Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
Volver 




Vale decir


Volver


Eddie Constantine, una mezcla de Bogart y Bond,
en una de las cientos de películas de espías de Jess Franco.

Por ALFREDO GARCIA

 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 

Sandrini y Pepe Biondi, dos de los argentinos devenidos agentes secretos durante la bondmania.


 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

En 1944 Libertad Lamarque encarnó a una cantante de tangos y espia nazi en la Francia ocupada.


 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

 
 
 
 
 

Las reglas de Hollywood son claras: si una fórmula funciona bien en la taquilla, pronto aparecerá una horda de productores y cineastas dispuestos a imitarla, copiarla y parodiarla hasta agotar por completo el filón. Por otro lado, hasta el filón más agotado a veces vuelve a dar pepitas de oro, y eso es lo que confirmaron los productores de Goldeneye, la primera película de la serie Bond interpretada por el pétreo Pierce Brosnan. A pesar de sus repeticiones y la brutal diferencia entre las espectaculares escenas de acción y las anodinas secuencias dialogadas -realizadas por Martin Campbell, el mismo de la flamante La máscara del Zorro -, Goldeneye recaudó más de 300 millones de dólares en el mundo y se convirtió en el título de mayor éxito comercial en la extensa serie iniciada con la memorable El Satánico Dr. No.

Por eso a Goldeneye pronto la siguió otro film con Brosnan -la muy superior El mañana nunca muere- y otros subproductos cómicos como el alucinante delirio psicodélico Austin Powers (que fue un discreto éxito comercial gracias al que ya están preparando una secuela). Aunque, vale aclarar, el film que protagoniza Mike Myers no es la única burla a Bond del ‘98: el año pasado Bill Murray protagonizó otra parodia de espías (The Man Who Knew Too Little hasta el momento nunca estrenada en los cines argentinos). Pero cualquier espectador con una mínima cultura cinematográfica reconocerá en Austin Powers a otros personajes además de James Bond. Desde el Dean Martin de Matt Helm a los juerguistas Tony Curtis y Roger Moore de la serie de TV “Dos tipos audaces”, los clones de Bond se convirtieron en una verdadera plaga que contaminó las pantallas de los años ’60 y ’70, tanto desde los estudios de Hollywood como desde las productoras de cine industrial bastante comunes en la Europa de aquellos tiempos. Como sucede muchas veces con el cine bizarro en general, una de las características más llamativas de estas películas es su número: apenas hasta 1969 el autor español Luis Gasca, uno de los mayores expertos de habla hispana en cine fantástico, aseguraba en su libro Cine y ciencia-ficción que sólo entre el ‘63 y el ‘67 se habían rodado sesenta y siete imitaciones Bond producidas en Italia, España, Alemania y Francia. Y la fiebre Bond fue tan persistente que aún en los comienzos de los años ’80 el cine argentino seguía produciendo infantiles parodias Bond con los superagentes Ricardo Bauleo, Víctor Bo, y Julio De Grazia. La verdad es que de los centenares de clones de Bond que recorrieron los autocines, salas de barrio y televisores de todo el planeta, probablemente apenas un puñado haya tenido actores carismáticos, presupuestos razonables, efectos especiales convincentes, gadgets originales o guionistas más ingeniosos que los Bond. Pero no se puede negar que en este subgénero las imitaciones solían tener ciertas cualidades bizarras que difícilmente hubieran aparecido en un film clase A como los que protagonizaban Connery, Moore o el pobre y semiolvidado George Lazenby. Los fans del humor surrealista, la comicidad involuntaria y la imaginería y estética del flower power saben bien que aquellos clones de 007 eran algo digno de ver.

