Principal RADAR No Turismo Libros Futuro CASH Stira
Todo por 1.99

Clara de noche

fueIser






Meiras - Migdal

Volver

Hoy somos los fabulosos calavera

Flavio está sentado a la mesa de una parrilla, la parrilla que parece ser de su preferencia en Tigre -donde vive desde hace un par de años-, a juzgar por la familiaridad con que lo tratan ahí. Con esa gorra, la barba y los lentes, parece un teniente guerrillero devenido funcionario de lo que fue la Revolución Sandinista en Nicaragua, a fines de los setenta, principios de los ochenta. O también puede pasar por un joven estanciero de la provincia de Buenos Aires: viste bombachas y una camisa a cuadros. Le falta la camioneta Ford estacionada en la calle. Pero no. Flavio Cianciarullo, nativo de Mar del Plata, con una esposa mexicana y dos hijos que llevan por nombre el de sus referencias musicales -Astor se llama el mayor, Jaco el recién nacido-, es uno de los más convincentes compositores de canciones populares que haya dado el rock argentino en los últimos quince años. Es lo que puede entenderse por estrella de rock en esta parte del mundo. Lidera una de las bandas más grandes del llamado “rock latino” que pisa fuerte en Estados Unidos y en buena parte del mundo, que vendió más de un millón de discos, que ganó un premio Grammy y que viene de convocar 100.000 personas (o algo así, la cifra redonda siempre tienta). Es posible que el señor que trae la parrillada completa no tenga en cuenta todas esas cosas pero, bueno, para eso están los periodistas ¿no?. Así, en esa ambivalencia, entre el griterío de una multitud y el alarido del pequeño Astor, se desenvuelve la vida de uno de esos jumpin’ gorditos -definición spanglish acuñada alguna vez por alguien y que suena, por lo menos, graciosa- que ya superaron la década de historia musical.

-¿Te asusta el tamaño del grupo?

-Tratamos de tomarlo con la mayor calma que se pueda. Pero sí, en algún momento me asustó la dimensión que tomamos. Ojo: lo he disfrutado también. Me gusta como estamos ahora, como podemos regular las salidas... Tocar puedo tocar todos los días, pero acá, ¡no me lleven en un pájaro metálico porque no me gusta tanto! Después, que la nuestra sea una banda grande... Acá está lleno de bandas grandes.

-Pero cumplieron como un sueño del pibe: hicieron una gira de verdad por Estados Unidos...

-De movida, es fascinante hacer una gira en otro país. Lo que tuvo de bueno no tiene que ver con la cosa “estelar” de la gira -que no lo fue-, sino de hacer una gira verdadera de rock. Un micro yendo de costa a costa, parando en todas las ciudades: llegar, armar, tocar, desarmar y salir. También creo que ése es el país que da la posibilidad de tocar todos los días, aquí no se puede. Nuestra idiosincrasia no permite eso de tocar todos los días, sólo en fin de semana y a veces en algún que otro día, pero nada más. Allá como todo se corta a la 1, eso permite tocar un lunes.

-¿No te llegó tarde todo esto?

-Creo que llegó en el momento en que tenía que llegar, sí me parece que los tiempos que queremos manejar ahora son diferentes. Nos ofrecían girar muchos más meses y yo les dije ¡ni a palos!, yo y muchos de los otros chicos, entiendo que otros de la banda están en un momento en el cual hubieran aceptado gustosamente. Sí es cierto que si esto hubiera pasado cuando tenía 21 años, y me decían eso, viviría girando. De hecho ése fue un tema con la agencia que armaba la gira y tiene que ver mucho con la cabeza sajona: no entienden lo que es extrañar.

-También es distinto lo que sucede alrededor de ustedes, salen las críticas de sus discos en revistas como Spin, Rolling Stone...

-En algún punto es bueno que sucedan esas cosas, pero... tomalo con calma. Creo que tiene que ver con toda la cosa globalizada. No hablo desde el lugar del superado sino desde el hecho de plantearte que tenés que tomarlo tranquilo. En todo caso eso de sentirte pasando a otra esfera... No es así. Pasas a eso si lo que hacés es mejor.

-¿Y ahora es mejor?

