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SECCIONES


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Mundos paralelos

POR MARTA DILLON

¿Existe otro mundo sumergido bajo el agua? ¿Arrastrarán sus panzas blancas por los corredores de las cloacas los reptiles ciegos? ¿Cuántas vidas habremos sepultado en las catacumbas de la (des)memoria antes de conseguir este recorte con que cada uno presenta su propia historia? La memoria elige lo que exhibe y lo que guarda en las zonas oscuras del tiempo. Y a pesar de esa obstinada selección del olvido, éste nunca se cumple del todo. En medio de la oscuridad, como fogonazos, las imágenes ocultas vuelven. En sueños o en pesadillas. Dando vida a aquello que creíamos definitivamente enterrado. Irremediablemente muerto. Como muertos están los habitantes de La vereda del corazón quieto, el ensayo fotográfico de Valeria Bellusci que se presenta en la fotogalería del Teatro San Martín. En ese pasaje acechan las imágenes que tomó en el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, alumbrando, a la vez, lo que es y lo que ha sido, porciones de vidas pasadas y de muertes suspendidas por la taxidermia, en un intervalo que se pretende sin tiempo y que no puede ganar la lucha contra la corrupción de lo que ya no puede transformarse. �Todo lo que fue, por haber sido, es�, dice la fotógrafa desafiando la lógica y su propia certeza de que eso que �fue� sólo puede ser reinventado apenas por la memoria y sus guardianes: archivos, museos, fotografías. Sin embargo hay algo aterrador en esos paisajes artificiales que la fotógrafa fue develando en sus incursiones por la penumbra de los sótanos del museo, armada de un pequeño velador y de su cámara, cuidando de no respirar nunca demasiado profundo para que ese silencio de cementerio no se mezclara con su aire. Algo late a pesar de que la estopa reemplazó a la sangre en esos animales que parecen observar, con sus ojos ciegos, un universo paralelo que se acomoda en los pliegues del tiempo como instantes sobrevivientes que dialogan entre sí. Y a veces nos asaltan con su guiño inesperado, creando la ilusión de que esa acción congelada para siempre en un último momento pudiera ahora continuar, ahora que es mirada atravesando el abismo que se abre entre los vivos y los muertos. Fue un recuerdo lo que llevó a Bellusci a internarse en las galerías del Museo, que guarda decenas de miles de especies en suspenso, desde esos fósiles que la tierra a veces devuelve hasta los pájaros más majestuosos convertidos sólo en carcaza y plumas. El recuerdo de un vidrio roto, al ras del piso, por el que Bellusci intentó mirar para espiar lo que está oculto, la llevó años más tarde a volver para ver desde el otro lado. El otro lado de las cosas, el otro lado de su memoria en donde también habitan escenas fosilizadas, armarios cerrados por dentro, escenas que se empeñan por mantenerse vivas a pesar de que, otra vez, estén irremediablemente muertas. Al principio de su trabajo Bellusci miró sobre los acuarios. �Porque al principio también fue el agua�, y es en el agua donde es posible todavía acallar los rumores cotidianos para intuir lo que sucede dentro, los sonidos del cuerpo, la memoria de lo que no se puede recordar. Al principio enfocó sobre lo que estaba vivo, aun dentro de la institución que ordena lo inanimado, lo único que es posible conservar casi intacto. En los peces se agitan los sueños, mundos paralelos a los que es posible avistar sin cruzar más fronteras que el silencio de la conciencia. Después se sumergió ella misma en los recovecos de ese museo con �ventanas inmensas en las que entra la luz como por los ojos, una luz que no alumbra del todo, porque desde adentro no se puede devolver la mirada�. Allí, en los sótanos, deambuló como una ciega hasta que alguna puerta se abría, un armario le entregaba su secreto y los frascos de formol la invadían de ese olor quieto. Como el corazón en la vereda de lo que no se anima a mirar porque trae la seguridad de que no es posible salvar del cambio más que lo que está muerto. Porque aun la memoria es insuficiente para conservar eso que se fue. Sus trampas reinventan todo el tiempo lo que alguna vez fue realidad para traernos otra, paralela e inquietante, velada por la voluntad de construir una historia capaz de resistir el presente continuoal que nos condena la vida. Trampas como las que tienden las fotografías de Bellusci mirando a los vivos con sus ojos muertos.

La muestra de Valeria Bellusci, titulada La vereda del corazón quieto, se exhibe en la Fotogalería del Teatro San Martín (Corrientes 1530) hasta el 3 de octubre, todos los días desde las 10.30 hasta la finalización de actividades del teatro (entrada libre).