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SALTA: POR LOS PARQUES, VALLES Y FIESTAS PROVINCIALES


Desde la selva subtropical hasta los espléndidos Valles Calchaquíes,
la provincia de Salta muestra un arco iris de coloridas
montañas y caminos hacia las nubes.

Por M.B.

“Salta la linda, Salta la hermosa, salta la ventana que viene mi esposa...”, dice la gente cuando uno camina por las calles de Salta. Salta es pícara como su gente. Pero más allá de sus coplas, la histórica Salta ofrece un cúmulo de lugares que va desde el turismo antropológico en los desérticos Valles Calchaquíes, hasta los húmedos y selváticos paisajes subtropicales de alguno de sus parques nacionales.
El nombre Salta proviene de “Sagta” que en aymará significa “la muy bella”. Y su nombre no le sienta mal, va con su aspecto. Salta es el punto de partida desde donde se puede ver un arco iris de montañas de distintos colores y caminos hacia el cielo. Además, las empanadas, los pasteles de humita y los tamales, hacen agua la boca de los turistas más desprevenidos, y los tradicionales vinos salteños son un condimento ideal para pasar largas noches cantando de peña en peña.
Parques y valles
Los parques salteños son extraños y poco conocidos. El Parque Nacional Los Cardones es un páramo solitario que se encuentra a 2700 metros de altura y a sólo 3 horas de la ciudad. Allí es posible ver cóndores, zorros, pumas, vicuñas y otras especies animales. El Parque Nacional El Rey fue creado en 1948. El valle está salpicado por lomadas menores y bajas, muy quebrado y de difícil tránsito. Su monte está totalmente cubierto. Desde el predio de acceso al parque, con un poco de tiempo se pueden ver pumas americanos, antas o tapir americano, e incluso chanchos jabalíes.
Otro parque es el Baritú, ubicado al noroeste de la provincia. Allí se protege el último reducto de la selva subtropical, con sus clásicos helechos. En sus 72.439 hectáreas limitadas por cordones montañosos crece la selva andina. El lugar es sumamente atractivo para el turismo y la aventura, e incluso las dos cosas juntas. Allí podrá tener encuentros –poco habituales en otras regiones– con tapires, monos, caíes, pumas, gatos, onzas, pecaríes, osos de anteojos, jaguaretés y tigres de estas tierras americanas. Un lugar ideal para inmortalizar a los animales a través de la caza fotográfica.
Alguna vez sólo fue posible acceder a los Valles Calchaquíes a caballo o en mula. Luego se construyeron los caminos. Allí pasó varios años Atahualpa Yupanqui, quien escribió rememorando ese tiempo: “En los valles, nos habíamos formado una idea de nuestra tierra. Una idea romántica de sueños heroicos sin calendario y sin fruto económico alguno. Queríamos conocer nuestra Argentina metro a metro, cantar junto a los arroyos, dormir en las grutas o bajo los árboles”. Por las lejanas cumbres nevadas transitaron los conquistadores y los calchaquíes ofrecieron durante más de cien años una increíble resistencia. El indio Juan Calchaquí fue liberado para ordenar la rendición de su pueblo, pero prefirió tirarse al abismo, antes de permitir la derrota. A veces, el viajero imagina que en la oscura mirada de la gente anda el alma calchaquí.
En Salta, la linda, hay muchos que viven por los cerros, entre las nubes. Y muchos otros pasan por ellas cuando toman el sorprendente tren que rebasa los 4000 metros de altura, con coches de primera clase, comedor furgón y vista directa al cielo por abajo y por arriba de las nubes. La meta final es un viaducto, maravilla de la ingeniería argentina a 4186 metros, a 217 kilómetros de la estación de salida. El tren arranca y termina en la ciudad de Salta, donde se vuelve a escuchar una voz que dice: “Salta la linda, salta la hermosa...”


En la Fiesta del Milagro


Cuenta la historia que a fines del siglo XVI llegó al puerto peruano de El Callao, la imagen de un Cristo en una cruz que había sido rescatada de un naufragio. La nave hundida venía de España, y su mística carga había sido pedida por el obispo de Tucumán fray Francisco de Victoria para donarla a la ciudad de Salta, y conmemorar así los diez años de su fundación, en 1582.
Un siglo más tarde, cuando la tierra salteña tembló con el devastador terremoto del 13 de setiembre de 1692, el sacerdote José Carrión recibió en sueños la revelación de que el sismo terminaría si se sacaba al Cristo en procesión. Así ocurrió el 15 de setiembre de ese año: el terremoto cesó después del recorrido que se hizo por las calles de la ciudad con las imágenes de Jesús Sacramentado y la Virgen María. Entonces se acordó un pacto de fidelidad entre el pueblo de Salta, las autoridades y el clero, y el Cristo se transformó en el protector de la ciudad.
La festividad del Milagro es conocida en todo el mundo y convoca a más de 200.000 fieles cada año. Cada 15 de setiembre todos los caminos conducen al Señor y la Virgen del Milagro, los patronos tutelares de los salteños.
A diferencia de otras festividades que tienen novena y procesión, el Milagro comienza un mes y medio antes con la visita a la catedral de Salta de los alumnos de todos los establecimientos escolares de la capital y delegaciones de empleados públicos. Sigue con la novena, la procesión y luego con algo muy especial, la “Renovación del Pacto de Fidelidad”.
Bombo, violín y oración, así bajan los pobladores de la Puna o de los valles con sus misachicos, cargando de a ratos en sus hombros al pequeño santo que será bendecido ante el Señor y la Virgen del Milagro.
Desde San Antonio de los Cobres un centenar de fieles camina durante cuatros días unos 170 kilómetros para estar presentes en esta fiesta religiosa. También vienen misachicos desde los Valles Calchaquíes y siempre aparece uno nuevo del lugar menos esperado. Al llegar a la ciudad, las campanas de la catedral repican para recibir a los peregrinos.
Así es el Milagro, la fiesta más importante del noroeste del país que culmina con profunda emoción, cuando en la plaza 9 de Julio frente a la catedral miles de manos con pañuelos blancos se despiden al Señor y la Virgen con la esperanza de que proteja el trabajo, la salud y la familia.