-Me quedo en el intento, celebro el intento de que así sea. Nunca si es bueno o es malo. Pasé por épocas de creérmela totalmente pensando que lo que yo hacía era lo más. Por suerte, ahora me gusta entender que lo que hago puede no ser tan bueno para otros, puede ser maravilloso para algunos. Festejo el hecho de hacer, trato de que mi música sea cada vez mejor. No si lo logro, pero el intento es bueno. Tampoco puedo creer que lo que hacemos es de súper capos por el solo hecho de haber tenido éxito. Es genial haber tenido éxito, me cambió la vida, me da más plata en el bolsillo, pero nada más que eso.

-Suele decirse que “ahora tocan mejor”, que “aprendieron a tocar”. ¿Aprendieron a tocar?

-Hay cosas que se pueden decir con maldad y otras con objetividad. Pero me parece real, creo que aprendimos a tocar. Y no sé si aprendimos. Eso es lo peor. Pero no me cae mal eso. Hay cosas que me lastiman más, cuando te tocan el tema de la credibilidad y a ver qué hacés, si decís esto y después hacés lo otro. Eso tal vez me duele más. Si dicen que toco horrible no me molesta tanto como cuando alguien pueda dudar de si lo que escribo es cierto. Eso me lastima porque mi vida es totalmente igual a la de cualquier ser humano, con un montón de contradicciones y virtudes, cosas feas, cosas buenas. Pero al momento de hacer una canción uno pone el corazón, y ése es el momento real, sincero. Después no sé si soy sincero conmigo mismo, con los demás. Cuando van al punto de la canción. Si yo por ejemplo en un momento de mi vida escribo “Quinto Centenario”, la famosa temática indigenista... Yo creo que no hice nada por esa gente. Simplemente un día iba a caminando por la calle, vi el afiche de las carabelas y me pareció terrible... Pero punto, muere en ese momento de sensibilizarme para hacer una canción. Después está el que dice claro, hace esa canción y después va al banelco Y sí, es así. Sería morboso si yo escribiera eso pensando especular con determinadas cosas. No pretendo ser un paladín de nada.

-Parece una cuestión bien argentina, eso de la “credibilidad”.

-Es jodido cuando se emplean monismos: “Esto es una realidad y es así”. “Estos hacen canciones para vender”. Y son un montón de cosas más, obviamente me puede gustar vender discos, había una época en que ponía la radio y no nos ponían, y yo quería sonar, por supuesto.

-Pasa que haber cantado “quiero morir tocando ska” era como “no me importa nada”...

-Esa canción la escribió mi hermano, Gaby, teníamos 19 años. No sé, es que seguimos tocando ska... Nos dicen “antes escribían pavadas y ahora se hacen los serios”. Y llegamos hasta acá haciendo lo que hicimos. No me avergüenza hablar de épocas de letras flojas, me gusta haber mejorado. No soy un tipo que me enrosque escribiendo, aunque en un momento me pasó, pero ahora no. Me desborda, le tengo mucho respeto. Me da la sensación de que si vos realmente escribís bien, podés escribir una letra que hable simplemente de un árbol. El punto es el cómo, cómo la escribís. Hago canciones en los Cadillacs porque me tocó ocupar ese rol, pero tampoco me considero un songwriter.

-La famosa “conversión” del ska a las letras sociales, ¿sucedió tan así?

-Es curiosa la situación, porque en el momento en que no nos importaba nada, en hacer letras que no dijeran nada, esa superficialidad estaba tomada con profundidad. Es una paradoja. En ese momento fuimos los que le dijimos no al oficialismo de entonces (después en el show ése nos escupieron, nos hicieron mierda, lloré dos horas seguidas). Pero había rasgos de profundidad. Hacer “Desapariciones” de Blades no tuvo que ver con algo pautado, simplemente surgió por el hecho de la emotividad de la canción, no por hacer política. Hacer esa canción nos salió porque nos gustaba la emotividad que tenía y no tanto por querer decir algo que ya sesabe lo que es y porque no éramos, no somos nadie para decir nada. Si yo hubiera hecho eso para vender discos soy un monstruo y me suicido. Me parece terrible ese juicio, aunque siempre les doy algo de razón a las críticas. Soy un gran culposo, por eso me pegan las críticas jodidas. Porque me hago cargo, digo “si este chabón dijo eso, por algo será, algo de eso debo tener”. Pero eso me sirve también como nervio motor para seguir adelante. No soy de los que dicen “este dijo eso, es una estupidez, está loco, no tiene razón y que se vaya a lavar las tetas”.

