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Si es cierto que Dios existe, no creo que sea malo. Pero lo menos que se puede decir de él es que es un fracasado. Woody Allen

Biología: "asimetrías" en el origen de la vida hace tres mil ochocientos millones de años

Una vida
de izquierda

Por Ileana Lotersztain


Uno de los mayores rompecabezas de la ciencia es este asunto de cómo surgió y se desarrolló la vida sobre la Tierra. Desde hace varios siglos, una horda de científicos se devana los sesos tratando de resolver un misterio que tiene ya la friolera de 3800 millones de años. Y aunque las cosas no están del todo claras, con cada nuevo descubrimiento otra pieza encaja en su lugar. Esta vez es el turno de los aminoácidos, la materia prima que compone las proteínas. Estas moléculas pueden adoptar dos formas diferentes, pero en los seres vivos sólo una está presente. Por qué una versión triunfó sobre la otra ha sido siempre un enigma que al fin parece haberse resuelto. Aparentemente, la forma ganadora consiguió imponerse con una ayudita de la luz estelar que bañaba la Tierra cuando la vida se puso en marcha.


Un comienzo incierto
Los científicos no consiguen todavía ponerse de acuerdo acerca de cuál fue la sustancia que dio el puntapié inicial a la vida sobre la Tierra. Pero lo que ya no se discute es que en algún momento las moléculas de la vida primitiva manotearon los aminoácidos que flotaban a su alrededor y dieron forma a las primeras proteínas. A excepción de la glicina, los otros 19 ladrillos básicos con los que se construyen las proteínas vienen en dos versiones diferentes, conocidas como enantiómeros (opuestos, en griego) o isómeros D y L.
Los dos tipos son muy parecidos entre sí, tanto, que uno es la imagen del otro reflejada en un espejo. Ahora bien, esto no quiere decir que sean iguales. Si miramos nuestra mano derecha en un espejo, lucirá exactamente igual que su pareja izquierda, pero a la hora de ponernos un par de guantes podremos comprobar que aunque nuestras manos luzcan idénticas no son intercambiables. Con los enantiómeros pasa exactamente lo mismo. Pero para diferenciarlos no hay que calzarles unas manoplas, sino atravesarlos con un haz de luz polarizada. El isómero D desviará el rayo hacia la derecha, mientras que el L lo inclinará a la izquierda.
Este fenómeno no es exclusivo de los aminoácidos, es moneda corriente en el mundo de la química. Quien descubrió en 1848 la naturaleza dual de las biomoléculas no fue otro que el microbiólogo francés Louis Pasteur, el mismo que diseñaría 40 años más tarde la vacuna contra la rabia.


Las moléculas zurdas
Cuando los investigadores empezaron a estudiar las propiedades de las proteínas encontraron que todos los aminoácidos que las formaban eran únicamente de la forma L. Esto no les llamó para nada la atención, porque para que las cadenas proteicas puedan adoptar las complejas formas tridimensionales que las caracterizan tienen que estar hechas de uno u otro tipo de aminoácidos, pero nunca de ambos a la vez. Ahora, por qué L y no D era la pregunta del millón.
Hace algunos meses, James Hough, decano de la universidad inglesa de Hertfordshire, publicó un trabajo en la revista Science donde propone que la millonaria respuesta no viene de la Tierra sino del espacio exterior. Hough y sus colegas postulan que, cuando se formó el sistema solar, la Tierra recibió un baño de luz ultravioleta circularmente polarizada. Este tipo de radiación puede torcer las reacciones químicas y aumentar la producción de un enantiómero a expensas del otro. El grupo inglés tiene una importante evidencia que apoya su teoría. Con la ayuda de untelescopio último modelo, encontraron que en la constelación de Orión el 17 por ciento de la luz reflejada por las nubes de gases que forman las nuevas estrellas está polarizada en forma circular.


Jueguitos de laboratorio
La hipótesis de Hough es interesante, pero sólo permite justificar la existencia de un pequeño desbalance en la cantidad relativa de las dos clases de enantiómeros. Lo que no explica de ninguna manera es por qué la vida se inclinó totalmente hacia la izquierda y usó como materia prima sólo moléculas L. Kenso Soai, un investigador de la Universidad de Ciencia de Tokio, realizó un experimento que le sacó a James Hough las papas del fuego.
El japonés cuenta en la revista New Scientist que para sus experiencias usó una mezcla de compuestos que contenía un pequeño exceso de uno de los enantiómeros del aminoácido leucina. En este caldo de cultivo, las sustancias reaccionaron entre sí y se formó un nuevo compuesto, el pirimidil alcanol, que conservaba la misma proporción D/L que la leucina original. Lo más interesante es que esta última sustancia impulsó rápidamente la formación de más y más moléculas de su clase, con lo cual el pequeño desbalance se hizo tan grande que el enantiómero que se encontraba en menor proporción se tornó insignificante.
Los alcanoles no son compuestos biológicos, pero Soai está seguro de que su experimento reproduce en cierta manera algo que ocurrió en la Tierra hace miles de millones de años. Juntando las observaciones de Hough con los tubos de Soai, se puede hacer una reconstrucción tentativa de lo que pudo haber pasado en la Tierra primitiva. Los rayos de luz ultravioleta que inundaban el planeta crearon el desbalance inicial entre los enantiómeros, que favoreció a los aminoácidos de tipo L. Después se produjo la amplificación de estos compuestos. Y así, cuando las formas de vida primitiva echaron mano a los aminoácidos que iban a formar las primeras proteínas, por una simple cuestión numérica dieron primero con las moléculas zurdas.
Aunque la teoría de Hough es especulativa, nadie pone en duda que los seres vivos estamos formados por sustancias netamente de izquierda. Seguro que a Karl Marx le hubiera encantado saberlo.