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Eternamente joven

De acuerdo con aquellos investigadores que no están dentro del negocio farmacéutico, el consumo de antioxidantes no parece tener ningún beneficio real y tomarlos no significa necesariamente que lleguen al interior de cada célula donde realmente tendrían alguna utilidad.

Por Esteban Magnani

A lo largo de la historia, la fuente de la eterna juventud, los elixires y los spa, entre otros recursos, han sumado gran cantidad de fieles que buscan mantenerse siempre lozanos. Por desgracia para ellos, los resultados han resultado nulos o rotundamente marginales: la velocidad del envejecimiento ha permanecido inmutable a lo largo de la historia, aunque muchos crean lo contrario.
Es que, cabe aclarar, no es lo mismo el envejecimiento que el tiempo de vida. Si bien ambos están obviamente relacionados ya que el proceso de envejecimiento a la larga es mortal, no es el único interviniente. En tanto la expectativa de vida casi se duplicó en el último siglo, podría creerse que la gente envejece más lentamente. Pero no es así, ya que en realidad lo único que cambió es que se postergó la muerte de muchas personas hasta su vejez a través de la lucha contra las distintas enfermedades que atacaban, muchas veces, a edades tempranas. Alejandro Magno era joven para sus contemporáneos cuando murió a los 33 años. Platón era un anciano al morir a los 80 años, seguramente con un aspecto similar al de cualquier octogenario de hoy en día. (En realidad, se podría decir que en una sociedad en la que la gente tiende a morir joven el envejecimiento es casi inexistente.) El aumento de la expectativa, más que extender los límites de la vida, lo que hace es amontonar gente en la frontera casi insalvable de siempre, que ronda entre los 70 y los 85 años.
Como explica Juan Young, biólogo de la UBA, que actualmente trabaja en el Centro de Envejecimiento Huffington, en el Baylor College of Medicine, de EE.UU.: “El incremento enorme que se observó en los últimos 300 años en la esperanza de vida, y que demostró que el genoma humano tiene el potencial de soportar un incremento, se debe fundamentalmente a un avance tecnológico que permitió una mejor calidad de salud general (y de vida), pero a la misma vez la incidencia de cáncer y Alzheimer se incrementó enormemente por la edad. Lo mismo pasaría con enfermedades aún no difundidas si de algún modo la esperanza de vida fuera aumentada a 122 años, que es la máxima registrada”.
Por otro lado, la sintomatología del envejecimiento no es simple. En un anciano se puede ver el paso de los años en su piel deteriorada, en sus ojos acuosos, en la pérdida parcial de la memoria y, con los instrumentos adecuados, en las fallas de sus órganos internos, la escasa o nula capacidad de reproducirse y varios más. Es decir que aunque “envejecimiento” se diga con una sola palabra, no es un fenómeno biológicamente limitado, sino que en él se mezclan una enorme cantidad de síntomas. Y en cada uno de ellos son muchos los genes involucrados: por ejemplo, según un estudio de la Universidad de Washington hay al menos 18 mutaciones relacionadas con la caída del cabello o 30 con los problemas cardiovasculares. Se calcula, grosso modo, que cerca de 7000 de los 100.000 genes del ser humano están relacionados con los distintos síntomas del envejecimiento. Siete mil pastillas al día parecen demasiado.
Para colmo, estos síntomas tampoco parecen estar sometidos a un reloj biológico único que les ordene aparecer en la superficie. Los distintos animales sufren los síntomas en distintos momentos de su vida o, por decirlo de una manera más precisa, van dejando de reparar lo que el paso del tiempo produce en sus células en distintos momentos.
Ahora, si en la naturaleza no parece haber una medida estándar para la velocidad del envejecimiento, ¿por qué la evolución no favoreció a aquellos individuos que tendían a vivir más y la expectativa de vida no aumenta por sí sola?

