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SOBRE LOS EFECTOS
DE LA VIOLENCIA EN EL DESARROLLO DEL APARATO PSIQUICO
“¿Usted deja llevar lápices a los chicos?”

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Psicólogas que trabajan con chicos victimizados por la familia y la sociedad teorizan la diferencia entre agresividad, sadismo y violencia, y presentan un caso clínico conmovedor.

“Mi hijo tiene maldad”, dice la madre, angustiada.

Por Marta Nudelman y Martha S. Varela *

Estas reflexiones acerca de la violencia y sus efectos sobre el desarrollo del aparato psíquico parten de una experiencia asistencial con niños en edad escolar y sus padres, que venimos realizando hace varios años en un servicio de psicología clínica de niños, dependiente de la II Cátedra de Psicoanálisis: Escuela Inglesa, en el marco de un programa de psicología comunitaria de la Facultad de Psicología de la UBA.
Inicialmente los niños, derivados en su gran mayoría por las escuelas de la zona, lo eran predominantemente por problemas de aprendizaje. En los últimos años, el motivo de consulta más habitual son los problemas de conducta, de inicio cada vez más temprano, desde los primeros años de la latencia (6 o 7 años).
Intentamos diferenciar el concepto de violencia del de agresión y del de sadismo. Consideramos la agresividad como una forma de respuesta del yo ante cualquier amenaza. Junto con los impulsos amorosos, sirve de motor del desarrollo y de base para la sublimación. La expresión de una cuota de agresividad acorde con cada uno de los niveles evolutivos permite competir sanamente y afirmar la propia identidad.
El sadismo, en cambio, tiene como meta específica provocar el sufrimiento físico o mental del otro. Joyce McDougall reserva el término perversión para formas de relaciones sexuales que son impuestas por un individuo a otro que no las consiente (voyeurismo, violación) o que no es responsable (niño o adulto mentalmente perturbado). Tal vez la forma de discriminar la violencia del sadismo sea atender a la interdependencia que el sádico guarda respecto de su objeto y la connivencia en el placer existente entre el sádico y el masoquista: esta simetría no tiene lugar en el acto violento. La violencia nos remite al concepto de poder; apunta a un desequilibrio de fuerzas donde el más fuerte abusa del más débil. Si bien es dañina en sus efectos, su intención última no es dañar sino someter, doblegar, dominar, paralizar. La violencia intenta apoderarse de la voluntad, el pensamiento, la intimidad de quien la padece.
Adrián Rodrigo, de casi 10 años, es derivado por la escuela a la que asiste, por “severos problemas de conducta”. Por este mismo motivo la mamá lo retiró a los 15 días de haber comenzado preescolar y a mitad de año cuando cursaba primer grado. También repitió segundo, y cursa tercero.
Vive con sus padres y dos hermanitas menores en una casilla de una villa de emergencia adonde se mudaron hace unos meses. Los padres no están casados legalmente. El siempre quiso casarse; ella no; el hijo insiste en que lo hagan. Hasta su mudanza a la villa, vivieron en hoteles. El es vendedor ambulante, ella se declara ama de casa. Según la mamá, la violencia en la pareja comenzó cuando el hijo tenía 3 o 4 años. El papá “desaparece con los amigos, viene borracho, se va de boca, me maltrata, no se ocupa de los chicos...”. Una vez, cuando el padre le pegaba a la mamá, el niño, tras gritarle varias veces que la soltara, tomó un cuchillo y amagó clavárselo en la espalda.
Cuando la mamá se refiere al niño, lo llama por su primer nombre. El prefiere ser llamado por el segundo, homónimo del padre. Usa los dos apellidos, el paterno y el materno, pero la madre al presentarlo invierte el orden, lo que generó inconvenientes para ubicar la historia clínica.
