Muñecas
andaluzas de papel
El
punto fuerte de Maribel Quiñones, o Martirio, es sin duda el talento
para haberse creado a su imagen y semejanza, en un juego tal vez parecido
al que en otras latitudes juega Madonna, pero mucho más artesanalmente.
En un libro de próxima aparición en la Argentina, la cantante pasa revista
a los trajes que hicieron historia en su carrera, y elige para mostrarlos
los bocetos recortables de papel, como los de vestir muñecas.
Por
Victoria Lescano
En
los ochenta representó el punto máximo de la modernidad española y apareció
en la portada de la publicación La luna de Madrid (house organ de la
movida que entendió el gesto de ir de copas y el diseño como hechos
culturales equivalentes a leer autores clásicos), con un traje-delantal
de huevos fritos, una cacerola a modo de tocado y batidoras y espumadera
como accesorios. Ahora, en cambio, luce más despojada y reemplaza esos
delantales kistch –que anticipándose a la moda funcional de fines de
los noventa se cerraban con velcro– por vestidos de noche, tan glamorosos
como la puesta de luces en colores primarios y bases de jazz que caracterizaron
a sus recientes conciertos en el teatro Coliseo. Para quienes se preguntan
qué se hizo de los excesos visuales del guardarropas de Martirio, la
respuesta está en el libro-objeto La vuelta a Martirio en 40 trajes
(editado por Planeta de España y de próxima distribución en la Argentina),
una recopilación de los grandes éxitos de su ajuar, cruza de autobiografía
con anecdotario de moda donde Maribel Quiñones, Martirio, revela las
influencias de su estética: de las gafas de aumento de la abuelita a
su perdición por el comic, la tauromaquia, el surrealismo y las heroínas
de la infancia surgidas de leyendas medievales y películas de gladiadores
y sobre todo, mujeres valientes y superproducidas. El detalle encantador
lo aportan las ilustraciones porque en lugar de fotografías o bocetos,
la autora recurrió a recortables de muñecas que las niñas españolas
llaman “mariquititas”, y los americanos bautizaron “papel dolls”, con
las que la cantante jugaba a la hora de la siesta en Huelva. El inventario
de moda se rige por cuatro capítulos y toma el nombre de los discos
Estoy mala, Cristalitos machacaos, La bola de la vida del amor y He
visto color, grabados entre 1986 y 1994.
Peinetas
fetiche Su colección de peinetas, a las que define como “cuando la espina
dorsal se te sube a la nuca, antena coronación de los sueños y pararrayo”,
es tema de un apartado. De tan ecléctica, supo incluir orquídeas, la
torre Eiffel, un jamón de Jabugo a la imagen de su propia cabeza con
peineta, vaticinando la era de las clonaciones. Ella las incorporó como
fetiche una tarde de ocio junto a Ana, la mujer del músico Kiko Veneno.
En lugar de experimentar con nuevos colores de pinturas de uñas, buscar
capas de marabú en el cajón de los trofeos de guerra o practicar jardinería,
ellas optaron por las manualidades. “La primera surgió cuando nos pusimos
a forrar un cartón de detergente con papel dorado, después agarré un
clavel rojo de tela que encontré en la casa y anteojos negros. Cuando
el espejo me devolvió la figura terminadita yo gritaba, justo lo que
yo quería”. Así nació el estilo Martirio que, como las Spice Girls y
Madonna, tuvo imitadoras en París, especialmente entre las habitués
del club La Cigale, aunque en versión más modesta. La peineta de detergente
y cartón inicial tuvo círculos, rayas y triángulos tomados de la Bauhaus
y el constructivismo porque su dueña parece saber tanto de jerez y de
pasarla bomba como de arte y cine clásico. A medida que el estilo Martirio
se afianzó, la lista de artistas peineteros creció. La primera peineta
de lujo fue obra de
Carlos
Martínez Peña y tuvo forma de Giralda. Como favorito destaca al español
Manuel Martín, autor de modelos con autos fantásticos, una paella, o
el canal de Venecia con góndolas incluidas para adornar el pelo. La
argentina Noé le hizo una con forma de varios abanicos pegados entre
sí y en las pruebas la atosigaba de dulce de leche. “Era una gloria
y un pecado ir a su casa a probarse”, recuerda la cantante. En el comienzo,
