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BUENA MONEDA
Matar al abuelito

“Nos pasó como en esas familias que parece que todo está en armonía hasta que un día al abuelito se le ocurre hablar. Y eso nos pasó a nosotros. El abuelito habló y dijo lo que no tenía que decir.” En confianza, tratando de excusarse, como el nieto que tiene que aclarar que lo que dijo el ancianito es verdad pero que esas cosas no se dicen y que a su edad mucho no hay que creerle, uno de los hombres de Soros en Argentina intentó explicar así el terremoto que produjeron apenas cuatro palabras en boca de ese famoso abuelito: “El peso está sobrevaluado”. La posterior aclaración del abuelito George Soros de que no tiene nada contra el peso fue irrelevante. El financista más conocido del mundo por haber volteado a varias monedas y con millonarias inversiones en Argentina ya había conseguido perturbar a su familia y atemorizar, a la vez, al vecindario.

Un golpecito de mercado. Eso fue, en realidad, lo que ha sucedido en los últimos días en la plaza financiera. Y el mensaje tenía dos destinatarios: Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa. Lo que dijo Soros no hubiera provocado tantas reacciones en defensa de la paridad uno a uno, como la sobreactuación que están organizando los banqueros en defensa de la convertibilidad, si no se hubiera abierto la definitiva batalla electoral para reemplazar a Carlos Menem.

Precisamente, la derrota de Menem en su objetivo de lograr la re-re y, fundamentalmente, a partir del triunfo de Duhalde sobre la fórmula menemista en la elección de los candidatos del PJ para la provincia de Buenos Aires, marcaron un punto de inflexión para los inversores internacionales. Debido a la incertidumbre política que se abría en ese nuevo escenario era momento para fijar los límites de lo que se puede y no se puede hacer. Soros fue apenas el emergente de lo que quiere el establishment financiero y empresario: el modelo económico, incluyendo un dólar = un peso, no se toca.

La respuesta de los políticos fue inmediata, corriendo en forma bochornosa detrás de los banqueros para hacer votos de fe a la convertibilidad. De esa forma ha comenzado el condicionamiento al gobernante que habitará la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre. Y uno de esos es la propuesta de convertibilidad fiscal. Esta impone estrictos límites al desequilibrio de las cuentas públicas, clausurando así todavía más vías a la alternativa de intentar algunos desvíos del actual modelo. La Alianza y el duhaldismo, que en estos días se pelean por mostrarse como los más fiables ante los ojos de la city, todavía no explicaron cómo piensan reducir el déficit para cumplir con esa iniciativa. De acuerdo al proyecto de ley, el objetivo es bajar el actual desequilibrio de 6000 millones de pesos (2% del PBI) a 4500 millones el año que viene, y a 3000 en el 2001. ¿Cuáles serán las partidas que cortarán? La de los intereses de la deuda, que año tras año absorbe más fondos del presupuesto, no es motivo de discusión. ¿Alcanzará eliminando solamente fondos reservados y ATN? ¿Le tocará nuevamente a Educación y a Salud?

El plan de dolarización también actúa como otro condicionamiento al futuro gobierno. Si a algún político trasnochado se le ocurre pensar en la posibilidad de salir de la convertibilidad, tienen que saber que para los financistas sólo hay una puerta de escape. En esa estrategia de definir los márgenes de acción del reemplazante de Menem hay otro abuelito que está hablando de más. Este abuelito no es tan famoso como Soros, pero puede hacer tanto o más daño que el financista de Wall Street a la estabilidad cambiaria. El procesado presidente del Banco Central, Pedro Pou, dice que el peso no existe y debilita la convertibilidad afirmando, en el momento menos indicado, que ese régimen cambiario ha fracasado. Alimentar una corrida contra el peso no es algo muy distinto.