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secciones ¿Qué era la estrella de Belén?

Por Mariano Ribas

“¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.” Libro de Mateo, capítulo II

Esta sola cita, extraída del Nuevo Testamento, trae a la memoria uno de los más célebres relatos bíblicos: el nacimiento de Jesucristo y el legendario viaje de los míticos Reyes Magos, desde Persia hasta Palestina. Un poco más adelante, puede leerse “... la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que se detuvo encima del lugar donde estaba el Niño”. Eso es todo lo que dice la Biblia sobre la misteriosa “estrella de Belén”, uno de los iconos más tradicionales de la Navidad. Teniendo en cuenta la época del relato, y su contexto, podría tratarse de un mero adorno narrativo, o bien, de un simbolismo. Sin embargo, hay buenas razones para pensar que la historia bíblica se basa en hechos bien concretos: algo muy llamativo pudo haber ocurrido en los cielos de aquel entonces.

Un enigma cautivante

El desafío de revelar la identidad de la estrella de Belén es muy atractivo. A lo largo de la historia, muchos astrónomos e historiadores no pudieron resistirse a esa tentación. Pero claro, la tarea no es fácil, porque la Biblia no dice nada sobre su brillo, forma y color, y mucho menos, de sus coordenadas celestes. Y es lógico, porque hace dos mil años casi nadie pensaba en el cielo en términos astronómicos, sino en términos de símbolos y significados: el firmamento era un “techo” tapizado de figuras y seres sobrenaturales (las constelaciones), y también, una especie de pizarra donde ciertos “expertos” (los astrólogos) podían leer los mensajes divinos, codificados a partir de la posición de los planetas, la ocurrencia de un eclipse o la aparición de un cometa. Por eso, sólo se reparó en el supuesto significado de la estrella (la llegada del Mesías), y no en sus características. Así, tomando los escuálidos datos que aparecen en el Libro de Mateo, podría pensarse en cualquier cosa: una supernova (la explosión de una estrella), un cometa, o simplemente, algún planeta muy brillante. Pero por suerte, existen fuentes históricas y programas de computación de astronomía.

Descartando sospechosos

En primer lugar, podrían descartarse los fenómenos fugaces, como las estrellas ídem. Algo tan repentino no “acompañaría” a nadie, ni tampoco serviría de guía. Más teniendo en cuenta que el viaje de los reyes (que no eran reyes, ni magos, sino astrólogos; y que, probablemente, tampoco eran tres) habría durado algunos meses, porque supuestamente tuvieron que recorrer los dos mil kilómetros que separan a Persia -su lugar de origen, según la tradición bíblica- de Palestina. Por razones similares, también sería razonable quitar de en medio a los eclipses, ya sean de Sol o de Luna. Además, estos fenómenos eran bastante familiares para los antiguos (más allá de las interpretaciones sobre su naturaleza), y sus descripciones son fácilmente reconocibles. Ahora, con los meteoros, el Sol y la Luna afuera, el grupo de sospechosos es un poco más limitado.

Afinando la puntería

Es casi seguro que la estrella de Belén no fue una supernova: no existe registro -ni relato- alguno de ningún pueblo de la antigüedad que haga referencia a alguna “estrella nueva” o “invitada” -como solían llamarlas los antiguos chinos (expertos observadores el cielo)- en aquellos tiempos. Y esto mismo también vale para las novas, que son estrellas que aumentan de brillo, aunque sin explotar. Tampoco parece lógico que alguna estrella o planeta brillante (como Júpiter, Venus o Saturno) llamara tanto la atención como para ponerse el traje de estrella de Belén, al menos ante los ojos de los famosos “reyes” y otros observadores entrenados. Sin embargo, de vez en cuando, y a causa de sus movimientos, los planetas forman curiosas parejas (incluso tríos o cuartetos) en el cielo: son las conjunciones. Y si estos encuentros aparentes son bien compactos, los brillos de los planetas se suman, y el resultado es una vista espectacular: la estrella de Belén pudo haber sido una inusual conjunción planetaria. O tal vez, un cometa.

¿Un cometa o una conjunción?

Para acotar un poco más la búsqueda, habría que enmarcarla temporalmente. Los historiadores piensan que el nacimiento de Cristo se produjo, paradójicamente, unos años antes de Cristo. Por lo tanto, para encontrar la posible estrella de Belén hay que poner la lupa en esos años inmediatamente previos al que hoy contamos como año 1: ¿hubo por entonces algún cometa o conjunción planetaria especialmente descollante?. La respuesta es afirmativa en ambos casos. Según las crónicas de un astrónomo chino de la época (un tal Ho Pen-Yoke), en el año 5 a.C. un gran cometa hizo su aparición en el cielo del Este, permaneciendo allí por más de dos meses. Habría sido el único que se vio durante el período clave, porque hubo otros (como el Halley) que pasaron varios años antes o después. Teniendo en cuenta su brillo y su larga permanencia en el cielo, podría calificar para estrella de Belén, pero hay algo que lo descarta de plano (aun suponiendo que Cristo haya nacido en el año 5 a.C., o muy cerca): siempre permaneció en el cielo del Este. Y si bien es cierto que en el Libro de Mateo dice que la estrella estaba en Oriente, luego debió haber cambiado de posición, porque se supone que si los reyes viajaban de Persia hacia Palestina, iban siempre en dirección Oeste, entonces no podían ser “guiados” por algo que estaba al Este. Y esto conduce a la última alternativa: una conjunción planetaria.

¿Identidad revelada?

La mejor manera de chequear esta posibilidad es echarle mano a la informática: un buen programa de astronomía puede recrear las posiciones de los planetas en el cielo de cualquier lugar del mundo, y dentro de un rango de miles de años. Y resulta que en el período que va del año 8 a.C. al año 1, hubo varias conjunciones planetarias notables. Pero por sus características, la gran candidata es una conjunción entre Júpiter y Saturno, que duró varios meses a lo largo del año 7 a.C. Este acercamiento comenzó en mayo de ese año, cuando se los pudo ver en el cielo del amanecer (en “Oriente”). Pero en los meses siguientes, el apretado dúo fue desplazándose lentamente hacia el Oeste. Y durante todo el mes de octubre, y a medianoche, ya se ubicaban en pleno cielo occidental. Salvo por la fecha, tal vez algo temprana, todo indicaría que esta conjunción JúpiterSaturno si habría sido la estrella de Belén: brillante, duradera, apareciendo inicialmente por el Este, pero luego “moviéndose” hacia el Oeste lentamente. Así, bien pudo “acompañar” y “guiar” a los reyes hasta Belén. Encaja bastante bien con el Libro de Mateo. Así las cosas: hay buenas pistas, pero probablemente nunca se tendrá la certeza absoluta sobre la verdadera identidad de la estrella de Belén. Por eso, en cierto modo, su aura de magia y misterio sigue casi intacta.