SPAGHETTI BOND Siempre metidos a hacer cosas raras, fue un argentino el que dirigió uno de los primeros clones de Bond realizados en Italia. Hugo Fregonese (veterano de Pampa Bárbara y Apenas un delincuente, luego cineasta hollywoodense que tuvo a su cargo a luminarias como Gary Cooper, Jack Palance, Barbara Stanwyck, James Mason y Edward G. Robinson, y más tarde vagabundo de los estudios europeos y las producciones internacionales extrañas) dirigió en 1963 la hoy enterrada y olvidada Operazione Baalbeck, interpretada por George Sanders y la mujer del director, Yoko Tani (quizá por exótica siempre la llamaban para estas películas, por ejemplo el film español Agente Z-55, Misión Hong-Kong). Operaziones Baalbeck parece haber sido la única película de 1963 que podría encuadrarse como un subproducto europeo de los films de Bond, por lo que los estudiosos del tema suelen mencionarla como una de las primeras imitaciones de las por entonces incipientes aventuras protagonizadas por Sean Connery. Ya en 1965, en Italia se hacían anualmente más de quince spaghetti Bond. Y en 1966 los italianos batieron todos los records del subgénero: durante esos 12 meses se rodaron unas treinta y siete clones de 007, si se cuentan calcos y parodias.

Entre la avalancha de este tipo de films se pueden citar títulos cuya sola mención pueden arrancar carcajadas, por ejemplo: 002 agenti segretissimi (Lucio Fulci, 1964), Password: Uccidete agente Gordon (Terence Ha- thaway, seudónimo de Sergio Grieco, 1966), Jerry Land Cacciatore di Spies (Juan de Orduña, 1966) o Agente SO3 Operazione Atlantida (dirigida por un tal Paul Fleming, sin ningún parentesco con Ian, ya que su auténtico nombre era Domenico Paolella). Uno de los spaghettis Bond más celebrados suele ser James Tont: Operazione UNO, codirigido en 1965 por Bruno Corbucci y Gianni Grimaldi, con un James Tont encarnado por el mismísimo Lando Buzzanca, que un año después volvería a hacerse cargo del rol estelar en la secuela tan increíble como el original: James Tont, Operazione DUE.

Entre los millones de siglas copionas de 007 se pueden citar, como para dar una idea de la creatividad peninsular de la era, al Agente 077 missione Bloody Mary, A-001 Operazione Giamaica, 087 Missione Apocalisse, Agente 3S3 Massacro al Sole, Sette Donne d’Oro contre due 07 y Dick Smart 2-007: pruebas irrefutables de que en los salvajes años 60 todo estaba permitido. Incluso rastrear a algún familiar de Sean Connery para contratarlo y hacerlo protagonizar un spaghetti Bond: el hermanito menor de 007, Neil Connery, fue el astro de Operation Kid Bro- ther, estrenada en España en 1967 como Todos los hermanos eran agentes. Como después de ese estreno Sean se enojó mucho con el tarambana de su hermano, en Italia el film se llamó OK Connery. Luego de este film Neil Connery no volvió a encontrar trabajo como actor profesional, y algún tiempo después estaba trabajando como yesero.

Pero más allá de los productores inescrupulosos, hay que reconocer que de Italia surgió una imitación realmente original de 007: el anti Bond, encarnada por John Phillip Law en una de las obras maestras menos conocidas del cine europeo de la época: Danger Diabolik. Dirigida por Mario Bava en 1967, esta producción de Dino De Laurentiis es una película única, un delirio visual sólo permitido por la libertad creativa propia de aquella época, un viaje psicodélico sólo comparable con 2001 (aunque cargado de una ideología contestataria en lugar de la intención metafísica de Kubrick). Acompañado por la ultrasexy Marisa Mell, Diabolik usa los típicos trucos y gadgets tecnológicos de Bond contra el sistema: es un anarquista que coloca gas hilarante en una conferencia de prensa del ministro del Interior y decide volar la DGI para ridiculizar al gobierno que lo acosa. Entre sus mejores excentricidades está la de robarse un container lleno de millones de dólares sólo para tener sexo bajo esa montaña de dinero con su chica. Sus métodos y costumbres -y también su crueldad- son una copia de los de Bond, pero Diabolik no tiene jefe, ni espera a que nadie le dé “licencia para matar”: él mata por su cuenta, y su única debilidad es dejarse llevar por los constantes caprichos de su mujer (tratándose de Marisa Mell, nadie lo puede culpar).

