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P�jaros de la cabeza

Un comienzo, un fin: no parece haber ni una cosa ni la otra. Todo es como una nube que acaba de aterrizar y que está llena de lluvia. Comienzo: la Madre encuentra un coágulo de sangre en el pañal del Bebé. ¿Qué es esta historia? ¿Quién lo puso aquí? Es grande y brillante, con una estría rota de color caqui. Durante el fin de semana el bebé estuvo como ausente, como flotando en el espacio, pálido y de mal humor. Pero hoy parece estar bien. Entonces, ¿qué es esto que resalta en el pañal blanco, como el corazón de un ratoncito en medio de la nieve? Tal vez no es de él. Podría ser algo menstrual, de la madre o de la niñera, algo que el bebé encontró en un basurero y que por las razones demenciales de los bebés colocó allí (¡los bebés son locos! ¿qué se le va a hacer?). Mentalmente la madre separa el hallazgo del cuerpo del Bebé y se lo atribuye a otra persona. ya está. ¿No es más lógico? Sin embargo, llama a la médica del hospital de niños.
--Sangre en el pañal --dice.
Con voz alarmada y perpleja, la mujer que ha atendido el teléfono responde:
--Tráigalo ahora.
¡Qué buen servicio! Basta decir “sangre” y “pañal”, y se logra esto.
del cuento “Esta gente es la única clase de gente que hay aquí (balbuceo canónico)”

En 1841, John James Audubon publicó la versión final de Birds of America. Después de recorrer durante años Estados Unidos cazando pájaros para disecarlos, catalogarlos y pintarlos posando sobre ramas, vivos y coleando como si nadie los hubiera matado, Audubon dio a la imprenta los quinientos dibujos que, aunque incompletos, funcionaron como el catálogo de pájaros más completo de un país cuyo escudo hace alarde de un águila. Lorrie Moore nació en 1957, cuando el libro de Audubon ya era un clásico conservador dentro de la bibliografía nacional por la que transitaba casi cualquier alumno norteamericano. A los 28 años, en 1985, Lorrie Moore publicó su primer libro de cuentos, Self Help (“Autoayuda”), en el que parodiaba los manuales de autoayuda que a principios de los ochenta causaban furor junto con el footing, el delirio de las marcas como forma de prestigio y el angst cocainómano de Wall Street. Lo primero que se notó en un universo literario que ya hacía años se parodiaba a sí mismo fue que en Self Help Lorrie Moore cazaba y disecaba las diversas taras de la autoayuda con un espesor literario y emocional que, en seguida –y con el espaldarazo de un por entonces célebre y celebrado Jay McInerney–, la ubicó como una de las más sólidas entre las casi siempre frágiles nuevas promesas de la literatura norteamericana.
Cuando todo indicaba que lo más fácil sería pasar al tema siguiente –al angst bursátil, a la comedia con footing– Lorrie Moore se corrió y dejó pasar el tour de fiestas blancas neoyorquinas en las que se sumergían Jay McInerney, Bret Easton Ellis y Tama Janowitz. El brat pack literario de los ochenta empezaba a girar en falso. Al año siguiente, en el ‘86, Lorrie Moore publicó Anagrams (“Anagramas”), una novela con la que exorcizó los peores fantasmas que podían llegar a presumirse con Self Help y empezó a ser escuchada como una voz nueva, nítida y brillante. Una voz –celebrada por McInerney– que disparaba contra McInerney, que disecaba y pintaba como pocos en los últimos años; una voz que, además, nadie sabía bien de dónde venía.
No soy una de esas personas que siempre quisieron ser escritores, aunque parezca lo contrario”, dijo en sus primeras entrevistas. En el secundario, Lorrie Moore se anotó en un curso de Lingüística, pero la burocracia universitaria la desvió a un curso de Escritura creativa. El primer cuento que escribió ganó el premio de la revista Seventeen (algo así como Chicas, acá). “Cuando gané, pensé: Esto es fácil. Aunque también pensé que competía con chicas de 13 o 14 y yo tenía 19. Entonces volví a pensar: Esto no es tan fácil. Lleva años”.
Salida del secundario, estudió Inglés en la Universidad de Cornell, donde como parte de su tesis universitaria terminó el primer borrador de Self Help (recibido en 1985 por más de una lectora con un “¡Por fin los Nueve cuentos para chicas”, parentesco literario sumamente caprichoso que sirvió no sólo para oír que Anagrams era “¡Por fin El cazador oculto para mujeres!”, sino para emparentarla más de una vez con J. D. Salinger. Sobre todo, por la decisión confesa de Lorrie Moore de limitar el número de fotos conocidas a poco más de dos y repetir: “Prefiero no hablar de mi vida. Soy muy aburrida”).
