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Robo
para la corona

Durante la Segunda Guerra Mundial, los pilotos de la RAF descubrieron
que las lapiceras fuente reventaban a gran altura. La historia oficial
británica sostuvo que el problema se solucionó cuando, en
1944, el contador Henry George Martin le ofreció a su Real Fuerza
Aérea uno de los grandes inventos del siglo: la birome. Pero, con
los años, terminaron aceptando que Martin había robado la
idea en 1938 al periodista húngaro que vivía en la Argentina
Ladislao Biro. El incauto Biro no patentó su invento en Estados
Unidos y además tuvo la pésima idea de repartir muestras
gratis meses antes de lanzarlas al mercado. Esto le dio la oportunidad
a un tal Milton Reynolds de fabricar una versión propia, en Chicago.
Los costos siderales de la batalla legal entre Reynolds y Biro arruinaron
a los dos. En 1949, el barón italiano Marcel Bich le compró
la patente original a Biro (y fusionó su Societé Bic con
la Biro Swan Company, a la vez que compró la fábrica de
Martin) y para 1960 el mundo estaba inundado de biromes Bic. Hasta acá,
la reformulada historia oficial británica. Pero la semana pasada,
diarios y revistas diversas se hicieron eco de una investigación
universitaria según la cual la birome deja de ser argentina: en
1888, un tal John Loud habría patentado una birome (no con ese
nombre, claro) para escribir sobre cuero. Lo que todavía no pueden
explicar es por qué a este Loud nunca se le ocurrió fabricar
más de una. Y lo que tampoco saben es el nombre del argentino que
patentó la flema inglesa.
Matando
tamagotchis
a garrotazos
La
contraofensiva norteamericana en el mundo del juguete parece haber aportado
al mundo el sucesor del tamagotchi: el objeto en cuestión se llama
Furby. En Estados Unidos se venden 250 mil muñecos por semana y
ya suman 9 millones desde que se lanzó en octubre. En el Reino
Unido ya se vendió un millón y medio y en Japón ya
van por los 3 millones. Para fin de año, los cálculos anuncian
una furibunda caída en la adopción de tamagotchis, ya que
se especula que habrá 35 millones de Furbys dando vueltas por el
mundo. ¿Cuál es el secreto del éxito de este monigote?
Aparentemente, se trata de un juguete que aprende, es interactivo, capaz
de responder a los estímulos de otro furby (si se acaricia
a un furby, el otro también quiere, dice la empresa fabricante)
y reaccionar a los cambios de luz y al ruido. Además,
parece que el artefacto puede construir más de mil frases distintas,
después de un largo proceso de aprendizaje que incluye cuatro esta-
díos idiomáticos (del balbuceo incomprensible a las mil
frases, pasando por un jeringoso infantil y una etapa que podríamos
llamar escolar). Entre las otras muchas bondades con que aplasta
al tamagotchi, el furby grita ¡Estoy harto!, eructa
y se tira pedos. La descripción del muñeco de quince centímetros
anuncia básicamente que el furby es pequeño, peludo y suave.
Cabe preguntarse si Platero también tenía problemas de gases.
Hablar
en lenguas
Hace tres domingos Radar publicó una entrevista a Massimo Cacciari,
el filósofo alcalde de Venecia. Hablando de las diferentes producciones
intelectuales del espectro ideológico, Cacciari afirma en la nota:
Algunos autores de la llamada derecha han comprendido este mundo
(...) mejor que la mayoría de los autores de la llamada izquierda.
Si debo entender cómo va este mundo debo leer a Tocqueville, a
Smith (...). Algunas cartas que llegaron referidas al tema sugieren
que Cacciari tiene que haberse referido a Carl Schmitt, filósofo
y politólogo perteneciente a la Revolución Conservadora
alemana y no a Adam Smith, economista liberal inglés. Más
adelante, Cacciari se pregunta: ¿Quién me hace entender
el fin del Estado nacional mejor que Adam Smith?. Y se puede volver
a suponer que, en rigor de verdad, el alcalde de Venecia habla de Carl
Schmitt y su crítica al Estado-Nación como instancia ya
superada. La única excusa que podemos esgrimir, después
de haber escuchado de nuevo el cassette con la entrevista, es que el alemán
de Cacciari suena casi como el inglés de Benigni.
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