El personaje de Diabolik compartió la lista de estrenos con antiguos malvados como el Dr. Mabuse, archivillano creado por Fritz Lang en el período mudo y que resucitó durante los ’60 para protagonizar una larga serie de nuevas aventuras, primero realizadas por el mismísimo Lang durante su poco conocido retorno a Alemania hacia el final de su carrera, y luego por directores de todo tipo, incluyendo a nuestro compatriota Hugo Fregonese. Hubo algunos villanos protagonistas de films similares a Diabolik, como el también enmascarado Kriminal que dirigió Umberto Lenzi, pero el aire conservador de los años siguientes aniquiló las posibilidades de que un archivillano anarquista protagonizara una película.

ESPIONAJE INDUSTRIAL La industria hollywoodense no podía dejar de tentarse por el espionaje, en todo sentido. Los espías vendían muchas entradas, especialmente si eran sofisticados y seductores como Bond. Así nacieron espías cool. En su caracterización del agente Matt Helm, el beodo Dean Martin hacía más una parodia de sí mismo que de Bond. Martin hizo cuatro films, empezando por The Silencers (Phil Karlson, 1966, con Stelle Stevens y Victor Buono como el malo) y continuando con Murderer’s Row (Henry Levin, 1967, con Ann Margret y el villano Karl Malden), The Ambushers (Levin, 1968, con Senta Berger y un platillo volante del gobierno norteamericano) y The Wrecking Crew (Karlson, 1969, con Sharon Tate, Chuck Norris haciendo de extra y un crédito de “karate advisor” para Bruce Lee). Aunque se supone que la única buena de todas estas películas es la primera, la verdad es que a su manera las cuatro son bastante divertidas. Para comprobarlo basta darles una mirada cada vez que las dan en nuestros canales de cable. Algunos cineastas de cine arte también incursionaron en los clones de Bond. Joseph Losey convirtió a Monica Vitti en espía en la subestimada Modesty Blaise (por supuesto en 1966), y Jean Luc Godard se infiltró en la serie de films que venía haciendo Eddie Constantine como el agente secreto Lemmy Caution para rodar su antológica Alphaville (1965). En esta gran película de vanguardia Godard convocó a Howard Vernon, actor fetiche de un auteur más extraño que también recorrió el género: el hiperprolífico Jess Franco, que hizo al menos una docena de films de agentes secretos entre los que se puede mencionar El caso de las dos bellezas y Residencia para espías. En la pantalla chica por supuesto hubo muchos más clones de Bond, todos muy conocidos, incluyendo a Maxwell Smart, “Los vengadores”, “El agente de Cipol” y “Misión: Imposible”.

El punto culminante de la Bondmanía fue 1966. En la TV americana “El Agente 86” tenía veinticinco puntos de rating. Pronto llegó la primera parodia Bond de la pantalla grande: El último de los agentes secretos es tan tonta como divertida, y cuenta con una importante ventaja adicional: un rol coprotagónico para Nancy Sinatra, que canta el tema del título, gran hit pop de los 60 y mejor que muchas de las canciones oficiales de la serie Bond (quizá ésta sea la única vez en la que un integrante de uno de los cientos de clones de 007 termine participando en una de las auténticas producciones de Cubby Broccoli, ya que en 1967 Nancy cantó la versión original de Sólo se vive dos veces).

Los fans del género suelen concordar en que uno de los mejores subproductos de James Bond fue Flint, comenzando por la excelente Our Man Flint (Daniel Mann, 1966). James Coburn era el sofisticado Derek Flint, un agente de Z.O.W.I.E. (Zonal Organization on World Intelligence Espionage) que debe luchar contra la organización archivillana Galaxy, una especie de versión malvada del imperio Playboy con burdeles psicodélicos y delicias similares. En la secuela In Like Flint (Gordon Douglas, 1967), Coburn debía impedir que una sociedad secreta de chicas sexy domine al mundo cambiando al presidente por un doble.