En 1990, ya habiendo abandonado Nueva York, recluida y enseñando inglés en la Universidad de Wisconsin, Lorrie Moore publicó Like Life, un libro de cuentos con el que ganó el premio O'Henry y en el que demostraba haber sobrevivido no sólo a los últimos festejos neoyorquinos sino además al aparataje teórico universitario que asomaba en Anagrams. En el ‘89 había muerto Raymond Carver. Y los ocho cuentos de Like Life (uno de los cuales fue seleccionado por John Updike para su reciente antología The Best American Short Stories of the Century) fueron su bautismo de fuego como “La hija de Carver” (karma que sigue colándose hasta hoy en solapas y contratapas de sus libros, aunque, en rigor de verdad, poco y nada tienen que ver –con la excepción quizás de la fascinación esperanzada con que se los empezó a leer a ambos).


El ‘90 fue también el año en que Simon & Schuster prefirió perder 300 mil dólares a publicar el American Psycho de Easton Ellis. Cuando la intelligentzia literaria saltaba a la yugular de la editorial, Lorrie Moore emprendió el ataque más sólido contra la novela de Ellis: “Tendemos a dejar las protestas contra la misoginia a las feministas radicales y a la derecha fundamentalista. Si una obra de arte muestra violencia sexual pero carece de elocuencia, autoridad e inteligencia, parece falsa y masturbatoria. ¿Cómo puede ser que las mujeres, en un país donde se las viola y se las asesina diariamente, no pongan el grito en el cielo? Un escritor sabe que en el fondo de toda buena novela, hay una simpatía problemática del autor por el personaje, se trate del Humbert Humbert de Lolita o de Huckleberry Finn. A lo mejor American Psycho tiene esa simpatía y eso es lo que a muchos les parece alarmante. O a lo mejor no es una buena novela. Cada uno debe escribir lo que quiere. Incluso si es pornografía. Entrar en las áreas peligrosas o las zonas psíquicas prohibidas es lo que un escritor hace. Sólo que habría que estar mejor preparado para la discusión posterior. Vivimos en un país donde los libros que llamamos censurados se convierten en best sellers, aunque se los siga llamando censurados. Eso es lo divertido y encantador, lo extraño de Norteamérica”. Así, y con tres libros publicados que lejos de convertirse en best sellers no le permitían dejar un trabajo que de todos modos nunca pensaba dejar, Lorrie Moore dejaba en claro los principios con los que intentaba cazar, disecar y pintar a la fauna norteamericana.
Cuando tenía 18 o 19 años, mi escritora favorita era Margaret Atwood. Sentía que por primera vez leía ficciones sobre mujeres que no eran diosas o ganadoras. Eran víctimas, pero sin ser débiles. Eran víctimas con estilo”, dijo Lorrie Moore cerca del ‘90. Con argumentos similares, así como se había alejado de Tama Janowitz, ahora se divorciaba del parentesco forzado con escritoras como Jayne Anne Phillips o Anne Beatie (“En sus historias a los hombres les toca siempre las mejores líneas. En mis historias, yo les doy a las mujeres algo más que la misma cantidad de tiempo”). Como Beryl Bainbridge, Fay Weldon y Shena McKay en Inglaterra, Lorrie Moore quería y podía escribir como una escritora mujer sin ser leída estrictamente por mujeres o feministas. Si, como dijo Grace Paley, las mujeres siempre le han hecho el favor a los hombres de leer sus libros, pero los hombres nunca les han devuelto el favor, Lorrie Moore bien podría ser la venganza que Paley estaba esperando.
En el ‘94 publicó una novela corta: Who Will Run The Frog Hospital (“¿Quién va a atender el Hospital de Ranas?”). Para ese entonces, el brat pack, la vieja guardia de los ochenta, seguía girando en falso y dejaba pasar –a su pesar– a una nueva camada, que intentaba volver por todos los medios a las voces más o menos clásicas y norteamericanas de este siglo. Pero, de nuevo, Lorrie Moore esquivó la horda literaria: no recurría a la formas clásicas del modo más evidente (como Ethan Canin vuelve a los 20 o Jeffrey Eugenides a los 50 o a la prosa más atemporal de Cheever), sino que sus cuatro libros a los 37 años ya sonaban no como una búsqueda del clasicismo perdido sino como una reformulación propia (donde, en caso de rastrear voces, además de las escritoras inglesas y los clásicos norteamericanos, se escuchaban ecos de la literatura de campus sesentista a lo Richard Brautigan, aunque infinitamente mejorada). Hasta que el año pasado publicó Birds of America y, a los 42, confirmó ser una de las mejores cazadoras ocultas a la hora de salir a buscar y disecar y escribir la fauna norteamericana.
