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Retrospectiva de Derek Jarman en el BAC

Santa Derek de los mingitorios

Fue pintor, escenógrafo y, sobre todo, un cineasta genial. Filmó el masoquismo de San Sebastián, la obsesión con el cuerpo de los hombres de Caravaggio, la tragedia gay de Eduardo II; ilustró la homosexualidad de los sonetos de Shakespeare; y hasta montó una película en latín y otra sin imágenes después de haber quedado ciego. Murió en 1994. Durante los martes de mayo y junio se podrá ver, en el British Art Center (Suipacha 1333), una retrospectiva completa de las películas del británico Derek Jarman, el momento más radical de la experimentación visual de los años ochenta.

Por DANIEL LINK

Las películas de Derek Jarman que el BAC muestra en retrospectiva a partir del martes próximo (la mayoría de ellas sin subtítulos en español, lamentablemente) juegan un papel fundamental en una de las últimas aventuras estéticas del siglo. Durante la década del ochenta se constituye la primera cultura global (es decir: una cultura concebida como transnacional y translingüística) exitosa: la cultura gay. El prototipo de la hoy tan cacareada globalización es la cultura gay, respecto de la cual están construidas todas las películas de Jarman como un comentario irónico de sus límites y como una reflexión sobre la estética posible para esa cultura, organizada mayormente alrededor de figuras claves en el desarrollo del pop, como los Pet Shop Boys (con quienes Jarman trabajó en 1989) o Annie Lennox (quien aparece cantando uno de sus hits en Eduardo II, la película que Jarman estrenó en 1991).
La cultura gay de los ochenta es la forma de relacionar una cierta concepción de la identidad homosexual con los mecanismos de las sociedades de masas. No es que a la cultura gay le convenga Madonna: más bien es que Madonna es un producto construido según los parámetros de la cultura gay, y eso es lo que Jarman registra y examina.

CON LA BRASA EN LA MANO Derek Jarman (muerto en 1994, víctima del virus HIV del que era portador desde 1986), además de un cineasta notable fue también un pintor (y escenógrafo) exitosísimo. El solo hecho de que Jarman pueda cumplir un papel tanto en la historia del cine como de las artes plásticas habla de un impulso artístico excepcional en su generación (porque hay que decirlo rápidamente, los cuadros de Jarman no son, como los cuadros de Ernesto Sabato, un ejercicio del capricho).
Derek Jarman nació el 31 de enero de 1942, hijo de un oficial de la RAF –originario de Nueva Zelanda-. y de una estudiante de Artes –nacida en la India– que trabajó por un tiempo para el couturier Norman Hartnell. Hacia 1955, este pequeño hijo del Imperio Británico (que había vivido ya en Pakistán e Italia) comienza su carrera de “artista”: no sólo actúa en una puesta de Julio César de Shakespeare, también diseña su escenografía. Es importante –señalan los biógrafos– el papel que cumple Andrew Davis, su profesor de inglés, en el amor de Jarman por la literatura inglesa y en su obsesión por la obra de Shakespeare. En 1961 el joven prodigio obtuvo el Premio de Plástica de la Universidad de Londres en la categoría amateur (en la categoría profesional, ganó David Hockney). Hacia 1967 ha participado ya de seis exposiciones (tres de ellas individuales) y ha diseñado cinco escenografías. En 1970, un encuentro completamente casual con un hombre en un tren lo puso en contacto con Ken Russell, quien le encargó el diseño escenográfico para su próximo film, The Devils. Durante la década del setenta Jarman realizó una serie de films en súper 8 (algunos de los cuales se exhibirán el martes 15 de junio). En 1972, este artista integral de la homosexualidad publicó su primer libro de poemas, A finger in the Fishes Mouth, y en 1976 estrenó su primer largometraje en 35 milímetros, Sebastiane, que narra el martirologio de San Sebastián, capitán de la guardia del palacio del emperador Diocleciano, quien, atado a un árbol (o a una columna), soportó los hondazos y las flechas de una suerte inaudita y, mientras sufría, gozaba como sólo la Santa Teresa de Bernini ha sabido gozar en la historia del arte. San Sebastián, desde siempre, ha sido el icono y la síntesis de la experiencia martirizada de la homosexualidad. Según señalan los historiadores, de los cientos de personajes que pintó Miguel Angel en la Capilla Sixtina, el único cuyo sexo no redujo de acuerdo con las convenciones de la época (sino todo lo contrario) es San Sebastián, como homenaje al amor verdadero. El Sebastiane de Jarman (que se exhibe el martes 11 de mayo, con subtítulos en inglés) está hablada en latín y abunda en la vida sexual del capitán y futuro santo queer de la Iglesia.

