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La Segunda Patria, un regalo del cable

 

La historia interminable

Junto a Fassbinder, Wenders y Herzog renovó el cine alemán a partir de los 70. Pero la fama de Edgar Reitz reside en una sola obra monumental de 56 horas, dividida en tres partes (la última se encuentra en pleno rodaje y será estrenada el año próximo): Heimat (“Patria”). La noticia es que su magistral segunda parte –que consta de 13 films separados en 26 capítulos– está siendo exhibida casi en secreto en las madrugadas de TVE.

Por MARTIN PÉREZ

Todo comenzó con una tormenta. Y un fracaso y una deuda y mucho tiempo libre. En la Navidad de 1979, atrapado bajo capas de nieve en una isla del Mar del Norte y con una abultada deuda con el fisco esperándolo en Alemania, Edgar Reitz no sólo se descubrió incapaz de escapar de su trampa: se dio cuenta de que tampoco quería irse. Con todo el tiempo del mundo a su disposición, Reitz –un documentalista rebelde y experimental, que había fracasado con sus primeros largometrajes argumentales– se dedicó a escribir poesía, mirar televisión y pensar en su pueblo natal. Esa melange de recuerdos y sentimientos decantó en un primer esbozo de guión. Era un ambicioso proyecto que iba a llamarse Heimat y recién se estrenaría a mediados de la década siguiente. “Será un film sobre irse y volver. Sobre el respeto al propio trabajo, sobre padres e hijos, y el sol de la mañana brillando en un cuarto, sobre vestidos de verano y uniformes, sobre despedirse y esconder la llave bajo el felpudo de la puerta. Sobre enamorarse por primera vez, sobre aviones, sobre chocolates y el descubrimiento de la fe”.
Cubriendo sesenta y cuatro años de la historia alemana a través de los devenires de la familia Simon en un pueblo perdido del valle del Hunsruck, la originalidad, sensibilidad y maestría de Heimat –dieciséis horas de metraje divididas en once episodios; escritos en trece meses, filmados en un año y editados en dieciocho meses– instaló por sí solo el nombre de Edgar Reitz entre los de Volker Schlondorff, Wim Wenders, Rainer Fassbinder y Werner Herzog, los más importantes del “nuevo” cine alemán. Sin embargo, al finalizar su labor con Heimat, Reitz se dio cuenta de que algo estaba faltando. “Después de siete años de trabajo, mientras estaba terminando el rodaje, solía preguntarme qué iba a hacer con mi historia en la ciudad”, confesaría Reitz, que había nacido en el valle del Hunsruck, pero nunca había vivido en el campo. “Fue entonces cuando me di cuenta de que Heimat contaba la historia de los que se habían quedado en el pueblo. Y que ahora había que acompañar a alguno de los que habían partido”.
Así fue como comenzó la historia de Die Zweite Heimat (“La segunda patria”), un ciclo autónomo que prácticamente duplica la proeza de Heimat tanto en duración como en sensibilidad, comunicación y maestría. Con el subtítulo de “Historia de una juventud”, La segunda patria tiene como centro a Munich, y cuenta la historia de esa otra patria que crean a su alrededor los jóvenes que se instalan en una gran ciudad. “En un principio era sólo una serie de historias de amor tituladas Hombres y mujeres. La idea era describir las relaciones amorosas durante el siglo, pero después de un año de escritura vi que la mayoría de ellas transcurrían durante los años 60. Un día de octubre de 1985 releí todas las historias, tomé un papel y escribí Die Zweite Heimat en él. Lo pegué en la pared y me dije: ése es mi nuevo proyecto. Tardé siete años en terminarlo”.
