses antes –en otro escenario– Garganta Tres. El hombre de los espejuelos hizo caso omiso de mi asombro y explicó:–Lo cagaron cuando agarró el tema de los aeropuertos (los depósitos fiscales de Edcadassa) que pretendían para ellos. En un momento dado él quiso arreglar, pero no hubo arreglo y se lo comieron. Ellos armaron lo de Cabezas, delo por seguro.–¿Con la policía bonaerense? –me escuché preguntar. El curialesco sonrió por primera vez.–Obvio. A (Gustavo) Prellezo la CIA lo tiene agarrado de las pelotas. Recordé a Frank Holder, el antiguo oficial de contrainteligencia de la embajada norteamericana que ahora, asociado con Jules Kroll, maneja la seguridad del Exxel Group y lo que le dijo al periodista Roberto Caballero, cuando éste le preguntó –de mi parte– por la versión de Garganta Tres que ahora venía a refrendar el curialesco: “La CIA no hace esas cosas”. Y sus otros dichos, que otorgan un matiz irónico a la frase precedente: “Yabrán era un temerario. Después de vender (al Exxel) debió irse del país y no se fue. Por eso terminó como terminó”. Holder no explicó, en cambio, por qué él, un oficial de inteligencia, había secundado al ex embajador Terence Todman en el armado de un “fronting” de empresas financieras norteamericanas que sirvieron de cobertura al Exxel Group en el reciclado de las empresas más cuestionadas del Cartero. En una operación que alguien, muy cercano a Holder, definió a Santiago O’Donnell, como una compra destinada a evitar un conflicto “de graves repercusiones institucionales en un país clave para Estados Unidos como es la Argentina”. ¿A qué repercusiones institucionales podía referirse? ¿Acaso al manejo, en las empresas de Yabrán, de ciertos dineros que no eran del Cartero, sino de alguien muy poderoso, ligado a las instituciones? El tema trae a la imaginación el recuerdo del final del presidente Carlos Salinas de Gortari en México y las recientes acusaciones contra el Citibank por el presunto lavado de dineros procedentes de la corrupción, como los acumulados por el hermano del ex presidente, Raúl Salinas, que está procesado por el asesinato de su cuñado José Francisco Ruiz Massieu. O la imprevista cesantía del jefe de la DEA en Buenos Aires, Abel Reynoso, al que corrieron de la embajada por meter las narices en el presunto lavado de 1300 millones de dólares procedentes de coimas por las privatizaciones. Temas lo suficientemente pesados como para prohijar sofisticadas conspiraciones que las imaginaciones escasas confinan a la literatura de espionaje. Lo cierto es que guerra hubo y empezó hace tiempo. Si se articulan los documentos que la DEA entregó a O’Donnell con la investigación que realicé para Don Alfredo, se puede arribar a ciertas conclusiones muy interesantes. Según la saga de siete notas publicadas por La Nación, en junio de 1991 la embajada de Estados Unidos en la Argentina recibió información de Bélgica según la cual la DEA investigaba una cuenta off shore de tres presuntos narcotraficantes, uno de los cuales sería Alfredo Yabrán. Para esas mismas fechas, el diario La Prensa de Buenos Aires comenzó a publicar una saga de 41 notas (¡cuarenta y un notas!) sacando a la luz por primera vez al Cartero y sus maniobras en el correo privado y los aeropuertos. El autor de la saga era el periodista Carlos Manuel Acuña, vinculado orgánicamente a la DINA chilena y a la propia CIA en una tenebrosa operación de intoxicación sobre presuntos ajustes de cuentas entre miembros de la izquierda revolucionaria chilena, que ocultaban secuestros clandestinos producidos por la dictadura trasandina. Para esas fechas, Yabrán había acumulado varios “agravios” contra los intereses de Estados Unidos: impedía el desarrollo de correos norteamericanos como DHL y Federal Express; se había negado a vender Ocasa y Edcadassa a Fred Smith, el dueño de Federal Express, un ex piloto de helicópteros en Vietnam orgánicamente vinculado a “la Compañía”, por quien hacía lobby en el país Domingo Cavallo y el propio vicepresidente de Bush, Dan Quayle y, por si fuera poco, había financiado y ayudado a ensamblar el misil Cóndor, destinado a un cliente que encendía las iras de todos los servicios occidentales: Saddam Hussein. Desde 1991, Yabrán figura en el Narcotics and Dangerous Drugs Information System (Naddis), el sistema informático de la DEA. Lo que todavía no ha reconocido la Drug Enforcement Administration es lo que arriesga el legislador cavallista Franco Caviglia en su propio libro sobre Yabrán: que junto al Cartero figuraría el propio ex presidente Carlos Menem, en los registros computarizados de El Paso, Texas. Un dato no comprobado, que acaso encuentre difusión en estos díasfebriles del cambio de mando en la Argentina, donde comienzan a saltar -en singular coincidencia– una serie de datos que enlazan al país con México, Colombia y ese lavado de dinero para el que Washington reclama una ley desalentadora, que lleva tiempo en las gateras.

 

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