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PARQUE PROVINCIAL CRUCE CABALLERO, UNA PEQUEÑA RESERVA DE BOSQUE EN MISIONES

El llamado de la selva misionera


Son apenas 432 hectáreas de biodiversidad irremplazable a 1300 kilómetros de Buenos Aires. De difícil acceso, sin infraestructura hotelera, ofrecen a los valientes que quieran acampar dos trochas de dificultad variable bajo un techo vegetal que protege helechos arborescentes, tucanes, monos, insectos, flores y maderas nobles. Cruce Caballero es una buena idea local para preservar un ecosistema que está desapareciendo a toda velocidad alrededor del parque provincial.

Por Francisco Olaso

A nivel turístico a Misiones se la identifica con las Cataratas del Iguazú. A quienes quieran conocer otros rincones de la selva paranaense, les interesará saber que en la provincia hay quince áreas protegidas. Una de ellas, el Parque Provincial Cruce Caballero, se encuentra a casi 1300 kilómetros de Buenos Aires, y a 30 del pueblo maderero de San Pedro, los últimos 20, de camino entoscado. Para quienes estén pensando pisar tierra colorada este verano, estas 432 hectáreas de monte nativo, declaradas parque provincial en 1991, son una buena posibilidad para incluir en el trayecto.

No acaba el visitante de ingresar en el parque, y ya lo impactan los helechos arborescentes, de hasta cinco metros de altura, que crecen a la vera del camino. “Ese es el chachí macho. La otra clase en esta zona es el chachí manso, más grueso y bajo, casi extinguido, ya que se lo corta en rodajas para usar como plantera”, explica el guardaparques Esteban Arzamendia. Junto a él recorremos los dos senderos de interpretación que hay en el parque. Primero el más agreste, una angosta picada hecha a machete. No bien entramos descubrimos allá arriba a tres monos carayá, dos machos de pelaje marrón, y una hembra negra, que es también el color de las crías, según nos informa Esteban. Aunque está de guardia hace 20 días, los últimos cinco en soledad, esperando el relevo, parece hablar de su ser cuando habla de ese monte.

Junto al arroyo, en el que una bomba carga el agua de la casa, hay más helechos arborescentes. Encima de esa capa de hojas aparece otra más alta, que pertenece a unas araucarias de un porte insospechado. Declarada monumento provincial, “la araucaria puede llegar a los 350 o 370 años en crecimiento y producción constante de semillas. A partir de entonces, entra en regresión. Quizá dura el mismo tiempo hasta que muere”, dice Esteban.

Los ejemplares de este parque son realmente inmensos. Algunos están marcados con un número, debido a un seguimiento que hace la Facultad de Ciencias Forestales con sede en Eldorado. Junto a las raíces suele haber huecos de unos 20 centímetros de diámetro: cuevas de tatú. Y allá arriba, en las copas, vive una especie en extinción, el loro pecho vinoso. El sendero vadea un sotobosque de helechos y caña tacuara. A la izquierda nace de repente un senderito, al fin del cual se descubre una cañafístola, uno de los árboles más impresionantes del monte, de unos cuarenta metros de altura. Para rodear el tronco de éste harían falta unos diez hombres tomados de la mano.

Todo para ver

El parque dispone de otro sendero más abierto, a cuyos costados es posible descubrir una amplísima variedad de árboles. La grapia, el cedro misionero, el incienso, todos ellos de madera dura, aquí llamada “de ley”. Dos timbós crecen a la par, como gemelos, junto al sendero. El tronco de este árbol portentoso y recto era usado por los guaraníes para construir canoas. Prendidas a la corteza de la mayoría de los árboles, cuelgan las plantas de orquídeas, de las que en Misiones hay 300 clases. Esteban comenta que muchos de los visitantes que se acercan al parque son estudiosos, ya que “acá la biodiversidad es tal, que en un metro cuadrado un botánico o un biólogo pueden trabajar un año”.

Es que en Cruce Caballero puede verse el monte tal como era antes que la zona fuera explotada. Probablemente son los últimos árboles centenarios que sobrevivirán al futuro próximo, ya que alrededor, a la explotación de las grandes compañías madereras se suma la extracción permitida a los propios colonos. Día a día la biodiversidad más rica del planeta se convierte en chacra o en plantación de una sola especie de pino. Siendo Cruce Caballero un lunar de monte virgen, no es raro que en la estación del guardaparques se escuche tanto el bronco llamado del mono carayá, como el mugido de algún cebú de las chacras vecinas. A pesar de la escasa superficie, se han detectado en el parque rastros de felinos chicos, como el gato onza, el gato tirica o el yaguarundí. También hay pecarí, ciervo poca y venado pardo, liebres, agutíes y comadrejas. Esteban combina el gusto por la preservación de la naturaleza con un hobby: registrar la fauna en su cámara de video. Bajo su hablar sereno y preciso, suena una FM brasileña. La selva se entromete a cada instante en la charla. Ya sea por medio del lagarto, de algo más de un metro de largo, que de pronto recorre el parquizado. O por el insecto de gran tamaño, cuyo cuerpo y extremidades parecen palos, que trepa por el mosquitero. O por los constantes llamados de las aves, como el del calancate que pasa volando sobre la arboleda. También habitan el parque el tataopá, el pájaro carpintero, yacutingas, catitas, pavas de monte y las cinco especies argentinas de tucanes. La locura de los ornitólogos son el loro pecho vinoso, y el coludito de los pinos, que sólo vive en las araucarias.

El verano es la mejor época para visitar el parque. En la zona caen los típicos chaparrones estivales, copiosos pero pasajeros. En invierno el clima es más lluvioso y frío. Al ser pocos los árboles que deshojan en otoño, la vegetación casi no cambia. Durante milenios tampoco ha cambiado este monte, pese a lo febril de su vida silvestre. Uno no puede sino pensar que algunos de estos árboles han visto el paso del guaraní y el español, el colono y el visitante. Y que su memoria es tan honda, como importante la seguridad de su futuro.