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Cambios en el
sistema solar

Por Mariano Ribas

La clásica imagen del Sistema Solar ya no va más. Y ahora, el dibujo es bastante más complicado: ya no se trata de los nueve planetas ordenaditos a partir del Sol, el desprolijo cinturón de asteroides, unos cuantos cometas revoloteando de aquí para allá, y nada más. Ahora los astrónomos quieren barajar y dar de nuevo, para presentar un modelo mucho más acorde con lo que han venido descubriendo durante los últimos años. El principal disparador de esta pequeña revolución astronómica ha sido el hallazgo de decenas de objetos que deambulan más allá de Neptuno. Algunos comparten los dominios de este planeta gigante; otros están un poco más lejos, en la zona de Plutón. Y otros habitan regiones mucho más remotas, donde el Sol es apenas un brillante punto de luz perdido en la distancia. Toda esta nueva familia de cuerpos, que podrían ser millones, confirmaría algunas teorías nada nuevas, explicaría el origen de muchos cometas, y el de varios asteroides extravagantes. Pero además, y esto es probablemente lo más revolucionario de todo, todos ellos serían parientes de Plutón, y justificarían su extrañísima personalidad: muchos astrónomos opinan que su título de �planeta� ya no tiene sentido. Y que Plutón no es ni más ni menos que el líder de esta pandilla de objetos marginales. ¡Hola Plutón! A mediados de marzo de 1930, los diarios de todo el mundo anunciaron que la familia solar se había agrandado: Clyde Tombaugh, un joven astrónomo aficionado estadounidense, acababa de descubrir un astro que orbitaba al Sol más allá de Neptuno. Al poco tiempo, el flamante hallazgo de Tombaugh recibía el nombre del dios griego de la oscuridad infernal: Plutón (era lógico, porque al estar tan lejos del Sol, debía estar sumergido en una profunda penumbra). Así, Plutón entró a los libros de astronomía como el planeta número nueve. Claro, inmediatamente comenzó la cacería del ansiado décimo planeta. De entrada, los astrónomos sabían que la tarea no iba a ser fácil, porque si Plutón había dado bastante trabajo (desde el descubrimiento de Neptuno habían pasado mas de ochenta años), un planeta aún más lejano (y seguramente, más pálido) podía ser todo un desafío, aun para los mejores telescopios de la Tierra. Después de varias décadas de fracasos, la mayoría de los astrónomos comenzó a resignarse: Plutón parecía ser la última estación del Sistema Solar. Pero el tiempo traería unas cuantas sorpresas. Kuiper y su cinturón En 1951, y mientras los telescopios continuaban tratando de capturar un nuevo planeta, el norteamericano de origen holandés Gerard Kuiper se despachó con una curiosa teoría: más allá de Plutón, existiría un enorme disco de materia, formado por incontables objetos de roca y hielo, que rodearía al Sol y a los planetas. Kuiper no hablaba de planetas, sino de cosas mucho más chicas, de escombros que habían sobrado de la formación del Sistema Solar. En realidad, su teoría sólo trataba de explicar el enigmático origen de los cometas periódicos (que son aquellos cuyas órbitas no son tan grandes, tardando menos de 200 años en dar una vuelta alrededor del Sol, como el Halley). La cuestión es que desde entonces, los astrónomos comenzaron a especular con la existencia de un hipotético �Cinturón de Kuiper�, algo pasablemente parecido al ya conocido �Cinturón de asteroides�,que se ubica cómodamente entre las órbitas de Marte y Júpiter. La idea de Kuiper era razonable y gozaba de mucha aceptación en el ambiente de la astronomía de mediados de siglo. Sin embargo, el tiempo pasaba, y los integrantes de su supuesto y lejano cinturón no aparecían. Si esos objetos existían, debían estar más allá de Plutón. Por lo tanto, durante décadas, la búsqueda del Cinturón de Kuiper se solapó con la búsqueda del décimo planeta. Novedades sobre la marcha Los años siguientes transcurrieron sin novedades: el décimo planeta y los objetos de Kuiper continuaban siendo simples especulaciones. Pero en medio de la aburrida pesquisa, hubo algunas novedades bastante interesantes, al menos, para levantar el alicaído ánimo de los astrónomos planetarios. En 1977, Charles Kowall descubrió a Chirón, una verdadera extravagancia cósmica. Por empezar, este supuesto asteroide giraba alrededor del Sol entre las órbitas de Saturno y Urano. Y eso lo convertía en el asteroide más lejano conocido hasta entonces (todos los demás giraban entre Marte y Júpiter). Pero el dato más interesante llegó una década más