La tijera de Roque Fernández no tocó los controvertidos Aportes del Tesoro Nacional, caja que Carlos Corach utiliza desde el Ministerio del Interior para financiar a gobernadores e intendentes amigos de la Casa Rosada. La podadora tampoco cortó los gastos reservados ni de representación. Y ni el abultado presupuesto para espías que maneja Hugo Anzorreguy en la Side. Esos rubros salieron indemnes del recorte por habilidad de esos funcionarios, o porque el dinero de esas cajas negras es sagrada en el menemismo, o porque simplemente Corach y Anzorreguy tienen más poder que Roque. Pero hay una partida del Presupuesto que no tiene a nadie que la represente y no fue rebanada y, por el contrario, registró un aumento. No hubo ningún funcionario que tuviera que hacer lobby en el Palacio de Hacienda para conseguir ese trato privilegiado. Ni que tuviera que pelearse en el Gabinete Nacional para obtener ese dinero adicional. Simplemente, en la cuenta de pago de intereses de la deuda se anotaron 535 millones de dólares más sin discusión.
Lejos, muy lejos en el tiempo, para la velocidad que tienen en la actualidad las transformaciones en las sociedades, se encuentra la espectacular movilización de los universitarios en 1984, en los primeros meses del gobierno de Raúl Alfonsín, contra el FMI y el pago de la deuda externa. Los estudiantes luchan ahora solamente por recuperar una partida de 100 millones de dólares.
La cuestión del endeudamiento externo es asumida acríticamente por la clase política. No es cuestión de hablar de moratoria o repudio porque, dados los mercados financieros globalizados, al menor indicio de esa posibilidad el país recibiría el inmediato castigo de una impiadosa fuga de capitales que precipitaría el derrumbe económico. Pero eso no implica que haya que ignorar el problema y mucho menos excluirlo de la discusión política.
No incorporar el constante crecimiento de la deuda, que a fin de año superará los 120 mil millones de dólares, y el pago de sus intereses en el debate por el ajuste del presupuesto es una torpe estrategia de aquellos que aspiran a ser gobierno a partir del 2000. Ese mismo problema, la necesidad de hacer recortes porque el dinero no alcanza, se les presentará en cada uno de los años de su propio gobierno. Y no se trata de un pronóstico agorero, sino que lo anuncia la propia dinámica de la deuda. Cada vez es mayor el peso de los intereses sobre el presupuesto, y así seguirá siendo en los próximos años.
El año pasado se pagaron 6654 millones de dólares (6,2% del PBI). La estimación para éste es de 8208 millones (7,0%). En el mejor de los casos, que no haya déficit fiscal -resultado improbable-, la carga por los servicios de la deuda trepará a no menos de 11.500 millones dentro de tres años. Ese aumento de casi el 40 por ciento -que será mayor porque el desequilibrio de las cuentas obligará a tomar más deuda- se debe a que el equipo económico está canjeando bonos de deuda a tasas baratas (del 4% al 6% anual) por otros a tasas caras (del 11,0% al 12,2%). Lo mismo hace cuando se va colocando deuda para cubrir baches fiscales como cuando va venciendo esa deuda vieja. Esta devenga una tasa baja porque fue colocada en forma compulsiva, como los Bocon a jubilados.
La única manera para que el nudo de la soga de la deuda no presione mucho más es que la economía crezca tanto (a más del 6% anual) en forma ininterrumpida por años para que la deuda y los intereses vayan perdiendo importancia relativa dentro del presupuesto. Pero, a la vez, el endeudamiento se ha transformando en un factor restrictivo del crecimiento. Se presenta entonces la vieja historia del huevo o la gallina. Se sabe que los hinchas de Boca tienen la respuesta, pero la economía no se juega en una cancha de fútbol.