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Silvia Prieto, de Martín Rejtman
Una comedia marciana

Por ALAN PAULS
Silvia Prieto es la historia de una mujer obsesionada por la existencia de otra que se llama igual que ella. øCuánto hace que una película no se deja resumir tan bien por una frase? øCuánto hace que la palabra historia no suena tan precisa, tan ósea, tan indiscutible? øCuánto hace que algo tan anodino como un nombre ñun nombre anodino como ìSilvia Prietoîñ no adquiere de golpe un aura tan perturbadora, a la vez de intriga y de insipidez? øY qué diablos es algo que al verlo nos hace pensar todo el tiempo frases que empiezan con ìcuánto hace que...î?

Silvia Prieto es un acontecimiento. Un acontecimiento anti espectacular, a la manera neutra y como macrobiótica de su director. En algo más de noventa minutos de cine, sin empujarnos ni alborotar, Martín Rejtman hace lo que hacen todos los cineastas que ama, de Robert Bresson a Takeshi Kitano: inventar, formar, imponer un mundo. El de Silvia Prieto es un mundo ìde jóvenesî y ìde comediaî, pero las comillas deberían alertarnos. Porque en verdad es un mundo lunático, que oscila entre el desgano y el colapso, donde los ìjóvenesî envejecen y al mismo tiempo se aniñan, donde las cosas no paran de circular, animadas por una economía insensata, y donde hasta el más ínfimo tic generacional parece remoto y perplejo como una costumbre de tribu marciana. Pero sobre todo es un mundo nítido, de una precisión y una gracia sorprendentes. La nitidez (esa gran virtud olvidada por el cine argentino) es lo que le permite sostenerse, existir, persuadirnos de que no hay otro mundo igual y también, al mismo tiempo, de que el nuestro es apenas una de sus copias pálidas.

øSabés nadar?, de Diego Kaplan
La culpa es de los padres

Por M. P.
La foto tendría que mostrar a todos los protagonistas inmersos en el agua hasta la cintura. Arriba, el título de la película. Y debajo el slogan: ìLa culpa es de los padresî. Ése era el afiche que Diego Kaplan tenía en mente cuando comenzó a pensar en promocionar su primera película. Es difícil saber si va a prosperar o no la idea, pero lo cierto es que ese slogan carga con todo el sensacionalismo que no tiene la ópera prima de Kaplan, y que tal vez desconcierte a más de uno. En particular a los que vayan a verla pensando en Son o se hacen, o quizá en Drácula, las dos producciones para televisión del otrora niño mimado del mercado local de videoclips. Porque poco tiene øSabés nadar? de los atrevimientos kitsch sexuales del Kaplan televisivo. Película de iniciación con protagonista escondido, el film arranca invitando a sus espectadores a odiar a un ciertamente irritante Juan Cruz Bordeu, que en una gran caracterización encarna a un joven al que la necesidad de poner distancia de un amor fallido lo lleva a Mar del Plata. Allí conoce a una joven (Leticia Brédice) y, a través de ella, a un pequeño universo de personas con sus renuncias y triunfos. Suerte de anti-Un lugar en el mundo para la generación de veinte, øSabés nadar? es una película pequeña, sutil y perfecta. Además de Bordeu y Brédice, está protagonizada por un puñado de actores de televisión (Antonio Birabent, Iván González, Damián Drezik, Mariana Briski, Patricia Etchegoyen, Rolo Puente y Rita Cortese) que interpretan con justeza personajes queribles, traicioneros y traicionados. Como la frutilla sobre el mejor postre, el debut de la que bien podría ser la Natalie Portman local: Aldana Miró.

Solo contra todos, de Gaspar Noé
Treinta segundos para dejar la sala

Por Luciano Monteagudo
Cerca del final, cuando la tensión ya parece intolerable, aparece un cartel que dice: ìADVERTENCIA: TIENE 30 SEGUNDOS PARA DEJAR LA SALAî. Para muchos espectadores, ese aviso bien podría figurar en el comienzo mismo de Seul contre tous. El primer largometraje de Gaspar Noé (35 años, argentino radicado en Francia, hijo del pintor Luis Felipe ídem) es una de las películas más brutales que haya dado el cine en mucho tiempo. Afirmar que será, sin la menor duda, el film más impactante del Festival de Buenos Aires parece casi un eufemismo, considerando que una de las primeras acciones del protagonista ñun carnicero desempleado, embrutecido hasta el fondo de sí mismoñ consiste en darle un puñetazo feroz en el vientre a su esposa embarazada. Desde su revelación en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes 1998, donde arrasó con el primer premio, Solo contra todos ha venido atravesando el circuito de festivales internacionales como una tormenta. Concebido a la manera de una suite de su propio mediometraje Carne (1991), el film fue realizado por Noé tal como enuncia su título: lo hizo todo él, desde el guión hasta la dirección, pasando por la producción, la música y el montaje, contra el rechazo o la indiferencia de organismos de financiación públicos y privados de Francia. No es de extrañar: Solo contra todos parece, más que un film, una catarsis, una pesadilla de un nihilismo extremo, que le propone al espectador ponerse en la mente de ese carnicero monstruoso, atreverse a escuchar desde adentro el fluir de la conciencia de ese cretino racista y psicópata que no por ello deja de ser apenas un hombre común, como seguramente hay tantos en lo suburbios de París. O los de Buenos Aires. ìLa clase de antihéroe que merece el mundo actualî, tal como definió el diario The Guardian de Londres hace una semana, cuando la eligió ìpelícula de la semanaî (para su exhibición televisiva, el film de Noé no sufrió cortes, pero debió incluir la leyenda que anuncia: ìEsta película contiene escenas de brutalidad y sexualidad explícitaî).

Mundo Grúa, de Pablo Trapero Bienvenidos al mundo real

Por M.P.
Treinta años atrás, El Rulo supo acariciar la fama tocando el bajo en el grupo Séptimo Regimiento, cuyo éxito se llamó Paco Camorra. Una canción que aún hoy le suelen recordar de vez en cuando sus amigos ñy los no tantoñ mientras trata de sobrevivir lejos de su bajo y del éxito, pero sin renegar lo vivido ni lo que se vive. Porque si hay algo que queda claro en la sorprendente Mundo Grúa ñópera prima de Pablo Traperoñ es que El Rulo (un desocupado que es capaz de caminar a cien metros de altura o de viajar a Comodoro Rivadavia con tal de conseguir trabajo) no es un sobreviviente. Nada de eso. El Rulo y sus amigos, su madre y su hijo, no hacen más que vivir su vida de la mejor manera posible. De una manera tan real que, al ser filmados por la cámara de Trapero, parecen personajes llegados de un mundo tan lejano como el de cualquier programa de la tan cercana e invasora televisión autóctona. Con el único antecedente de un premiado cortometraje, Negocios ña medio camino de la ficción y el documentalñ, Trapero desplegó un pequeño universo alrededor de El Rulo (personaje real, salvo por el detalle de que, en la realidad, no es desocupado sino que tiene un taller mecánico) con la maestría de un experto y toda la atención de una mirada virgen. Filmada en blanco y negro y protagonizada casi en su totalidad por debutantes en esto de actuar (pero experimentados en vivir), Mundo Grúa es una experiencia fascinante, que recuerda que, si es verdad que la realidad imita al arte, a veces lo hace demasiado bien. Un neorrealismo argentino y contemporáneo, que pasea su cámara entre las ruinas de un presente que sabe de pasados y también de futuros: manjar que bien puede degustarse al natural, sin necesidad de ser acompañado por guarniciones de slogans o declaraciones altisonantes.