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Qué pasa con Prince

El síndrome del poeta fértil
Los dos discos que sacó este año –la recopilación de viejos éxitos The Vault. Old Friends 4 Sale y sobre todo el flamante Rave Un2 The Joy Fantastic– confirman lo que se venía sospechando: tiene resto para sacar uno, dos o hasta tres discos por año, sigue tocando tan bien como siempre y mantiene su talento intacto, sin embargo, son cada vez más los devotos que extrañan al de antes. Al que no daba entrevistas, se llamaba Prince y arriesgaba mucho más que el nombre en cada disco.

POR ESTEBAN PINTOS

¿La calidad de los discos de Prince es inversamente proporcional a su exposición pública? La pregunta flota en el aire que comparten los tempranos (¿viejos?) escuchas de Prince. ¿Ya no habrá obras maestras como Purple Rain, Parade y Sign O’ The Times? Ha pasado más de una década desde aquellos discos y ahora, con cada uno de los “nuevos” que aparecen –a razón de dos o tres por año– la sensación es la misma: Prince sigue tocando fenomenal, produciéndolo todo y cantando como un dios negro. Es un genio, ¿qué duda cabe? Pero...
Siempre será Prince, aunque ahora él insista en el más difuso El Artista –que de cualquier manera es menos ridículo que El artista formalmente conocido como Prince de hace un par de años. De hecho, una anécdota pequeña reafirma el comentario. Empieza con él llegando a los estudios de MTV en Nueva York, en el 1515 de Broadway, pleno Times Square. Un productor del canal que lo admira desde siempre y que, por casualidad, toma el mismo ascensor. ¡Estoy con él!, piensa. Enseguida se pregunta, en silencio, también: ¿qué hago? ¿Le hablo? Mientras se decide comprueba que, como efectivamente suponía, él es bien pequeño. Se decide y le pregunta lo que todos quisieran pero no pueden preguntarle porque, sencillamente, no se lo cruzan en ningún ascensor. “Hola, admiro mucho tu música pero quiero preguntarte: ¿cómo debo llamarte?”. Él sonríe y antes de bajar, le dice, en voz muy baja pero entendible: “Sólo llámame Prince”. Bingo. Prince quiere que lo llamen Prince. Así es que, llevándolo todo al extremo de la esquizofrenia, figura en los créditos de su último disco Rave Un2 The Joy Fantastic: “Producido por Prince. Arreglado, compuesto y ejecutado por (Símbolo que quiere decir Prince)”.
Así que, volviendo a la pregunta inicial y siempre en torno del misterio de su figura y a su desmaterialización nominal, El Artista ahora consiente en mostrarse y hablar mínimamente en público. Sigue prohibiendo grabadores en las entrevistas, claro, pero por lo menos las otorga. Graciosamente, la enciclopedia Rolling Stone, que data de 1994, presentaba como una característica fundamental de su entidad artística el hecho que, hasta ese momento, sólo había brindado “una entrevista gráfica y una televisiva en toda su carrera”. Ese raro invicto ha sido roto más de una vez en los últimos cinco años y sólo ha servido para que, por fin, sea visto como un ser terrenal, obsesionado con Dios y su mujer, imbuido de una suerte de black new age spirit que lo guía por la vida, pero también esquivo como siempre. Recientemente sostuvo un curioso diálogo con el editor en jefe de noticias MTV Estados Unidos, Kurt Loder (ex editor de la revista Rolling Stone, entre otras cosas), que pone en ¿claro? cómo es la cosa:
¿Podemos hablar sobre el cambio de nombre? Porque es un problema para los que quieren nombrarte. ¿Por qué te sentiste obligado a cambiar tu nombre de Prince Roger Nelson a algo que no se puede pronunciar?
–Muy simple: mi espíritu me ordenó hacerlo. Y una vez que lo hice, muchas cosas comenzaron a cambiar en mi vida.
¿Por qué cambió tu vida?
–Bueno, había algo que se decía sobre Prince que me tenía harto. Una vez que cambié mi nombre, dejó de afectarme. Si vos leyeras “Kurt Loder está loco” todos los días...
Bueno, todos los días sería terrible. De vez en cuando, estaría bien...
–Perfecto. Pero tarde o temprano terminarías preguntándote por qué la gente tiene esa percepción de vos. Si ahora vos cambiaras tu nombre por Malik...
Pero Malik se puede pronunciar. Vos cambiaste tu nombre por un símbolo que no se puede decir. Es muy difícil...
–¿Es muy difícil para la gente decir “Él está loco”?
¡Pero aún así no se puede pronunciar!
–¡Eso es lo interesante!
¿Ves el problema?
–¿Para quién, para ellos? Creo que lo hice realmente bien.
Este año, el año en que una canción suya escrita y publicada en 1982 (“1999”, del notable 1999) cobró fuerza nuevamente, El Artista, directa e indirectamente, dio a conocer dos nuevos discos. El primero, titulado The Vault. Old Friends 4 Sale, contiene diez canciones que datan de un período que va del 23 de enero de 1985 al 18 de julio de 1994 y que muestran algo del potencial que llevó a que, alguna vez, alguien exaltado por su indudable talento, lo llamara “un Duke Ellington moderno”. Es jazz a lo Prince y está muy bien, aunque su aparición pública tenga que ver más con la compleja relación amor-odio-conveniencia mutua que ha desarrollado con su ex compañía de toda la vida, Warner (recuérdese que se fotografió con la palabra “Slave” escrita en su mejilla, cuando libraba la batalla legal para su “liberación” contractual). Este disco es parte de un arreglo entre abogados de ambas potencias, tal como lo fue Chaos and Disorder, que era casi todo de rock furioso, hendrixiano. Un mes después, salió –acaba de salir– Rave Un2 The Joy Fantastic, uno nuevo-nuevo y hecho con el control total de los masters por parte de su creador, fabricado y distribuido por Arista Records, de la mano de Clive Davis (presidente de la compañía), el mismo que “resucitó” a Carlos Santana con Supernatural, un disco de duetos que llegó al inestimable puesto número 1 de la revista Billboard. De ahí que suene dudoso, o por lo menos intencionado, que aparezcan en el disco más duetos por el estilo y con una variopinta gama de artistas. En Rave... aparecen Gwen Stefani, de No Doubt –olvidable banda de neo ska–, Anni Di Franco, lamentablemente desconocida en Argentina, Sheryl Crow y los “hermanos” Chuck D (Public Enemy) y Maceo Parker. Cada uno de ellos, en su medida y armoniosamente, aportan su voz e instrumentos para un disco irreprochable. Y ése es el problema: no hay riesgo. Sólo buena música negra, algo empalagosa, tocada por un genio que decidió cambiar de nombre, que edita discos todo el tiempo y que, ahora que se decidió a hablar públicamente, no alcanza los objetivos o al menos entrega pequeños porcentajes de su enorme talento.

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