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Verdad consecuencia

A una semana de las elecciones, Radar preguntó a las estructuras del PJ y de la Alianza qué clase de gestión cultural prometen en caso de ganar. Pero, en vez de aceptar frías respuestas por escrito, vía fax o e-mail, se solicitó entrevistas cara a cara, con un mismo cuestionario, a Darío Lopérfido y Jorge Telerman. En los textos que siguen nos demuestran que hicieron algo que los candidatos no suelen hacer en campaña: se pusieron a pensar. Éstas son sus respuestas.

POR CLAUDIO ZEIGER

Si hay un área de la vida argentina en la que queda bastante claro que no hay un antes y un después tajante, ésa es la cultura. Es decir, las elecciones y el cambio de gobierno no implican que las manifestaciones culturales, artísticas, del ocio y las costumbres vayan a pegar un giro formidable después del 24 de octubre, gane Fernando de la Rúa o Eduardo Duhalde a nivel nacional. Hay una brecha inmensa hoy entre la cultura y la política. Tan inmensa como la brecha entre los libros, las películas, las obras, la televisión y el Estado. Pero los términos como gestión cultural, políticas culturales, política de medios, conducen tarde o temprano al viejo, vapuleado y conflictivo rol del Estado. No hay integrante de la cultura que no se pregunte hoy: ¿y si, a través de diversos organismos, el Estado apoyara la producción cinematográfica de un modo enfático? ¿Y al teatro? ¿Y si el Estado un día nos regalara la sorpresa de un canal oficial moderno y a la vez cultural? ¿Y si los legisladores se pusieran a discutir seriamente una nueva ley de radiodifusión, más allá del reciente decreto de necesidad y urgencia de Menem (que permite que una misma persona física y jurídica puede explotar hasta 24 licencias de radiodifusión)? ¿Cambiaría la cultura argentina si en lugar de Secretaría de Cultura hubiera en el futuro un Ministerio de Cultura?
A una semana de las elecciones, Radar convocó a Darío Lopérfido y Jorge Telerman a conversar sobre qué cultura prometen y qué política cultural defienden sus respectivos partidos y alianzas. Lopérfido, recostado en la gestión de la Ciudad de Buenos Aires, cree que Telerman es tan progresista como él, y Telerman (candidato a diputado por el PJ en Capital) también elogia la figura de Lopérfido, aunque critique el espíritu “espectacular” de la gestión cultural de De la Rúa. Los dos tienen una inserción concreta en el campo intelectual y artístico y un pie en la política partidaria. Los dos dicen que efectivamente hay gente que trabajó en las propuestas culturales de la Alianza y el PJ para estas elecciones.
Según las encuestas, las elecciones (al menos para presidente) ya están definidas. Sea esto cierto o no, es válido el debate sobre propuestas culturales porque no sólo se trata de poder acumulado y presupuesto: las ideas de las personas son decisivas en este terreno. Gane o pierda en el cuarto oscuro. A los dos se les acercó un cuestionario con los mismos ítems: Ministerio de Cultura, ley de radiodifusión, ATC, Instituto de Cine, el nulo lugar de la cultura en las publicidades electorales, opiniones sobre la gestión del contrincante. Otros medios intentaron consultar a los candidatos presidenciales sobre temas de cultura y obtuvieron frías respuestas por escrito, todo un aprovechamiento de la era del fax y el e-mail. Tanto Lopérfido como Telerman aceptaron la entrevista cara a cara y, hay que decirlo, se despreocuparon sanamente del cuestionario que habían recibido.
Los dos –con estilos de reflexión diferente, como podrá apreciarse leyendo los reportajes– hicieron algo que los candidatos suelen dar la impresión de no hacer (al menos cuando se los ve por televisión): se pusieron a pensar. Eso los acerca al tema de discusión, por supuesto, y también los acerca a la gente que hace cultura y que sin dudas asiste al cierre electoral con un cierto escepticismo sobre lo que aquí se discute.