Para construir La segunda patria, Reitz tomó un personaje de Heimat: Hermann Simon, el primer integrante de su familia en acceder a una educación superior, al que estaba dedicado el capítulo 9 de la primera saga. Enojado con sus padres y el pueblo por la forma en que lo separaron de su primer amor, Hermann hace una promesa, dos años antes de abandonar el Hunsruck: no volverá a enamorarse, dejará su hogar para no volver jamás y se dedicará por completo a la música. Así comienza la saga de Hermann y sus amigos, que cubre los formativos años que van de los veinte a los treinta, vividos en este caso durante la particular década del 60. “Fueron una época explosiva y un campo de experimentación en todos los órdenes de la vida moderna”, ha dicho Reitz, en referencia a la inclusión de muchos tramos autobiográficos en La segunda patria. Por ejemplo, uno de sus protagonistas principales pertenece a un grupo de cineastas rebeldes y fascinados por la nouvelle vague, en clara referencia al movimiento del Manifiesto Oberhausen, del que Reitz formó parte. Sin embargo, la fuerza motriz de la historia de Hermann es la música. “Todos los actores que tocan en cámara debían saber tocar de verdad. Era fundamental para conseguir esos resultados”, dijo Reitz. No sólo tocan un instrumento y cantan: además filman, hablan del nazismo y de filosofía, persiguen y atrapan sus sueños (o se les escapan) y crecen viendo al mundo cambiar a su alrededor. Lo que llevó al diario inglés The Observer a afirmar: “Es la evocación más memorable que se haya filmado sobre el poderoso y liberador efecto que produce en las mentes jóvenes ir a la universidad”. Mucho más paradigmática es la declaración de principios de un compañero ocasional de Hermann en el tren que lo lleva a Munich: “No son las grandes personalidades, los movimientos sociales o las ideologías los que hacen la historia, sino los hombres y sus amigos”.
La segunda patria dura 26 horas, las tomas de día están filmadas en blanco y negro, y las nocturnas en colores. “Iba a filmarla toda en blanco y negro, pero con luz artificial el blanco y negro perdía riqueza expresiva. Además, eso me permitió sugerir que la vida práctica se realiza de día, en blanco y negro. Mientras que lo espiritual sucede de noche, en colores”. Con la exhibición de las dos Heimat juntas, Reitz ganó en 1992 un premio especial en el Festival de Venecia y recogió elogios en todo el mundo. La serie fue exhibida por todas las cadenas televisivas de Europa, siendo particularmente exitosa en Inglaterra y en Italia, donde se exhibió directamente en cine. A Buenos Aires llegó bajo la forma de un ciclo presentado por el Instituto Goethe, pero desde hace un par de semanas ha aparecido de improviso en las madrugadas de la señal internacional de Televisión Española, de lunes a viernes a la 1.30. La primeras emisiones recorrieron los primeros cinco bloques de la saga (cada uno dividido en dos capítulos de una hora), y en lo que queda del mes se verán los siete restantes. En la trasnoche de hoy, por ejemplo, se verá la primera parte del bloque número seis: Los hijos de Kennedy, ambientado en 1963 y con la tragedia de Dallas como fondo histórico.
Mientras la TVE repite –cuidadosamente doblados, lamentablemente– una exhibición que originalmente llevó a cabo en 1995, Reitz no se detiene y se encuentra rodando la tercera parte de Heimat. “Cuando mi obra es mencionada en un idioma extranjero, por lo general su nombre alemán no se traduce sino que pasa a formar parte del lenguaje dondequiera sea exhibido. De esta manera, Heimat se transforma en una especie de hogar mítico para todos aquellos cuyas emociones hayan sido tocadas por la historia. De hecho, toda la saga gira alrededor de los valores, los ideales y las terribles deudas que serán transmitidas de este siglo al próximo”, ha declarado Reitz. Ambientada entre la caída del Muro de Berlín y la noche del fin de siglo, Heimat 2000 retomará la historia de Hermann y su amor frustrado con Clarissa en siete films de hora y media de duración. De esta manera, cuando estén terminados, la saga completa de Heimat contabilizará 56 horas, un hito en la historia del cine. “Hay algo en la naturaleza humana que resiste la aceleración. En este siglo, por ejemplo, el arte ha intentado repetidas veces acelerar su evolución. Todo el movimiento avant-garde se caracteriza por este entusiasmo vertiginoso. Pero eso siempre ha terminado en calles sin salida. Porque hay cosas que no se pueden acelerar”. De eso trata, precisamente, el cine de Reitz. De vidas que hay que vivir –que hay que mirar– a su tiempo, sin apurarse jamás.