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El día que Burt Bacharach tocó en Punta del Este

De música ligera

Tiene setenta años, cincuenta y cuatro caballos y una esposa de treinta. Su carrera empezó al frente de la orquesta de Marlene Dietrich. En los 60 comenzó a componer un éxito tras otro. En los últimos años, Burt Bacharach ha sido homenajeado por Oasis, festejado en Austin Powers y premiado con un Grammy por su trabajo con Elvis Costello. El fin de
semana pasado, casi en secreto, se presentó con su banda en el Hotel Conrad de Punta del Este y habló con Radar.

POR MARTIN PEREZ,
DESDE PUNTA DEL ESTE

Sucedió después del último concierto en Punta del Este. Como fiel representante de otras épocas del negocio de la música, después del show Burt Bacharach suele recibir educadamente a todo tipo de gente en su camarín. Desde el manager general del hotel en el que se presenta, hasta una pareja que se ha venido con sus hijas desde Río de Janeiro para verlo otra vez, y que esgrimen con orgullo sus entradas del show de la semana anterior a modo de testimonio. Bacharach los saluda a todos con la misma sonrisa de satisfacción. Por el deber cumplido, por el show que acaba de brindar, o sencillamente por todo lo que le ha dado la vida, vaya uno a saber. Después de todo, ser Burt Bacharach nunca ha sido un mal negocio. Él siempre pudo conseguir satisfacción.
Tal vez por eso es que se esmera por escucharlos a todos. Al periodista que lo ha entrevistado esa misma tarde, al amigo ocasional de uno de los músicos, a la hija del manager de la sala. Sonríe y presenta a su joven mujer, Jane, con quien cruzaría a Buenos Aires antes de volver a Los Angeles. “Yo ya estuve en Buenos Aires dos veces: en 1958 con Marlene Dietrich, y en los años 70, pero ella aún no conoce la ciudad”, explica. Es entonces cuando un hombre se aferra del brazo de la estrella y le suelta todo tipo de frases estentóreas en castellano, del tipo “Me gustaría confesarle que sus arreglos orquestales bla bla bla”. Frases que su apropiado ladero traduce en un inglés chapucero. “Sus arreglos”, dice en inglés. “La orquesta”, dice después. “Wonderful”, sintetiza. Lejos de asombrarse ante tan curioso espectáculo, Bacharach sonríe comprensivo. De la misma manera en que conoce tanto a su público que al comienzo de sus shows les regala treinta minutos de medleys con sus canciones más famosas para dejarlos satisfechos, Bacharach parece acostumbrado a esta clase de saludos. Así que agradece el cumplido e incluso espera tranquilo lo que pueda venir a continuación.
Y lo que viene es la pregunta de siempre: “¿Cuáles son sus temas preferidos?”, le pregunta el inquisitivo fan. Bacharach responde que no tiene temas preferidos en su repertorio, que todos sus temas son sus preferidos, y así intenta escaparse educadamente. Pero el fan no lo deja, y le repite la pregunta en un inglés balbuceante pero contundente. “Ok, se lo voy a decir”, le responde Bacharach. Y enumera pausadamente pero sin dudar ni una vez: “Alfie, A house is not a home, That’s what friends are for, What the world needs now is love y Anyone who had a heart”. En el rostro del fan se dibuja cierta decepción. “No está I say a little prayer...”, se queja. “No, no está entre mis cinco preferidas”, parece disculparse Bacharach, como sabiendo desde el comienzo que esto sucedería.
Lo peor de ser Burt Bacharach parece que es tener tantos fans y no poder dejarlos satisfechos a todos. Tan satisfechos, al menos, como lo está él. “Si yo tuviera la máquina del tiempo que tiene Austin Powers en su película, no volvería a la década del 70”, explica. “¿Para qué? Si alguien me pidiera que hiciese, digamos, otra canción como Don’t make me over, que compuse para Dionne Worwick y que fue su primer éxito, no lo haría. Ya la hice. Uno no puede volver atrás, ni quedarse en el tiempo, y así es como debe ser”, dice Bacharach, llevando sus setenta años con la misma naturalidad con la que lleva por la vida una inseparable botellita de agua mineral en la mano derecha.

