Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Stira

La mitad de Francia lo considera el nuevo Camus, la otra mitad lo ve como un nazi porno-miserable y oportunista. Mientras tanto, él cita a periodistas en saunas y clubes de orgías, y se declara admirador de Stalin y Juan XXIII. Con sólo dos novelas publicadas –y traducidas a veinticinco idiomas–, Michel Houellebecq ha logrado lo que ya parecía imposible: que un francés vuelva a ocupar el ojo de la tormenta en el panorama de la narrativa mundial. Radarlibros intenta desentrañar por qué.

 

 


Por Rodrigo Fresán, desde Barcelona

Esta introducción en primera persona se disculpa y se defiende, necesaria, argumentando que, después de todo, es verdadera: ésta es una historia real.
Meses atrás, yo estaba en París. Comiendo con una pareja de flamantes amigos franceses. Yo era feliz y él y ella eran obviamente felices como sólo ciertas parejas de franceses saben serlo. Y –cosas raras que a uno se le ocurren cuando es feliz– les pregunté qué escritor francés me recomendaban, uno que escribiera un francés directo y sin complicaciones, cosa de poder leerlo con la ayuda de un diccionario. A él se le agrandaron los ojos y lanzó algo que sonó como el graznido de un cuervo: “¡Houellebecq!”, dijo. Ella lo miró con asco y me dijo que ni se me ocurriera. Empezaron a discutir. Siguieron gritando. Todavía están en eso, me cuentan por e-mail. Y por separado: él y ella no han vuelto a dirigirse la palabra desde entonces. Por culpa de y gracias a un escritor francés llamado Michel Houellebecq. Leo sus e-mails, leo a Houellebecq en español y me pregunto quién habrá tenido la culpa de todo: ¿la enfermedad o el enfermo? He ahí el Dilema Houellebecq.

1 Pensar en Houellebecq como una de esas historias típicamente francesas. Como el Caso Dreyfus, como el J’accuse de Zola. Pensar en Houellebecq como una mezcla de la venenosa elegancia de Proust diseccionando una parte de la sociedad y de Genet revolcándose en el sexo y en el signo de sus tiempos, con un poquito del odio amoroso de Céline y del patriotismo delirante y universal de Asterix. Pensar en Houellebecq como un resistente y maldito francés con todos los papeles en regla. Hacía tiempo –mucho– que no sucedía nada parecido. Sobre todo en el terreno de la literatura, donde los franceses ya se habían resignado a la nueva novela de Patrick Modiano tan parecida a la anterior novela de Patrick Modiano y a la próxima novela de Patrick Modiano. Mientras tanto, entre una y otra, leían a Paul Auster y comentaban escándalos importados como el de Brett Easton Ellis y su American Psycho. Los franceses jugaban en el bosque mientras el lobo no estaba hasta que apareció el feroz Houellebecq con dos libros de esos que no pueden ignorarse, porque son libros especialmente diseñados para tirar abajo las casitas, todas las casitas, de todos los cerditos. Los libros se llaman Ampliación del campo de batalla (1994) y Las partículas elementales (1998) y han sido traducidos al español por Anagrama durante el 1999 porque son novelas milenaristas, de esas que hay que leer antes de que llegue el fin del siglo, del milenio, del mundo, por las dudas. Es que las dos novelas de Houellebecq tratan sobre el fin de un mundo y el principio de otro. Y, ya se sabe, es complicado y peligroso escribir sobre cosas que se acaban, sobre especies que desaparecen.