cuando cantó por primera vez en un tablado de Sevilla usó un vestido
negro y dramático. El primer traje conceptual, en raso bordó y oro,
representó una síntesis de la Semana Santa. Ese traje de via crucis,
que en la versión para recortar y jugar está provisto de velas y una
corona de espinas, apareció en la portada del primer disco. Vale todo
Mucho más cool, el modelo “Delantal de bichitos de luz”, para el que
Fridor se inspiró en los delantales esmóquines y multicolores inventados
para acercar a los hombres a la cocina. Un concepto demodée y hortera,
aun en los ochenta, porque no hay nada más elegante que un hombre cocinando
con su mejor camisa y, a lo sumo, un delantal blanco. También de Fridor,
un trío de la moda compuesto por Andrés Martín, Manuel Martín y Carmen
Giles, famosos por reinterpretar el folklore andaluz con ironía (también
son los autores de uniformes para los grupos de teatro La Cuadra, Atalaya
y Jácara), fue el modelo cretense de crêpe negro con falda plisada que
usó en la portada del segundo disco. “Surgía del hombro un ala cuerno
de otomán oro viejo y de la cintura salían pañuelos tipical spanish
con bordados de escenas taurinas. Ponértelo era verte siempre taurinamente
guapa y lujosamente ibérica”, destaca Martirio. Al de vichy rojo y blanco
bautizado “Hogar dulce hogar”, como una de sus canciones, lo considera
apto para ingresar en el inventario de la historia
surrealista
del vestido. El traje-juguete en cuestión está plagado de elementos
para el rito del picnic, incluye botellas, vasos de plástico y el slogan
“tú y yo” aplicado a tacitas de madera. En combinación de amarillo,
rosa y verde, un vestido cuya falda simula los pétalos de una orquídea.
La peineta ad hoc reproducía miniaturas de Martirio vestidas de flor.
“Jaque mate”, en cambio, es una falda “pop art” con citas al Londres
de los sesenta y una escultura de mujer ánfora llamada “La más pequeña
diosa de las serpientes”. En la lista de entrañables, Martirio destaca
el traje “Abanico”, por ser el más mediático y por incluir fragmentos
de una antigua colcha de su bisabuela. De las múltiples creaciones de
Fridor, el vestido “Alta Tensión” fue en un acto de justicia incluido
en la muestra “Vestidos para el rito”, organizada por una fundación
española el año pasado. Creado para un comercial de electrodomésticos
a principios de los noventa, de la capa
cuelgan
metros de cables y enchufes. La filmación coincidió con el día de su
cumpleaños, mientras electrodomésticos, bananas, microondas y kiwis,
en alusión al sistema solar de las amas de casa, volaban alrededor de
su cuerpo pequeño. El exhaustivo recorrido por las influencias dedica
espacio al traje “Amapola”, al que considera “ideal para firmar un contrato
sin vacilar”, mientras que al modelo “Fuente de las horas”, con influencias
de los que luce Marlene Dietrich en El ángel azul, lo califica como
“traje de gala para cantar sevillanas de noche”. “Es uno de los trajes
que más seguridad me ha dado. Es ideal para cantar entre humo, susurros,
tratos y secretos amorosos. Crea una imagen indeleble para decir adiós”,
dice sobre el vestido de cupletera rojo diseñado por Fernando Ligero
en 1994. Entre un extraño glosario con anglicismos y las expresiones
en tenguerengue, pipijerve, parpajazo, curiosas alusiones a estados
de ánimo y teorías de colorimetría acompañadas de un preciso mapa anatómico
de los colores (al rojo lo sitúa entre el perineo y el pubis, al amarillo
en el
vientre, para el naranja apunta al estómago y el verde esperanza en
el pecho) también aporta una definición de los trajes de noche, digna
de un diálogo de telenovelas. “Llevarlos es sentirse princesa de otro
planeta que sale en la noche para dar a conocer el poder de las piedras”.
Las gafas y los aros son los únicos adornos que permanecen en su vestuario
para salir al tablado. Su vasta colección de anteojos de sol incluye
armazones de secretaria cursi, de punk exacerbada, de juguete y con
strass. Los usa para seguir alimentando leyendas sobre el color de sus
ojos y jugar a la esquizofrenia ya en pequeñas dosis. Todo lo demás
quedó reducido a cuarenta y tres recortables para recortar y pegar y
combinar de acuerdo con la esquizofrenia propia.