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Demografía: ¿cuánta gente cabe en la Tierra?
Somos seis mil millones

Por Juan Pablo Bermúdez

El mundo, dicen, está superpoblado. Como un sino inequívoco de que el fin del milenio trae consigo predicciones ominosas, el 12 de octubre, dos meses y monedas antes del 2000, la humanidad llegará a los 6000 millones de habitantes; cantidad suficiente para agregar un problema más a los ya suscitados por la inminente inserción del futuro en el presente.
La designación oficial del día surgió de las Naciones Unidas, entidad cuyos cálculos estadísticos -.publicados en el documento “Población mundial, estimaciones y proyecciones”– arrojaron la conclusión contradiciendo al reloj demográfico mundial de la Oficina del Censo de los Estados Unidos, según el cual la cifra habría sido alcanzada a las 20 horas, 24 minutos y 2 segundos del 19 de julio. Sin embargo, ni bien se dio a conocer el comunicado de la ONU, los directivos del instituto censal norteamericano aclararon que los números exhibidos en el reloj no deben ser entendidos como que se conoce la población del mundo hasta la última persona y prometieron revisar sus cálculos para aproximarlos más a los oficiales de la ONU.
Primer problema, entonces: la fecha, por supuesto, es arbitraria. Es muy probable que en el planeta ya existan más de 6000 millones de seres humanos, nacimientos más, muertes menos. De todos modos, la rigurosidad del calendario no resulta de gran utilidad, en tanto el análisis no se modifica de acuerdo con una fecha.
¿Cuál problema, cuál solución?
El tema es demasiado complejo como para acotarlo en cantidades. La tendencia es verlo desde el costado previsible: si siguen naciendo seres humanos, el planeta no resiste. Pero la pregunta en este caso es: ¿no resiste qué? Algunos hablarán de Apocalipsis; otros dirán que en realidad no es para tanto, porque de alguna u otra manera la Tierra se las ingenia para soportar cualquier cosa. No hay respuestas concretas y –lo que puede ser peor– no hay soluciones inmediatas a la vista, porque ni siquiera se sabe bien cuál es el verdadero problema.
De todos modos se puede dar una dimensión real de la cuestión: independientemente del momento exacto en que se llegó o se llegará a esa cantidad: según cálculos de los especialistas más confiables, nacen cerca de 30 personas cada diez segundos.
Dicho de otro modo: en el tiempo transcurrido desde el inicio de la lectura de esta nota hasta esta frase, nacieron 100 seres humanos más (más o menos). Y la cifra sigue en aumento, aun cuando la tasa de crecimiento anual de la población mundial cayó en los últimos 35 años del 2 al 1,4 por ciento anual Cuántos se puede o cuántos se quiere
La casi imposibilidad de establecer relaciones de causa-efecto provocó que en los últimos años se empezaran a abrir otros frentes de discusión para abordar la cuestión. Y entonces surgieron nuevos puntos de vista desde los cuales mirar cómo y por qué el mundo (y si), tal como está, va camino al supuesto límite de su capacidad para albergar personas. El problema, en este caso puntual, es que hasta ahora se han hecho más de seiscientas estimaciones (que van desde los 10.000 hasta los 100.000 millones de habitantes) para tratar de dilucidar el enigma y ninguna parece ofrecer, siquiera con aproximación, una respuesta confiable, por lo cual suponen que la cifra tope se conocerá cuando ya haya sido sobrepasada. La estimación de límites, por otro lado, no es prueba fehaciente de que esos límites realmente existan.
¿Cuántos caben?
Aquí, entonces, la pregunta del millón: ¿cuánta gente puede soportar la Tierra? El primer temor de los muchos que alberga el interrogante tiene que ver con la cuestión alimenticia. ¿Tiene el planeta suficientes recursos naturales como para proveer de comida a quienes en él habitan? Los cálculos estadísticos indican que sí, y además no se debe dejar de lado que, en la medida que se sigan produciendo nuevos descubrimientos .en Japón se empezó a vender carne de vaca clonada.-, los recursos se potenciarán. Sin embargo, esto se da en una humanidad que se ha tornado paradójica: mientras se producen cosechas record, un 20 por ciento de la población sufre desnutrición crónica y otro 24 por ciento no consume el mínimo necesario de calorías diarias. Por otro lado, también hay gente sobrealimentada.
