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Austin superstar: flanqueado por la Sra. Kensington (mimi rogers) el superagente secreto hace una pausa mediática en el swinging london, antes de enfrentarse a su pelado archienemigo, Dr. Evil

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

La vida en rosa: Austin Powers (mike myers) y Vanessa Kensington (Elizabeth Hurley) bailan acaramelados sobre un ómnibus que recorre Las Vegas. Al piano, Burt Bucharach observa satisfecho.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

pret-a-porter: entre las tantas parodias que se reserva la pelicula, he aqui una muestra de en que puede convertirse el swinging london en las manos de quien hizo El mundo segun Wayne.  

Cada tanto sucede algo así. Hollywood le confía un par de millones de dólares a un desquiciado lo suficientemente hábil como para saber disimularlo. Todo empieza con el desquiciado que sabe disimular -y que ha actuado en televisión y ha hecho tres películas con respetable éxito- reuniéndose con altos ejecutivos de un estudio. El desquiciado les entrega un guión sobre un swinger de 1967 con doble vida: fotógrafo de modas de día y agente secreto de noche. El fotógrafo es un obseso por las mujeres; el agente secreto se dedica a combatir a su archienemigo: un gordo pelado deseoso de conquistar el mundo llamado Dr. Evil (“Dr. Mal”). Según el guión, el desquiciado se reserva ambos papeles. Las posibilidades de que la película resulte un éxito son tan altas como las que tiene Austin Powers (el superagente secreto) de conquistar a Vanessa Kensington (la empleada del Ministerio de Defensa encargada de ayudarlo en su misión). Pero, quién sabe cómo, el desquiciado consigue los millones. Y, contra todas las posibilidades de marketing (la parodia norteamericana parecía haber exhalado su último suspiro con La pistola desnuda), Austin Powers cumple en las boleterías y, además, se convierte en uno de los hallazgos cómicos más interesantes de los últimos años.

RETRATO DEL COMEDIANTE ADOLESCENTE Mike Myers (además de ser capitán honorario del seleccionado de hockey de Canadá y el desquiciado en cuestión) se hizo “famoso” con un sketch bastante idiota en Saturday Night Live, como Steve Martin, Gene Wilder, Bill Murray, Billy Crystal y un largo etcétera. Ese sketch bastante idiota se convirtió en una película bastante idiota pero muy divertida llamada El mundo según Wayne (1992), en la que Myers y Dana Carvey eran dos adolescentes perdidos en el pueblito de Aurora (Illinois) que tenían como único hobby un programa de cable propio, en donde se dedicaban a festejar todo el tiempo sus propios chistes y presentar a estrellas invitadas que eran a su vez sus mejores amigos. Para sorpresa de Myers y la directora de la película, Penelope Spheeris (que ya conocía el culto vergonzante gracias a su trabajo en This Is Spinal Tap, documental apócrifo sobre la llegada a la fama de un grupo de heavy-metal que también se parodiaba en El mundo según Wayne), la historia del cine sumaba otro momento estelar: Wayne y Garth se dirigen a un recital en su auto con otros dos amigos cuando comienza a sonar su canción favorita: Rapsodia Bohemia de Queen. Todos empiezan a revolear la cabeza hasta casi decapitarse. Con el éxito de esa escena, Mike Myers quedó empantanado en la categoría “humor adolescente”. Pero Myers se resistía a ser un tipo grande haciéndose pasar por joven para que los verdaderos jóvenes se rieran de él. Mike Myers quería ser un humorista de autor, como Billy Crystal en El cómico de la familia y Olvídate de París. Pero si Billy Crystal quiere ser un Woo-dy Allen de la Costa Oeste norteamericana, Mike Myers quería ser Monthy Python y Benny Hill y a la vez ser tomado en serio. Lo primero que necesitaba entonces era un guiño autoral, y lo encontró en El mundo según Wayne: Rob Lowe. Harto de que durante toda su adolescencia, a principios de los 80, el galán siempre se llevara a la chica y fuera feliz en incontables películas ambientadas en colegios secundarios, Myers decidió que su meta durante los 90 iba a ser humillarlo sistemáticamente en sus propias películas (Myers no dirige, pero es evidente que todo está bajo su control).

