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¿Origen intraterrestre?

Por Ileana Lotersztain *

Hace 3800 millones de años vivir sobre la Tierra no habría resultado nada placentero. El planeta, que por aquel entonces festejaba su cumpleaños número 700 millones, sufría frecuentemente el bombardeo de enormes cuerpos que lo golpeaban con violencia. Todo el sistema solar era tan joven como la Tierra y su reciente formación había dejado como saldo un montón de basura estelar que se desplazaba por el espacio bajo la forma de cometas y asteroides. Estos pedazos de roca gigantescos se veían atraídos por los campos gravitatorios de los planetas y se precipitaban sobre ellos.

Vivir en medio de esos sobresaltos habría sido bastante complicado; ni qué decir hacerles frente a las secuelas que los brutos choques dejaban tras de sí. Con ese panorama, los científicos supusieron que la vida no pudo existir en esas condiciones y que surgió recién cuando las cosas se calmaron un poco. Sin embargo, un artículo publicado recientemente en la revista New Scientist comenta una teoría muy original, que sostiene que los primeros organismos podrían haber vivido en las entrañas de la Tierra, a salvo de las salvajes embestidas.

Un comienzo a toda máquina

Los primeros 700 millones de años de la Tierra fueron verdaderamente muy movidos. El planeta vivía en estado de alerta constante, sufriendo el ataque de cuanto cometa o asteroide pasara cerca suyo. La colisión con uno de esos cuerpos de gran tamaño no es un chiste. En el momento del impacto la atmósfera planetaria se reemplaza por roca vaporizada del proyectil y la temperatura trepa rápidamente a unos 3000-o C; en consecuencia, los océanos se evaporan. Además, el choque libera una cantidad de energía colosal, equivalente a miles de Chernobyl juntos, por lo que el desastre no se limita a la superficie: la ola de calor viaja al menos un kilómetro hacia abajo.

El artículo de New Scientist comenta que, en algunos casos, estos choques pueden resultar ventajosos. Si el planeta tiene un tamaño considerable, como es el caso de la Tierra, puede salir airoso e incluso favorecido del enfrentamiento. La explicación es sencilla: como los cometas están llenos de hielo y de sustancias orgánicas que son indispensables para el desarrollo de la vida tal cual la conocemos, por más que la colisión modifique la atmósfera y vacíe las reservas de agua, también agregará una buena cantidad de materia muy codiciada.

De todos modos, cualquier beneficio sólo sería visible a largo plazo: toda forma de vida que estuviera dando sus primeros pasos en el momento del impacto desaparecería sin más de la faz de la Tierra. Y aquí surge una contradicción. Años más, años menos, estos fuegos artificiales tuvieron lugar hasta hace por lo menos 3700 millones de años. Pero la vida es más antigua que eso. Algunos fósiles de microorganismos son un souvenir del cumpleaños número 900 millones de la Tierra, y se descubrieron además indicios de vida 250 millones de años más antiguos. Este desfasaje dio lugar a las hipótesis más extravagantes. Una muy interesante plantea que los primeros organismos resistieron los embates de los meteoritos no porque su fortaleza fuera impresionante o porque estuvieran en bunkers antiatómicos, sino porque se encontraban cómodamente instalados algunos kilómetros por debajo de la superficie.

Una temporada en el infierno

Para vivir bajo tierra hay que cumplir un requisito básico: no amilanarse ante el calor. Pero calor en serio, porque no hace falta internarse demasiado para encontrar marcas superiores a los 100-o C, ideal para cocinar un buen plato de pastas.

Las criaturas que toleran estas condiciones no son virtuales, existen en la naturaleza y se las conoce desde hace unos 40 años. Los hipertermófilos, tal su nombre, le ponen el cuerpo al calor y eso hace que puedan disfrutar en soledad de algunos ambientes que resultan insoportables para el resto de los seres vivos. Así, se reúnen plácidamente alrededor de las chimeneas volcánicas de los fondos oceánicos y chapotean felices en el agua que fluye de los géiseres.

La mayoría de estos organismos son bacterias unicelulares. Algunas incluso prescinden de la luz del sol para sobrevivir. Allí donde la corteza oceánica se renueva y la temperatura alcanza los 350-o C, los hipertermófilos obtienen energía al combinar oxígeno con sulfuro de hidrógeno. También los hay que no precisan oxígeno en su dieta: en las entrañas de la Tierra, las bacterias anaerobias aprovechan el hidrógeno proveniente del desgaste de las rocas como fuente de energía.

¿Del fondo venimos?

El descubrimiento de los hipertermófilos abrió dos nuevas posibilidades acerca de los inicios de la vida en la Tierra. Tal vez los primeros especímenes brotaron en el interior de las piedras en las profundidades. O quizá la vida surgió en la superficie y los microorganismos colonizaron después las zonas más profundas. Y al sobrevenir el siguiente impacto, sólo aquellos afortunados que se hubieran aventurado hacia abajo habrían podido sobrevivir, para volver a asomar la cabeza cuando las condiciones fueran propicias. Algunos científicos -comenta el artículo- objetan que es poco probable que la vida surgiera en un material tan duro como la roca, que restringe enormemente el movimiento de las sustancias químicas que debieron juntarse necesariamente para crear un ser vivo. A lo que los defensores de la teoría subterránea responden que bastaría con algunas fisuras y poros para que los elementos encontraran su camino a través de la piedra.

Por otra parte, hay algunas evidencias que apoyan la idea de que los hipertermófilos fueron, si no la primera, una forma de vida muy primitiva. Gracias a las técnicas de secuenciación de genes y de proteínas, los microbiólogos pueden determinar con bastante precisión cuán emparentadas están las distintas especies. Según las variaciones y complejizaciones que se vayan encontrando pueden determinar quién era el anterior. Así, al comparar las secuencias de algunos genes clave se puede armar un árbol evolutivo tentativo, que sugiere cuáles especies se ramificaron a partir de qué otras. Y resulta ser que las ramas más antiguas están ocupadas por los hipertermófilos que, dicho sea de paso, son fósiles vivientes, porque permanecieron casi sin cambios a lo largo de miles de millones de años.

Si la teoría subterránea está en lo cierto, entonces el hombre y el resto de las especies que habitan este planeta serían descendientes de los primeros intraterrestres.

* Cátedra de Periodismo Científico, Facultad de Ciencias Sociales, U.B.A.