Surge aquí, entonces, un elemento contundente: la distribución; la evidencia de que las cosas no son como parecen. “No se trata de un problema de producción sino de distribución -.sostiene el sociólogo T. Reid en su ensayo “Para alimentar el planeta”–. El abastecimiento local de alimento normalmente tiene poco que ver con las condiciones naturales. Algunas de las personas mejor alimentadas viven en países -.Japón, por ejemplo-. que no cuentan con suficiente tierra para cultivar su propio alimento. Por el contrario, algunas personas que viven en verdes praderas, bañadas por lluvias regulares, sufren hambre. La principal razón de la disparidad entre tener y no tener es política”.
Vacas crudas o cocidas
Los hábitos culturales tampoco quedan afuera. Aunque parezcan poco relevantes, en muchos casos condicionan fuertemente la disponibilidad de recursos. Un ejemplo concreto: una dieta basada en la carne provoca un ineficaz uso de los recursos. Para que un cerdo -.animal base de la alimentación norteamericana-. alcance los 110 kilos, el peso que debe tener antes de ser comida, debe consumir 45 kilos de soja y 275 kilos de maíz. Una vez convertido en jamón y otros menúes, el cerdo de marras le proporcionará a un ser humano las 2200 calorías diarias recomendadas por las Naciones Unidas durante 49 días. Pero, si el mismo humano eligiese alimentarse con la dieta suministrada al cerdo (la soja y el maíz), tendría las calorías necesarias por poco más de 500 días. Segundo problema: ¿aceptarían las personas un mundo conformado por humanos y trigo?
El canadiense Joel Cohen, jefe del laboratorio de Población de la Universidad Rockefeller, propone en este sentido una nueva perspectiva. En su libro How many people can the earth support? (¿Cuánta gente puede soportar la Tierra?), sugiere cambiar el interrogante: ¿con cuántos habitantes queremos el mundo? De alguna forma, lo que propone es que cada uno mire dentro suyo para saber qué hace para modificar una situación que no es peligrosa en sí misma pero que al menos encendió la alarma. “Lacultura es decisiva en la comida -.explica–: donde un hindú ve una vaca sagrada, un norteamericano ve una hamburguesa. Si sólo la “comestibilidad” fuera determinante para producir alimentos, las cucarachas podrían tener una gran demanda.
“Usualmente se establece un cálculo estadístico: cuánto es el máximo posible de producción, por país, dividido por la cantidad de habitantes y cuánto es el mínimo necesario de calorías por habitante. De acuerdo con ese número se obtendría entonces el máximo posible de personas que la tierra podría soportar. Pero el máximo de producción de comida no depende sólo del medio ambiente, suelo, lluvias, tierra y rapidez del crecimiento, sino también de elecciones, individuales y colectivas. Qué se entiende por comestible, cuál planta es para cultivo y cuál para alimento, qué créditos se otorgan para la producción, qué y cuánta educación, infraestructura y transportes y qué políticas internacionales que definan la importancia de las importaciones y las exportaciones”.
China, la tierra y el mercado
Otro de los miedos futuristas que emergen es el del espacio, la disponibilidad de tierra habitable; otro item en el cual, si bien de manera diferente, la distribución -.en este caso de humanos sobre la superficie terrestre– juega un papel importante. Basta un dato para clarificarlo: si hoy la población entera de la humanidad se mudase al estado de Texas, en Estados Unidos, cada uno dispondría de alrededor de 110 metros cuadrados para establecerse. Es decir, espacio hay.
Muchos otros ejemplos sirven en este punto, pero acaso el más elocuente sea el de China, país cuya población representa casi un cuarto del total mundial, y cuya progresión en el aumento de la tasa de crecimiento anual crece en igual proporción a la del planeta entero. Todavía hoy se recuerda cuando el líder comunista Mao Tsé Tung dijo una frase, mezcla de advertencia e ironía: “Tengan cuidado, que si los 700 millones de chinos nos ponemos de acuerdo y damos una patada en el suelo al mismo tiempo, el resto del mundo podría pasarla mal”. La cantidad mencionada responde a la época: fue en la década de 1950. Casi cincuenta años después, los chinos son 1200 millones, y el número resulta de vital importancia en tanto para el mercado esto significa manejarse dentro de un espectro de consumo muy alto. En un criadero de pollos de Songjiang, una de las ciudades más industrializadas, se venden un millón de aves por semana.
¿Muchos, pocos, cuántos?
Tercer problema: ¿es o no conveniente para un país contar con una población numerosa?
China es, justamente, un buen ejemplo de la contradicción que podría encerrar en sí misma la idea de que cuanta más gente, peores condiciones. Durante el llamado “Gran Salto Adelante” de Mao Tsé Tung a fines de los 50, el país se encontraba al borde del caos alimenticio; las hambrunas producidas durante las décadas anteriores habían matado decenas de millones de personas y muchas más consumían menos del mínimo necesario. Actualmente, China está en equilibrio alimenticio, mientras -.a pesar de las fuertes políticas de control de natalidad-. tiene uno de los índices más altos de crecimiento anual.