DE ARGENTINA CON AMOR Hay clones de Bond realizados para el mercado interno turco. Por eso hoy puede verse como algo absolutamente natural que en 1974 el gran fenómeno comercial del cine nacional haya sido La gran aventura, el primer film de los superagentes criollos Ricardo Bauleo, Víctor Bo y Julio De Grazia. En 1974 Emilio Vieyra dirigió el primer y más original film en la interminable serie de estos clones argentinos de Bond. Originalmente los agentes se llamaban Apolo, Centauro y Hércules, pero después, para no pagarles derechos a los autores originales, los rebautizaron como Delfín, Tiburón y Mojarrita. La gran aventura fue el primer auténtico clon de 007 realizado en la Argentina: tenía una chica Bond que sabía karate (Graciela Alfano en su época de oro) y villanos que no dejaban de tener cierto carisma, incluyendo a un juvenil Jorge Martínez. Había cierta picaresca infrecuente en una producción argentina apta para todo público (incluyendo una escena en la que los tres héroes son secuestrados y atados desnudos por los villanos) y un énfasis en demostrar que en la Argentina se podían hacer escenas de acción similar a las de una producción internacional. Este detalle fue el que convirtió al film en un fenómeno comercial casi sin precedentes (luego continuado por secuelas insufribles de directores como Adrián Quiroga -es decir Mario Sabato- y Carlos Galletini).

Pero los superagentes no fueron los primeros espías del cine nacional. Algunos ejemplos antiguos y semiolvidados son Explosivo 008 (James Bauer, 1940, con Vicente Padula) y el extraño El fin de la noche (Alberto de Zavalía, 1944) en el que Libertad Lamarque, cantante de tangos de la Francia ocupada, se infiltraba entre los maquís como espía nazi y luego se arrepentía para dar su vida por la Resistencia francesa. Este film se estrenó en el ‘44, y fue prohibido por antinazi: recién se pudo exhibir luego del fin de la guerra.

A falta de un film argentino de espías en serio, hay que buscar divertimentos trash como el Operación Rosa Rosa que hizo Sandro, o rarezas como Kuma Ching, en la que Daniel Tinayre convirtió a Luis Sandrini en un taxista porteño secuestrado por espías extranjeros para trabajar como agente secreto en Hong Kong (donde se filmó parte del film). En esta costosa y fallida coproducción con España, aparecía el venerable Narciso Ibáñez Menta como un científico y Lola Flores como su hija.

Coautor de Un diccionario de cine argentino, publicado en 1995, el investigador cinéfilo Raúl Manrupe cree que la ausencia de los espías en el cine nacional se debe “a la distancia de los conflictos internacionales y la ausencia de conflictos políticos del tipo de la Guerra Fría que pudieran generar la presencia de un agente secreto. Los conflictos políticos que hubieran vuelto verosímiles a estos personajes eran censurados, así que no había mucho que se pudiera filmar sobre el tema”. Quizá por eso, para encontrar espías tratados con seriedad, haya que ir a los tiempos de la Guerra de la Independencia. En Bajo el signo de la patria René Mugica mostró las actividades de espionaje a favor de España del obispo de Salta. Y también filmó el fusilamiento de Leonor Benedetto, espía criolla que da su vida por la bandera (creada por Manuel Belgrano, prócer estelar encarnado por Ignacio Quiroz). Entre las docenas de parodias de tono infantil se puede destacar Patapúfete (Julio Saraceni, 1967). Pepe Biondi, perseguido por agentes de todo el mundo, dice que un amigo suyo “se fue de vacaciones a Vietnam”. Y al final, los espías internacionales se persiguen interminablemente en una calesita, en una poética alegoría pacifista que nunca nadie encontrará en ningún film de la serie Bond.