Envejecimiento y evolución
En realidad hay varias razones para que las distintas especies no hayan tendido a vivir mucho más: primero, que una vez que un animal ha pasado su etapa reproductiva, la aparición o no de ventajas adaptativas que le permitan vivir más tiempo no tienen forma de pasar a su descendencia. La pregunta obvia es ¿por qué entonces junto con la extensión de la vida no se extendió la posibilidad de seguir engendrando varias veces más? Es que la mayoría de los animales nunca llega a desarrollar los síntomas de la vejez porque antes suelen ser víctimas de predadores, de sus propios compañeros o de accidentes. Esto explica también la tendencia de que los animales más grandes, con menos posibilidades de tener predadores, suelan tener expectativas de vida mayores (aunque a la naturaleza no parece gustarle simplificar las cosas y existen unas cuantas excepciones).
Como explica Esteban Hasson, biólogo, profesor adjunto en la UBA e investigador del Conicet, “retrasarse demasiado en la reproducción puede terminar siendo perjudicial, ya que aumenta la posibilidad de no hacerlo nunca. Además, la espera fomenta la incidencia de factores ambientales, desde radiaciones ultravioleta hasta sequías, que pueden producir daños en las células reproductivas, aumentando la posibilidad de descendientes portadores de genotipos menos adaptados”.
En este momento los genetistas están dispuestos a torcer el rumbo trazado por la evolución a través de distintas técnicas para aumentar la expectativa de vida.

Vivir sólo cue
Seguramente cuando los Redonditos de Ricota cantan “Vivir sólo cuesta vida”, no saben lo cerca que están de la realidad. Es que en el consumo de energía necesario para vivir se va produciendo lo que, según parece, mata. De la misma manera que la combustión de un motor común produce desechos que van afectándolo, la combustión metabólica produce un desecho particular, en el interior mismo de las células, que son los radicales libres (moléculas que tienen un electrón no apareado que en su afán de reequilibrarse puede afectar partes vitales de una célula y modificarla, muy probablemente, para mal). Estos radicales afectan, en muchos casos, el ADN de la célula, que puede reproducirse con ese defecto o quedar tan dañada como para no poder hacerlo. Esta teoría se vio apoyada por evidencia experimental: las ratas de laboratorio a las que se alimentaba apenas por encima del límite de supervivencia vivían hasta un 50 por ciento más, mientras que aquellas que comían “a piacere” no solían pasar el promedio. Es decir que, a menos comida, menos radicales libres y envejecimiento más lento. Incluso el fisiólogo alemán Max Rubner llegó a calcular, a principio de siglo, que cada gramo de tejido corporal consumía unas 250 kilocalorías en toda su vida ya fuera en una rata o en un elefante. Esta teoría prendió muy fuerte a principios de siglo. Raymond Pearl, un científico de la Universidad Johns Hopkins, en EE.UU., publicó en 1927 un artículo llamado “¿Por qué viven más los holgazanes?”, donde se explicaba el paralelo entre la vida sedentaria y el aumento de expectativa de vida. Pearl se basó en datos de la vida de los mineros y de los oficinistas promedio. Evidentemente el factor decisivo no era sólo el consumo energético.
En París, y más cerca en el tiempo, más precisamente a comienzos de 1999 el libro Programa de larga vida del “nutriterapeuta” Jean Paul Curtay, y el divulgador científico Thierry Souccar, han causado gran revuelo en Francia al asegurar que experiencias con petreles, a los que se alimentaba de manera controlada, verificaban la relación entre longevidad y cantidad de comida. En su libro, incluso, dan la receta para pasar el experimento a la vida humana. Sólo alcanza con tomar suplementos vitamínicos y hacer ejercicios sin exagerar para acercarse a los 300 años de vida, que es, según ellos, la cantidad de años para la que está diseñado el cuerpo humano. Ellos mismos, si no se aseguran una larga vida, por lo menos podrán disfrutar de un buen pasar tras el éxito de su best seller.
En definitiva, parecería que el hombre está, en el mejor de los casos, toda su vida frente a un mismo y gigantesco plato de comida que cuanto más lento se consuma, más durará. Eso sí, cuando termine ...
Por suerte, para los amantes de los deportes y de los platos suculentos, esto no es tan así: los burócratas no envejecen más lentamente que los bailarines aunque consuman menos energía. A lo largo de los años el cuerpo ha desarrollado múltiples formas de contrarrestar los efectos de los radicales libres, evitando su formación y generando antioxidantes que anulan sus efectos o simplemente suplantan la célula dañada. Las veces que los radicales libres logran afectar realmente una célula, a pesar de bombardearlas unas 10.000 veces por día, no son tantas. Sin embargo, las lesiones se van acumulando con el paso de los años, sobre todo en las células que se reproducen más lentamente o no lo hacen.
Cabe aclarar que de acuerdo con aquellos investigadores que no están dentro del negocio farmacéutico, el consumo de antioxidantes no parece tener ningún beneficio real y tomarlos no significa necesariamente que lleguen al interior de cada célula donde realmente tendrían alguna utilidad.