tarde: Chirón mostraba cierta nubosidad a su alrededor, algo parecido a las colas de los cometas. En realidad, no era un asteroide, sino una especie de cometa gigante que, al no recibir suficiente calor del Sol (por estar tan lejos), no llegaba a desarrollar una cola como la gente. Chirón no era un planeta (medía unos 200 km de diámetro), ni tampoco un objeto del Cinturón de Kuiper, porque estaba dentro de la vecindad planetaria. Pero a pesar de eso, su hallazgo resultó sumamente significativo. Poco más tarde, los astrónomos tuvieron otra estimulante noticia, esta vez bastante más relacionada con las fronteras del Sistema Solar: en 1978, James Christy descubrió que Plutón tenía una luna. Y fue bautizada Caronte (el barquero de la mitología griega que transportaba a las sombras a través del río Estigio). Ya en la década del 80, una serie de cuidadosas observaciones permitieron medir el tamaño de ambos. Y el veredicto fue sorprendente: Plutón mide tan sólo 2300 km de diámetro, menos de la mitad de lo que se pensaba. Y Caronte, algo más de 1000 km. De entrada nomás, la relación entre el planeta y su satélite resultó asombrosa, porque todos los demás planetas del Sistema Solar son muchísimo más grandes que sus lunas. Pero el gran shock fue la pequeñez de Plutón. Y ese solo dato bastó para que algunos científicos comenzaran a revisar su status de planeta: al fin de cuentas, Plutón era mucho más chico que Mercurio, e incluso, que varios satélites, como nuestra propia Luna (cuyo diámetro es de 3476 km). En realidad, sus modestas dimensiones lo dejaban más cerca de los grandes asteroides, que de los planetas. A todo esto, el décimo planeta y los helados objetos de Kuiper seguían sin aparecer. Un ansiado descubrimiento Pero no por mucho, porque la década del 90 trajo grandes novedades. A fines de agosto de 1992, cuando algunos ya pensaban que el asunto no daba para más, los astrónomos David Jewitt y Jane Luu dieron el gran batacazo. Desde hacía varios años, Jewitt y Luu venían escudriñando el cielo con la idea de detectar, de una vez por todas, algo que estuviese más allá de Plutón. Y para eso, contaban con uno de los imponentes telescopios instalados en la cima del monte Mauna Kea, en Hawai. Su paciencia tuvo un premio: la noche del 30 de agosto, un pequeño punto de luz les quitó el aliento por unos segundos. Su movimiento era muy sutil, casi imperceptible. Y algo más lento que el de Plutón, lo que indicaba una mayor distancia. Dos días más tarde, el asunto se confirmó, y la noticia estalló: Jewitt y Luu habían descubierto un objeto un poco más allá de Plutón. Y bien: ¿se trataba del décimo planeta? No, no era para tanto: las mediciones de brillo y distancia indicaron que medía apenas unos 200 km de diámetro, muy poco para darle semejante etiqueta. A pesar de que Lewitt y Luu querían bautizarlo �Smiley�, hoy se lo conoce oficialmente como 1992 QB1. Evidentemente, este solo hallazgo no alcanzaba para darle el visto bueno a la teoría de Kuiper. Pero seis meses más tarde, el exitoso dúo volvió a dar en el blanco: encontraron un cuerpo similar a 1992 QB1, más o menos a la misma distancia del Sol, pero del otro lado. Ya eran dos. Y la lista continuó creciendo a medida que otros grupos de investigadores se sumaron a la búsqueda. De a poco, el Cinturón de Kuiper iba tomando forma. Plutón en la cuerda floja Cuando los habitantes del nuevo cinturón sumaban una veintena, los científicos comenzaron a notar algunas características comunes: todos ellos se ubicaban más allá de la órbita de Neptuno, incluso algunos, muy cerca de Plutón; parecían medir entre 100 y 300 km, y sus órbitas no estaban muy inclinadas con respecto de la de los planetas. Lo que comenzó a llamar fuertemente la atención era que el límite interior del Cinturón de Kuiper parecía ser Neptuno, y no Plutón. Por eso, se hablaba de �objetos transneptunianos�. En realidad, Plutón (que dicho sea de paso, tiene una órbita bastante excéntrica, que entre 1979 y este año lo llevó un poco por adentro de la de Neptuno) parecía estar metido en medio de la avenida de los objetos transneptunianos, como un intruso. ¿El noveno planeta era un intruso? Ante semejante panorama, el bichito de la duda comenzó a picar más fuerte que nunca en quienes dudaban de su status: ¿por qué no pensar, acaso, que el supuesto noveno planeta no era tal cosa, sino el más grande de los objetos transneptunianos? El debate El décimo planeta nunca apareció. Pero el Cinturón de Kuiper siguió sumando nuevos integrantes: en 1997 ya