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Shakespeare
apisonado


Por Abelardo Castillo

Cuando me desperté, parece que la Peste de Londres había terminado sin dejar secuelas y que Geoffrey Rush había conseguido finalmente montar Romeo y Julieta, aunque en un teatro prestado. Esto me alegró, porque entendí que la película estaba llegando a su fin y podía abandonar el cine sin interrumpir la modorra de los otros catorce espectadores que aún permanecían en la sala. La película no es mala; tampoco es buena: es nada. La chica con bigotes ganadora del Oscar a la Mejor Actriz no es que esté mal, tampoco está bien: no está nada. El muchacho con arito disfrazado de Shakespeare no es que no se parezca a Shakespeare; tampoco da la impresión de parecérsele mucho: en realidad no me recordó a nadie. Mi idea de lo que vi es parcial, porque todo terminó para mí en el momento en que la reina Isabel (la extraordinaria Julie Dench) se da cuenta de que Gwyneth Paltrow, la chica con bigotes ganadora del Oscar a la Mejor Actriz, ha perdido la virginidad, cosa de la que yo ya me había dado cuenta cuando la vi junto a Michael Douglas en Un crimen perfecto. Shakespeare apasionado contiene diversos chistes, a saber:

William Shakespeare ha perdido la inspiración y consulta a un boticario astrólogo, quien lo hace recostar en un diván y termina diciéndole: “Su tiempo ha terminado”. William Shakespeare persigue en un bote, por el Támesis, a Viola de Lesseps, de bigotitos y mosca rubia en la pera, ganadora del Oscar a la Mejor Actriz, y le ordena al botero: “¡Siga a ese bote!”, a lo que el honrado hombre de trabajo londinense de 1593 responde: “Okey, jefe”. Naturalmente, este botero, o algún otro, da igual, es escritor en ciernes, reconoce al poeta y, según costumbre de la época, lleva (el botero) sus propias obras juveniles bajo el jubón de terciopelo, de modo que aprovecha la volada para que Will lo recomiende a un librero amigo, aunque el Cisne de Avón, obsesionado por perseguir a la ganadora del Oscar, ni siquiera se da cuenta.

Pero seamos positivos. Hay gags verdaderamente hilarantes. Por ejemplo, Viola de Lesseps, es decir Gwyneth Paltrow, Oscar a la Mejor Actriz, vestida de varón (porque está ensayando el papel de Romeo), ha llegado al teatro a todo gas y debe travestirse de apuro porque la espera su prometido legítimo. Lo hace todo bien pero olvida algo: se ha dejado el bigotito y la mosca rubia en su pera. Buen detalle, porque todo el mundo sabe que en 1593 las mujeres se vestían, se peinaban y otros afeites sin mirarse en el espejo. La época isabelina está muy bien reconstruida: todos corren, todos gritan. Los poetas, inspirados, descubren que no pueden continuar con su vida cotidiana porque acaba de ocurrírseles un soneto. Desde los balcones se arrojan sobre los viandantes las heces contenidas en bacinillas, sin pensar que en tiempos de Peste Negra esto puede resultar perjudicial para la salud de la población. La escena del balcón está muy bien: hay un balcón.

Incluso hay una enredadera para que Joseph Fiennes, o sea Shakespeare, con arito pero menos sufrido que su hermano de El paciente inglés, pueda trepar por las plantas e improvisar ante Viola los versos que luego redactará para Romeo. Me llamó un poco la atención, eso sí, el esfuerzo con que Will va construyendo su obra de Verona. Yo tenía entendido que Shakespeare ya conocía su argumento antes de escribirla porque la había tomado de un cuento italiano, pero da lo mismo.

En suma: un musical, pero sin canciones. Un hiperkinético Shakespeare basado quizás en el Amadeus de Milos Forman, pero sin Mozart y sobre todo sin el formidable Salieri. Y, sobre todo, sin el Réquiem y La flauta mágica, que aportaban lo suyo al necesario y presumible pathos de la vida de un genio. Lo mejor de la función fue un avance de una de Mel Gibson, donde lo matan, resucita y se venga asesinándolos a todos, incluidos John Madden, director de Shakespeare apasionado, Oscar a la Mejor Película, y de Gwyneth Paltrow, bigotito, mosca rubia, Oscar a la Mejor Actriz. Me han dicho que Joseph Fiennes colapsó sin necesidad de Gibson, después de no recibir ninguna de las trece nominaciones de Shakespeare apasionado, siete premios de la Academia.

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