A pocos días de las elecciones y sin el karma de una candidatura personal en juego, Darío Lopérfido continúa al frente de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Ya van tres años que está allí, y antes estuvo siete años al frente del Centro Cultural Rojas. “En los 80 fui militante de la Juventud Radical. Después mantuve mi identidad política; pero decidí que mi militancia se iba a dar en el campo cultural. Trabajaba de periodista en cultura, en radio Belgrano y en Rock & Pop, y al mismo tiempo empecé con la gestión en el Rojas.” A casi diez años de haber empezado en la gestión cultural, Lopérfido habla con seguridad sobre las políticas culturales del Estado y sostiene que, aun de cara al futuro inminente, no puede disociar la política de la cultura. “No quiero ser lo que se entiende por un político. Veo mi futuro, incluso a largo plazo, ligado a la cuestión cultural. Pero no entiendo la gestión cultural desligada de lo político. Yo colaboro en el proyecto de De la Rúa porque creo en él. No porque esté desesperado por un cargo.”
Primera sorpresa: Lopérfido no se apresura a decir que la Alianza va a propiciar que la cultura suba en el escalafón, pasando del rango de secretaría al de ministerio. “El tema del Ministerio de Cultura se va a analizar pasadas las elecciones en el marco de la reestructuración general del Estado. Hay un modelo viejo, que consiste en analizar la cultura como un compartimento, sea secretaría o ministerio. El otro, en el que yo creo, es imaginar un rol para la cultura en el marco de una discusión estratégica. Creo que el otro modelo lo que hace es achicar la discusión, como quien dice: bueno, discutan de cultura y después vemos.”
Además de achicar la discusión, eso achica el presupuesto.
–Tal cual. Es por la falta de caracterización del área de cultura como un área estratégica de gobierno. Yo no sé si ministerio sí o no. Lo cierto es que las gestiones se valorizan por la importancia política que se le da a un área. Además creo que, en este momento, la Secretaría de Cultura de la Nación tiene un rango casi ministerial. Menem lo hizo así: es dependiente del Presidente. Lo que no tuvo es una valoración política. ¿Qué importa la estructura si no la calificaron en el presupuesto y no se la asumió como un área estratégica?
Más allá del rango que finalmente tenga, ¿cómo se logra esa importancia estratégica? Porque si uno se guía por las campañas publicitarias para las elecciones, no hay ni un solo spot dedicado a un tema cultural.
–Es que la mejor manera de mostrar la valoración de la cultura, si hablamos de un candidato como De la Rúa, es cómo ha priorizado la gestión cultural en la ciudad de Buenos Aires. En eso tiene una extraordinaria ventaja frente a Duhalde y a Cavallo. Desde que está en el gobierno de la ciudad hubo un aumento presupuestario, que hoy está en el 4,5 por ciento del presupuesto global. O sea, casi en los standards ideales a nivel internacional.
Pero cuesta pensar en un 5 por ciento a nivel nacional.
–Cuesta porque está muy bajo, pero lo cierto es que, en la ciudad, De la Rúa lo elevó. Y lo hizo en el marco de reasignar fondos del Estado. Al ordenar las cuentas públicas y achicar el déficit, se generó un excedente que fue a políticas sociales y cultura. ¿Cómo se va a considerar estratégica la cultura en el marco nacional? Como es ahora en la ciudad.

NOSOTROS LOS PROGRES
“Yo no me considero mejor ni más progresista que Jorge Telerman. Para mí es la clase de tipo que yo quiero en la ciudad, porque es un emprendedor privado que por ejemplo tiene La Trastienda, un local comercial con unaimpronta cultural fuertísima. El problema es que trabaja con Duhalde. Miremos la gestión de Duhalde en cultura y miremos la de De la Rúa: es definitorio”, dice Lopérfido.
¿Qué rescata de la gestión cultural del gobierno de Duhalde en provincia?
–Mi sensación es que la gestión de cultura no había existido hasta que asumió De la Rúa en la ciudad. Entonces, al poco tiempo, Duhalde convocó a Piero para emparejar la cosa. Piero tiene buenas intenciones e hizo más que lo que se había hecho en años anteriores. No le cargaría las tintas a él. Lo que cuestiono es que Duhalde haya actuado por reacción. Se han dado imitaciones grotescas. Después de que nosotros hiciéramos dos veranos Buenos Aires Vivo, ellos hicieron un Buenos Aires Viva.
Convengamos que es más difícil, sea quien sea el gobernante, diseñar una política cultural para la provincia de Buenos Aires que para la Capital.
–Es cierto, incluso por su extensión territorial. Cuando hacés una gestión en la ciudad de Buenos Aires lo hacés sabiendo que es una ciudad privilegiada, ya desde el peso de su historia. ¿Cuántas ciudades en el mundo puede mostrar que generaron el tango? Es muy raro un fenómeno tan identificado con un solo lugar. Aquí nació Borges, aquí vivieron García Lorca, Rafael Alberti... No hay dudas de que la provincia de Buenos Aires es distinta. Pero tu obligación como gobernante es crear un modelo para el lugar que te toca. Lo que yo digo es que no hubo modelos. En Buenos Aires hacés una actividad en Corrientes y Callao y, por más alejado que vivas, llegás en menos de una hora. No es así en la provincia. En la provincia una gestión de cultura tiene que tener una faceta muy fuerte vinculada al empleo, porque es una herramienta de igualación social. Hay barrios de Buenos Aires donde por ahí no hace falta hacer talleres de cultura, pero cuando te vas al sur de la ciudad encontrás que el chico que quiere hacer una actividad no puede hacerla si cuesta plata. Por ejemplo, un taller de teatro le sirve de contención social.