2 ¿Hablar de Houellebecq o hablar de los libros de Houellebecq? Sí, Houellebecq es uno de esos escritores que se presentan como inseparables de su obra. Uno de esos escritores que actúan como su propio personaje. Asunto peligroso. Le pasó a Francis Scott Fitzgerald (quien terminó sin dinero para pagar las copas rotas de su fiesta), le pasó a Jack Kerouac (quien, sin quererlo, descubrió el punto exacto donde se funden el zen y el slogan, y acabó post mortem en avisos de Levi’s), le pasó a Howard Phillis Lovecraft (a quien sus horrores arcanos y primordiales se le instalaron en su vida doméstica y ya no lo dejaron ir). A Houellebecq le gusta Lovecraft. Es más: Houellebecq –por más que ahora reniegue de él y lo descarte como “pasión adolescente”– publicó un ensayo sobre Lovecraft cuando era poeta y desconocido. Y Lovecraft está más que presente –en curioso tándem con Huxley, otro escritor de horrores y errores monstruosos y utópicos– está más que presente en la textura científica de Las partículas elementales y en esa mirada houllebecquiana de tratar a suspersonajes como sufridos conejillos de indias, como tristes cobayos atormentados por una deidad monstruosa y fuera del tiempo. Pensar en Houellebecq como el escritor que cayó del cielo y en Mayo del 68 como su Chtulu.

Algunos datos para la construcción de esta persona/personaje, inevitables y necesarias efemérides a la hora de ese deporte francés conocido como el pour o el contre: Michel Houellebecq nació en 1958. Una foto de niño lo muestra sonriente e inofensivo: uno de esos niños perfectos que nadie supone se va a convertir en la bestia en que acabó convirtiéndose. Su padre fue un siempre ausente guía de montaña y su madre –como la de los atribulados hermanastros Djerzinski, apellido que se corresponde con el del fundador de la KGB, y con dos de los protagonistas de Las partículas elementales– fue una mujer que un día lo dejó todo, hijo incluido, para vivir la Era de Acuario. El pequeño Houellebecq creció bajo el ala de su abuela materna. Fue a un internado en Meaux y, quién iba a decirlo, ingresó en la Escuela de Agronomía. La muerte de su abuela en 1978 le causó un profundo y doloroso estupor. Entonces conoció a Jacinta -la hermana de un compadre lírico y poético– y trajo al mundo un hijo llamado Etienne, que hoy tiene dieciséis años. Se divorció. Se quedó sin trabajo. Se deprimió (mucho) y conoció el consuelo peligroso de las pastillas y el alcohol durante tres años. Fue internado en un psiquiátrico. Salió y encontró trabajo como técnico informático en la Asamblea Nacional, el mismo trabajo del “héroe” de su primera novela. Frecuentó la biblioteca del distrito 12 de París. Escribió poemas y ensayos filosóficos y literarios, filmó algunos cortometrajes. Entonces publicó una novela titulada Ampliación del campo de batalla en una pequeña y prestigiosa editorial. La novela se convirtió en novela de