Bajo el título Es más de lo que puedo decir sobre cierta gente, Birds of America se convirtió desde hace unas semanas en el primer libro en castellano de Lorrie Moore en llegar a las librerías argentinas (a menos que se encuentre la inhallable Anagramas publicado por –ja o ejem– Anagrama en España). Los anteriores se consiguen en inglés, en algunas librerías de Buenos Aires o en Internet (donde se descubre que quienes compraron un libro de Lorrie Moore por lo general terminaron comprando todos los demás. Y eso pasa poco). Ahí está Self Help, que alguna vez formó parte de su tesis universitaria, escrito en el imperativo de los manuales de autoayuda –”Cómo ser otra mujer”, “Cómo hablarle a tu madre”, “La guía del divorcio para el chico”, “Cómo ser el escritor”– que disfraza de parodia el último SOS de un puñado de personas en estado afectivo terminal. Un libro que es capaz de hablarle a un chico para decirle: “Recuerda lo que la señorita Koosterman le dijo a la clase en segundo grado: Agradezcan que tienen piernas”.
Y Anagrams, cinco historias que no se enhebran ni se mueven con absoluta independencia, sino que se superponen como las vidas posibles e imaginarias de una chica como casi cualquiera (“Si un anagrama es alterar las letras de una palabra para armar otra, bueno, yo alterné los mismos personajes para contar distintas historias. En definitiva, es una novela sobre la soledad, la imaginación, la histeria y la imposibilidad de tener hijos. En cada historia los personajes enfrentan eso de una manera distinta. Alguna vez me dijeron que debería haber elegido una de las cinco. Que cuando se escribe una novela uno debe mantener a sus personajes en un camino lineal. En Anagrams quería que mis personajes hicieran cosas excluyentes las unas con las otras; y como era mi novela, decidí que podía hacer lo que quería”). Y Like Life, ocho cuentos (en uno de ellos, “El cazador judío”, el protagonista obliga a su chica a ver documentales sobre el Holocausto después de coger; en otro, se define al matrimonio como “un santo guillotinado que todavía camina por la ciudad, llevando su cabeza”). Y Who Will Run The Frog Hospital, un título que viene del cuadro de Nancy Mladenoff que aparece en la tapa del libro y está vaciado íntegro en la novela. En el cuadro y en la novela se ve a dos amigas disfrazadas de Cenicienta junto a dos ranas heridas: “Parecían dos ranas que habían sido besadas y besadas y aun así siguieron siendo ranas”. Con los años, una de las dos camina con su marido al lado del Sena, “imaginando secretamente que estamos casados con otra gente”, hasta que vuelve a encontrar a una de esas ranas que con un beso se convierte en príncipe. Pero ella sólo dice: “No, gracias. A esta altura de mi vida estoy mucho más interesada en una rana que habla”.
Y Birds of America. Doce de esos cuentos que, después de leer cada uno, obligan a bajar el libro y esperar antes de pasar al próximo. Para empezar, por primera vez Lorrie Moore no eligió un cuadro para la tapa de uno de sus libros, sino que decidió imitar –o parodiar– una hoja de cuaderno caligráfico escolar. La tapa dice: Birds of America y by Lorrie Moore y, al lado, aparece pegada la calcomanía de uno de los quinientos pájaros que Audubon pintó para el Birds of America de 1841. Hay quinientas calcomanías dando vueltas. Puede tocar cualquiera. En las librerías norteamericanas, algunos levantan el primer libro de la pila y hurgan y se terminan llevando el tercero o el cuarto. Según el pajarito que les guste, según el que hayan estudiado en el colegio.
Si en el libro de Audubon se encuentran los quinientos pájaros que delatan la crueldad norteamericana de cazar y disecar para retratar a la fauna viva, en 1970 Mary McCarthy recogió el evidente guante literario para convertirlo en cita anticanon y publicó un libro con el mismo título: Birds of America y by Mary McCarthy. Una novela en la que una familia post hippie se junta el Día de Acción de Gracias para comer pavo –el pájaronorteamericano por excelencia–, pero la ceremonia es prolijamente arruinada por una hija vegetariana. Casi veinte años después, en el centro de su Birds of America, Lorrie Moore escribe el cuento “Charade” (“Charadas”): el almuerzo navideño de una familia que se divierte jugando a Dígalo con mímica mientras es observada por una de las hijas, capaz de descubrir todos y cada uno de los botones necesarios para hacer volar por los aires la armonía hogareña, pero que sin embargo no lo hace, porque ni siquiera vale la pena.
