Cierto crítico de arte, que despacha sus opiniones en las páginas de un matutino de regular tirada, acaba de emitir severos juicios acerca de la obra de Salvador Dalí. Este caballero, que además es lingüista y experto en la confección de enciclopedias, califica a la pintura del artista de Figueras de meticulosa y decepcionante. Pero le concede algún magnetismo, ejercido primordialmente sobre adolescentes y no iniciados atraídos por relojes derretidos, jirafas llameantes y cajoneras antropomórficas. Los desplantes y la extravagancia serían el verdadero legado de Dalí y no sus cuadros, que vendrían a ser algo así como irreparables ilustraciones de su método paranoico-crítico, sólo soportables si son mediatizadas a través de la reproducción mecánica.
La descripción no está exenta de simplismo, pero no tiene nada de nuevo y es probable que además esté equivocada. De cualquier forma el marido de Gala Diakonova ha soportado diatribas más elaboradas. El crítico, para que su tesis resulte verosímil, se ve forzado a denigrar la pintura de Dalí y además a compararla con la de Velázquez, Goya, Picasso y ¡ay! también con la de Tàpies. Como tal vez crea necesario empequeñecerlo aún más, asegura que el pintor de Port Lligat desesperó, durante su vida, por ocupar un lugar en aquella breve lista.
Como digresión podríamos agregar que la relación de Dalí con los artistas nombrados es paradójica y contradictoria. La mayor parte de la gente sabe que Dalí fue un pintor virtuoso y un incorregible manierista (pintar a la manera de) que se ufanó de revisitar y reciclar a todos los artistas del pasado que admiró. En el caso de Velázquez su aprecio se manifiesta en el estudio que hace del espacio de Las meninas, que se puede encontrar en varios cuadros del catalán y en particular en Dalí de espaldas pintando a Gala de espaldas eternizados por seis posibles córneas reflejadas por seis espejos verdaderos, de 1933. La Premonición de la Guerra Civil, que pintó en 1936, es afluente directo del dramatismo de Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 de Francisco Goya. Con Picasso en cambio tenía una relación de competencia y amor filial que no le impedía considerarlo su segundo padre. De Tàpies dijo una vez: Tan malo que era como pintor figurativo, qué extraño que ahora sea reconocido como pintor abstracto.
Cada mañana, al despertarme experimento un placer supremo del que hasta hoy no me había dado del todo cuenta: el de ser Salvador Dalí; y me pregunto maravillado qué cosa maravillosa le reserva el día a Salvador Dalí. Y se me hace siempre más difícil comprender cómo los demás pueden vivir sin ser Gala o Salvador Dalí, escribió el 6 de setiembre de 1953. Que Dalí aspirara a quedar en la historia del arte en un lugar de privilegio es cierto y posible. Tal vez habría que agregar que el parnaso de Dalí excede las fronteras españolas al que lo ciñe el crítico de marras. Como prueba irrefutable ponemos a disposición del público presente la Tabla comparativa de pintores según un análisis daliniano que incluye a once pintores de distintas épocas. Esta selección, como cualquier otra, no deja de ser abrumadoramente arbitraria, ya que no incluye, por ejemplo, a El Greco, a Goya, a Miró ¡y ni siquiera a Tàpies!
Según esta tabla sólo Vermeer es casi perfecto, con 20 puntos en todos los rubros salvo en originalidad, donde tiene 19 y es superado por Velázquez y Rafael. Justamente estos dos, de acuerdo con sus puntajes, serían los seguidores más cercanos de Vermeer. En el rubro Genio sólo Leonardo, Velázquez, Picasso, Rafael y Vermeer tienen el máximo puntaje. Dalí se puso 19, el resto tiene cero. El peor clasificado es Mondrian (es conocido el desprecio de Dalí hacia los pintores geométricos): tiene cero en casi todo, menos en Originalidad, donde le fue concedido 1/2 punto y en Autenticidad donde obtuvo 3,5 puntos. Es notorio el 2 que obtuvo Picasso en Misterio.