ADENTRO Y AFUERA Jarman define el borde superior (el costado alto, por así decirlo) de la cultura gay (cuyo borde inferior son los bares de transformistas). Caravaggio (1986, se exhibe el martes 18 de mayo), la biografía de uno de los más grandes estilistas del Barroco italiano, examina y reproduce la mirada homosexual de Caravaggio sobre los cuerpos masculinos que retrata (“De haber vivido en el siglo XX –declaró Jarman– Caravaggio hubiera sido Pasolini”). Eduardo II (1991, se exhibe el martes 1º de junio), la tragedia de un rey homosexual obligado a abdicar por sus amores, incluye, además de un clip de Annie Lennox cantando un himno de la causa gay norteamericana, manifestantes con pancartas en defensa de los derechos de los homosexuales. The Angelic Conversation (1985, se exhibe el martes 8 de junio sin subtítulos) es una meditación sobre el deseo y sus imágenes; “gente que me gusta en lugares y espacios que me gustan”, dijo Jarman. Hombres hermosos aparecen en la pantalla como comentario visual de los sonetos amorosos de Shakespeare, leídos, entre otros, por la actriz Judi Dench (recientemente galardonada con el Oscar a la mejor actriz por su reina Isabel en Shakespeare apasionado).

EL FIN DEL CINE Todo es demasiado evidentemente gay en las películas de Jarman, como si estuviera burlándose un poco de los iconos (y los límites) de esa cultura: desde el mártir del cuerpo horadado hasta la reina de la discoteca. Lo que garantiza la eficacia política del cine de Jarman es su capacidad para circular también fuera de los pactos de reconocimiento de la fraternidad (global, internacional) de homosexuales. Como David Leavitt, novelista de la causa gay, Jarman problematiza la idea de un arte completamente subsumido en una cultura. Si Leavitt opta por el realismo novelesco, Jarman se instala en el vanguardismo cinematográfico. Las películas de Jarman experimentan con el anacronismo y el fragmento como sólo las de Godard, antes que él. Wittgenstein (1993 se exhibe el martes 22 de junio sin subtítulos) es una obra maestra del fragmentarismo, basada en la vida y la obra de Ludwig Wittgenstein, uno de los más grandes filósofos del siglo (en el guión participó el teórico marxista Terry Eagleton). El niño Wittgenstein se anuncia a sí mismo como un prodigio, presenta a su familia vienesa y debate problemas filosóficos con un marciano. Blue (1984, se exhibe el martes 22 de junio sin subtítulos) es el testamento cinematográfico de Jarman. Película sin imágenes, sobre una pantalla permanentemente azul se escucha la voz del autor, reflexionando sobre su obra y su experiencia de vida. Es un experimento radical que lleva el cine hasta el límite agónico que lo hace coincidir con la propia experiencia de vida de Jarman, ciego en el momento de realizar esta película.
De modo que, si bien es cierto que la obra de Jarman es interior a la cultura gay, puede leerse con prescindencia del sistema de complicidades que es hoy la homosexualidad globalizada. En todo caso, el cine de Jarman es de un vanguardismo raro precisamente porque sexualiza los experimentos cinematográficos que propone. Porque Jarman postula que debe haber una “vanguardia gay”, es que hoy pueden leerse, retrospectivamente, las vanguardias de principio de siglo con toda su potencia sexual. Y así, los recortes y pegados surrealistas de Hanna Höch pueden entenderse como “vanguardia de mujer” mientras que el mingitorio de Duchamp es el ejemplo más obvio de “vanguardia masculina”.
La retrospectiva que se verá en Buenos Aires durante mayo y junio permitirá revisar una de las más radicales aventuras estéticas de los años ochenta y, de paso, verificar si el cine de Jarman ha sido capaz de resistir el paso del tiempo y el agotamiento de la cultura que sus películas venían a completar definiendo su dimensión estética y a comentar irónicamente señalando su disolución.