¿Cómo empezó todo? Con una idea. Con una idea de Charly García. Es decir: Charly tuvo al parecer una idea. Imaginó algo desconcertante. Imaginó el final de su concierto en Puerto Madero con una inédita cuota de teatralidad: representando los vuelos de la muerte con maniquíes que serían arrojados desde helicópteros.
No parecía ser una idea común en un roquero famoso. La idea parece, más bien, deudora de algún artista plástico y, por lo que se sabe, lo único que hace de plástico García es pintar las paredes de su casa como si fuera un eterno adolescente insatisfecho. También resulta dudoso -o inverosímil- que se haya basado en Helikopter-Streichquartett, la obra que Karlheinz Stockhausen hizo en 1994 con cuatro helicópteros y en cada uno de ellos un instrumentista (la mezcla del sonido de los aparatos y las cuerdas se efectuaba en tierra por consola; la música salía por cuatro gigantescas columnas).
Lo cierto es que la idea, o la mera ocurrencia festiva -para ser más justos con la tradición espectacular- armó un curioso revuelo. El disparador fue el rechazo de Hebe de Bonafini. El reparo no provino de cualquiera sino de uno de los grandes referentes en la lucha contra la última dictadura militar. De ahí que el ¡no! tuviera, en virtud de ese historial, semejante carga intimidatoria, casi pontificia.
Así fue como una mera insinuación performática desató una cascada de controversias y malentendidos, de equívocos que la trascendieron, para empezar a girar alrededor de los alcances del arte, las responsabilidades individuales de sus productores frente a la utilización de determinados símbolos y, también, los territorios apropiados para su circulación.
Las opiniones se polarizaron. Tal vez exista un pasadizo que permita ver las estrecheces. Esto merece formular algunas preguntas, sin dejar de atender algunas de las objeciones formuladas. ¿El problema es la performance en sí o la actual credibilidad del sujeto enunciante, sumamente impredecible? No sería ésta una interrogación caprichosa: un sinuoso vector une la parodia de García y Serú Girán del imaginario Gente (Grasa) en el cruel 1978 con su predisposición, 20 años más tarde, a ser arte y parte del pesebre Vigil, al lado del presidente de los argentinos y la fauna crepuscular del menemismo.
Vale, al mismo tiempo, interrogarse acerca de quién arbitra sobre lo que se debe o no hacer. ¿Existe acaso un monopolio de lo simbólico y un manual de instrucciones para su uso? La pretensión legislativa desconcierta a estas alturas. ¿Acaso es siempre preferible la pedagogía pueril y el realismo militante a toda otra forma de nombrar la tragedia?
El simulacro, con toda su carga simbólica, posiblemente hubiese tenido el mismo o un mayor impacto que el que suscitaron en 1983 las miles y estremecedoras siluetas alegóricas de los desaparecidos que fueron pegadas en la ciudad (recordemos: hasta hacía muy poco, el esquivo discurso político aludía a la cuestión con eufemismos y las siluetas denunciaban esa carencia). Los mismos argumentos utilizados en 1999 podrían haberse escuchado dieciséis años atrás. Afortunadamente no fue así. ¿Qué es lo que cambió desde entonces a la fecha? ¿Qué es lo que despierta tanta desconfianza? ¿El propio estatuto del rock? ¿Su imposibilidad de salir, aun en vivo, del formato del videoclip seguido de otro videoclip y otro (así hasta el fin...) banalizando todo mensaje? ¿El temor a convertir una expresión política en otra forma del show?
Conjeturemos: si esta performance se hubiera presentado en la Bienal de Venecia o en una de las Documenta, ¿no estaríamos arrodillados a los pies de su autor, ponderando su audacia? Otra proyección: ¿cómo hubiera reaccionado la gente ante semejante ocupación del espacio público, nada menos que en Puerto Madero? En una de ésas, de no haberse escuchado las objeciones iniciales de un grupo de Madres, otro tipo de escollos hubiesen aparecido en el camino. Por ejemplo: ¿con qué helicópteros se hubiera llevado a cabo la acción? ¿Con los mismísimos aparatos de la Marina, regresando a la escena del crimen impune? ¿Qué hubiera hecho el Estado? Lo cierto es que no hubo representación. Lamentablemente se obturó la posibilidad de introducir una inusitada carga de violencia poética en este Mundo de Lo Mismo que signa la cultura y la política argentinas. Ahora, el show debe seguir.