Por Graciela Cutuli
Un año de preparación termina consumido por el fuego cada 20 de marzo a la madrugada. Pero las Fallas de Valencia son como el Ave Fénix: apenas acaban de morir en el incendio, que ya están renaciendo. Si oficialmente la fiesta empieza en los cinco días precedentes al 19 de marzo, en realidad Valencia comienza a festejar desde el 1-o de marzo y vive todo el año en la expectativa de las siguientes Fallas, una celebración popular antiquísima nacida de la conjunción de varias tradiciones entrecruzadas en el sur de España.
Se cree que el nombre de las Fallas procede de la forma mozárabe de pronunciar el latín facula (antorcha): por lo que se sabe, desde tiempos inmemoriales los antepasados de los valencianos tenían la costumbre de celebrar los principales momentos de la vida de la región encendiendo fuegos monumentales en los lugares públicos. En el siglo XVI, esos fuegos se encendían sobre barriles llenos de brea y adornados con grotescas pinturas, que más tarde se convertirían en muñecos caricaturescos de cartón piedra -los bultos- como los que hoy día también se ven desfilar en los carnavales de Niza o de Viareggio.
En esa misma época, los carpinteros de Valencia, que formaban una de las corporaciones más fuertes de la ciudad, solían quemar para las vísperas de la fiesta de San José -su santo patrono, el 19 de marzo- grandes piras armadas con viruta y madera: así, en pocos minutos desaparecían en forma de incendiaria ofrenda los restos de todo un año de trabajo. Otra versión de la historia dice que en realidad lo que quemaban los carpinteros era el parot, un dispositivo con el que se alumbraban en los anocheceres de invierno, y que se les hacía inútil al llegar los largos días del verano. No faltó además un valenciano ingenioso que un día vistiera el parot con ropas viejas, haciéndolo semejante a algún conocido de la zona: así, una tradición no tardó en unirse con la otra; las fogatas y los muñecos se dieron la mano y fueron creciendo hasta convertirse en los protagonistas de cada mes de marzo, en una fiesta que atrae como un imán hacia el cálido sur de España a miles de turistas llegados de todos los puntos cardinales. Porque, como ellos mismos dicen, las Fallas y la paella -el plato más exuberante del mundo- reflejan mejor que nadie las muchas particularidades del carácter valenciano.
El rito fallero
Las Fallas son todo un rito, y como tal deben cumplirse año a año, para que nada se pierda del encanto festivo que tienen los días previos a la fiesta de San José. En cierto modo, estas fiestas y sus gigantescos muñecos son como instantáneas de la vida de la ciudad en cada época, ya que cada una de las fallas tiene también la función de mostrar los diversos trabajos de la sociedad, simbolizados en esculturas de cartón pintado. Es lógico entonces que cada año los temas y los personajes se renueven, que cada año la picardía popular encuentre un nuevo blanco y así las fiestas sigan creciendo, hasta que, como es de imaginar, todo lo visto hasta ahora sea superado por las celebraciones previstas para las últimas Fallas del siglo.
La primera ceremonia de las Fallas es la cridà, el primer domingo de marzo, cuando el alcalde (bien flanqueado por la reina de las Fallas, llamada Fallera Mayor) anuncia públicamente el comienzo de las fiestas desde las murallas de la ciudad, e invita a participar a todos los presentes. Lo que sigue es la llamada exposición del ninot, cuando cada comisión lleva los muñecos (ninots) en los que han trabajado a lo largo de todo el año para ver cuál de ellos consigue el indulto y puede evitar el incendio de la última noche. Para contagiar la alegría entre los valencianos y los turistas, mientras tanto, una cabalgata recorre las calles de la ciudad, hasta que el 15 de marzo llega uno de los momentos más esperados: la plantà, ocasión en que se corta el tránsito para instalar los monumentos en las calles. Así comienza el tumultuoso reinado de la falla, marcado por la exaltación de la despertà (las noches en que nadie duerme por el ruido de los petardos, la música y el baile) y de la bunyola (el despertar agradable pero ruidoso, acompañado por chocolate con buñuelos).
Todas las tardes, a las dos en punto, no hay valenciano que falte a la mascletà en la Plaza del Ayuntamiento: a esa hora se lanzan ensordecedores disparos de cañón que encuentran rápido eco en innumerables canciones especialmente compuestas para Valencia y las Fallas. Durante estos días, todo en la ciudad son festejos, desfiles, reuniones populares en los barrios, corridas, conciertos y competencias para determinar a las más bellas falleras: sin embargo, entre tanto desenfreno todavía se encuentra tiempo para cumplir con el rito español del homenaje religioso, que se realiza bajo la forma de una ofrenda de flores a la Virgen, uno de los cultos más antiguos y arraigados de toda la región. Por la noche, la oscuridad se hace día gracias a los fuegos artificiales, pero nada tiene comparación con la espléndida hora de la cremà: en la noche de San José, el 19 de marzo, cuando dan las doce debe prenderse fuego a todas las fallas. Valencia es entonces un gran incendio, sólo iluminada por los resplandores rojos de las piras que arden en cada calle. Una hora más tarde, para que todos puedan llegar al sacrificio de fuego, en la Plaza del Ayuntamiento se quema la falla principal allí instalada, entre desórdenes, cantos y petardos que parecen traducir en sonido la exuberancia del fuego. Es la nit del foc, el momento culminante de la semana de las Fallas, pero también la hora de despedirse fins lany que ve, o hasta el año que viene.
Cómo se crea una falla
En apenas una noche se incendia el trabajo laborioso y paciente de todo un año, trabajo que comienza cuando cada comisión de falla contrata a un artista especializado entre los más de 200 que hay en Valencia (la ciudad reconoce oficialmente esta profesión, e incluso mantiene una escuela especialmente destinada a la formación de los artesanos falleros). Una falla se articula en varias partes: todas ellas se hacen primero en arcilla, para luego construir los moldes necesarios en yeso. Gracias a estos moldes, los artistas pueden dar forma a las figuras en cartón piedra o en poliuretano, de modo de armar cada una de las partes para luego pegarlas en el imponente conjunto. El último trabajo es la pintura, que puede contribuir a acentuar el realismo de algunas figuras o bien a subrayar el grotesco expresamente buscado de algunas de las fallas, sobre todo cuando caricaturizan a personajes conocidos, de la política, el jetset o el mundo del espectáculo. La complejidad de las fallas actuales, que se apoyan sobre armazones de madera para sostenerlas y hacerlas desfilar, hace que para la realización de cada una se requieran meses enteros de trabajo.
Cada artista es el encargado de dar la idea madre en torno a la cual se articulará y construirá la falla; sin embargo, la comisión que ha hecho el encargo es la verdadera dueña de cada creación y también aquella que tendrá el honor de recibir los premios otorgados a las mejores fallas de cada año. Cada comisión tiene, por otra parte, una segunda tarea muy especial: la elección de la reina, que preside las fiestas de su propia falla pero también participa en la elección de la Fallera Mayor: este título honorífico dura un año y otorga a la elegida un particular dominio sobre las fiestas y sobre toda Valencia, que se hace evidente en ocasiones como aquella en la que, junto al alcalde, da comienzo a las fiestas, cada 1-o de marzo.