Vacaciones
en el litoral del sur brasileño

Unida
al continente por dos puentes, la isla de Florianópolis tiene
42 playas de aguas bravas y aguas mansas, rodeadas por verdes morros,
siempre listas para recibir a los miles de turistas que la visitan todos
los años. Además de la costa, un recorrido por las coloridas
aldeas que fundaron hace 250 años los colonos provenientes del
archipiélago de las Azores.
Por
Ariel Abramovich
Después
de escalar descalzo el morro bajo que separa su casa de la playa, Joao,
un pescador de pura cepa azoriana, muestra orgulloso el conmovedor panorama
que ofrece el atardecer de Lagoinha, un reducto escondido y hermoso
del norte de la isla de Santa Catarina. Tiene las manos hinchadas, de
tanto tirar redes al mar, y una actitud algo parca, que no alcanza para
disimular la clásica simpatía brasileña. Se acomoda
el sombrero de paja y sigue disfrutando el espectáculo que nos
envuelve, igual que desde hace sesenta años. Mientras tanto,
la espuma de las olas suaves se destaca entre el azul claro y el tono
oscuro de la orilla húmeda y en las elevaciones lindantes el
verdor de la espesa mata atlántica invade los peñones
redondos y grises.
A escasos kilómetros del morro, que Joao vendió en parte
a un argentino visionario hace ya una década, se encuentran muchos
otros rincones tan impactantes y atractivos como Lagoinha. Pero el pescador
no los conoce. Es que con su paraíso le alcanza y sobra. Sin
embargo, en los casi 450 kilómetros cuadrados de Floripa
hay 42 playas, algunas de mar agitado, otras de aguas calmas, desiertas
o muy frecuentadas, con buenos servicios para el turista o sin nada,
bañadas por corrientes cálidas o frías. Y también,
varias lagunas de diferente tamaño, interesantes vestigios del
pasado, bosques de mata atlántica y grandes dunas de arena blanca.
Está rodeada por más de 30 islas e islotes que salpican
el horizonte con formas caprichosas y aumentan la belleza de un entorno
privilegiado.
La isla es conocida como un clásico destino de sol y arena, pero
la Villa de Nossa Senhora do Desterro tiene mucha historia y tradición
para mostrar. A pesar de haber sido fundada a mediados del siglo XVII,
empezó a ser colonizada hace unos 250 años, con la llegada
de los primeros 5000 inmigrantes provenientes del archipiélago
de las Azores. Los colonos fueron obligados por la Corte Portuguesa
a cambiar una isla por otra, y mantuvieron su folklore, la gastronomía,
arquitectura y cultura a través del tiempo y la distancia. De
hecho, sus descendientes hasta mantienen casi intacta la pronunciación
azoriana.
En las callejuelas de aldeas antiguas, como Santo Antonio de Lisboa,
Conceiçao da Lagoa o Riberao da Ilha, se alternan viejas casonas
coloridas, generalmente con las paredes pintadas de amarillo pastel
y las aberturas en un verde o azul intenso; las vecinas conversan desde
las ventanas, sin siquiera salir de sus casas. En los restaurantes,
sobre elaborados manteles de algodón tejidos con la ancestral
técnica de la renda bilro, se sirven manjares de frutos de mar,
que los aldeanos acabaron de pescar, como el Camarao ao Catupiry o los
Mariscos Do Divino.

Paseo
por la playa de Canasvieras,
preferida por los argentinos.
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Coloridas
casonas coloniales en Santo Antonio de Lisboa.
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El
norte caliente
La isla forma una especie de rectángulo que se extiende en paralelo
al continente. Está separada por un canal angosto y unida por
dos puentes, uno moderno y el otro, con más de setenta años,
ya en desuso. Se trata del Ponte Hercílio Luz, una de las estructuras
colgantes más grandes del mundo. Durante el ocaso, cuando aparece
iluminado por millares de lamparitas delante de un cielo anaranjado,
forma una de las postales clásicas del sur brasileño.
La parte norte goza de una corriente de agua cálida y concentra
alrededor del 70 por ciento de los servicios de hotelería, gastronomía
y centros de diversión de Florianópolis.
En las playas ubicadas sobre la bahía suele haber marea tranquila
y una franja de arena dorada un poco angosta, pero, en compensación,
tienen una serie de islotes y peñones delante de las sierras
bajas de enfrente, que parecen diseñados para decorar la panorámica.
La preferida por los argentinos es Canasvieras, cuyos hoteles, restaurantes,
galerías y discos la hacen funcionar como una especie de ciudad
independiente durante el verano. Jureré, de aguas clara y cristalinas,
ha experimentado un gran crecimiento, y gracias a su moderna infraestructura
de servicios se transformó en la más sofisticada de la
isla. Yendo al oeste, antes de la coqueta Daniela, está la fortaleza
de Sao José da Ponta Grossa, que fue recientemente reconstruida.
Sus cañones relucientes apuntan amenazantes hacia el mar, pero
nunca entraron en combate. La única oportunidad en que debieron
ser utilizados fue en el año 1777, pero los españoles
tuvieron la prevención de invadir la isla desde los pocos sectores
no fortificados. Hasta hace poco tiempo, la playa Brava estaba desierta
y era desconocida. El morro empinado que obligatoriamente hay que atravesar
para llegar no fue un impedimento para los proyectos de las grandes
constructoras. La pequeña ensenada ahora se está poblando
con importantes condominios y sus olas son aprovechadas por numerosos
surfistas.
El nombre de la playa Ingleses se remonta al año 1700, cuando
frente a su costa naufragó un barco británico. Su franja
de arena es ancha y se prolonga por más de cinco kilómetros
frente a un mar abierto, sin calas ni islas que interrumpan la perspectiva.
También posee numerosos bares, posadas y campings, y es una de
las preferidas. A unos metros de la orilla se elevan grandes dunas que
llegan hasta la vecina Santinho; ideales para practicar sandboard, el
surf de arena, y pasear a caballo.
Florianópolis, la tercera ciudad del estado de Santa Catarina,
después de Joinville y Blumenau, es la capital y su aeropuerto
internacional, la puerta de ingreso en el sur de Brasil. El centro se
ubica en la isla, pero el crecimiento hizo que los barrios periféricos
llegaran hasta el continente, en el sector cercano a los puentes. Los
edificios públicos del pasado y las viejas casonas se mezclan
con los shoppings centers y las elegantes torres modernas de la avenida
costanera. Entre los puntos históricos se destacan la Catedral
Metropolitana y el Mercado Público, donde se consiguen las mejores
artesanías. Para probar la cachaça y otras bebidas, el
Armazem Viera es lo mejor. El edificio, que data del año 1840,
es una fábrica de aguardiente donde por la noche también
funciona un bar y restaurante especializado en frutos de mar.