-Hay otras particularidades. No muchos grupos le escriben una canción a un manager con el que se pelean que termina como hit (“El satánico Dr. Cadillac”).

-Es que tiene que ver con cierta cosa ingenua, creer que todos los que estamos en esto somos todos amigos y no, no somos todos amigos. Y el hecho de desilusionarte con eso te puede llevar a hacer una canción, que sigue siendo una cosa bastante ingenua, pero es sana.

-Y después, más adelante, otra particularidad: el guitarrista pasó a ser manager.

-Es curioso, es cierto, pero no es más que un enroque desde el lado musical: el que era guitarrista nuestro en todo ese tiempo mostraba reconocidas virtudes para manejar la banda y bueno, qué mejor que nos maneje un hermano nuestro.

-¿Eso porque desconfían de todo lo que rodea a una banda de rock exitosa como ustedes?

-Es así, este negocio es gris, no hay blancos y negros, está lleno de grises. Y qué mejor que tener uno al lado que puede hacerlo. Es como vos, y después tiene que ver con todos esos cambios después de la ida de Sergio y la grabación de Fabulosos Calavera. En un punto, para mí es como si la banda se hubiera disuelto y empezó de nuevo. Yo tenía la intención de cambiarle el nombre, me parecía que era otra banda. Eso y otras cosas que nos pasaban por la cabeza, hizo que pensara que los Cadillacs morían para revivir en otro cuerpo. Misma alma pero otro cuerpo. Tuve la intención de llamarnos Fabulosos Calavera, porque algo quedaba pero no éramos lo mismo. Y si bien seguimos llamándonos institucionalmente como siempre, hoy somos los Fabulosos Calavera, por respeto a los que no están y porque la cosa cambió.

-Rotman se fue porque no daba para seguir juntos. ¿El resultado fue que vos y Gaby quedaran como los “jefes” de la banda? ¿Son los jefes de la banda?

-No, me parece que naturalmente tenemos como... Es muy terminante la palabra jefe, muy fría y sargentona. No es así, pero sí reconozco que tenemos como cierta capacidad natural de liderar, pero de todas maneras me gusta llevarlo hasta cierto punto. Me gusta el espíritu de la banda, ocho personas tirando para el mismo lado. Vos podés tener un dúo, tocando con quince músicos, ya sabemos que hay casos... Que no parecen ni bien ni mal, a mí no me gusta eso. Me gusta que los demás se sientan parte de una cosa, no músicos sesionistas que están tocando para dos personas. Pero hay una realidad, que tenemos capacidad natural de hacer cosas que otros no hacen, así como otros hacen cosas que nosotros no hacemos. Pero yo soy instrumentista, me gusta ser reconocido como bajista más que como líder de una banda que hace temas.

-Ultima particularidad: se habló del contrato discográfico de ustedes como se habla del de un jugador de fútbol. Eso no suele pasar con las bandas de rock.

-Es gracioso porque del dinero de ese contrato se habló mucho y se habló de mucho más de lo que realmente era. Ojalá hubiera sido lo que decían... (risas) Como siempre digo: somos ocho músicos y, en general, cortamos la pizza en partes iguales. No fue el caso del contrato, pero somos ocho músicos, más el manager y éste, éste y éste. Si fuéramos untrío, bueno... Pero es jodido, supongo que lo mismo le debe pasar a un futbolista. Y más porque tampoco fue como se dijo. Me parece que también los músicos siempre estamos en desacuerdo con las compañías y desde las compañías se cometen injusticias hacia los músicos, así que si uno alguna vez les puede sacar algo... Está bien. Pero no me gusta hablar de eso, lo llevo a mi vida personal: no me gusta preguntarle a alguien “che, ¿y vos, cuánto ganás?”. Es asqueroso, como una vez que alguien me preguntó eso. Yo le dije “y vos ¿cuántas veces te cojés a tu mujer?”. Es tan asqueroso como esa pregunta, no se puede andar preguntando eso. Creo que teníamos cierta chapa de éxito y la compañía, bueno... Si quería a los Cadillacs se tenía que poner.