culto. Vendió mucho. Ganó el Prix Flore. Publicó una segunda novela titulada Las partículas elementales, que vendió mucho más y lo hizo mucho más famoso. La revista especializada Lire la eligió libro del año pidiendo disculpas; Le Figaro la definió como “interminable porno-miseria, obra de un nazi que ni siquiera se atreve a admitirlo”; Le Monde sacó críticas a favor y en contra, Les Inrockuptibles le dedicó un dossier y la señaló como “una novela importante cuyo autor sostiene posiciones políticas discutibles”, y los lectores le otorgaron el Prix Novembre. Los que inspiraron el camping literario que aparece en la novela –un sitio adonde acuden en masa los náufragos del Mayo Francés a solucionar sus soledades– querellaron al autor y le ganaron la obligación de cambiarle el nombre al lugar y la ubicación geográfica en las posteriores ediciones. Mientras tanto, se lo celebró como “el neo-Camus”, se lo condenó como “la rentrée literaria más artificial del siglo” y “la prueba inequívoca de la decadencia de Occidente y el retorno al fascismo”. Ganó el Prix National des Lettres 1998. Y el pasado agosto sacó un compact-disc titulado Au coeur de Triacatel donde canta cosas como: “El poeta es aquel que se unta con aceite / antes de haber usado la máscara salvavidas. / Ayer por la tarde el mundo era muy dócil / y la brisa soplaba entre palmeras encantadas. / Yo estaba a la vez allí o en el espacio, / conocía el sur y las tres direcciones, / en el cielo gastado se dibujaban huellas, / imaginaba ejecutivos sentados en aviones”.
Hace poco fue expulsado del consejo de la revista Perpendiculaire por “traidor”. La prensa de aquí y allá lo ha acusado de “nazi”, “pervertido”, “nuevo Céline”, “apólogo de la manipulación genética”, “reaccionario”, “depresivo”, “obseso sexual pesimista”, “inmaduro”, “basura”, “enfermo”, y otras cosas por el estilo. La revista en cuestión –revista muy francesa– publicó un extenso diálogo entre Houellebecq y sus compañeros de trabajo donde se transcribía el momento de la expulsión del paraíso. La empresa editora de Perpendiculaire desautorizó al consejo editorial de la revista y reincorporó a Houellebecq. Las razones eran sencillas: el tipo llevavendidos más de medio millón de ejemplares de Las partículas elementales, se aproxima el estreno de la película basada en Ampliación del campo de batalla (“El guión y la película me han quedado aún más depresivos que la novela. Perfecto”, dice él), hay traducciones de ambos libros a veinticinco idiomas. Hoy, Houellebecq cita a periodistas en prostíbulos, clubes especializados en orgías y en saunas, se implanta pelo con resultados más bien tristes, se declara admirador de Stalin y Juan XXIII, se va a vivir a Irlanda, un país donde “me gusta aburrirme”. Uno de sus primeros libritos –poemas en prosa titulados Seguir vivo– termina con la siguiente frase: “No le tengan miedo a la felicidad; no existe”.

