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Parte
de la religión
La
reedición de la Teoría de la religión
(Taurus) de Georges Bataille
pone al alcance de
los lectores un texto clave de la filosofía de este siglo.
Por
Ariel Dilon
Georges
Bataille, el autor de El erotismo, Historia del ojo, El Abad C., Mi madre
entre otros títulos, no es un humanista: lo que busca
es algo anterior a lo humano, del orden de lo animal, algo irremisiblemente
perdido. Su pluma reivindica la estirpe maldita de Sade, de Rimbaud, de
Lautréamont, de Nietzsche, de Artaud (sorprendentemente), de Marx.
Es claramente un escritor que tiene algo que decir: toda su narrativa,
así como su obra filosófica y crítica, está
destinada a clarificar ciertas ideas recurrentes.
La Teoría de la religión es un texto póstumo (el
escritor murió en 1962 y Gallimard no lo publicó hasta 1973)
que mantiene un dinamismo dialéctico con el conjunto de la obra
de Bataille, de la que viene a ser condensación extrema. Si a la
narrativa de Bataille, en su misma fuerza y es el caso de Madame
Edwarda, puede imputarse la debilidad de ser hasta cierto punto
literatura de tesis, la Teoría de la religión ofrece el
sustrato filosófico de todo ese movimiento verbal que va, al igual
que en los textos de Blanchot, en pos de una mise en abîme de la
experiencia.
Estamos ante una historia íntima y a la vez económica del
mundo, en la que las direcciones de la acumulación y el derroche
el orden social, el sacrificio ritual están en relación
con una enajenación del hombre respecto de un estado animal que
Bataille define en función de una inmediatez o intimidad o inmanencia:
El animal está en el mundo como agua dentro del agua,
dice.
Bataille describe los movimientos más o menos sucesivos de una
historia económico-religiosa cuyo detonador es aquella escisión
primordial. Los espíritus como remedo de la inmanencia y en contraparte
con el mundo de las cosas; lo sagrado y lo profano como cargas respectivas
de esos dos mundos separados, el sacrificio como forma de reenviar a la
inmanencia a un ser, a un igual que devenido cosa ha de recuperar
su pertenencia a lo vivo por medio de la feroz intimidad del grito de
muerte. El orden imperial y militar que engendra acumulación y
que, expandiendo el movimiento hacia afuera, refuerza el orden de las
cosas y profundiza el fracaso de la muerte ritual del otro. Y por último,
el orden moral -industrial, científico, capitalista que consuma
el sistema de las cosas en una última y más acabada forma
de escisión: el hombre vuelto definitivamente cosa él
mismo no conserva ningún vínculo con aquella inmanencia
que ha subsistido a lo largo del proceso más allá de la
nostalgia de lo animal.
Así, la historia del mundo se presenta como una historia de economía
religiosa y como la historia del fracaso de las religiones en el intento
del hombre por recuperar su pertenencia a este mundo. Se trata de la última
filosofía ensayada antes de que los historiadores tomaran la palabra
para inventariar un irreversible mundo de cosas. La teoría de Bataille
se funda en un conocimiento extenso de la historia, pero huye deliberadamente
de todo ejemplo temporal para mantener encendida la llama precaria de
algo que está implícito en el relato histórico. Sólo
en el apéndice ofrece, a la manera de una invitación intelectual,
un único ejemplo de aplicación de su teoría al análisis
de una religión histórica, el Islam, y demuestra de qué
manera varios estadios teóricos comparecen en una misma religión,
híbrido de los diversos y desesperados intentos del hombre por
encontrar la intimidad perdida.
Al erotismo en la literatura de Bataille, a sus exégesis de los
grandes asesinos lúbricos y los escritores del mal podría
aplicarse, como si fueran otros tantos ejemplos de religión, su
propia teoría. Es que el desenfreno erótico no tiene para
Bataille lo dice con claridad en su prólogo a Madame Edwarda
de 1956 tanto sentido por erótico como por desenfrenado,
en el sentido económico de la palabra: en ese abandono, en ese
derroche está otra vez la ruptura con el orden de las cosas y laposibilidad
de regresarse a un estado de intimidad anterior, cuya característica
es necesariamente la abundancia.
Bataille no propone destruir el mundo de las cosas, que al costo de nuestra
enajenación es artífice de la supervivencia. En su teoría,
la revolución en un acto solitario: Este mundo real llegado
a la cumbre de su desarrollo puede ser destruido, en el sentido de que
puede ser reducido a la intimidad. El desarrollo teórico
resulta así tributario de un acto último de fe en una cierta
posibilidad humana: una conciencia clara que no encontrará
la intimidad más que en la noche.

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