eran más de 40. Y algunos estaban mucho más lejos que Neptuno y Plutón: 1996 TL66 tiene una órbita que lolleva hasta una distancia de 120 unidades astronómicas del Sol, el triple de la distancia Sol-Neptuno (una unidad astronómica equivale a 150 millones de km, la distancia entre la Tierra y el Sol). A la vez, otros cuerpos similares a Chirón continuaron apareciendo en el interior del Sistema Solar, siempre fuera del cinturón de asteroides. Entonces, y teniendo en cuenta sus similitudes en tamaño y características orbitales, los astrónomos comenzaron a trazar una posible relación entre unos y otros. Mientras tanto, Plutón subió al banquillo de los acusados: para muchos astrónomos, su título de planeta ya no tenía sentido. Es muy chico, su órbita es rara, y desentona completamente con el resto de los planetas gigantes (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) que lo preceden en distancia a partir del Sol. No era una ninguna locura emparentarlo con la banda de Kuiper. Sin embargo, los defensores de Plutón también tenían �y tienen� buenos argumentos: es chico, es cierto, pero es mucho más grande que los demás objetos transneptunianos. Además, tiene una luna, lo que le da cierta categoría. Y por último, sus 2300 kilómetros de diámetro marcarían el límite mínimo de la categoría �planetas�. Pero en medio de todo esto, también se mezclan otras cuestiones no tan científicas, y que tienen más que ver con la tradición, el orgullo, e incluso, el romanticismo. No es fácil sacar a Plutón de la lista histórica de planetas. En realidad, es una movida bastante osada: son casi setenta años de tradición. Además, y como apuntan muchos astrónomos europeos, los que más defienden a Plutón son los norteamericanos: al fin de cuentas, no hay que olvidarse de que es el único planeta (o lo que sea) descubierto por un americano. Para el final, queda la opinión del gran Clyde Tombaugh, su descubridor. Pocos años antes de morir (en 1997), el inquieto ancianito de 90 años quiso participar en la polémica sobre su criatura. Y su respuesta fue conmovedoramente sencilla. Y muy bella: �Plutón se ve, se siente y se huele como un planeta... entonces, es un planeta�. Una nueva imagen La polémica sobre Plutón todavía continúa. Y no sería nada raro que de aquí a unos años, la Unión Astronómica Internacional, que por ahora mantiene en nueve la lista oficial de planetas, cambie de idea. Una de las propuestas alternativas es la de nombrar a Plutón como el objeto número 10.000 de la lista de cuerpos menores del Sistema Solar. Porque sea como fuere, se trata de un cuerpo bastante respetable, y merecería un número de catálogo bien redondo. Habrá que ver. La cuestión es que durante los últimos meses, han aparecido nuevos objetos transneptunianos. Y hace poco, uno de ellos ha batido todos los records de distancia para un miembro del Sistema Solar: se llama 1999 CF119, mediría unos 100 km de diámetro, y está a la friolera de 30 mil millones de km del Sol (casi doscientas veces la distancia Tierra-Sol, o cinco veces la distancia Sol-Plutón). Para completar su gigantesca órbita, 1999 CF119 tarda 1200 años. Así, y hasta ahora, este solitario objeto parece marcar el límite exterior del Cinturón de Kuiper. Es hora de hacer un balance. Es evidente que el Sistema Solar no tiene nada que ver con los prolijos e incompletos modelos de los manuales. Más bien, es una región complicada, con especies para todos los gustos. Hay una estrella central; hay planetas como la Tierra (pequeños, de roca y metal); hay otros gigantes y gaseosos (como Júpiter o Neptuno); hay montones de asteroides formando un ancho cinturón; y hay cometas que van de aquí para allá. Pero también, hay objetos mezcla de cometas y asteroides, como Chirón, que se cruzan entre los planetas más lejanos. Y otros, tal vez millones, de naturaleza todavía incierta (aunque probablemente sean muy parecidos a los cometas), que se ubican en forma más ordenada a partir de Neptuno, formando el Cinturón de Kuiper. Y está el pobre Plutón, con el que nadie sabe bien qué hacer. Todo esta historia podría terminar con una fenomenal paradoja científica: después de décadas y décadas, la búsqueda del décimo planeta trajo de todo, menos al décimo planeta. Incluso, y a la luz del nuevo escenario, la lista de planetas podría bajar de nueve a ocho. Quién lo hubiera dicho. Mientras la astronomía ya se está asomando a los bordes mismos del universo, aquí, a una escala mucho más modesta, nuestro querido barrio planetario sigue dándonos sorpresas.