Los
pescadores de Floripa preservaron la pesca artesanal.
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Panorámica
desde la fortaleza de Sao José da Ponta Grossa.
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Dunas
y olas
La marea más agitada de la sinuosa costa de Florianópolis
está en las playas del este, la más frecuentada por la
gente joven y los amantes de los deportes. Joaquina era una mujer muy
popular a comienzos del siglo XVIII que, un día, según
cuenta la leyenda, fue tragada repentinamente por las olas del mar.
En Joaca, como la conocen los entendidos del mundo entero,
durante febrero se organizan los torneos internacionales de surf, que
se iniciaron en la década del 70, cuando fue descubierta por
los amantes de la tabla. Desde fines de la primavera, los turistas invaden
este balneario donde el ritmo frenético de la noche se prolonga
hasta la madrugada.
El morro Costa da Lagoa tiene el mejor punto panorámico de Floripa.
A casi 500 metros se puede ver buena parte del centro de la isla, y
en particular, la Lagoa da Conceiçao, rodeada de ondulantes dunas,
montañas verdes y playas retiradas. En sus aguas calmas se practica
windsurf, jetesquí, aladeltismo y deportes náuticos. La
zona es una reserva natural, donde no sólo se preserva el ecosistema
sino también la pesca artesanal azoriana. Muy cerca está
la Barra da Lagoa, una playita tranquila, con bares rústicos
frente al mar. Es el mejor punto nocturno, con lugares como Rock Point,
Vicio y Lagoa Mix, que con música en vivo y mesas a la calle
concentra la mejor movida de la isla. Galheta es un reducto, de menos
de 1000 metros de largo con arena blanca y fina. Es una playa nudista
un poco escondida; la única manera de llegar es desde la vecina
Mole, a través de un sendero cada vez más borroso por
el verde que lo rodea.
El sur es más agreste y menos explotado, pero sus playas están
bañadas por aguas algo más frías debido a una corriente
marina proveniente de las Malvinas. Campeche es una deformación
del francés que significa campo de pescadores. El
nombre se debe a Saint Exupéry, quien usaba su orilla como pista
de aterrizaje cuando era comandante de la ruta París-Buenos Aires.
El desarrollo en Santa Catarina, durante el siglo pasado, se basó
en la matanza de ballenas francas. Actualmente no superan los 4000 ejemplares
que, de junio a octubre, se dejan observar desde el Pantano do Sul,
una antigua aldea de pescadores, muy tranquila y silvestre. A pocos
kilómetros se extiende la reserva de Lagoinha do Leste, que en
sus 450 hectáreas combina playas vírgenes, costas rocosas,
cascadas, mata nativa y una extraña laguna con forma de herradura.
Seguramente en estos pueblos habrá otros tantos pescadores, como
Joao, que sólo conocen sus playas. Al fin y al cabo, son sus
pequeños paraísos.

Datos
útiles
Cómo
Llegar:
Hay vuelos diarios a un precio que ronda los $ 300, en temporada baja,
y 350, en la alta.
Algunos precios: Una cena en base a frutos de mar para dos personas
ronda los $ 22. El curso de buceo (PADI) semanal cuesta unos $ 200.
El alquiler de un coche mediano $ 60 diarios.
Informes: Oficina de Turismo de la Embajada de Brasil, en Cerrito
1350, de lunes a viernes de 9.30 a 12 y de 15.30 a 17, tel.: 4815-8737/40.
En Internet está en: www.embratur.gov.br.
Entre las páginas dedicadas a Florianóplolis, www.guiafloripa.com.br,
es la más recomendable.