ENTREVISTA: ESTEBAN PINTOS
FOTOS: NORA LEZANO

La trastienda del Buenos Aires Vivo
Amigos

El sábado pasado, en medio del recital de Cienfuegos, un sonriente y satisfecho Sergio Rotman dejó a su banda sola sobre el escenario. Era el turno de los solos, y el frontman de los dreadlocks le dejó libre el camino a las guitarras. Detrás de las amplias cortinas negras que hacían las veces de escenografía, sin embargo, Rotman no dejó de acompañar a los saltos el ritmo del tema. Entonces, siempre fuera de la vista del público, otro personaje se sumó al entusiasmo y se puso a saltar durante unos segundos con él al ritmo de la canción. Era Vicentico. Saltaron juntos un instante, sonrientes, y después Rotman volvió a escena. Un rato más tarde, Los Fabulosos Cadillacs curiosamente elegían abrir su show en el Buenos Aires Vivo III con “Ríos de lágrimas”, un tema de El León. Detrás del inmenso cartel de fondo que rezaba Fabulosos Calavera, Rotman no ocultaba su sorpresa. “Lo hicieron a propósito. Ese tema es mío, y no lo tocan nunca”, se entusiasmaba, mientras trataba de recordar su propia letra.

Las gentilezas del fin de semana pasado entre los dos protagonistas de la anécdota inicial no hicieron más que terminar de cerrar la historia alrededor del portazo con el que este último decidió dejar el grupo hacia fines del ‘97. La suya no fue la primera deserción del grupo original, pero sí fue la más ruidosa. “Ninguna pasó desapercibida”, señaló Flavio el año pasado, en medio de la exitosa gira norteamericana. “Pero las otras fueron hace tanto tiempo que ya no me acuerdo. Eso sí, cuando se fue Sergio, pensamos incluso en cambiar de nombre. Así me lo dijo el guitarrista de Almafuerte la primera vez que lo invitamos a tocar con nosotros: yo no toco con los Cadillacs, toco con Fabulosos Calavera.”

Al irse de los Cadillacs, Rotman no eligió el bajo perfil y habló de guerra de egos en su ex grupo. Vicentico respondió diciendo que Sergio quería ir demasiado rápido a ninguna parte. Por entonces, hacer nota con ellos significaba que, sin que mediara pregunta alguna, se refirieran el uno del otro de manera contundente. Después de un año de éxitos, consolidaciones y cambios, sin embargo, la hermandad Cadillac le ganó a la polémica. El Rey Azúcar de Chris Franz-Tina Weymouth, Debbie Harry y Mick Jones, dejó paso al Fabulosos Calavera de Piazzolla, Sabato y Rubén Blades. El grupo giró con su Grammy por Estados Unidos, y acá en Buenos Aires pasaron de renegar a homenajear al rock nacional, con versiones inspiradas de “El anillo del Capitán Beto” y “Una casa con diez pinos”. La bronca de Cienfuegos, mientras tanto, se instaló reivindicativamente rocker en la música de los ochenta más oscuros. Cada uno a su juego, definitivamente. Hoy por hoy, cuando deben hablar públicamente el uno del otro, Vicentico y Rotman no se olvidan de quiénes son y quiénes fueron (la sangre, además, nunca llegó al río: muchos Cadillacs, aun en el peor momento de la crisis, siguieron tocando con Rotman, tanto en Cienfuegos como en el grupo de Mimí Maura, la mujer de Sergio). “Soy el primer fan de Cienfuegos”, ha dicho Vicentico. “Sergio siempre quiso hacer algo así, y me alegra que haya encontrado dónde hacerlo”. “Los Cadillacs siguen siendo los mejores”, sigue diciendo Rotman. Lo bueno, hay que decirlo, es que nunca dejaron de ser Cadillacs. Fabulosos, siempre. Ahora, Calavera. Pero -tal como lo demostraron ante las más de dos generaciones que durante dos años seguidos demostraron seguirlos incondicionalmente por lo que fueron- siempre serán Fabulosos Cadillacs. Los gorditos saltarines. Tatuados. Cada vez más músicos. Y así, entonces, cada vez más como dice la canción: “Nosotros somos amigos, vos que solo estás”.

MARTIN PEREZ