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Desórdenes mentales y agresividad

Locas estadísticas

Por Gabriela Fairy

Hay tantos locos dentro como fuera de los manicomios, si se comparan los protagonistas de episodios de violencia, aseguran expertos de las universidades de Pittsburg, Virginia y Massachusetts, Estados Unidos.

Enamorados como son de las estadísticas y comparaciones -que por lo menos en esta oportunidad no resultaron odiosas- los norteamericanos decidieron estudiar qué hay de cierto en los temores que la gente tiene contra quienes estuvieron internados en centros neuropsiquiátricos. Aunque hayan pasado allí pocas horas o días debido a desórdenes mentales, los pacientes son temidos, evitados y denunciados por actitudes violentas o mayor índice de criminalidad. Pero, según parece, los cuerdos pueden ser tanto o más violentos que los locos. Después de enrolar en un estudio a 1136 varones y mujeres que sufrían desórdenes mentales, con edades entre los 18 y los 40 años, se los comparó con otras 519 personas que vivían en el mismo vecindario y que carecían de antecedentes neuropsiquiátricos. Entre quienes estuvieron internados y los otros no hubo diferencias en cuanto a los episodios de violencia. El factor que sí marcó una clara línea divisoria entre los actos violentos y la conducta normal o no agresiva fue el uso de drogas ilegales y las bebidas alcohólicas.

Entre vecinos

Las acciones que se consideraron violentas fueron: patear, golpear, apretar el cuello, amenazar con un arma o usarla. Los actos catalogados como agresivos (un poco menos que violentos) fueron: arrojar objetos, empujar a alguien, sujetarlo, darle un cachetazo o insultarlo. Todas estas categorías se establecieron según el criterio que primaba en la gente del vecindario.

El hecho de elegir zonas de las ciudades con un perímetro de pocas cuadras apuntó a borrar diferencias de crianza, ambiente e idiosincrasia que suelen diferenciar áreas más grandes o alejadas entre sí. Y es que en los barrios, los códigos de violencia suelen estar consensuados, aun inconscientemente. Los desórdenes mentales que analizaron los investigadores incluían la esquizofrenia, la depresión, las manías y las psicosis.

“El consumo de drogas aumentó el número de agresiones, sin importar la existencia previa de desórdenes mentales o internaciones. Tampoco hubo diferencias a la hora de elegir las víctimas (eran miembros de la propia familia, esposos, novios y amigos) y los lugares donde ocurrieron los hechos violentos, que resultaron ser los hogares”, informó el Dr. Henry Steadman, líder del equipo de científicos que publicó sus hallazgos en Archives of General Psychiatry.

Cocaína y violencia

En opinión del Dr. Roberto Fernández Labriola, psiquiatra, docente e investigador argentino, la cocaína, por ejemplo, al afectar la química y el funcionamiento del lóbulo frontal del cerebro, borra los límites que normalmente un individuo tiene con respecto a la violencia y favorece los actos criminales y las agresiones a otras personas, independientemente si sufre de alguna alteración mental.

Hasta ahora, se suponía que la raíz misma de los desórdenes mentales podía disparar una conducta antisocial per se, pero la investigación demostró que los antecedentes de enfermedades psiquiátricas no deben estigmatizar a nadie pues no tienen relación directa con la violencia y el ataque a otras personas.

 
 

Desconfía de las nubes

Lluvia de microbios

Por Agustín Biasotti

Animales reales e inventados, rostros humanos, ojos, barcos o cigarros, infinitas son las formas que nuestra imaginación descubre allí arriba, en las nubes. Y eso no es todo: un grupo de biólogos asegura que, si afináramos un poco la vista, podríamos ver en ellas colonias de bacterias, algas y hongos en tránsito hacia nuevas tierras.

En un trabajo recientemente publicado en la revista Ethology, Ecology and Evolution, Bill Hamilton y Tim Lenton, biólogos de las universidades de East Anglia y Oxford, afirman que algunos microbios han desarrollado estrategias para colaborar en la formación de las nubes, de modo de facilitar su propia dispersión geográfica. Esta hipótesis no surge de la nada, desde hace ya mucho tiempo se sabe que ciertos microbios cumplen un rol importante en la formación de las nubes y, por lo tanto, en el clima. Por otra parte, en distintas muestras tomadas de las nubes se han encontrado varios especímenes de estos pequeños organismos.

Pero, ¿cómo hacen las bacterias, las algas y los hongos para subir a las nubes que suelen encontrarse flotando a una distancia de uno a cuatro kilómetros?

El volar es para los microbios

Para los microbios más livianos y pequeños convertirse en circunstanciales Icaros es fácil: sólo tienen que dejarse llevar por el viento. Sin embargo, no todos tienen la misma suerte, los que habitan en la superficie de las aguas, en su mayoría algas, necesitan algo más que viento para despegarse del líquido elemento. Este es el primer interrogante al que Hamilton y Lenton pretenden dar respuesta, y cada uno lo hace a su forma.

Según Hamilton, las algas que miran al cielo desde la superficie de los lagos, los ríos y otros accidentes geográficos, no sólo se nutren de la luz solar sino que también la acumulan en forma de calor, que más tarde utilizan para calentar el aire que se encuentra sobre ellas. De esta forma, las algas provocan un cambio de presión que las favorece en su despegue, lo que las deja a merced del viento.

Lenton, por su parte, tiene otra versión del asunto. Parte del hecho de que ciertas algas emiten un gas llamado dimethyl sulphide (DMS); hasta el momento los científicos estaban convencidos de que este gas ayudaba a las algas a verse menos atractivas, gastronómicamente hablando, a los ojos de sus depredadores. Para Lenton, el DMS les permitiría despegarse del agua, lo que evitaría que las algas tengan que calentarse (literalmente) por este asunto, a fin de cuentas, tan terrenal. Una vez en el aire, las pequeñas moléculas de DMS que expelen estos organismos poseen la nada casual habilidad de catalizar el proceso de condensación, atrayendo sobre sí a las dispersas gotitas de agua, lo que permite que la nube crezca. De no mediar el DMS, sería necesario que el aire esté exageradamente saturado de vapor o muy frío para que la condensación tenga lugar.

Caerán bacterias de punta

Volver al suelo pareciera ser la parte más simple del viaje. Según Hamilton, ciertos tipos de bacterias y de hongos sabrían con sospechosa exactitud cuándo y dónde va a llover, y no precisamente porque ocupen parte de su tiempo ocioso en la lectura de los informes meteorológicos. En vez de favorecer la condensación, dirigen sus fuerzas a elaborar cristales de hielo, cuya presencia dentro de las nubes incrementa las probabilidades de precipitaciones.

La lluvia les proporciona a estos microorganismos la mejor oportunidad para volver a la madre tierra que, luego de tanta travesía, ya empezaban a extrañar.