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La polémica continúa

Bombardeo de minicometas

Por Mariano Ribas

Tal vez, en este mismo instante (y mientras lee estas líneas), un montón de cometitas estén bombardeando la atmósfera de la Tierra. Y si así fuera, no se preocupe y siga leyendo, porque afortunadamente no durarían mucho: la misma fricción con el aire los convertiría en enormes nubes de vapor de agua y polvo. Suena realmente raro, pero se trata de una teoría bien fundamentada lanzada hace más de una década por un físico estadounidense. La idea resucitó a mediados de 1997, gracias al impulso que le dieron una serie de curiosas fotografías -en luz ultravioleta- obtenidas por el satélite Polar (de la NASA). Aunque muchos astrónomos se tomaron el asunto con mucho escepticismo (incluso llegando hasta la burla), otros decidieron prestarle atención, porque al fin de cuentas, las imágenes mostraban que, aparentemente, algo extraño sucedía allí arriba. Hoy, en medio de idas y venidas, el debate continúa.

La idea

En 1986, el físico Louis Frank y su equipo de la Universidad de Iowa estaban trabajando con datos e imágenes atmosféricas (en luz ultravioleta) del satélite Dinamics Explorer I. De pronto, los científicos observaron que en algunas de las fotos de la atmósfera exterior aparecían unas pequeñas zonas oscuras. Las manchitas se repetían una y otra vez, y siempre en el mismo sector de la atmósfera. Era raro, pero enseguida arriesgaron una explicación: podrían ser gigantescas nubes de vapor de agua, que aparecían como manchas porque absorbían la luz ultravioleta. Pero... ¿qué hacían allí?, porque las nubes no son de andar paseándose a cientos y cientos de kilómetros de altura. Entonces, Frank arriesgó una curiosa interpretación: las “nubes” (las manchas de las fotos) serían los restos de minicometas -del tamaño de una casa- que se habían vaporizado al entrar en la atmósfera exterior de la Tierra.

Imágenes polémicas

La espectacular explicación de Frank y sus amigos apareció hace algo más de una década en la prestigiosa Geophysical Research Letters. Y claro, desató una tormenta de críticas. Pero Frank aguantó el chubasco y siguió para adelante. Por eso continuó trabajando durante años y junto a su equipo prepararon las cámaras digitales del satélite norteamericano Polar, lanzado en febrero de 1996. A partir de entonces, el aparato comenzó a enviar pilas de fotos, y algunas de ellas fueron realmente llamativas: mostraban zonas oscuras en las partes más externas de la atmósfera, a miles de kilómetros de altura. Estas primeras imágenes, que hincharon de alegría a Frank y compañía, fueron presentadas en mayo del año pasado en un encuentro de la American Geophysical Union. Y claro, causaron revuelo entre los especialistas. Sin embargo, muchos de ellos continuaron rechazando la teoría del bombardeo de cometitas.

Puntos débiles

Algo raro había. En eso todos estaban de acuerdo. Pero algunas cosas no cerraban en la teoría de Frank: por ejemplo, era realmente muy extraño que estos objetos lleguen de a miles sin ser detectados por los grandes telescopios. En el Spacewatch de Arizona (un supertelescopio “cazador” de pequeños objetos que puedan acercarse peligrosamente a la Tierra) se sospecha que, si el fenómeno existe, los cometitas deben ser muchos menos y más chicos de lo que dice Frank (de unos 10 metros de diámetro en promedio), porque si no, deberían observarse unos cuantos cada noche. Y no es así. Otros miran la Luna: si tantos cometas se acercaran a esta parte del Sistema Solar, a cada rato deberían registrarse impactos en la superficie lunar, porque nuestro satélite no tiene una atmósfera que los frene y desintegre. Pero nadie ha visto nada de eso.

¿Defectos instrumentales?

Más allá de los puntos débiles de su teoría, Frank y sus seguidores siguieron disfrutando -reconfortados- con las nuevas imágenes del Polar. A fin de cuentas, su explicación encajaba bastante bien con lo que aparentemente se observaba en los suburbios atmosféricos. Incluso, se arriesgaron a decir que las nubes que aparentemente podían observarse en las fotos medían entre 25 y 40 kilómetros, lo cual encajaba bastante bien con sus estimaciones. Pero a fines de 1997 llegó el contraataque: un equipo de investigadores encabezados por George Parks (Universidad de Washington, Seattle) aseguraron que todo había sido un chasco. Según ellos, las manchas en las imágenes atmosféricas del Polar no serían nubes, sino simples “defectos instrumentales” de la cámara del satélite Polar. El informe de Parks -que dicho sea de paso, es un antiguo enemigo de la teoría cometaria- apareció hace unos meses en la Geophysical Research Letters y, lógicamente, volvió a encender la polémica.

A principios de 1998, los partidarios de los pequeños kamikazes cósmicos lanzaron su re-contraataque: dijeron que sus cometas (o más bien las nubes que originarían al desintegrarse) no eran ninguna ilusión electrónica, y que su modelo seguía siendo el que mejor explicaba las cosas.

¿En qué quedamos?

El asunto siguió rebotando sin mayores novedades durante los últimos meses, pero hace unas semanas alguien volvió a echar leña al fuego: los astrónomos Forrest S. Mozer y James P. McFadden (Universidad de California, en Berkeley) examinaron los datos originales de Frank, y concluyeron en que las manchas de las fotos no son nubes, ni nada por el estilo, sino, simplemente “puro ruido de los instrumentos del Polar”. Exactamente lo mismo que había dicho Parks. Pero, esta vez, la desmentida vino acompañada con un picante agregado: Mozer y McFadden acusaron a Frank y sus colegas de Iowa de haber “creado” muchas de las manchas durante el procesamiento de las imágenes. Inmediatamente, Frank saltó indignado diciendo que él no es ningún embustero y, de paso, se despachó con otro buen argumento a su favor: las manchas oscuras fotografiadas por el Polar cambian de tamaño según la ubicación del satélite. Y eso es justamente lo que cabría esperar si se estuviese fotografiando objetos en el espacio a distancias variables, y no si sólo se tratara de “ruido” en las cámaras.

Otra vez la historia vuelve a sus principios. Y sólo podrá resolverse con más y mejores observaciones. Mientras tanto, el bombardeo de minicometas sigue siendo una espectacular hipótesis de la astronomía. Y espera su veredicto.