¿Entonces?
Los investigadores más optimistas aseguran con estilo más publicitario que científico que “la pregunta no es si lograremos frenar el envejecimiento, sino cuándo”. Son muchos los que aseguran estar en camino y hay dos terapias estrella.
Una es crear tejidos sanos a partir de unas pocas células, para reemplazar otras más viejas, sin necesidad de trasplantar órganos completos y ajenos. Como explica Juan Young: “Los cultivos de células mediante la adición de una enzima llamada telomerasa están dando resultados interesantes ya que les permitieron a esos cultivos de células mantener una apariencia joven. Se cree que la acumulación de células senescentes viejas, que no se dividen es lo que genera un mal funcionamiento de muchos tejidos, y el hecho de haber alargado, o inclusive inmortalizado, la esperanza de vida de células, sin transformarlas en tumorales, indica que esto podría ser utilizado como terapia. Podrían obtenerse células de un tejido particular, transformarse con telomerasa y volver a ser implantadas, de forma tal de aumentar la vida funcional de ese tejido”.
Si bien este tratamiento puede resultar útil a la hora de recuperar un tejido dañado concreto, no implica necesariamente que se extienda el tiempo de vida como aseguran algunos futurólogos. En realidad, la cantidad de lesiones que el envejecimiento produce en el cuerpo humano probablemente obligaría al paciente ansioso de mantenerse joven, a vivir en un hospital para ser constantemente emparchado por los médicos. Así la longevidad no suena muy atractiva.
La otra opción es más de base y busca estimular la actividad de los genes que producen defensas contra las agresiones de los radicales libres. Por ejemplo, el doctor Michael Rose, investigador y profesor de la Universidad de California (EE.UU.) ha sugerido que uno de los genes que pueden resultar protagónicos a la hora de proteger al ADN de los riesgos de los radicales libres, es el que codifica para la enzima superóxido dismutasa, que es capaz de procesar los radicales libres hasta hacerlos inocuos.
Si bien éste es un paso que puede favorecer el desarrollo de terapias antienvejecimiento, según Juan Young: “El objetivo de las terapias génicas son las enfermedades, que pueden estar asociadas con el envejecimiento, pero no está dirigido a extender la esperanza de vida. Para desarrollar una terapia génica que retarde el proceso de envejecimiento en humanos se necesitaría conocer los genes involucrados en el control de la longevidad. Estos genes no se conocen, y en realidad ni siquiera se sabe si son localizables. En otros organismos levaduras, nematodes, la manipulación de un único gen dio como resultado un aumento significativo (hasta un 100 por ciento en nematodes) en la vida promedio, y la mutación de dos genes a la vez resultó en una vida promedio 5 veces más larga, pero estos aumentos involucran modificaciones en procesos de desarrollo inexistentes en los mamíferos”.
Las cosas tampoco le parecen tan simples a Esteban Hasson: “Es de un cientificismo un poco ingenuo creer que esto es suficiente para detener el envejecimiento. Son demasiados los factores que intervienen en él y además sus efectos no son necesariamente lineales y únicos. Por ejemplo, la capacidad de un gen o grupo de genes de actuar sobre varios procesos distintos, la llamada pleiotropía antagónica, es un problema de difícil solución. Está comprobado que los grupos de genes relacionados con el retraso del proceso de desarrollo también afectan negativamente la fecundidad, es decir que alargar la vida tiene un costo muy alto”. En su laboratorio de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, en Ciudad Universitaria, los experimentos han demostrado que las moscas de la fruta más longevas tienen una menor capacidad reproductiva. Es que al modificar un gen para lograr un objetivo se pueden producir efectos no deseados y probablemente se necesitaría de otra modificación genética para contrarrestarla y así sucesivamente. Es probable que el punto final del largo recorrido esté en el mismo punto de equilibrio que el comienzo. “Además esto puede resultar un desastre desde el punto de vista evolutivo”, continúa Hasson. “Si las moscas retrasan su desarrollo, entre otras cosas, tienen mayores posibilidades de ser víctimas de un predador antes de poder reproducirse.” Si bien los seres humanos no pasan por un estado larvario de indefensión, puede afectar evolutivamente a nuestra especie. “Por ejemplo, podríamos preguntarnos si un incremento en la edad promedio de las poblaciones humanas podría conducir a sociedades más conservadoras y por lo tanto a un estancamiento de nuestra evolución cultural por falta de renovación.”