DESGRACIAS PERMANENTES
“Canal oficial no gubernamental con control parlamentario”, dice Lopérfido sobre ATC recitando la oración oficial de la Alianza. “Eso está estipulado en una ley que tiene ya media sanción. Y no creo que deba ser comercial. Porque la lógica que se intentó instalar en ATC en estos años ha sido perversa: el famoso Ahora también competimos de Sofovich bastardeó la pantalla y no logró competir con los otros canales. Y la constitución como sociedad anónima fue un gran fracaso del menemismo, con una deuda aproximada de 40 millones de pesos y el retraso tecnológico que tampoco le permite competir en este sentido. Creo que hay que tener un ATC que empiece a estar acorde con los tiempos. Fijate la poca idea de futuro y contemporaneidad que tuvo desde su creación bajo la dictadura: me parece ridículo que la TV pública argentina se llame Argentina Televisora Color cuando ya hay muchos chicos que no vivieron que la televisión fue alguna vez en blanco y negro.”
¿Imagina un debate parlamentario sobre los medios sobre la fenomenal concentración que se produjo en estos años?
–Es cierto que hay una situación preexistente, pero no quita que lo que está de fondo es una nueva Ley de Radiodifusión, no un decreto de necesidad y urgencia como promulgó Menem a tan poco de cambiar el gobierno. No debería ser una ley estática, porque la radiodifusión está muy ligada al cambio tecnológico, pero es la herramienta básica legal. Sí, imagino un debate porque se ha llegado a una madurez, porque es algo cotidiano y también los legisladores se han acostumbrado a los medios y ha evolucionado la comprensión del tema: lo han estudiado. Quizás en el momento de retorno a la democracia era una novedad que provocaba desconcierto, pero no ahora.

EL FESTIVAL BUENO y el MALO
Queda claro que ustedes impulsarían otro Festival de Cine Independiente, pero no queda tan claro si alentarían que siga haciéndose el de Mar del Plata.
–Yo lo impulsaría, porque el problema no es el Festival de Mar del Plata sino la administración y el poco criterio respecto del gasto que tuvo. Creo que es un momento ideal para articular los dos festivales porque ambos arman juntos un posicionamiento internacional muy bueno para la Argentina. Mar Del Plata debe intentar incorporarse al segundo pelotón de festivales internacionales: los de cine industrial. Y el Independiente da la posibilidad de conocer un cine distinto y también le dio un posicionamiento a Buenos Aires: Buenos Aires no existía para Sundance, por ejemplo, y ahora sí. Es cierto que la austeridad llegó a Mar del Plata después de que se gastaron cuatro millones de dólares en el primero, mientras que el de cine independiente, con Francis Coppola incluido, costó poco más de cuatrocientos mil dólares.
El problema del presupuesto también marcó a fuego la gestión del Instituto de Cine. ¿Cómo se compatibiliza la austeridad que pregona De la Rúa en la campaña con el apoyo económico al cine argentino?
–Lo primero que hace falta son reglas claras: si se sabe de entrada que una película no va a ser comercial, lo mejor es un subsidio. También hay que apoyar una concepción del cine como proyección industrial. Si vos vas a pedir un crédito al banco, lo primero que se va a fijar el banco es si lo podés devolver. El problema principal de Julio Mahárbiz, más allá de la valoración personal que uno pueda tener, fue que no era un tipo del mundo del cine, y no se entendió con la gente del cine. Existe una tradición de cine industrial, y a la vez una tradición de cine de bajo presupuesto. Fijate en una película como El mismo amor, la misma lluvia: es bárbara, bien hecha, y tiene posibilidades comerciales. No es Armageddon ni tampoco La dolce vita. Pero le va bien. El cine no tiene por qué ser un fracaso en la Argentina.

