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Astronomía: Un Planeta extrasolar fue observado en forma directa

¿Planeta a la vista?

Por Mariano Ribas

Piedra libre para el planeta de la estrella HD 209458! Si, como canto de la escondida suena un poco rebuscado, casi aparatoso, pero lo cierto es que hay un buen motivo para pegar el grito: parece que, por fin, los astrónomos tienen a mano sólidas evidencias sobre la existencia de un planeta extrasolar (uno que gira alrededor de otra estrella). Y esta vez no se trata de los movimientos sospechosos de tal o cual estrella, pistas indirectas que hasta ahora sugieren la existencia de una treintena de hipotéticos objetos orbitando a otros soles. Esta vez, da toda la impresión de que el posible nuevo planeta realmente existe, y que se las arregla muy bien para no pasar inadvertido. Mientras que la comunidad astronómica todavía no se recupera del fiasco de la nave Mars Polar Lander, esta novedad trae un poco de aire fresco. Y al mismo tiempo, sirve para reforzar una hipótesis muy de moda en los últimos años: es muy probable que los planetas sean moneda corriente en el universo, y no tan sólo una extravagante exquisitez apenas reservada al Sol.
¿Otros soles, otros planetas?
Los planetas extrasolares son toda una novedad para la astronomía moderna: basta con decir que hasta hace apenas cuatro años, nadie había observado uno, y la palabra planeta sólo parecía calzarle a un puñado de entrañables objetos vecinos. Sin embargo, y desde hace muchísimo tiempo, los astrónomos venían olfateando su presencia: si el Sol estaba acompañado por un fiel séquito de planetas, y era una estrella del montón, por qué no pensar que todas, o buena parte de las demás estrellas, también tendrían sus familias planetarias. La idea era razonable, pero había que demostrarla. Y bien, en octubre de 1995, los astrónomos suizos Michel Mayor y Didier Queloz se robaron todas las cámaras cuando anunciaron lo que muchos esperaban: al parecer, habían descubierto un enorme planeta girando alrededor de la estrella 51 Pegasi, a 40 años luz de la Tierra. Y lo bautizaron 51 Pegasi B. Lo curioso es que Mayor y Queloz nunca vieron al supuesto planeta: en realidad, sólo infirieron su presencia a partir del ligerísimo bamboleo que mostraba la estrella. Y lo mismo ha venido ocurriendo desde entonces con los casi treinta planetas extrasolares supuestamente capturados por las redes de los astrónomos: todos ellos han sido detectados gracias a los aparentes efectos gravitacionales .absolutamente ínfimos– que ejercen sobre sus soles. Y a pesar de lo refinado de las técnicas de detección, ninguno de ellos ha sido observado ni fotografiado directamente. Para estar un poco más seguros hacía falta algo más, una prueba más sustanciosa, más palpable. Tardó, se hizo rogar, pero esa ansiada prueba finalmente llegó.
La pista de los eclipses
Imaginemos que un habitante de una estrella cercana quisiera encontrar planetas girando alrededor del Sol. Evidentemente le sería muy difícil, porque desde la distancia, el brillo del Sol taparía completamente la débil luz reflejada por la Tierra, Marte o cualquiera de nuestros vecinos. Es más o menos lo mismo que ocurriría si colocásemos una pequeña linternita cerca de un enorme reflector: ¿quién podría distinguir su pobre luz desde lejos?. Por eso, y hasta nuevo aviso, los astrónomos no tienenotra que recurrir a métodos de búsqueda indirectos. Ahora bien: ¿qué pasaría si, desde nuestro punto de observación, uno de estos mundos esquivos pasara delante de su estrella?. En ese caso, el hipotético planeta la taparía un poquito, dando lugar a un especie de eclipse. Y ese pequeño bloqueo produciría una pequeña disminución en el brillo total de la estrella (siempre desde nuestro punto de vista), una variación que podríamos observar y medir perfectamente (con los instrumentos adecuados, claro). Suena fácil, pero para que todo eso funcione haría falta que el plano orbital del planeta coincida más o menos con nuestra línea visual, sólo de esa forma el planeta se interpondría entre nosotros y su estrella, y sólo de esa forma veríamos el mini-eclipse.