Juventud divino tesoro
Los científicos avanzan buscando otro de los secretos de la vida, generando expectativas en mucha gente que no dudaría un segundo en aceptar vivir lozana unos 100 años más. Si a pesar de todas las dudas que al menos por ahora genera esta promesa, realmente algún día esto se lograra y llegara a tener una gran masividad, las formas de relaciones sociales cambiarían terriblemente. Las visitas del tataratatarabuelo se volverían comunes y el bisabuelo de 100 años sería un pichón en la flor de la edad. La educación, los tiempos reproductivos, las relaciones familiares, los espacios del planeta, todo debería readaptarse a la nueva escala. Una escala que desde la modesta perspectiva de hoy en día, en la que recién nacidos mueren por no tener comida, resulta al menos, atemorizante.


Cáncer y eterna juventud
Si las células mantuvieran eternamente la capacidad de reproducir copias siempre frescas, el cuerpo no envejecería. Pero, por desgracia y por suerte a la vez, la reproducción de las células de los distintos tejidos corporales tiene que ser muy controlada para evitar, por ejemplo, que el hígado crezca eternamente más allá de sus funciones, avanzando sobre otros tejidos. Esto sucede con todas las células del cuerpo humano excepto por un tipo especial que se muestran capaces de reproducirse eterna y descontroladamente sin problemas: las cancerosas. Mientras las células de la piel o de los glóbulos blancos deben reproducirse para mantener sus funciones, siempre lo hacen de manera controlada, sin meterse en el territorio de otras células. Por el contrario, las cancerosas avanzan sobre cualquier otra célula sin complejos ni medidas, llevando su desenfreno por reproducirse y vivir hasta producir la muerte misma. Por lo visto, la vida sin control también resulta peligrosa.

La progeria
El envejecimiento, según algunos, es una enfermedad. En tanto todos la sufren, escapa a esta categoría. Pero la progeria o enfermedad de Hutchinson-Gilford sí es realmente considerada la enfermedad del envejecimiento. Ataca a niños que suelen morir durante su adolescencia con un débil aspecto de ancianos. Esta enfermedad se debe a una mutación en un solo gen, lo que abre las esperanzas de aprender de ella para evitar el envejecimiento. Sin embargo, los enfermos de progeria muestran sóloalgunos de los síntomas del envejecimiento, como adelgazamiento de la piel, pérdida del cabello, problemas vasculares, etc., pero no todos. Por ejemplo, los pacientes no suelen desarrollar Alzheimer ni otras enfermedades neurológicas y permanecen conscientes de lo que les sucede hasta el final. Es decir, que la ilusión de que un solo gen puede producir y, por lo tanto, frenar el envejecimiento, no es más que una ilusión.

Mentiras centenarias
¡Noticia de último momento! En una olvidada localidad del Chaco llamada Aracalacana ha sido hallado un pequeño poblado con no más de 15 casas, en donde el más joven poblador refiere tener 135 años y el más anciano 157, y contando. Según los más que centenarios pobladores, el secreto de la juventud sería una estricta dieta a base de mate lavado y aceitunas rellenas. Por desgracia, la longevidad de los aracalacanenses todavía no ha podido ser verificada, ya que ninguno posee DNI y el Acta de Nacimientos del pueblo se ha perdido. Si bien esta historia es apócrifa, cada tanto se difunden noticias similares que aseguran que se ha encontrado alguna población perdida que dice conocer los secretos de la vida si no eterna, al menos tentadoramente extensa.
El biólogo Steven Austad, en su libro Por qué envejecemos (Ed. Paidós, 1999), se ha tomado el trabajo de falsar con paciencia y sano humor estos sospechosos descubrimientos. Luego de analizar los casos de regiones aisladas del Cáucaso, montañas tibetanas y andes ecuatorianos en donde los investigadores aseguran haber encontrado pobladores con edades que van más allá de lo creíble, Austad concluye que “sería un error dar por supuesto que estos ocasionales fraudes de alto vuelo definen episodios únicos de exageración de edad. Se da sistemáticamente en todo el mundo y aparece donde fuera que lo permiten las deficiencias de los registros”.