3 Ahora, Houellebecq en vivo, en Barcelona, presentando Las partículas elementales una noche de este octubre en un instituto francés. Raro, inquietante: por momentos Houellebecq parece un francés extranjero. O, mejor dicho, alguien que ha llegado al extremo de lo francófilo para, desde ahí, imitar a los franceses con los modales de quien los ve desde afuera. Un francés tan francés que parece un falso francés. Un clon y, al mismo tiempo, algo inequívocamente auténtico y difícil de injertar en otras culturas. Imposible pensar en un Houellebecq argentino porque seguro que permanecería inédito en estos días de novela histórica, prolijidad cívica y temas intocables. Mejor no meterse en problemas, no abrirle la puerta a Drácula. Pero, ah, todo lo que podría hacer Houellebecq con el cine de Solanas & Subiela, con el revisionismo épico de los 60 y 70, con las cirugías de Nacha Guevara y los agudos de Víctor Heredia y con la tribu Badía, con Unomismo y Para Ti, con el menemismo corporativo y el aliancismo atomizado, con La Paz y los shoppings, con ciertas novelas y ciertos escritores, si Houellebecq decidiera ir a “aburrirse” a Buenos Aires. Pero aquí, entre catalanes, Houellebecq habla en francés sin traductor, lee un fragmento de su última novela casi sin posar la vista en el libro y como si se lo supiera de memoria, lleva una horripilante camisa muy 70, digna de Tony Manero en Fiebre del sábado por la noche, fuma como un condenado a muerte, se rasca mucho el pecho, habla con voz grave, estira las palabras y demora las respuestas casi hasta la exasperación, mira al horizonte y su discurso aparece invadido de sonidos como aaaaaaaahummmm o ghhhhhhhhhemmmm, sonidos decididamente lovecraftianos. Houellebecq produce la fascinación de lo irritante. O viceversa. Houellebecq como el hermano menor y malito del Antoine Doinel de Truffaut.
Cosas que dijo y seguirá diciendo Houellebecq aquí, allá y en todas partes:
“La cultura francesa está en proceso de desaparición.”
“Yo intento moverme en varios planos, no petrificarme en una sola personalidad.”
“Creo que soy un escritor monstruosamente honesto.”
“¿Mi madre? Supongo que está viva, pero no estoy del todo seguro. La he visto unas diez veces en toda mi vida. La última fue catastrófica. Se había convertido al Islam y yo no soporto esas cosas. Tengo una hermana a la que he visto nada más que un día. Ella creció dentro de una de esas familias que adoptan muchos niños.”
“El deseo no es el motor del mundo. Yo sólo puedo escribir cuando no sucede nada en mi vida, cuando estoy tranquilo.”
“Toda esa mitificación del sexo y del deseo que hemos vivido en los últimos cincuenta años de cretinización colectiva son la consecuencia directa de medio siglo de dominación cultural norteamericana.”
“En mis libros hablo mucho de masturbación y creo que no hay que decepcionar: debo estar a la altura de lo que la gente espera de mí.”
“Me molesta el espíritu gregario, esa necesidad de sentirse parte integrante de un grupo. No sé qué pensaría Proust si supiese que hoy hay quienes pretenden que lo suyo es literatura gay.” “Intento no tener estilo.”
“La verdad es que a veces me defino como un comunista no marxista.”
“Soy antiaborto y proclonación. Me guío por bases morales: matar está mal, pero no veo por qué reproducir es malo.”
“Me tienta el suicidio, pero no lo hago porque destruir la moralidad en la propia persona equivale a expulsar del mundo la moralidad misma.”
“Mis enemigos ideológicos son los libertarios y los liberales. Los libertarios son liberales en potencia y son capaces de alumbrar seres particularmente horribles, como los satanistas, los ecologistas radicales o los católicos centristas, el feminismo, el izquierdismo, Jacques Prévert, los hippies... toda esa cultura libertaria. Es decir, fundamentalmente imbécil.”
“Provocar es una tentación de la que hay que protegerse.”
“La llamada liberación de la mujer favoreció sobre todo a los hombres que vieron en ella la oportunidad de multiplicar sus encuentros sexuales. De ahí vino la disolución de la pareja y la familia. Es decir, las últimas comunidades que separaban al individuo del mercado. Creo que se trata de una catástrofe humana.”
“Ostento la tipología de los hombres nerviosos: emotivo, primario, noactivo. Veo perfectamente: tengo cero dioptrías en cada ojo, por lo que el mundo se me aparece de manera muy nítida. Tengo también muy desarrollado el sentido del tacto. Mi capacidad intelectual suele fluctuar. Lo mismo sucede con mi interés por el sexo. Puede decirse que encajo a la perfección en el perfil del maníaco-depresivo.”
“Actualmente nos movemos en un sistema que tiene dos dimensiones: la del atractivo erótico y la del atractivo económico. El resto, incluida la felicidad de la gente, depende de ellos.”
“Me reprochan que el mundo sea espantoso. A eso se reduce toda la polémica: soy un portador de malas noticias y eso no se perdona. Igual que en la Antigua Grecia.”