“Nunca leí el libro de McCarthy. Ni siquiera sé de qué se trata”, se disculpa sospechosamente Lorrie Moore desde el año pasado. “Además, como los títulos no se pueden patentar, hay muchos libros con el mismo título. ¿Acaso no hay muchos Vidas de santos? Mi primer libro se llamaba como un famoso libro del siglo XIX: Self Help. Obviamente los títulos están ahí para dialogar. El libro de Audubon se llama Birds of North America. Yo eliminé el North porque no me gustaba cómo sonaba, pero siempre quise referirme al libro de Audubon. Y, aunque ya tenía el título, mientras terminaba de escribir el libro me di cuenta de que la palabra bird aparece en todos los cuentos. A veces son pájaros de verdad, a veces son metáforas. Y además está la acepción inglesa de birds: mujeres. Así que el libro podría llamarse Mujeres de América”.
Birds of America son doce cuentos sobre mujeres en los que, de nuevo y mejor, Lorrie
Moore visita durante vacaciones, viajes y reuniones familiares (“esos momentos en los que las personas más se relacionan”), las zonas más devastadas de la vida. Doce retratos en los que Lorrie Moore vuelve, de nuevo y mejor, con el ingenio y la sordidez ecualizados como nunca (“La gente es graciosa. No creo nunca haber estado en una comida en la que no se dijeran cosas graciosas unos a los otros. Por eso, en ficción el humor es la textura de la situación y de la conversación. Es cierto que es mucho más difícil escribir sobre la tristeza directamente, pero me encantan las idioteces. Me hacen reír. Por eso mis personajes cada tanto dicen esas idioteces para reírse. Por eso y porque creo que una persona diciéndole algo gracioso a otra es una forma de generosidad. Y realmente me interesan esos minúsculos momentos de generosidad en el que uno sólo quiere hacer reír al otro”, ofrece a manera de respuesta para quienes alguna vez arriesgaron que Lorrie Moore era demasiado ingeniosa incluso para su propio bien). Birds of America son doce cuentos sobre matrimonios que se desbarrancan, personas que estallan, pedazos de personas que se encuentran y se vuelven a casar. Sobre el cáncer que se siente en el cuerpo “como un títere siente una mano”, sobre “el odio en que se transforma el amor cuando no tiene dónde ir”.
Y Birds of America son, también, sus primeros doce cuentos posembarazo, parto y maternidad. Uno de los cuentos (probablemente el mejor y el más devastado) sea “Esta gente es la única clase de gente que hay aquí: balbuceo canónico”: la historia de una madre escritora que, descarnadamente, retrata el patético universo hospitalario en el que se sumerge durante los días y las noches durante los que atienden a su hijo con cáncer. El cuento había sido publicado en el New Yorker meses antes de la salida del libro. Cuando Lorrie Moore hojeó la revista en un aeropuerto y vio su foto con una frase del cuento abajo, supo que todo el mundo iba a sospechar que no era ficción. Y todo el mundo sospechó: “No pasó exactamente así. Lo reimaginé. Es ficción y es autobiográfico. De eso se trata la ficción, ¿no? La idea no es referirse directamente al mundo, sino tomar de él para construir esta otra cosa que, en el mejor de los casos, incorpora y encarna al mundo. Claro que no se hace como lo hace el periodismo. Pero como la gente lee más periodismo que ficción, cuando leen ficción creen que se ha hecho con ellos lo que haría el periodismo: observarlos y decir Miren acá, miren a esta gente. Por eso ofendí a las personas que trabajan en ese hospital. Me escribieron de otros hospitales felicitándome por el cuento, pero los médicos y enfermeras de ése se sintieron heridos. Es algo que aprendí: el trabajo del escritor siempre va a ofender”.
Ahora, con Birds of America, Lorrie Moore termina de definir sus coordenadas literarias y se entronca, como ningún escritor de su generación (ninguno de la generación post Carver), en la tradición de la literatura norteamericana. Escribe desde un campus –donde ejerce la profesión por excelencia del escritor: la de profesora de inglés–, pero exige ser leída como una literatura que todavía puede ocupar un lugar dentro de la cultura y la vida cotidiana. Que abiertamente no compite con la dinámica ni el engranaje cultural hollywoodense, pero que ofrece a cambio grandes libros. Norman Mailer dijo que, a pesar del retrato elefantiásico y disecado de la fauna norteamericana que conseguía con A Man In Full, cuando Tom Wolfe quedaba a solas en una habitación con sus personajes, no sabía qué hacer. En la misma habitación, pero con sus propios personajes, Lorrie Moore hace maravillas. Leer a Lorrie Moore parece, cada vez más, como hablar con alguien que, para explicarnos algo, no necesita más palabras que las que nosotros necesitamos para entenderlo.