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Opinión
 
Sobre la situación de la ciencia
y la tecnología en el país

Por J.F. Westerkamp *

Me resulta muy doloroso tener que expresar mi opinión respecto del estado actual de la ciencia y la tecnología en nuestro país, sobre todo después de la lectura de artículos en diarios y revistas, y en particular, de la solicitada publicada en el diario La Nación del 30/12/98, titulada “El Conicet al borde del colapso”. Este llamado de atención formulado por la Asociación de Directivos de Unidades de Investigación del Conicet (Aduic) es sumamente grave y no es sino la culminación de un estado de cosas que muchos investigadores han venido formulando desde hace un par de años, cuando el nuevo interventor, Juan Carlos Del Bello, se hizo cargo de la Secretaría de Ciencia y Tecnología, después de sucesivas actuaciones de interventores y/o titulares de esa Secretaría y del Conicet, que con diversas suertes sembraron de incertidumbre la situación de ambas reparticiones.

En un principio se pensó que Del Bello lograría estabilizarlas, pero bien pronto se vio que se aproximaban peligros de todo tipo, sobre todo cuando la SCyT pasó a depender del Ministerio de Cultura y Educación en virtud del decreto 660/96. Del Bello dijo entonces que eso se hacía en el marco de la 2a. Reforma del Estado. Lo que no dijo es que ello se realizaba para realizar el ajuste salvaje del Estado poniendo de rodillas a los científicos, tanto del Conicet como de las universidades, quedando a merced de una burocracia al servicio del ajuste, y ahora muchos de ellos basureados, en la calle. Los argumentos del funcionario burócrata, y totalmente ajeno, por supuesto, a la ciencia y a la tecnología, figuran con lujo de detalles en el prólogo de la publicación Bases para la discusión de una política de Ciencia y Tecnología (SCyT, 1996), que para mayor escarnio reproduce después del prólogo, la famosa carta del doctor B. Houssay del 10 de febrero de 1949, escrita desde Washington DC y dirigida al doctor Juan Chaneles. En ella, el famoso fisiólogo (premio Nobel) expresaba sus aspiraciones y preocupaciones sobre la vida científica en nuestro país, y, entre otras cosas, decía que, aunque se le habían ofrecido condiciones excelentes para continuar el trabajo científico -a él y su elenco- deseaba regresar para dedicarse al desarrollo científico del país donde “nací, me formé, tengo amigos, nacieron mis hijos, luché, aprendí, enseñé, etcétera”.

Me pregunto: ¿Sabrá Del Bello lo que sentía Houssay en aquellas circunstancias? ¿Sabrá lo que hoy experimentan tantos científicos manoseados, vejados, jubilados forzosamente -sin que ni siquiera perciban sus jubilaciones del Conicet, como es mi caso- y obligados a buscar desesperadamente algún trabajo con el objeto de subsistir ellos y sus familias, justamente cuando el mercado laboral está muy difícil, y cuando la edad avanzada es un escollo? Y para colmo, el argumento se aplica también desde hace unos días a los profesores y docentes de la UBA y otras universidades, en virtud de las medidas que el Ministerio de Economía obliga a imponer mediante el famoso “ajuste” que, por supuesto, no se aplica a los altos funcionarios del “régimen”.

Pero hay más: en la solicitada a que hago referencia se dan argumentos de peso para avalarla, tales como el inocultable desorden administrativo, la intervención en el directorio de personas ajenas al quehacer científico, y por lo tanto, alejados de sus problemas y de su comprensión; la falta de una política orgánica que preserve y fortalezca los grupos de investigación constituidos, los cuales corren peligro de desaparecer; una nueva política de becas sobre cuya transparencia hay serias dudas, aparte de un sistema evaluativo carente de transparencia y de garantías de pluralismo, en el cual actúan supuestos expertos anónimos que, como me ha ocurrido a mí, sólo recurren a injurias y falsedades, las cuales no pueden ni siquiera ser reconsideradas ante una manifiesta inoperancia de la institución. Hace ya once meses que impugné el dictamen de un supuesto experto, quien no se pronunció sobre el tema de un proyecto que presenté, sobre el hidrógeno, las celdas de combustibles y las nanofibras de carbono, y en cambio hizo un dictamen “ad hominem” que el Conicet con gran ligereza, aceptó, pero que no termina de reconsiderar, como se me prometió.

A todo ello debe agregarse la creación de la inútil y cara Agencia para la Promoción de la Ciencia y la Tecnología, que preside el subsecretario de CyT, Mariscotti, la cual a su vez consta de dos subagencias: el Foncyt, a cargo de Marchoff, y el Fontar, a cargo de Marta Borda (esposa de Del Bello), quienes manejan los apetecibles subsidios del Banco Mundial y del BID, subsidios que habrá naturalmente que pagar, y que aumentan nuestra deuda externa de alrededor de 120 mil millones de dólares. No es como el subsidio de la Fundación Ford, de comienzos de la década del 60, que fue simplemente un regalo de medio millón de dólares de entonces, con el cual se financió gran parte del equipamiento de los laboratorios de investigación y docencia del nuevo edificio, construido en Núñez para la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

Por todas estas razones adherí al clamor que se ha levantado ante la situación de cuasicolapso del Conicet, expresada por tantos científicos y que yo mismo he experimentado en su momento.

Quizá sea pertinente traer a colación las manifestaciones de nuestro colega y filósofo destacado, Mario Bunge, quien se fue al extranjero en 1964 en vista de su desesperanza sobre el futuro de la filosofía en el país. Tenía razón entonces, y su brillante carrera lo confirmó. Hoy los argumentos de entonces se aplican también a las ciencias. Pero vale la pena profundizar más, como Bunge mismo lo ha hecho en su hermoso libro titulado Vistas y Entrevistas (Siglo XX, 1987) cuando dice: “Un país subdesarrollado y, con mayor razón, un país arruinado económica y culturalmente, como el nuestro, no puede salir adelante espontáneamente; la iniciativa privada no basta para sacarlo del pozo, porque está tan en crisis como el Estado, y porque el desastre abarca en mayor o menor medida a toda la población y compromete a las generaciones venideras. Para salir del pozo, el país necesita diseñar y poner en práctica un plan nacional de desarrollo integral: económico, cultural y político”. Y sigue diciendo: “El plan tendrá que ser global y no sectorial, porque una Nación es un sistema compuesto de tres subsistemas, entrelazados entre sí: el económico, el cultural y el político, y el plan tendrá que proponerse reconstruir no sólo la industria desmantelada por la política económica liberal, sino también el agro, que está en crisis desde hace 40 años”. El tema continúa siendo de rigurosa actualidad doce años más tarde.

* Ex profesor titular consulto de la FCEN (UBA) en su Departamento de Física, y ex investigador principal del Conicet

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