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Por Cecilia Bembibre --¿Qué balance haría de su gestión en la biblioteca? --Me gustaría pensar que hubo una filosofía de su conducción. Sigue siendo una cuenta pendiente en el país acceder a la democracia cultural, ahora que hay democracia educativa, política y social. Por democracia cultural quiero decir que las entidades públicas de la cultura estén abiertas a todos, sin concepciones elitistas ni discriminación. En este sentido la Biblioteca Nacional tiene dos alternativas: se puede pensar en una entidad para investigadores, como en varios países europeos, si bien es cierto que en esos países hay alternativas a la biblioteca. La otra opción es convertirla en un espacio realmente democratizado, y eso es lo que intentamos hacer. --Una de las innovaciones durante ese tiempo fue que la biblioteca editara libros. ¿Con qué criterio se eligen los títulos? --Son inéditos, integrados por material al que la biblioteca tiene acceso, o abordan áreas inexploradas, como los volúmenes sobre la historia de las colectividades en Argentina. La colección lleva casi cuarenta títulos, y no está pensada para competir con las editoriales. Simplemente busca llenar algunos baches que resultarían poco rentables para una editorial privada. --Recientemente, el defensor del Pueblo realizó una serie de críticas al funcionamiento de la biblioteca, y usted respondió que el problema es que el edificio es antifuncional. --Bueno, fue concebido hace casi cuatro décadas, y cuando terminó de construirse ya estaba desactualizado. Cuando se inauguró, por ejemplo, había todo un piso destinado a las computadoras, porque cuando el lugar fue pensado todavía eran a válvula. Era impresionante, teníamos allí más lugar para las computadoras que la NASA. Lo resolvimos destinando el espacio a exposiciones de arte. Otro problema es que la temperatura es alta en verano, y las ventanas no se pueden abrir porque son herméticas. El aire acondicionado tiene un costo altísimo, y lo mismo la reforma de los vidrios para que puedan ser abiertos. Las bibliotecas más importantes del mundo nunca se mudan, sólo se amplían y conservan los viejos edificios. Con todo respeto hacia los arquitectos, el nuestro fue pensado más como un monumento que como un edificio. --¿Qué cambios modernizarían ese funcionamiento? --Hay que pensar en una biblioteca global como la de Alejandría, sólo que virtual. En Europa todas las bibliotecas públicas de una ciudad están en red, entonces es fácil realizar una consulta de material y ver adónde resulta más práctico dirigirse. Aquí los pilares de la biblioteca pertenecen a áreas distintas: la nacional es autárquica, la del Congreso depende de ese organismo, el Archivo General de la Nación, del Ministerio del Interior... Nadie quiere perder terreno; hay una feudalización institucional que traba la política bibliotecológica. Resulta más fácil hacer un acuerdo con una biblioteca extranjera que ponerse de acuerdo con una local. --Después de los recortes, ¿cuál es el presupuesto actual y cuál el ideal? --El actual es en teoría de diez millones, pero hay una parte, más de un millón, que todavía no recibimos. Para funcionar en condiciones óptimas, la biblioteca necesita doce millones de pesos. Ignoro el presupuesto que tendrá mi sucesor. Es un tema que determina gran parte del funcionamiento del edificio. A la biblioteca pública británica la visitan 2300 personas por día, y trabajan allí 2000 empleados. Nosotros recibimos, en los días pico, cerca de 3000 personas, y no llegamos a 400 empleados. --A mediados de enero termina su gestión. ¿Cuáles son las cuentas pendientes? --Recuperar el edificio de la calle México para hacer un museo sobre Jorge Luis Borges, y trasladar allí la hemeroteca. Si se alberga el material destinado al público masivo en un edificio, y el que ocupa a los investigadores por otro, se resolverían grandes problemas. Otra de las cuentas pendientes es la generación del turismo cultural: la cultura puede ser fuente de trabajo de alta productividad. La ubicación de la biblioteca, cerca de centros culturales y los grandes museos de la ciudad, es ideal para generar un gran ámbito cultural, una atracción enorme para los cuatro o cinco millones de turistas que vienen por año. Con este tipo de proyectos, la autofinanciación de la biblioteca sería una realidad. De todos modos, si bien la cultura siempre necesitó del apoyo de la actividad privada, ésta no puede reemplazar al Estado.
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