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¡Tiene novia!
¡Tiene novia!

Tiffany, la novia del muñeco asesino, es una mezcla de femme fatal punk y la Susanita de Quino, pero es malísima. En Chucky lV junto a su gran amor maldito fuman porro, hacen gala de un humor negrísimo y
tienen sexo sin profilácticos porque total son “todos de goma”. El “no” de los padres ante la película es
totalmente inútil.

Por Andi Nachon


Este verano Chucky, el muñeco maldito, tuvo un golpe de suerte, y esa suerte no es ni más ni menos que una chica. Así, la cuarta parte de la saga ha copado el verano porteño sin pedir permiso y, pese a que la película es prohibida para menores de dieciséis años, los niños se cuelgan de sus padres para que los acompañen al cine. En la pantalla lucen sus encantos los dos seres de medio metro de altura que ahora miran a la cámara con fijeza y de ellos nada bueno se puede esperar aunque en más de una ocasión nos dejemos engañar y deseemos que saquen su mortal cuchillito y luchen por su vida.
Chucky IV narra las andanzas del muñeco maldito nacido hace diez años junto a su impactante novia, una cruza perfecta de femme fatal punk y Susanita. En el cine, la concurrencia no puede dejar de alarmarse, reír a carcajadas y, por momentos, retorcerse incómoda en sus asientos. Así son las películas de terror de los noventa: miedo, humor negro, algo de romance y el espíritu de una road movie. “Una fusión cool”, en palabras de Don Mancini, su guionista y progenitor. Un híbrido muy cercano a esta Tiffany de juguete que luce traje de novia, medias de red y borcegos sumados a una infaltable campera de cuero para no permitirnos olvidar que ella es, después de todo, una chica mala o, mejor dicho, una muñeca muy mala.

Una pasión
El terror, como la música romántica, sólo permite aliados incondicionales o enemigos acérrimos. Tal vez por eso a poca gente le es indiferente el género: básicamente uno ve o no ve películas de terror, sin posiciones intermedias. Para los amantes del género, Chucky IV resultará una delicia. Les ofrece en igual proporción ese vértigo que añoran encontrar en un film de terror, un vértigo que deja su huella indeleble en la adolescencia y que no nos abandona ya más, y al mismo tiempo les permite reírse de esa misma pasión. Porque la película rinde tributo a clásicos como Martes 13 o Pesadilla sin pertenecer del todo al mismo estilo, está más allá de las convenciones del género. Los muñecos malditos dejan bien en claro que siempre que pueden matan, sin demasiado suspenso, y en esta película hay pocos buenos que merezcan salvarse. Como define Marcelo Birmajer, un escritor con una interesante trayectoria en la literatura juvenil: “El suspenso reproduce la situación del hombre frente al universo, las incertidumbres y las incógnitas que los hombres sentimos. Pero el autor te da un final, es más piadoso que Dios porque te da una respuesta. El horror es mucho más alocado y dionisíaco, probablemente este género se centre más en el efecto que en el argumento”.
Mucha de esa locura a la que se refiere Birmajer está presente en la trama de Chucky IV. Tiffany, la ex amante del asesino serial cuyo espíritu quedó atrapado en un muñeco, rescata lo que queda del juguete y lo revive gracias a un rito vudú. El reencuentro entre estos ex tras diez años de separación no resulta color de rosa como ella esperaba y no parece necesario aclarar que él se las ingenia para que ella termine siendo también una bellísima muñequita. En algún momento de la película, intentando aclarar su historia, el muñeco hace gala de su humor al afirmar: “Se necesitaría una saga de por lo menos cuatro episodios para contártela toda”.
El resto es, obviamente, una carrera desenfrenada para lograr recuperar cuerpos humanos un poco más eficientes que el plástico que envuelve a estos dos peligrosísimos psicokillers. Todo esto, a pesar de que en el fondo Tiffany es la clase de chica que sólo anhela cocinarle albóndigas a su amado. Así transcurre Chucky IV y de más está aclarar que hay mucha violencia e inventiva a la hora de exhibirla; sexo, incluso entre muñecos; y hasta algo de drogas. Porque Hollywood tiene muy claro que los malvados lo son hasta el tuétano, de manera que estos muñequitos no sólo se dedican a destruir con placer a cualquier humano que se interponga en su camino sino que además fuman porro, hacen gala de un humor negrísimo y tienen sexo sin profilácticos porque total son “todos de goma” según el propio Chucky. Un listado de lo políticamente incorrecto y excitante que probablemente sea uno de los señuelos más atractivos del film: Chucky ataca al sistema salvajemente, mata a un montón de gente muy desagradable, se enfrenta a la autoridad y obviamente pierde. Aunque como él mismo dice, siempre vuelve.