En El mundo según Wayne, Lowe interpreta a un ejecutivo televisivo detestable que quiere robarle la chica a Wayne y termina llorando y confesando sus crímenes. E iba a haber más. Mientras tanto, el mismo año en el que se estrenó la continuación de rigor (en donde Wayne y Garth organizan un recital al aire libre llamado Waynestock), Myers se puso a las órdenes (es un decir) de Thomas Schlamme para filmar So I Married An Axe Murderer (nunca estrenada en la Argentina, aunque emitida el año pasado por cable). Ahí, Myers encarna a un poeta beat de San Francisco que inventa razones absurdas para no comprometerse en sus relaciones sentimentales, pero finalmente se enamora de una mujer y descubre que es altamente probable que sea una asesina serial buscada por Interpol. En esta película no está Rob Lowe, pero sí Brenda Fricker parodiando su papel de madre de Daniel Day-Lewis en Mi pie izquierdo y Mike Myers haciendo doblete como el poeta y su propio padre escocés jubilado, todo el día en camiseta y sin pantalones, empecinado en moler a patadas a su hijo.

Después de un interludio de cuatro años, Mike Myers decidió llevar a la pantalla las series de televisión británicas de los 60 que veía cuando era chico en Canadá, de las cuales siempre le llamaban la atención, según dijo en una entrevista para E! Entertainment, las pésimas dentaduras que tenían los galanes (y que eso no inhibía sus poderes frente a las chicas decorativas que rápidamente se arrojaban a sus pies). Además reconoció estar obsesionado con su propio trasero y que los ajustadísimos pantalones de terciopelo se le ocurrieron como la mejor manera de que el mundo comenzara a compartir su obsesión. Había nacido Austin Powers.

NACE UNA ESTRELLA (PARTE 1) Para empezar, Austin Powers revela lo que hasta el momento era un secreto a voces: ser espía no es necesariamente un trabajo de tiempo completo. Pero si James Bond (o Sean Connery, el único 007 que Austin conoce y al que lo une un frondoso, viril y, en su caso, artificial pelo en pecho) lograba reunir el suficiente tiempo libre como para realizar visitas al casino, tomar innumerables cocktails y asistir a un sinfín de fiestas diplomáticas, Austin se dedica a la fotografía de modas. Esto le sirve, número uno, para conseguir chicas, y número dos, para afianzar su imagen de swinger londinense de fama mundial, como lo atestigua la secuencia inicial de la película, en donde el héroe se ve perseguido por cientos de adoradoras enardecidas al estilo A Hard Day’s Night. Es que Austin es “la encarnación del perfecto caballero-espía: las mujeres lo aman, y los hombres querrían ser como él”. El señor Powers lo sabe y, salvo perseguir al villano, se infiere que el resto del tiempo el maniático sexual algo idiota pero sofisticado se lo pasa consiguiendo chicas.

Todo comienza en 1967, cuando Austin y su compañera de aventuras, la señora Kensington (una especie de madre de Emma Peel) reciben el llamado de Basil Exposition (Michael York) alertándolos de que Dr. Evil está planeando emboscarlo en una discoteca. La pareja de espías se dirige hacia allí para, a su vez, emboscar al villano. Pero el cerebro del mal escapa dentro de un cohete disimulado en un muñeco BigBoy (un Ronald McDonald inglés) para permanecer en órbita y congelado hasta que “el amor libre deje de existir”. Austin, por su parte, decide hacer lo mismo, hasta que llegue el momento de la revancha. Treinta años después, el amor libre ciertamente ha dejado de existir y Dr. Evil regresa a su refugio subterráneo en Nevada junto a su gato de angora, Mr. Bigglesworth. Allí reúne a sus secuaces, comandados por su número dos que se llama Número Dos (Richard Wagner): Frau Farbissina (fundadora del ala militante del Ejército de Salvación), un ex asesino del IRA, y Mustafa (quien es liquidado rápidamente debido a las complicaciones en el proceso de descongelamiento que convirtieron al adorable Mr. Bigglesworth en una mezcla de chihuahua y ET). Los planes de Dr. Evil son realmente siniestros, pero para 1967: destruir la capa de ozono y provocar un divorcio entre el príncipe de Gales y su mujer. Desanimado por el curso de la historia que le ha arrebatado sus maldades más atroces, Dr. Evil decide optar por lo de siempre: secuestrar una ojiva nuclear y pedir el altísimo rescate de... un millón de dólares. Número Dos le revela que su propia compañía-fachada, Virtucon, gana más de 9000 millones de dólares. “Está bien, esas cosas deberían decírmelas, estuve congelado por treinta años, ¿recuerdan?”, dice Evil, y termina pidiendo cien mil millones de dólares.Y todos felices, menos los delegados de las Naciones Unidas que están indefensos y rogando que Austin Powers vuelva a salvar el mundo libre.