TODO LO QUE NECESITAS ES A BURT
Lo que el mundo necesita es amor es el nombre de una de esas cinco canciones preferidas de Bacharach. Una canción sencilla que comienza con un par de acordes simples al piano, para dar paso enseguida a la voz del cantante para que diga todo lo que tiene para decir. Su título es el mejor resumen de toda una vida pop –al punto de haber sido el nombre de un reciente musical en Broadway armado con sus mejores temas–, y tal vez por eso elija tocarla tanto al comienzo como alfinal de su show. Incluso se podría afirmar, sin temor a equivocarse demasiado, que el hijo del periodista norteamericano Bert Bacharach ha dedicado sus casi cuarenta años de carrera como compositor exitoso a poner al alcance del mundo eso que tanto le falta.
Nacido en Austin (Texas) pero criado en Nueva York, Bacharach –que estudió con Darius Milhaud, compositor francés heredero de Debussy y Satie– comenzó su carrera musical como director de la orquesta de Marlene Dietrich. A comienzos de los 60, formó junto al letrista Hal David un dúo compositivo memorable, que encontró en Dionne Warwick la voz perfecta para canciones que entonces fueron número uno y hoy son clásicos atemporales, inevitables tanto en sus recitales como en la memoria musical de más de una generación. Convertido con el tiempo y mediante repetidos éxitos tanto en el paradigma del bon vivant como del escritor profesional de éxitos predigeridos, casi sin proponérselo Bacharach ha disfrutado de un inesperado revival durante los 90. El periodista Francis Davis escribió en The Atlantic Monthly: “De la misma manera en que el nombre de John Coltrane es mencionado por ensayistas y novelistas negros para significar compromiso artístico y orgullo racial, Bacharach es mencionado al pasar por los críticos de música pop para elogiar a grupos que reconocen el valor de una buena melodía, sin importar que aún no se las hayan ingeniado para componer una”.
Reverenciado por Noel Gallagher de Oasis –que incluyó su retrato en la tapa de su primer disco, y llegó a compartir escenario con Bacharach en Londres–, y versionado recientemente por todo el mundo, desde John Zorn a Elvis Costello, pasando por Pizzicato Five, Sheryl Crow y McCoy Tyner, Bacharach asegura que ningún agente de prensa hubiera logrado un revival como el que su figura ha experimentado en estos últimos años. “Podría decir que la razón de tantos elogios son las buenas canciones”, se explica, sentado en su camarín del Hotel Conrad de Punta del Este, un par de horas antes de salir a escena. “Pero las canciones siempre han estado allí, y la mayoría de ellas fueron un éxito cuando aparecieron, así que ésa no es la razón. Creo que, en realidad, la única explicación para todo este asunto es la suerte. Sólo así se puede explicar que hayan coincidido tantos discos homenaje, mi dúo con Elvis Costello y las películas de Austin Powers”, dice, y se ríe antes de repetir el chiste que hará en escena: “La medida de mi éxito está en que he aparecido un par de veces en distintas películas: en la primera Austin Powers, y en la segunda Austin Powers”.
Alguna vez, Sammy Davis Jr. dijo que Burt Bacharach era el único compositor de canciones que no lucía como un dentista. Pues bien, a los setenta años sigue sin parecerlo. Con su botella de agua mineral, su jogging y sus anteojos negros –su vestimenta habitual fuera del escenario–, Bacharach parece una extraña cruza entre un profesor de tenis entrado en años y un agente secreto escapado de la Guerra Fría. Es, decididamente, un feliz sobreviviente de otro tiempo. Pero que parece estar más joven que nunca. “La verdad que ya no me pregunto nada”, confiesa. “Me siento bien, tengo energía, y una esposa joven con la que tengo un niño de seis y una nena de tres años y medio. Además, no dejo de trabajar: en los últimos dos años he tocado en más países que en toda mi carrera. Así que no pienso en nada, sólo sigo adelante”.
Hombre de voz suave y frases cortas, Burt Bacharach habla como quien decide ir develando sus secretos de a poco. Cuando se trata de ir recorriendo sus próximos trabajos, comienza anunciando su reunión con Hal David –su legendario letrista, con el que se peleó en 1973 luego de realizar una fallida banda de sonido, suceso que derivó luego en una larga disputa judicial–, de nuevo para una banda de sonido: la de Isn’t She Great, una película con Bette Midler basada en la vida de la novelista Jacqueline Susan. “Con David ya hicimos dos canciones. La película seestrena en enero”, anuncia Bacharach que enseguida recuerda que tiene otras canciones en una película infantil, dirigida por el responsable de El Rey León. “Se llama Stuart Little. Para esa película trabajé por primera vez con Tim Rice, un letrista que siempre he respetado. La semana pasada terminamos el disco”, dice, y adelanta que quien canta en uno de esos temas es nada menos que Lyle Lovett, al que califica como “mucho más que un simple cantante country”.
El anuncio más importante del futuro inmediato de Bacharach es una reciente invitación, que aún está considerando. “Me han invitado a la próxima ceremonia de los Oscar, no sólo a tocar mis temas, sino también a conducir la orquesta”, dice. “Pero no sé si voy a aceptarlo, porque es un trabajo muy difícil. Conozco músicos top de Los Angeles que nunca lo harían. Son tres meses de ensayos, es algo muy agotador... Una locura”, agrega, pero no deja de sonreír ante la idea.