A juzgar por los carteles de su candidatura a diputado que por estos días pueden verse en las calles de la Capital, Jorge Telerman cree que para cambiar hay que meterse. Él dice que ese mensaje está dirigido a quienes miran la política desde afuera (los escépticos y los desencantados, no los apolíticos): aquellos que, en suma, constituyen su potencial electorado. Podría agregarse que la consigna con que se presenta por el PAIS –Concertación Justicialista para el Cambio–, busca marcar una distancia equidistante, ahí, en el borde de la línea, con la política y con la clase política argentina. Actualmente, Telerman es vocero de Duhalde y hombre “orgánico” en materia de política cultural y medios del justicialismo. También fue periodista (de aquella troupe de Juan Alberto Badía en los albores de la democracia, en radios como Belgrano y El Mundo y en el viejo Canal 13), docente en las cátedras universitarias de Tomás Abraham y Oscar Steimberg, es fanático de Michel Foucault, productor teatral en La Trastienda. En suma, un rara avis en la política ultraprofesional de fines de los 90. Esa distancia que efectivamente mantiene aún dentro de las reglas de juego de la política, lo lleva a esbozar un análisis crítico sobre algo que está en la base de lo que se pretende debatir en estas páginas: política y cultura.
“Lo más grave no es que no haya un spot publicitario sobre temas de cultura. En todo caso eso se podría atribuir a que efectivamente hay otras prioridades, y muy grandes, a la hora de hacer una campaña”, dice Telerman. “Lo que más duele es que la cuestión cultural como debate no existe en el campo político. Yo sé que me puedo ganar odios diciendo esto, pero el campo político argentino está pasando por uno de los momentos de mayor brutalidad. La clase política argentina no es para nada culta, algo paradójico en un país con reconocido nivel cultural a nivel latinoamericano.”
¿Qué argumento contundente utilizaría para lograr que los políticos le den atención a la gestión cultural?
–Atacaría la resistencia que hay para comprender los beneficios no sólo espirituales, sino incluso económicos que trae la promoción cultural. Yo no concibo que un país como Argentina tenga dirigentes con una ignorancia tan profunda para entender el valor que tiene la cultura. Insisto: no sólo en términos de goce y disfrute. Desconocen las estupendas oportunidades que brinda la producción cultural para fortalecer la economía. Yo no soy un megalómano para pensar que Argentina deba tener una presencia como la de la cultura norteamericana en todo el mundo. Pero no es absurdo en absoluto defender los beneficios que trae una agresiva política de difusión cultural en el mundo, como una forma de facilitar el ingreso de otras mercancías. Eso hacen Australia o Nueva Zelanda; eso han hecho China y México, que justamente tienen una dirigencia formidable en su formación intelectual. Hay que ver cómo sus operaciones comerciales e industriales están acompañadas de eventos de promoción cultural.
¿Cree que llegó el momento de crear un Ministerio de Cultura en reemplazo de la actual Secretaría de Cultura de la Nación?
–Estamos claramente a favor de un Ministerio de Cultura, pero no se trata simplemente de darle un rango más alto a la actual secretaría, sino de que ese ministerio abarque el tema comunicacional. El fenómeno cultural de esta época está sin duda en el campo de la comunicación. Sería un ministerio que debería agregar ATC y Radio Nacional a su área, entre otras que se tienen que crear.
¿Por qué no se hizo hasta ahora el ministerio?
–No hubo voluntad política para hacerlo, en ninguna administración. Hay un profundo desconocimiento sobre políticas culturales, y se tendió a confundirlas con el espectáculo. Bienvenidas las actividades al aire libre y los conciertos, pero eso no es una política cultural, y menos una política de defensa del patrimonio cultural. Un ministro forma parte del diseño estratégico de la política de un gobierno. Y, si un gobierno le da a la cultura ese rango, es porque considera que forma parte de su visiónestratégica: no sólo en la retórica, sino también en la asignación de recursos. Desde ya, eso le da al eventual ministro una posibilidad de tener comunicación directa con el presidente, que finalmente es la vía regia para tomar decisiones.
¿Tienen nombres definidos en el área en caso de asumir?
–No todavía. Sí que va a ser una persona ligada al campo cultural.
¿Qué es una “persona ligada a la cultura”?
–No un artista, porque ésa es otra visión corta de la política cultural. Puede ser un artista, pero no es excluyente. Insisto: la tendencia de los gobiernos democráticos del ‘83 para acá fue considerar a la cultura ligada a los fenómenos artísticos. Finalmente diría que la política cultural que han seguido todos la inventó Pacho O’Donnell. Fue el gran creador de políticas culturales oficiales. A mí me gustan las cosas que hizo Pacho, me gustaban también cuando las hacía para el radicalismo. Creo que comprende efectivamente los fenómenos culturales. Y ése es el perfil, sea artista, intelectual o productor cultural.
¿El peronismo tiene llegada al campo intelectual hoy en día?
–Hay una paradoja de la Argentina, en la que pienso que el peronismo tuvo mucho que ver. Gran parte de Latinoamérica tiene al peronismo aun por delante y no por detrás, como nosotros en Argentina. Hablo de un movimiento de inclusión, plebeyo pero no en el sentido lamentable que utilizó la señora Meijide. El peronismo es el hecho maldito del país burgués, y también, en otros términos, es la emergencia de una estética plebeya. Y es cierto que el peronismo tiene desde el origen una relación tensa con el campo cultural: muchas veces por errores propios, y otras por la incomprensión de la intelectualidad. En la actualidad es cierto que hay un alejamiento de los intelectuales, pero no sólo del peronismo sino de todas las fuerzas políticas. Hay un debilitamiento de la figura del intelectual, y un reemplazo por opinators televisivos.