NACE UNA ESTRELLA (PARTE 2) Mientras tanto, Basil Exposition y dos generales de la OTAN deciden descongelar a Austin Powers, la única persona capaz de detener a las fuerzas del mal. El superagente secreto es revivido en una perfecta cargada a Terminator, para luego sufrir los efectos que algún día padecerá Walt Disney: ausencia de monólogo interior e incapacidad de controlar el volumen de la voz. Ambos se conjugan para que la apreciación sobre las características físicas de su nueva compañera, la agente Vanessa Kensington (Elizabeth Hurley), cause la peor impresión entre los nuevos integrantes del MI5. Teóricamente, la misión de Vanessa (hija de la compañera de Powers durante los fantásticos 60) es aclimatarlo a los terribles años 90. Pero la suya es una tarea perdida: “Mientras pueda seguir teniendo relaciones sexuales con múltiples parejas y experimentar con drogas para expandir mi mente sin ningún tipo de consecuencias, voy a estar bárbaro”, le dice Austin. A pesar de su confeso amor por el reviente, el mejor agente secreto del mundo no es un mal tipo. De hecho, es un perfecto caballero en todas las acepciones del término: es incapaz de tomar ventaja de una Vanessa borracha, se avergüenza de que ella conozca su “bomba sueca aumentadora del pene”, y es tan romántico como para invitarla a recorrer Las Vegas a bordo de un ómnibus rojo de dos pisos, con Burt Bacharach al piano, cantando la inimitable “What The World Needs Now Is Love”.

Buena parte de la gracia está en cómo Austin “Danger” Powers y Vanessa Kensington se adaptan el uno al otro. En el comienzo ella es la auténtica encarnación de la secretaria ejecutiva con posgrado en Oxford. Hacia el final, termina siendo la mejor sucesora de Emma Peel. Mientras, Austin empieza la película tan inadaptado a los 90 como su archivillano, quien en una aguda reflexión concluye que todo lo que en los 60 estaba “de onda” ahora es considerado maligno. En una de las últimas escenas, Austin entra de lleno en nuestra hermosa década soltándole a un derrotado Dr. Evil: “Si hubiéramos sabido lo que sucedería, habríamos hecho todo de otra manera. Pero ahora tenemos libertad con responsabilidad, es un momento fantástico” (algo que casi cualquier egresada de Oxford podría decir). Dr. Evil, indiscutible genio del mal, retruca: “No hay nada más deprimente que un hippie viejo”.

EL AMOR DESPUES DEL AMOR Lejos de los planes tontos de Dr. Evil, lo peor que Austin debe enfrentar es la muerte del amor libre. Infiltrado en el departamento de la secretaria privada italiana de Número Dos para fotografiar los planos de Dr. Evil, Austin sucumbe a los encantos de Alotta Fagina (un nombre tan guarro como la Pussy Galore de Bond). Al día siguiente, Vanessa le revela a Austin haberse puesto celosa de esa tal Alotta. Austin le responde, cándido: “Y tenías razón en ponerte así: me la volteé”. Vanessa se pone histérica, y Austin arranca con un “No significó nada para mí”. Ella, perdidamente enamorada del superagente, le pregunta: “¿Por lo menos usaste protección?”. “Sí, por supuesto, tenía mi 9 milímetros”. Todo termina con la chica encerrándose en uno de los cuartos de la habitación de hotel que comparten, mientras Austin intenta comprender cabalmente qué es esto de los 90 a través de un compact disc, unas zapatillas ultramodernas y una lista de los músicos que conocía íntimamente y que ahora están muertos. ¿La reflexión final?: “¡No puedo creer que Liberace era gay!”.

90-60-90 El primer suplemento color de The Times, en 1962, estaba dedicado a “la nueva Gran Bretaña”, tema que estaba sintéticamente explicado en a) las minifaldas de Mary Quant fotografiadas por David Bailey (que vendría a ser como Austin Powers pero sin lo de agente secreto), b) un ensayo sobre la juventud mod a partir de las mejoras sociales, y c) un cuento de Ian Fleming protagonizado por James Bond. Austin Powers vendría a ser el intento por parodiar las películas de espías a partir del mismo esquema, con el agregado del número musical de los títulos y los separadores a cargo del grupo de Mike Myers, Ming Tea. A primera vista, Austin Powers podría ser catalogada como lo que en inglés se llama spoof: una especie de parodia a una película filmada “en serio” (en este caso la eterna saga de James Bond). Para que las spoofs funcionen, el espectador tiene que haber visto o por lo menos estar al tanto del original. Y esto sería necesario si Austin Powers fuese una parodia en el sentido convencional. Pero no lo es.