La mamá dice: “Adrián tiene maldad, es atrevido. Encima en la villa es más difícil. Desde que empezó a caminar fue así. A medida que crece está peor. Ataca a los demás y dice que lo hace para defenderse. No cuida nada, ensucia la ropa, las paredes, con caca”. Es enurético y encoprético, si bien la encopresis disminuyó notablemente desde hace más de un año. “Maltrata a las hermanas. Cuando tenía 5 años y la hermanita 5 meses, le sacó el pañal y le apoyó el pito. Yo le tengo desconfianza.”
Muy angustiada, refiere su rechazo por el niño, que la llena de culpa. No logra entenderlo y pasa muchas noches llorando. Lo agrede mucho, tanto física como verbalmente. Por otra parte, pese a su edad, todavía lo baña. Adrián Rodrigo trae, por encargo de la madre, su cuaderno con tres malas notas que dan cuenta de falta de respeto a la docente y de violencia hacia compañeros a quienes llegó a lastimar: “Es que había una nena que tenía mocos y a mí me daba mucho asco (gesto de arcada), y, no sé..., la maestra me retó”.
En el juego dramatiza situaciones violentas y de contenido sexual: autos que son arrojados por una rampa, que chocan entre sí, o que atropellan a un caballo. Dos toros que se montan uno sobre el otro por la parte trasera. También denuncia situaciones de riesgo en las que se halla inmerso: “El otro día vi un choque entre un auto de policía y otro. Se hicieron mierda”. Respecto de una muñeca de la caja: “¿Por qué llora? No me gusta esto”. “Ahora que estoy bien (se refiere a la existencia de lápices de colores en la caja) voy a pintar los dibujos de mi cuaderno. En el colegio los chicos no me quieren prestar y yo no tengo. ¿Usted deja llevar algunos lápices a los chicos?”
“¿Sabés?, en mi barrio hay chicos que se drogan con pegamento. ¿Sabés cómo es? Lo ponen en una bolsita, se tapan con una campera y aspiran.” “El otro día estuvo la policía por mi barrio, estaban buscando a alguien, eran un montón.” Dibuja un helicóptero: “Es de la policía y está volando para ver si hay alguien que roba”. “Usted no le muestra ni le cuenta a mi mamá lo que yo le digo, ¿no?” “¿Usted me quiere a mí?”; ante la sorpresa de la entrevistadora, se sonríe y corrige: “¡No!, si me cree lo que yo le digo”. Todos los árboles que dibuja tienen un agujero en el tronco.
El niño sujeto a violencia carece de un sistema de defensas organizado que le permita enfrentar el impacto, y generalmente depende, no sólo para su supervivencia sino para completar su desarrollo mental, de aquellos que consciente o inconscientemente lo violentan.
Hay una facilitación a la violencia que deriva del enfrentamiento con un objeto impermeable, la intensificación de la tendencia a la intrusión que se produce cuando el niño siente que no está “llegando” al otro, que no produce impacto o impresión alguna sobre la persona a quien se dirige.
Si se carece, en el curso del desarrollo, del espacio de contención emocional provisto por las funciones familiares, capaz de significar la ansiedad y de proteger al aparato psíquico del incremento de estímulos perturbadores, el proceso de simbolización se verá obstaculizado. La constitución discriminada del mundo interno, el equipamiento básico del self y la fluidez de la relación con sus objetos se verán comprometidos. En lugar de representaciones de experiencias emocionales que puedan ser utilizadas para pensar, que sirvan de vehículo de comunicación y que sean traducidas en acciones transformadoras de la realidad, éstas tendrán un carácter evacuativo. Predominarán el exhibicionismo y el afán de dominio sobre los objetos, la perturbación de las funciones psicosomáticas o los fenómenos de tipo alucinatorio.