NOSOTROS Y LOS MEDIOS
A nadie le gusta cómo está ATC, pero tampoco se trata de privatizarla y olvidarse de ella, sostiene Telerman, quien cree firmemente que el Estado debe tener una red de radiodifusión, pero claramente no partidaria. “El problema de ATC no es que sea estatal. Ésa es la única virtud que le queda, opacada por los desastres que se han hecho en esta gestión y en la anterior. Fue víctima de la confusión permanente y perversa entre Estado y gobierno. En nuestra opinión, tiene que crearse allí un consejo asesor representativo de la sociedad. Hay modelos a tomar en cuenta, como la BBC o la TV pública norteamericana. Yo soy amigo de que los chicos (y los grandes) miren televisión, y en Estados Unidos vi funcionar un mecanismo mixto de subsidio del Estado y lo privado sumamente eficaz. Y por supuesto ATC debe estar retirado de la competencia comercial.”
Cuesta asociar el discurso adusto y defensor de los valores familieros de Duhalde con una pantalla aggiornada en esos términos, en ATC.
–No tengo problemas en contestar eso: yo estoy absolutamente convencido de que Duhalde va a ser un buen presidente para la Argentina, pero el presidente no tiene que manejar ATC ni Radio Nacional. El gobierno debe garantizar pluralidad en un consejo asesor y nada más. No es la estética ni la ética personal de un gobernante la que debe suplantar la bienvenida diversidad de estéticas y éticas que tiene toda sociedad.
Hace pocos días Menem firmó un decreto de necesidad y urgencia sobre la radiodifusión, que condiciona las decisiones del nuevo gobierno en materia de licencias: el decreto establece que una misma persona pueda explotar hasta 24 licencias. ¿Era necesario y urgente?
–La necesidad y urgencia que tiene la sociedad no es la de un decreto, sino de una nueva ley de radiodifusión, porque nos sigue rigiendo la ley de la dictadura. Un despropósito. Pero es la Legislatura la que debe corregir eso. El otro debate es el del perfil mediático que debemos tener.Es la discusión sobre la propiedad de los medios, un tema muy sensible que va más allá de las leyes de mercado.
¿Imagina un debate abierto en la Legislatura sobre los monopolios y la propiedad de los medios?
–Me abro a discutir qué grado de participación pueda tener el capital extranjero, pero tiene que ser gente que la sociedad conozca. Los medios gráficos en Argentina tienen responsables, y eso es saludable. Mi posición personal es clara: la propiedad de los medios debe ser de personas físicas que se conozcan, argentinos o que vivan en Argentina.
¿Imagina una cinematografía con o sin festivales?
–Sea como fuere el Estado debe garantizar que haya una industria cinematográfica. La Ley de Cine ha sido un avance y hay que garantizar que se cumpla y que los fondos no los tome el Tesoro nacional, sino que vuelvan al cine. Los festivales son parte indiscutible de la promoción de un sector, además alimentan el prestigio del país: más allá de los posibles despilfarros o los problemas organizativos, hay que apoyar tanto el Festival de Mar del Plata como el de Cine Independiente.