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Los hombres de lata
A principio de
año se lanzó en Estados Unidos una bebida llamada Go-Go,
creada especialmente para el público de las raves y cuyo punto
fuerte parece que era el efecto afrodisíaco que causaba.
En las latas se veía a una chica embutida en un vestido minúsculo
que dejaba ver una bombacha blanca, señalada por una flecha que
salía de una de las dos o del logo de Go-Go. Hasta
ahora, el consumo de Go-Go estaba limitado a un grupo de iniciados, pero
ante la oleada de fiestas que empezaron a anunciarse por el fin de milenio,
los fabricantes de Go-Go lanzaron una campaña masiva. Y les cayeron
encima: la bombachita de Kiki (tal el nombre de la muñeca) les
pareció demasiado a los distribuidores. En las nuevas latas, la
bombacha ya no se ve, no hay ninguna flecha que señale la entrepierna
de la chica, el logo no incluye los símbolos femeninos y masculinos,
y el slogan dejó de anunciar una bebida naturalmente sexy
para transformarla en una bebida inofensiva. A manera de consuelo,
todos los que escribieron reclamando el regreso de la lata anterior, recibieron
por correo una bombachita. Siguiendo el ejemplo, bien valdría investigar
qué recibieron los que reclamaron la vuelta de la lata anterior
cuando Coke reemplazó a Coca-Cola.
Dedos
de videotape
Los
socios de Blockbuster que hayan concurrido a los locales con todas las
intenciones de alquilar algunas de las viejas películas de Bond,
para calentar motores antes del estreno de El mundo no basta, se encontraron
con una sorpresa: las cajitas estaban vacías. Al parecer, son
muchos los que vuelven a dejar las cajitas en su lugar y se consuelan
con alguna otra. Pero los pocos empecinados que se acercan al mostrador
con la caja vacía, pueden presenciar cómo el empleado
abre un armario cerrado con llave y saca el opus Bond en cuestión.
¿Por qué tanto misterio con películas que se venden
hasta en los quioscos de revistas? Consultados diversos locales de la
cadena, la respuesta fue casi siempre la misma: las cajas de películas
de Bond son las únicas expuestas vacías, porque son las
únicas que se roban.
Annalízame
Cuando Marilyn
Monroe murió, en 1962, en su testamento legaba sus bienes a su
media hermana, a su madre y a unos pocos amigos. Sus efectos personales
y su ropa quedaron para Lee Strasberg, quien debía repartirlos
entre los amigos. Sin embargo, hace menos de un mes la sucursal neoyorquina
de Christies subastó algunas de esas pertenencias por más
de 13 millones de dólares, de los cuales la familia de Marilyn
no vio ni un centavo. El botín se repartió entre la viuda
de Strasberg (una mujer a la que Marilyn nunca conoció) y el Centro
Anna Freud de Londres (que además recibe el 25 por ciento de las
regalías que produce la imagen de Marilyn). Eso desató un
escándalo que terminó de destapar las pésimas relaciones
que mantuvo la diva con el psicoanálisis. Según los rumores,
durante el rodaje de El príncipe y la corista en 1956, la diva
cayó en manos de Anna Freud, con quien mantuvo una serie de sesiones.
Aunque la relación luego se enfrió, parece que la influencia
de la hija del padre del psicoanálisis sobre Marilyn fue decisiva,
al punto de ser quien aprobaba a cada uno de los médicos con los
que Marilyn se atendía. Cuando en 1960 John Huston la convocó
para actuar en la película que planeaba hacer sobre la vida de
Freud, con guión de Sartre, Marilyn primero aceptó y después
se echó atrás por las presiones que Anna Freud ejercía
sobre ella a través del doctor Ralph Greenson, su psiquiatra durante
esos años. Al parecer, con tal de mantener el control sobre ella,
la Freud empujó a Greenson a convertirse en una suerte de manager
y agente en las tinieblas. En 1961 la médica Marianne Kris (considerada
por el viejo Freud como su hija adoptiva) internó a
Marilyn en una habitación cerrada con candado en una clínica
psiquiátrica. En enero de 1962, cuando Marilyn compró la
casa en la que moriría, su abogado era el hermanastro del doctor
Greenson, un picapleitos que se negó a atender a la actriz, cuando
ésta lo llamó para cambiar su testamento tres días
antes de morir. Quizá por eso, algunos memoriosos han rescatado
en estos días las palabras de John Huston cuando se enteró
de la muerte de su amiga: A Marilyn no la mató Hollywood:
la mataron los psiquiatras.
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