La película es a la vez una tomada de pelo a las convenciones del género Bond y a dos épocas diferentes (los 60 y los 90). Y lo que mejor hace Mike Myers es encontrar las paradojas del género, siempre usando lo obvio y el absurdo, como buen heredero del mejor humor inglés. Ejemplos sobran: un general norteamericano le informa a su subordinado que viajará a “Londres, Inglaterra”. Acto seguido, un plano del Big Ben, un cartelito que dice “Londres, Inglaterra” y, como si no fuera ya demasiado, Pompa y circunstancia de Elgar en la banda de sonido. En otra secuencia Myers pone en ridículo los excesos del género narrando el destino de la familia y los amigos de los guardias de seguridad muertos. Y aquí, por supuesto, viene la humillación a Rob Lowe que todos estábamos esperando. Los amigos del finadito Smith están reunidos para tomar una cerveza cuando suena el teléfono en el pub y el bueno de Rob es el encargado de revelar la truculenta muerte y la consiguiente elegía frente a los atónitos presentes. Pero la humillación es doble: la secuencia en la que aparece Rob sólo puede verse en la versión DVD que incluye las escenas que quedaron fuera de la película.

En la misma línea, pero parodiando los 90, Dr. Evil es el único villano de películas de espías que tiene un hijo adolescente al que adora, Scott (nacido en un laboratorio mientras su padre estaba congelado y en órbita). Como tienen problemas de comunicación, ambos concurren a una sesión de terapia coordinada por Carrie Fisher (ex niña prodigio hija de Debbie Reynolds que exorcizó su infancia en el libro Postales desde el abismo). En terapia, Dr. Evil revela su vida de niño junto a un padre que reclamaba para sí la invención del signo de interrogación, mientras Scott Evil cuenta que quiere ser veterinario. “¿Un veterinario del mal?”, pregunta su padre.

En otra escena (que sí quedó en la película), es el pequeño Scott quien se encarga de poner en evidencia lo inverosímil de las muertes en cualquier película de espías: antes de asesinarlos, el villano siempre invita a sus víctimas a cenar y les cuenta detalladamente sus planes, así como siempre el malo luce ropa cuasifuturista (como la bolsa de plástico que vestirá Dr. Evil cuando ejecute su plan de eliminación mundial). El hijo del monstruo lo intima a que, en lugar de sumergir a Austin y a su compañera en una pileta llena de róbalos mutantes que los matarán lentamente, lo deje a él pegarles un tiro con un revólver a la vista de todos. El villano desestima la propuesta por ridícula: ya es obvio que morirán. Pero también es obvio que él, seguro, va a perder. El villano siempre pierde. Y Austin es invencible.

¡ME VENGARE, JURO QUE ME VENGARE! Durante la transmisión de los Oscars ‘97 Janet Maslin, una de las críticas más duras del New York Times, protestaba porque era sumamente injusto que Myers no hubiera recibido al menos una nominación. Pero se acerca la revancha para el mejor agente secreto de nuestros tiempos: anunciada para junio de este año, Austin Powers 2: The Spy Who Shagged Me (algo así como El espía que me volteó) se encuentra amparada por el silencio sepulcral que mantiene el estudio. Sin embargo, ya tiene un site en Internet (www.austinpowers.com) y es objeto de cientos de especulaciones. Los indiscretos que nunca faltan en un rodaje revelaron que Elizabeth Hurley desaparecerá de la saga ya que se descubre que Vanessa Kensington es ¡un androide! (parodiando las abruptas salidas de las chicas Bond que pedían un aumento a la producción y recibían un telegrama de despido). Dr. Evil, junto a una versión clonada de sí mismo llamado The Mini-Me (“El mini-yo”) y su nuevo esbirro Fat Bastard (interpretado también por Myers), viaja en el tiempo hasta el laboratorio en donde está congelado Austin y se las ingenia para privarlo de su atractivo sexual. Además, el villano planea volar la Casa Blanca con un láser si el mundo no le paga 100 mil millones de dólares (lo que hace morir de risa a los líderes de las Naciones Unidas porque Evil viajó en el tiempo y ésa es una suma astronómica de dinero para 1969). El agente secreto, imposibilitado de utilizar su mayor arma, une fuerzas con una superespía norteamericana llamada Felicity Shagwell (Heather Graham) para recuperar sus poderes sexuales. También se anuncia el esperado reencuentro de Scott Evil con su padre en un programa especial dedicados a hijos de supervillanos del Show de Jerry Springer (talk show norteamericano en donde los invitados más que dialogar se trompean). Kristen Johnson (Sally en Third Rock From The Sun) es Ivana Humpalot, una modelo rusa y ex agente de la KGB que intenta vender material secreto al Dr. Evil. Y, por supuesto, Rob Lowe vuelve para ser humillado, esta vez como el Número Dos versión 1969. Ya nada puede impedir que Mike Myers logre que lo tomen en serio de una vez por todas. Y que, en algún lugar del mundo, Pierce Brosnan tenga miedo, mucho miedo, mientras toma su Martini. Batido, no revuelto.