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La felicidad de poder narrar

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En "Harún y el mar de historias" Salman Rushdie concreta el viejo truco de bordar una historia   para chicos llena de claves para no tan chicos.


Por Cecilia Bembibre
t.gif (862 bytes)  Harún es un chico que vivía en "una ciudad triste, la más triste de las ciudades; una ciudad tan míseramente triste que hasta había olvidado su nombre. Estaba junto a un mar lúgubre lleno de peces taciturnos que tenían un sabor tan insípido que te hacían eructar de tristeza aunque el cielo estuviera azul". No era, paradójicamente, un niño infeliz: su padre Rasid Khalifa, el Sha de Bla, era el mejor contador de historias del mundo, el único capaz de fabricar mundos de fantasía que aislaran a Harún entre tanta tristeza. En cambio, las cualidades soñadoras del padre eran sólo tonterías para Soraya, la madre, quien un día se marchó con el señor Sengupta, un prolijo vecino que se tomaba la vida muy en serio. Harún, testigo de la furia y posterior apatía de su padre, resuelve devolverle la sonrisa y la capacidad de narrar, que ha perdido con el dolor del abandono.

Harún y el mar de historias es un libro para chicos que esperan de un cuento algo más que una versión dibujada de las aventuras de los Power Rangers: es una historia que respeta y valora al público infantil, lo sumerge en un universo ingenioso y disparatado y, sobre todo, es una historia en la que un escritor, Salman Rushdie, reivindica el poder de la palabra. Acaso porque fue por las palabras contenidas en otra de sus obras, Los versos satánicos, que se impuso sobre él una fatwa (decreto religioso emitido por la máxima autoridad islámica, hoy teóricamente en suspenso), que fue sinónimo de condena a muerte. "Se puede juzgar la importancia de la literatura por el aparato que los tiranos organizan para reprimirla", declaró el escritor.

Si la vida de Harún antes de ir en busca del mar de historias podría ser la de casi cualquier niño que lea el libro, el mundo de fantasía que lo rodea está gobernado por extrañas leyes, pero no escapa a la mediocridad de la burocracia. Harún se ha habituado ya a personajes extraños como los multifauces, unos peces que tragan el agua del mar de historias por varias bocas y en cuyos estómagos se operan las más asombrosas combinaciones de géneros (¿una alusión a la lógica televisiva?), del estilo Romeo-y-Julieta-en-clave-western. Pero su curiosidad infantil se sigue topando con los Pecpe, los "procedimientos excesivamente complicados para explicarlos, operados por un Gran Controlador, y ejecutados por millones de cabezas-de-huevo". Quienes, junto con el ejército de Chup, ordenado en jerarquías de páginas, capítulo y tomos (hasta llegar a la gran imagen de una biblioteca) le explicarán a Harún lo raros que son los verdaderos finales felices...¡pero lo bueno es que podemos simularlos!, ironizan los personajes, cuyo humor ácido los excluiría del cuento de hadas más tradicional.

El de Harún y el mar de historias es un mundo irreal, poblado de personajes imposibles --genios del agua, jardineros flotantes, albubillas y soldado-libros-- que se comportan, sin embargo, de un modo sorprendentemente adulto. "Pero pero pero ¿de qué sirve dar libertad de expresión a una persona si luego le dices que no puede utilizarla?...¿Y no es el poder de la palabra el mayor de todos?", se pregunta un genio del agua de barbas celestes frente a la mirada expectante del niño, planteando desde las primeras líneas una certeza que recorre todo el cuento. Que es que los cuentos, las historias, las palabras en general son tan valiosos como para enfrentar a dos pueblos de un universo mágico. Gup, erigido en las orillas del océano de historias, y Chup, una tierra donde "al principio Khattam Shud, el maestro del culto, predicaba el odio sólo contra los cuentos, la fantasía y los sueños, pero ahora se ha hecho más severo", y por lo tanto "se han cerrado las escuelas, los tribunales y los teatros porque, con las leyes del silencio, no pueden funcionar...y se dice que hay fanáticos del misterio que se exaltan hasta el frenesí y se cosen los labios con bramante y, poco a poco, mueren de hambre y de sed, sacrificándose por el amor de Bezabán..."

 

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