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Todo x 1.99 y algo más

Frente al shopping

Fiebre de sábado a la
TARDE

Ahí está la mole coronada con neón azul y rojo, entre Figueroa Alcorta y las vías del tren, en un atardecer de sábado que no parece de otoño. La hora es la preferida para los matrimonios que se resignaron a creer que ir al supermercado es una de las salidas más interesantes del fin de semana, así que la entrada al Carrefour del shopping Paseo Alcorta parece el camino hacia el aposento del Sai Baba. Pero casi nadie ahí se atreve o quiere dejar atrás las puertas automáticas y cruzar el predio público que hay a la salida. Si alguien lo hiciera, se sorprendería al ver sobre un desnivel el set que montaron dos bandas del punk más underground, y los casi 200 chicos que asistieron a ese show que circuló de boca en boca. También se acercan los nenes que limpian parabrisas y unos pocos peatones, pero la mayoría llega sabiendo lo que va a pasar. “Contra las injusticias que se viven”, anuncia Batra, cantante de El Sepulcro Punk y mentor de este proyecto ciertamente alternativo. “La idea es... nada: tocar al aire libre, gratis, expresarnos, y manifestarse en zonas donde las injusticias estén más a la vista”, le dijo más tarde al No.


El show empezó con la performance furiosa y corta de Responsables No Inscriptos, mientras los chicos del público comparten cartones de vino, porros y sonrisas. Nada de pogo. Recién cuando los de El Sepulcro Punk descargaron su adrenalina, unos seis con remeras de Ramones, Flema y The Exploited se cruzaron en un pogo relajado. Después subió a tocar Atracón, un cuarteto hardcore que no estaba anunciado y que sacudió con su cantante de dreadlocks al frente. Alguien del público se enojó con la impasibilidad del resto. “Son todos estones, putos. No parecen punks”, vociferó acodado en el pasto, acusando con la cabeza. Nadie se inmutó. Después uno de los músicos dirá que ellos odian las etiquetas. Que al final es lo mismo ser punk, stone o moderno. Sólo es una cuestión de estética, y no está mal. Pero lo que importa es la actitud.

PABLO PLOTKIN


Una curiosa brigada porteña

Los caza graffitti

El graffitti, aquella cruzada romántica tan propia de los ‘80 que tanto hizo por la popularidad de agrupaciones tan diversas como Ratones Paranoicos y Los Vergara, es en los ‘90 víctima de una implacable cacería. Una empresa privada, llamada Tecnología Anti Graffitti, patrulla la ciudad ofreciendo un servicio poco simpático: limpiar las paredes porteñas de las anónimas leyendas delas bandas del aerosol. Con sus empleados uniformados y sus máquinas que combinan agua con disolventes, los caza graffitti han hecho que muros y columnas de universidades, edificios públicos, monumentos y casas de familia hayan vuelto a ser blancas ... y mudas. Pero la lucha es dura. Daniel Gendra, que tiene 30 años y es uno de los dueños de la empresa, reconoce haber sido en su adolescencia un graffitteador empedernido. Pero con la edad se convirtió al higienismo mural: “El graffitti es contagioso -dice-, en cuanto aparece uno, en seguida otros se animan y en poco tiempo la pared se llena de dibujos y palabras. Por eso conviene actuar con rapidez”.

Por supuesto, todo gladiador reconoce bien a su enemigo. Y Gendra sabe qué graffittis son los más comunes: Trujamán, El Consumo Te Consume y La Mancha de Rolando son las tres obras anónimas que más veces fueron borradas. Manuel Quieto, líder de La Mancha de Rolando (una banda de rock ‘n’ roll de Avellaneda), disimula cierto orgullo e intenta una explicación oficial: “Bueno, quienes hacen graffittis no somos nosotros, sino nuestros fans. Sé que algunos hasta fueron pescados por la policía en plena pintada. La Mancha, por lo pronto, está a favor de la libertad de expresión y por eso alentamos a todos los fans del mundo a graffittear las paredes. Pero eso sí, en lo posible con tinta azul lavable y evitando las casas de familia”. Por su parte Julio, percusionista de Trujamán -banda de rock del barrio de San Telmo-, tiene una visión algo más política del problema: “La ciudad es un monumento a la decadencia del sistema capitalista, y en sus paredes surgen nuevos medios de expresión abiertos para la gente. Estamos orgullosos del graffitti”.

¿Paredes limpias o paredes rockeras? Por ahí habría que preguntarle a Charly García.

Por JAVIER AGUIRRE



CINEPLEXX

“¿Creés en la magia?”, preguntaban al mundo los Lovin’ Spoonful desde su inmortal hit de 1965, en medio del optimismo desplegado por el Flower Power y, sin duda, Sebastian Litmanovich hubiera levantado las manos jubiloso, como señal afirmativa. Ocurre que la historia de Cineplexx (su alter ego) y el álbum Posología tienen bastante de mágico. “En realidad siempre quise armar una banda, pero por alguna razón terminaba trabajando solo en mi casa, con mi portaestudio. Como mi actividad principal es el diseño gráfico, al final del día me pongo a tocar y grabar, así que junté un montón de material que decidí imprimir en unas 50 copias en esos cd’s grabables para repartir entre amigos y algunos periodistas. Más por jugar que por otra cosa mandé unas 5 o 6 a sellos de afuera que me gustaban, y la gente de Caipirinha (sello independiente de New York dedicado a la música electrónica, que cuenta en su catálogo a gente como Unit y Prototype 909) me propuso firmar un contrato, así que el álbum estará editado en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia, España y Japón, lo que me parece buenísimo, principalmente como un acto bizarro, medio punk”, relata entre sorprendido y satisfecho. Internándonos en su trabajo se descubre que no se trata sólo de música electrónica, sino también de agridulces canciones entonadas con guitarra. “Es que en mí conviven los dos mundos. En realidad, no me considero un músico electrónico. La mayor parte del tiempo escucho a T. Rex, Velvet y Bowie. Aun no sé cómo ocurrió todo esto.” Arte solitario para el mundo.

BABYLON ZOO

Dentro de la actual escena pop británica, ya de por sí influenciada por el Glam, Babylon Zoo se destacan por su admiración casi enfermiza hacia ese período estético/musical. Justamente por eso, el líder Jas Mann se exhibe con maxifalda plateada durante el video de “Spaceman”, rotundo single debut que no sólo les significó la popularidad en su país sino también una lluvia de críticas, dado que cedieron los derechos de la canción para un aviso de jeans. Pese a todo, la música contenida en The Boy with the X-Ray eyes (96), el álbum debut, mostraba una interesante fusión del Glam según Bowie con el tecno pop inglés de fines de los ‘80 (Gary Numan, Ultravox) y la épica compositiva de Oasis. Ahora, inesperadamente, regresaron con King Kong Groovers, segundo trabajo, que los sitúa mucho más cerca de sus raíces, casi bordeando el revival de Ziggy Stardust (el clásico de Bowie). La voz nasal y amaneradísima de Jas transita por un repertorio surcado por las orquestaciones suntuosas, las melodías adhesivas y una atrayente lírica interplanetario/futurista serie B, que utiliza el grotesco como arma (“Ocho días a la semana, veinticinco horas al día, somos stereo, stereo superstars”, “regresa el invasor de cromo, un chico asiático con ojos azul eléctrico, y yo tengo visión atómica”). La banda de sonido ideal para una versión hermafrodita de Star Wars.

MARCELO MONTOLIVO