Los números siempre son útiles para tener una idea: una de cada cuatro personas vive en China. Por eso se recuerda también una anécdota ocurrida el año pasado con un diplomático chino de viaje por Uruguay. Cuando lo llevaron a pasar un fin de semana a un campo en la localidad de Carmelo, el funcionario se largó a llorar ni bien la camioneta cruzó el portón de la estancia. Cuando se acercaron a ver qué le pasaba, sólo contestó: “Es que es la primera vez en mi vida que tengo la oportunidad de estar en un lugar donde no veo a otra persona a menos de tres metros de distancia”.
Hacinamiento
Ese es el otro lado: el hacinamiento de las grandes ciudades, algo que muchos estudiosos entienden como una consecuencia de los cambios en las relaciones laborales. El hindú Amartya Sen sostiene, en su ensayo “Population: Delusion and reality”, que, entre otros aspectos, la migración interna de los países es una paradoja, en tanto el campo sigue siendo el principal productor de alimentos, con lo cual allí es donde debería haber mayores recursos y empleos, siempre y cuando haya políticas que lo fomenten. Sin embargo, la falta de incentivos para la producción y los cada vez más numerosos inconvenientes económicos para los productores provocan movimientos masivos hacia las grandes urbes, donde ni siquiera hay trabajo para todos. Según un estudio de las Naciones Unidas, en 1994 había 40 ciudades en todo el mundo con más de 10 millones de habitantes; de ellas, sólo 4 en países ricos (o del Primer Mundo): Tokio, Nueva York, Los Angeles y Osaka. Las restantes –exceptuando a Beijing, Pekín y Shanghai, que como toda China se jactan de poder autoabastecerse-. pertenecen a países “en desarrollo”, incluido Argentina (Buenos Aires figura en el documento). Las ciudades tercermundistas con mayores índices de crecimiento son la referencia obligada de quienes ven el aumento poblacional como una causa segura de mayor pobreza, desempleo y escasez de recursos.
El control de la natalidad
En 1803, el economista y clérigo inglés Thomas Malthus presentó su célebre “Ensayo sobre el principio de la población”, en el cual sostenía que la población crece en forma geométrica mientras que los medios de subsistencia lo hacen en progresión aritmética y esto, remarcaba, imposibilitaba de manera definitiva mejorar la calidad de vida; de hecho la empeoraría. La solución, decía, constaba de dos elementos fundamentales: lo que él llamaba los “factores de regulación natural” -solapadamente, casi una apología del genocidio y las epidemias– y el control de la natalidad. Pero Malthus, probablemente por falta de imaginación, no previó los avances tecnológicos. Hoy, el nivel de producción de alimentos crece más rápido que la población.
Desde el presente Malthus bien podría ser visto como alguien que entendió desde temprano cómo era eso de las políticas internacionales, pero también como un exponente sofisticado e intelectualizado de la doctrina del neoliberalismo. Sin embargo, cuando publicó su libro, el mundo no llegaba aun a los mil millones de habitantes. Recién alcanzó esa cantidad en 1830, cuatro años antes de la muerte del economista. Casi dos siglos después, el malthusianismo sigue dando que hablar en cuanto a crear planes para controlar los niveles de natalidad, sobre todo en los países del Tercer Mundo, donde también tiene fervientes admiradores en algunas esferas de poder: sin ir muy lejos, al principio del gobierno menemista, el entonces ministro de la Corte Suprema de Justicia, Rodolfo Barra, le confesó a un colega que no había por qué hacerse demasiado problema por los reclamos de los jubilados. “La solución es biológica”, dijo. El obstáculo a esta tendencia está en los avances científicos que elevaron progresivamente la expectativa de vida en los dos últimos siglos.
La tasa baja; la cantidad sube
El progreso colisiona con el neomalthusianismo. En la gran mayoría de los países del Primer Mundo existen políticas profundas de control de la natalidad, merced a las cuales se redujeron notablemente los índices porcentuales de crecimiento demográfico, pero el número de personas continúa en aumento. El último informe del Fondo de Población de las Naciones Unidas lo pone en cifras: en 1960, durante la llamada “explosióndemográfica”, el total de humanos sobre la Tierra era 3000 millones y se sumaban 60 millones por año; la tasa de crecimiento anual era del 2 por ciento. En 1999, al borde de los 6000 millones, esa tasa disminuyó al 1,4 por ciento, pero la cantidad de nacidos por año aumentó a 80 millones. Cuarto problema: a esta altura, el control de la natalidad no llega a ser, por sí solo, garantía de disminución, mientras se mantenga por arriba de la tasa de reemplazo. Mientras la cantidad siga aumentando, la reducción de la tasa de crecimiento no alcanza. Para llegar a los primeros mil millones la tierra se tomó 1830 años. Para llegar a los últimos mil millones apenas se tomó 20.