Exitos de taquilla
Posiblemente, el problema frente a este tipo de productos surge cuando una niñita ansiosa de siete años nos exige ver Chucky porque su vecina ya fue y su amigo de la colonia también y ella es la única pobre en la faz de la Tierra que aún no la ha visto. Un jueves a las tres de la tarde en uno de los cines que proyectan la película se puede ver a una madre que se acomoda ya en las propagandas para una siesta mientras su hija y tres amigas se toman de las butacas y esperan ansiosas el comienzo. Siete filas más adelante, y a apenas un par de metros de la pantalla gigante, seis preadolescentes se empujan, golpean y tironean, entre risas y alaridos. Claramente, también ellos están allí esperando ansiosos ese rito que está por comenzar. “Uno no puede pensar que es todo violencia porque si no entrás en la ideología. Y entonces terminás diciendo esta película es ideológicamente mala. Hay algo que funciona ahí como un operador, yo lo pensaría así. Y hace una catalización con los chicos porque algún elemento ahí funciona distinto. Y eso los engancha”, explica Eva Tabakian, psicoanalista que trabaja con niños y adolescentes. Porque el primer impulso ante este cocktail indiscriminado es el “no” y sin embargo ese no de los padres tiene muy poca fuerza frente a la seducción que el género ejerce entre los chicos y los preadolescentes.
Marcelo Birmajer, que ahora está preparando una colección para Norma Editorial llamada Noticias Extrañas, repensando acerca de la atracción que el terror ejerce, afirma: “Obviamente esa atracción está relacionada con el miedo, sentimos esa atracción por lo mismo que sentimos miedo. Y no sé por qué sentimos miedo”, dice riendo para luego aclarar: “Creo que en el terror hay mucho misterio y ficción, y que es como género absolutamente diferente a la literatura didáctica. Y eso lo hace más divertido”.
Diversión, y al mismo tiempo un espacio donde liberar el exceso, explica Eva: “Está el deseo de la polenta, de la fuerza, de la posibilidad de sacar afuera la parte jorobada. Porque está por una parte el ‘ay, qué bueno el zorro, qué lindo el caballero’ pero también está lo otro. Y eso otro lo quieren poner en algún lado”. Es indudable que la parejita Chucky ofrece mucho de esto: son desaforados y al mismo tiempo seductores, son malísimos pero no dejan de ser muñecos, del tamaño de niños.
Ante este tipo de películas, Eva aclara: “Es fundamental respetárselos, porque uno tiene la tendencia a decir ‘qué desastre, los atrae la violencia’. Pero justamente porque uno hace toda esa lectura no puede respetarles que ese es un momento donde ellos pueden sacar afuera lo que tienen. Les permite trabajar ahí sus miedos y su angustia”. Trabajar la angustia tiene entonces que ver con trabajar su posición en el mundo como sujetos, o “sujetitos” como dice Eva. Y, desde los orígenes de la teoría psicoanalítica, el terror está profundamente relacionado con la sexualidad: miedo y asco podrían leerse como las defensas de los chicos frente a su propia sexualidad.

El horror con
cara de mujer

Desde que la humanidad cuenta historias para no olvidarse de sus orígenes y dar cuenta de su tiempo, han existido los cuentos de fantasmas y terror, el escalofrío ante lo extraño y lo innombrable. Chucky y todas sus correligionarias de Hollywood no han hecho otra cosa que continuar esta tradición de forma más o menos feliz. A esta altura, la parejita de muñecos asesinos por naturaleza ya se ha ganado un lugar en la cultura popular y es parte de una leyenda urbana en la que cabe lo grotesco y ese humor ácido que le permite a Chucky sentenciar ante la joven pareja de recién casados: “Les doy seis meses, tres si ella engorda”.
Pero la cara más atractiva y tentadora de esta película no enfoca esta vez al bueno que sabe del horror y huye de él para salvarse, sino que claramente apunta a Tiffany, la oxigenada novia maldita. Esta chica es capaz de pintarse sus uñitas de negro y tatuarse para no perderse a sí misma aunque ahora apenas alcanza el espejo de su tocador. Una compleja combinación de ternura y posibilidad asesina, aunque es cierto que Tiffy no ataca a nadie bueno, hacen de ella una criatura entrañable hasta el final, que no la encuentra en su mejor momento. Por qué el imaginario que pesa sobre los malos es siempre tan obvio, es una pregunta que uno tiene en la punta de la lengua, pero que casi ni vale la pena formular. Mientras el mal esté bien afuera, depositado sobre estos muñequitos capaces de “improvisar” sus crímenes y extasiarse de amor luego de una muerte inspiradamente ejecutada, podemos todos dormir tranquilos en casa. Tal vez éstas sean algunas cosas para conversar con los chicos que nos acompañen a ver el film, luego de haber disfrutado con ellos la hora y media de diversión, supuestamente sin mensaje, que alienta la película.
Y como bien define Eva Tabakian: “La inteligencia está en hacer circular esto y no hacer de ello un punto traumático. Es claro que ideológicamente son malas, no tienen asidero en ese sentido. Pero al mismo tiempo proporcionan una posibilidad de descarga para el chico. Creo que depende de cómo los llevás a verlas, qué hablás de eso después y, básicamente, qué se hace con eso”. Entonces vale aclarar un tanto: que los malos son parte del universo ya es cosa sabida, pero definitivamente no son estos muñecos.