* Texto extractado de un trabajo en la Revista del Ateneo Psicoanalítico, Nº 2, de próxima aparición.

 


 

ACEPTACION O DESMENTIDA DE LA VERDAD DEL ABUSO SEXUAL
“Creerle a la Neurótica de Freud”

Por Isabel Monzón *

Desde aquel “Suena como un cuento de hadas científico”, con el cual Krafft-Ebing cerrara, en abril de 1896, la reunión en la Sociedad de Psiquiatría y de Viena en la que Freud expuso por primera vez su teoría de la seducción, hasta nuestros días, el debate sobre el abuso sexual contra menores no cesa de provocar controversia y actitudes extemporáneas dentro del movimiento psicoanalítico. En La etiología de la histeria, Freud explica su “teoría de la seducción” sosteniendo que el recuerdo de los abusos sexuales padecidos en la infancia provoca neurosis. Los abusos sexuales, dice, son cometidos por un adulto extraño a la criatura, sin el consentimiento de ella y con una secuela de terror inmediata a la vivencia. Otras veces, la persona adulta es cuidadora del niño. “Niñera, aya, gobernanta, maestro, y por desdicha también, un pariente próximo.” Unos días después, Freud le escribe a Wilhelm Fliess: “La conferencia tuvo una recepción gélida por parte de los asnos y un juicio singular por parte de Krafft-Ebing”. En setiembre de 1897, en otra carta a Fliess, Freud expresa que no puede seguir sustentando la teoría de la seducción. “Ya no creo más en mi neurótica”, escribe, y fundamenta su descreimiento en la “imposibilidad de acusar al padre de perverso”, inclusive al suyo, y en que considera poco probable que la perversión contra los niños esté tan difundida. Cree ahora que el relato de sus pacientes se apoya en un falso recuerdo, producto de sus fantasías. Poco tiempo después, elabora la teoría del complejo de Edipo, en la cual el seductor pasa a ser el niño.
A partir de estas dos diferentes y contradictorias posturas freudianas, el psicoanálisis ha oscilado entre la creencia en la realidad del abuso y su desmentida, con la subsecuente iatrogenia que la segunda postura conlleva. Muchos psicoanalistas que, llevados por la clínica con menores víctimas de abuso sexual o con adultos sobrevivientes, retoman la teoría de la seducción para darle una vuelta de tuerca más, o dejan de ser considerados psicoanalistas o son calumniados o injuriados por algunos “colegas”. Tal fue el caso de Sandor Ferenczi. El creativo psicoanalista húngaro abrió, en 1932, el XII Congreso Internacional de Psicoanálisis con la ponencia Confusión de lengua entre los adultos y el niño: “Nunca se insistirá bastante sobre la importancia del traumatismo y en particular del traumatismo sexual como factor patógeno. Incluso los niños de familias honorables de tradición puritana son víctimas de violencias y violaciones mucho más a menudo de lo que se cree”. Sigue: “El niño puede intentar protestar, pero a la larga es vencido por la fuerza y la autoridad aplastante del adulto. Llevado por el temor y la indefensión, la criatura se doblega a la voluntad del agresor y lo introyecta, para poder seguir sosteniendo con él un vínculo de ternura”. A este mecanismo de defensa mental, Ferenczi lo llama “identificación con el agresor”. El talentoso psicoanalista húngaro murió en mayo de 1933 con la promesa de Ernest Jones de publicar su trabajo en el International Journal of Psychoanalysis, promesa que nunca cumpliría. Poco antes de morir Ferenczi, Freud, repitiendo lo mismo que a él le hiciera Krafft-Ebing –o, como él mismo hubiera dicho, repitiendo activamente lo vivido pasivamente– le escribe a Jones una carta en donde le dice que una paciente de Ferenczi, la señora Severn, parecía haberle provocado a su analista una “pseudología fantástica”. (El diccionario médico alemán Pschyrenbel define pseudología fantástica como la “invención de experiencias que tan sólo son cuentos de hadas”.) El polémico y valioso trabajo de Ferenczi se conoció recién en 1949, gracias a Michael Balint.
Desde aquel descalificador “esos son cuentos de hadas científicos” que Krafft-Ebing le dirigiera a Freud, hasta el duro diagnóstico de “pseudología fantástica” que el mismo creador del psicoanálisis le endilgó a Ferenczi, las injurias y acusaciones de psicopatología contra los psicoanalistas que toman una postura activa frente a la grave realidad delabuso no han cesado. La historia se repite: algunos profesionales de la salud no quieren aceptar la verdad de lo que escuchan. En consecuencia, al faltar un oyente/interlocutor válido, si el paciente es una criatura, el abuso persistirá y, si es adulto, insistirán sus efectos.
Curiosamente, parecemos olvidar aquello que el mismo creador del psicoanálisis decía, a raíz del caso Juanito: “El niño no miente sin razón, y en general, se inclina más que los adultos hacia el amor por la verdad. (...) Liberado de su opresión, comunica a borbotones lo que es su verdad interior”. Todos tendríamos que animarnos a seguir creyéndole a la Neurótica de Freud. Tal vez así ella se animaría a dejar el refugio-cárcel de su neurosis.

* Directora de la Revista del Ateneo Psicoanalítico.

 

POSDATA

Malestar. “Fulgores del malestar”, con Brück, Casullo, Carpintero, Chernov, Jitrik, Vegh, Traversa, Libertella y otros, mañana y pasado de 14 a 17.30 en el Museo de Bellas Artes. Proyecto al Sur, 4833-3213.
Convergencia. Reunión Clínica de Convergencia en IPBA, el 28 de 9.30 a 13.30 con H. Levin y A. Jozami. 4951-5183.
Legados. “Argentina y los legados de la tortura”, con la investigadora norteamericana Marguerite Feitlowitz, hoy a las 21. CIAP, Charcas 4729. Gratuito.
Verdad. “La clínica psicoanalítica entre la ciencia y la verdad”, con Gurman, Casalla, Peluffo, Rupolo, el 21 de 10 a 13 en Agrupo, Billinghurst 713. Gratuito.
Identificaciones. “Clínica de las identificaciones”, con Víctor Korman, hoy a las 20.30. Gremial de Psiquiatras, H. Yrigoyen 1126. Gratuito.

Hospital. “Freud-Lacan en el Hospital”, con pasantía, en el Israelita. 4586-8188.
Violencia. “Intervenciones en violencia familiar”, el 25 de 18 a 21.30. Universidad de San Martín. 4734-4685.
Presentación. Del Nº 2 de Revista del Ateneo Psicoanalítico. El 20 a las 20, Viamonte 1393.
Feminidad. “Locura y feminidad”, mañana de 17 a 20 en EFBA, con Weskamp, Rivadero y Stezovsky. 4802-1803. Gratuito.
Milenio. “Fin de milenio. Modalidades de enfermar”, con Tollo, Forster y Rojzman, hoy a las 21 en Mendoza 1259. Gratuito.
Eros. “Eros y filosofía” por Rubén Ríos, desde el 23 a las 18. Centro Psicoanalítico Argentino, 4822-4690.
Borges. “Encuentros borgeanos”, por B. Borovich, el 20 a las 21. 4862-7985. AEPA. Gratuito.


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