Brechas
En el otro costado se encuentra la brecha entre el discurso y la práctica. En abril de este año, en una asamblea extraordinaria de la ONU para tratar el asunto de la población, el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, se quejó por el incumplimiento de las pautas acordadas en la Conferencia sobre Población y Desarrollo realizada en El Cairo, en 1994. En aquel momento, 179 países se comprometieron a establecer políticas para controlar el crecimiento demográfico mediante la planificación familiar y la educación sexual. Para ello, se preveía dedicar 17 mil millones de dólares por año hasta el 2000; fondo calculado de la recaudación del dinero aportado por esos mismos países. Pero, a pesar de los acuerdos y de los discursos grandilocuentes y efectistas, hasta la fecha es muy poco lo que se ha hecho. Y por supuesto, del dinero ni noticias.
Soluciones imprevisibles
“El futuro de la población humana, como el futuro de sus economías, medio ambiente, cultura, es impredecible”, dice Joel Cohen. “Los valores, las elecciones, son fundamentales. Los padres deben determinar cuántos hijos quieren criar y en eso va una elección de calidad de vida: si tener dos y darles todo o tener ocho y darles un poco a cada uno; los cambios culturales, cuánta gente decide vestir algodón y cuánta polyester, cuántos quieren parques y cuántos parkings, cuántos trabajarán fuera de casa y cuántos adentro, cuántos quieren un Jaguar (en referencia al modelo de automóvil) y cuántos, un jaguar en un bosque. Y hay unas cuantas preguntas como ésas. Las preguntas son infinitas.
Muchos interrogantes sin responderz
El punto más arduo es que la gran mayoría de estas elecciones están íntimamente relacionadas con el mercado y la lógica económica que rigen, en muchos aspectos, los avatares de la sociedad humana. Y es aquí en donde muchos estudiosos coinciden al señalar que el análisis de la problemática debe abordarse aceptando la premisa de que el mundo se divide en dos: el rico y el pobre. Algunos economistas sostienen que el declive de los precios es síntoma de mejora de la calidad de vida en general. Por supuesto se basan en las estadísticas: estableciendo un promedio global, el precio de la canasta familiar descendió de 159 dólares en 1975 a 86 en 1992. Los sociólogos y demógrafos dicen lo contrario. El principal argumento que utilizan contra los economistas es la distribución de bienes. “¿Cómo se puede pensar en solucionar los inconvenientes del presunto exceso de población si los recursos económicos son más que suficientes para todos, pero están en manos de muy pocos?”.
Por supuesto, también existe la otra campana. “Parecería que nadie quiere ver cuál es el impacto económico de los cambios”, dice el demógrafo Alvin Rosbaud en su artículo “The future, the people and the earth”. “Será porque tampoco quieren pensar en una solución, ni siquiera cuando esasolución bien podría ser malthusiana”. Casi una declaración de principios frente a lo que muchos consideran el Apocalipsis.
Sur, explosión y después
Más allá de explosiones demográficas, puede que estas elecciones mencionadas por Cohen, con sus correspondientes circunstancias y con el correr del tiempo, permitan establecer al menos con algo de aproximación cuánto y cómo puede el planeta soportar la cantidad de personas que seguirán naciendo en el futuro. Las proyecciones de la ONU estiman que para el 2050, es decir dentro de apenas 50 años, el número actual de habitantes hasta podría duplicarse y llegar a los 12.000 millones.
De todos modos, esto será siempre y cuando, aunque no son las ideales, las condiciones actuales se sostengan. El verdadero peligro, tal vez, sea otro: hasta cuándo es sostenible políticamente esta situación. Después de todo, la extrema pobreza es económicamente invisible y el Tercer Mundo no es bien visto en este y en otros sentidos. De recorrida por Africa, un observador norteamericano de la ONU tuvo un lapsus de impiedosa sinceridad mientras recorría una aldea numerosa, llena de mujeres y niños desnutridos. “Es que el mundo se va a ir al diablo -.dijo con el rostro duro-. si esa gente no deja de reproducirse”.