4 Hablemos de los libros, de las novelas de Houellebecq, de Ampliación del campo de batalla y de Las partículas elementales, por más que eso signifique seguir hablando de Houellebecq. Las tramas y los héroes de los libros son la trama y el “heroísmo” de Houellebecq. Las dos novelas son distintas, pero cuentan diferentes aspectos de una misma historia. La primera –la más lograda– es como uno de esos gritos que no pueden dejar de oírse. Novela-alarido en primera persona y que se lee de una sentada. Aires de Beckett, Musil, Kafka, Cioran, Bernhard y del ya mencionado Easton Ellis para contar el vacío absoluto del narrador-hombre-sinatributos dejándose caer montaña abajo con un estilo que recuerda a los comics de Lauzier y Jules Feiffer, al negrísimo humor de Bruce Jay Friedman, Joseph Heller, J. P. Donleavy y, más recientemente, Rick Moody y David Gates. Sencilla brutalidad que el mismo protagonista justifica así: “La forma novelesca no está concebida para retratar la indiferencia, ni la nada. Habría que inventar una articulación más anodina, más concisa, más taciturna”. Ampliación del campo de batalla es uno de esos librosmanifiesto con los que se puede estar a favor o en contra, pero nunca hacer a un lado. Casi todo entra en 174 páginas: el fin del sexo, el principio de la soledad, el horror del presente, la vacuidad del futuro y la clave de todo el asunto en la página 113 (“El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad”). Tibor Fischer definió la primera novela de Houellebecq como “El extranjero para la sociedad informatizada”.
Si Ampliación del campo de batalla es una novela-idea, entonces Las partículas elementales es una novela de ideas de 320 páginas. Una novela ambiciosa –tal vez demasiado ambiciosa– y feliz prisionera de su afánmilenarista. Hay de todo y para todos: análisis despiadado de la historia reciente, ciencia-ficción, sexo duro y salvaje, propuestas cientificistas para un mejoramiento de la raza, homofobia, dinosaurios del 68, misoginia, mutaciones, racismo, odio y náusea. Todo eso a través de las idas y vueltas de dos hermanastros abandonados por su madre en la infancia y que simbolizan el estado de las cosas del mundo según Houellebecq, sus dos territorios distintivos: uno de ellos es un biólogo que ha renunciado a los placeres de la carne y otro es un profesor de literatura obsesionado por la pornografía. Julian Barnes la explicó como “insolente y políticamente incorrecta, un libro de caza mayor mientras otros cazan conejos”. Angelo Rinaldi dijo que “parece escrita por el autodidacta de Sartre, con Bouvard y Pecuchet como documentalistas”. Su principal defecto es que se trata de la novela de un escritor ya famoso. Si, en su primera novela, Houellebecq se proponía como efectivo protagonista absoluto desde su anonimato, aquí cede ese sitio a sus personajes para interrumpirlos constantemente con parrafadas ideológicas e historicistas, algunas muy divertidas y otras no tanto. Así, mientras Ampliación del campo de batalla atacaba (y vencía), Las partículas elementales defiende (y resiste, y a veces se la resiste un poco). Donde la primera innovaba, la segunda renueva a la vez que padece momentos un tanto pretenciosos, donde Houellebecq intenta alcanzar las alturas de otros ideólogos de la novela (Thomas Mann y, especialmente, Aldous Huxley, casi el tercer protagonista del libro) y su visión perfecta pierde de vista que lo suyo tal vez no sea convertirse en un gran artista de su tiempo sino consagrarse como un gran testigo de estos tiempos. Un escritor necesario e inevitable, para bien o para mal. Al final de su segunda novela, Houellebecq hace casi lo único que le faltaba: donde Ampliación del campo de batalla concluía con la desaparición de un hombre internándose en un bosque, Las partículas elementales cierra con la desaparición de todos los hombres y un párrafo de pesimista optimismo, donde se le dice adiós a “esa especie dolorosa y mezquina, apenas diferente del mono, que sin embargo tenía tantas aspiraciones nobles”. Esa especie “torturada, contradictoria, individualista y belicosa, de un egoísmo ilimitado, capaz a veces de explosiones de violencia inauditas, pero que sin embargo no dejó nunca de creer en la bondad y el amor”. Y agrega: “Este libro está dedicado al hombre”.

5 El hombre se llama Michel Houellebecq, sus libros son objetos peligrosos, firmados por un kamikaze aparentemente irrompible, dispuesto a hacer el trabajo sucio que alguien tiene que hacer. El desafío actual de Houellebecq es escapar a la etiqueta, resistirse a las clasificaciones, seguir escribiendo desde las tripas sin que eso signifique negar el cerebro o el corazón, cambiar sin dejar de ser el mismo, salirse con la suya entrando a todos los sitios donde no lo inviten. Más allá de la polémica de masas y del escándalo privado, conviene pensar en Houellebecq como un escritor necesario, como el hombre que ve demasiado: Ray Milland en El hombre con los ojos de rayos X. Uno de esos monstruos que aparece de tanto en tanto para asustar a las caperucitas new-age y a las abuelas progres, un lobo estepario para comerte y escribirte crudo y mejor. Uno de esos tipos que hace que una pareja perfecta se pelee y –me cuentan mis amigos– se haya separado desde esa noche. Para siempre. Por culpa de un maldito francés llamado Michel Houellebecq.