El caso de HD 209458
A principios de noviembre, los astrónomos norteamericanos Geoffrey Marcy y Paul Buttler notaron que algo raro pasaba con lo ignota estrella HD 209458, ubicada a 153 años luz de la Tierra (hace falta aclarar que Marcy y Buttler son dos expertos cazadores de planetas extrasolares: junto a sus colaboradores, este dúo habría encontrado nada menos que 20 de los 28 descubiertos hasta la fecha, una buena marca, sin dudas). Cada tanto, y de modo bastante regular, HD 209458 mostraba sutiles bamboleos, temblores apenas perceptibles para los ultrasofisticados instrumentos del eficaz equipo. Poco más tarde, y después de algunos cálculos de rutina, Marcy y Buttler se dieron cuenta de que, nuevamente, estaban frente a frente con un posible planeta extrasolar. E inmediatamente le pasaron los datos a su colega, Greg Henry, un astrónomo de la Universidad de Tennessee: aparentemente, la estrella estaba acompañada por un objeto bastante más grande que Júpiter, aunque algo menos masivo, que daba una vuelta a su alrededor cada 3 días y medio. Y como ya lo había hecho muchas otras veces, sin éxito, Henry decidió probar suerte: tal vez, el plano orbital de este supuesto planeta si quedaba de perfil visto desde la Tierra. Entonces, un par de días más tarde, apuntó uno de sus telescopios hacia la estrella. Y de pronto, una sonrisa le cambió la cara.
Parece que si...
Y no era para menos. Según las estimaciones de Marcy y Buttler, el período orbital del planeta fantasma era de 3 días y medio. Por lo tanto, si el objeto efectivamente existía, y si además su plano orbital estaba convenientemente orientado hacia la Tierra, cada tres días y medio debería desfilar delante de la estrella, tapándola ligeramente (el planeta podía ser enorme, pero una estrella es algo mucho mayor aún). Y eso es exactamente lo que vio Henry: en cierto momento, y durante un par de horas, el brillo de HD 209458 cayó un 1,7%. No era mucho, pero era más que suficiente como para apreciarlo. Además, era lo que se esperaba. Todo parecía cerrar: la evidencia indirecta había aportado un dato que luego fue confirmado por una observación bien directa. “El fenómeno ocurrió exactamente en el momento predicho por las observaciones de Marcy –dice Henry– y eso confirma absolutamente la presencia de un compañero”. De todos modos, no se podía descartar una coincidencia. O incluso, hasta era posible que la estrella variara regularmente de brillo (tal como lo hacen las conocidas “variables”). Pero para despejar las dudas, Henry probó una y otra vez a lo largo de noviembre, siempre teniendo en cuenta el período orbital derivado de los cálculos de Marcy y Buttler. Y una y otra vez los mini-eclipses se produjeron en el momento indicado. Más aún: otro equipo de astrónomos encabezado por David Charbonneau (del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian) obtuvo resultados casi idénticos, lo cual es sumamente sugerente. Al menos para Marcy: “es la primera confirmaciónindependiente de un planeta que ya había sido descubierto mediante los cambios en la velocidad radial de su estrella, y demuestra que nuestras evidencias indirectas de planetas sí se deben a planetas”.
Tal vez lo de Marcy suene demasiado categórico, pero hay que convenir en que algo hay: de otro modo, se trataría de una coincidencia realmente increíble. Así que, por ahora, el planeta fantasma de HD 209458 parece haberse ganado el derecho a la existencia. Y hasta podría convertirse en un personaje emblemático en esta fascinante historia de la búsqueda de mundos lejanos.