PARA ESO ESTAN LOS AMIGOS
Para Burt Bacharach tocar en el Conrad de Punta del Este es como tocar en una sucursal de Las Vegas, y actúa en consecuencia. Su show, por lo tanto, no desentona entre tantas alfombras y espejos, e incluso sale indemne de tanta decadencia. Después de los medleys iniciales –durante los que surge la sospecha de que el hombre podría estar toda la noche tocando un éxito tras otro sin que nadie se queje–, vendrán los temas para el lucimiento de cada uno de los tres cantantes. Bacharach conduce a sus músicos desde un piano de cola ubicado convenientemente en el centro del escenario, atento a señalar cada cambio de ritmo. Más adelante, acompañado por una eficaz banda que incluye un tecladista responsable de los sintetizadores que simulan las cuerdas con mucha sutileza, él mismo cantará algunos temas, entre ellos su preferido “Alfie”, así como “Raindrops keep falling in my head” (“Cualquiera puede cantar ese tema”, dirá luego).
A pesar de que por momentos se puede sospechar que un show de Bacharach sólo es una excusa para que el músico compruebe satisfecho cómo la gente aún suspira (o aplauda, como sucedió con “I say a little prayer”) al reconocer cada tema, uno de los mejores momentos del show fue un segmento de temas casi irreconocibles para su público habitual. “En mis comienzos no me fue fácil conseguir que otros grabaran mis temas”, se presentó a sí mismo Bacharach. “Por eso me gustaría compartir con ustedes los cuatro primeros temas míos que se editaron. Son canciones que parecen escritas por otra persona. Después de lo viejo, escucharán lo nuevo: las canciones que escribí junto a Elvis Costello”, anunció Bacharach, que está orgulloso de Painted From Memory, su colaboración con Costello.
“Es casi un crimen que en los países latinos no se entiendan las letras de ese disco”, se lamenta. “Son palabras muy poderosas. Elvis es un gran letrista y no malgasta ni una sola palabra”, explica Bacharach, aunque descarta los planes de hacer otro disco juntos. “No se ha hablado de ello, porque si bien fue un disco con muy buenas críticas, no tuvo grandes ventas. Si salimos de gira el año pasado, fue para apoyarlo. En realidad, perdimos dinero en cada uno de los cinco shows que hicimos. La radio es muy poderosa en los Estados Unidos, y un disco como el que hicimos no encajó en ningún lado. La discográfica quedó muy desilusionada. Ellos esperaban otro resultado...”, dice Bacharach, que confiesa no sólo envidiarle a Costello su capacidad letrística, sino también haber trabajado junto a Paul McCartney. “Es el único músico con el que no trabajé, pero me gustaría haberlo hecho”, confiesa. “Yo conocí a Los Beatles cuando recién estaban comenzando su carrera. Compartimos un show en Londres, cuando yo aún tocaba con Marlene Dietrich. Ya por entonces me parecieron grandes músicos. Además, tocaban un tema mío: “Baby It’s You”, que incluyeron en su primer disco”.

NO ROMPAS MI CORAZON
En una novela del escritor inglés Nick Hornby, llamada Alta Fidelidad, su protagonista –un coleccionista obsesivo de música pop– confiesa no entender por qué la gente se preocupa tanto por la violencia en la televisión y los juegos electrónicos, mientras que a nadie le importa que los chicos crezcan escuchando por radio miles de canciones sobre corazones destrozados, rechazos y abandonos, dolor, tristeza y pérdida. “Las personas más desgraciadas que conozco, románticamente hablando, son las que tienen un desarrollado gusto por la música pop”, dice el protagonista de Alta Fidelidad. “No sé si la música pop es la causante de su infelicidad, pero lo que si tengo claro es que han escuchado esas canciones infelices por más tiempo del que han llevado una vida infeliz”.
Cuando se le transmiten estas inquietudes al autor de temas como “Sólo el amor puede romper un corazón”, “Nunca más me volveré a enamorar” y “No sé qué hacer conmigo”, Bacharach confiesa no conocer el libro, pero sí saber a lo que se refiere su autor. “Tengo que aclarar algo: hay que tener en cuenta que una canción triste puede hacer que la gente se sienta bien, que se sienta acompañada. Y eso es lo que hace la buena música pop. A mí se me acerca gente en los aeropuertos que me dice que algunas veces mi música los ha ayudado a terminar el día. Eso es algo que me hace sentir muy bien”, confiesa Bacharach, que ya no se preocupa por el nombre que le pongan a su música. “La gente necesita de rótulos”, dice, encogiéndose de hombros, sabiendo que su música no es sólo para ascensores, ni simple easy listening, fácil de escuchar.
“El secreto para escribir una buena canción es tener bien amarrado al enano escondido dentro del piano”, dice Bacharach, y lanza una carcajada. Y después, finalmente, confiesa: “Todo está en la melodía. Eso es azúcar para el oído”, dice, y sabe que no ha dicho nada nuevo. Pero que ya no habrá necesidad de seguir hablando.

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