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NORTE DE ESPAÑA: HISTORIA Y PAISAJES DE ASTURIAS

Lo que ayer eran tierras de acceso difícil hoy son paraísos para el turismo. En el centro de la España Verde y con sus costas sobre el Cantábrico, Asturias muestra parajes escondidos de insólita hermosura, donde las bellezas “que natura le dio” van unidas a una cultura ancestral.

Por Graciela Cutuli

Medio siglo atrás (para no remontarse más lejos todavía) la sola idea de que los pueblitos de la costa o el interior asturiano iban a convertirse un día en meca turística no habría provocado ni siquiera el asombro de sus habitantes: sólo una incredulidad muy bien fundada en el aislamiento de la región y las escasas virtudes de que podía enorgullecerse una industria turística todavía en pañales. Pero los tiempos cambian... Muy lejos de la idílica calma del Mediterráneo, Asturias tiene para ofrecer un mar por momentos bravío y un relieve accidentado, por donde asoman paisajes increíbles de playas, montañas y bosques. En la naturaleza virgen, sin embargo, la historia se encargó de dejar sus huellas. Una historia que no se mide en siglos sino en milenios.

El maíz cuelga en los corredores de los horreos (graneros) de Asturias.

Vida asturiana
La cultura asturiana tiene dos sellos. El de la gente de mar, que vivió durante siglos asomada al Cantábrico y hoy se traduce en los pueblos pesqueros que jalonan la costa, y el de las tierras interiores, donde perduran las tradiciones de la cultura rural. En los últimos años, muchos viajeros eligieron acercarse a estos estilos de vida mediante un turismo que, lejos de querer adaptar los lugares a sus necesidades, recorre el camino inverso y abre los ojos para ver aquello que los lugares tienen para mostrar. Como las casas de los pueblos del interior, con su cuadra, su pajar y su granero, que parecen brotadas de la propia tierra. Como las montañas de los Picos de Europa, que los marineros asturianos llamaron así porque eran lo primero que veían cuando empezaban a acercarse a tierra firme. O como las ciudades del “triángulo asturiano” –Oviedo, Gijón, Avilés– que resumen siglos de historia urbana.
En toda Asturias, el pasado es cosa del presente. La costa este ofrece, por ejemplo, la Ruta de los Dinosaurios, que pasa por sitios como Villaviciosa, Colunga y Ribadesella, y permite descubrir la existencia de aquellos animales prehistóricos en esta parte de España. Si lo que se busca son, en cambio, las huellas de nuestros antepasados, los destinos serán las cuevas de Tito Bustillo en Ribadesella, Cangas de Onís y la necrópolis de Monte Areo, entre otros tantos lugares que dan testimonio sobre la vida de los primerísimos ocupantes de esta franja de la península, hace varios miles de años. Por su parte, los catorce edificios construidos entre los siglos VIII y X que permanecieron en pie hasta nuestros días permiten apreciar el estilo prerrománico asturiano y recuerdan que lo que hoy es un principado ayer fue un reino: el primer reino cristiano de la Península Ibérica y el primer embrión de resistencia frente a la dominación morisca. Son épocas que hacen sonar los ecos de la batalla de Covadonga, en el año 772, de la que salió victorioso el rey Pelayo.

Techos de tejas rojas y balcones floridos en Lastres, cerca de Oviedo.

Oviedo, Gijón y Avilés
De hecho, Oviedo no sólo es la capital histórica del principado, sino también cultural y económica. Su importancia aumentó en el siglo pasado, con la industrialización naciente de la región y la actividad minera que comenzó a desarrollarse en las afueras de la ciudad. Leopoldo Alas trazó un retrato sin igual de la Oviedo de aquella época en La Regenta: toda la sociedad local, desde las jerarquías eclesiásticas hasta la burguesía local y los “indianos” enriquecidos en las Américas aparece pintada (no siempre con sus mejores colores) en las páginas de la novela.
Aunque pasaron más de mil años desde la muerte del último rey, Alfonso III (fue en el 910, tras lo cual Asturias quedó asociada al reino de León), Oviedo todavía recuerda un pasado glorioso en varios monumentos. Las iglesias, en estas tierras de muy temprana fe católica, son legiones: San Tirso el Real (fundada en el 812), la Catedral, San Miguel de Lillo y San Julián de los Prados (uno de los edificios prerrománicos mejor conservados, que se remonta al siglo VIII pero no ha perdido nada de la belleza de sus frescos interiores).
El Palacio de Santa María del Naranco, sobre el monte del Naranco, fue el palacio del rey Ramiro en el siglo IX, pero más tarde fue transformado en una iglesia. Otro monumento notable es la fuente de la Foncalada, que –según los asturianos– es la única construcción civil de uso público que queda hoy día desde la Alta Edad Media en toda Europa. Se trata de un monumento prerrománico, levantado a fines del siglo IX, que protege una fuente.
El triángulo de las principales ciudades de la región se completa con Gijón y Avilés, dos ciudades industriales que poseen cascos históricos. Si se quiere conocer Avilés en su mejor momento, hay que visitarla durante alguna de las dos principales fiestas populares que la animan cada año: el “antroxu”, el carnaval local, y la “Fiesta del Bollo”, que se celebra el lunes de Pascua. En Gijón, en cambio, la playa casi pegada al centro de la ciudad –que nació en tiempos romanos en torno a una plaza fuerte militar– es un clásico de cada verano para los asturianos, aunque sea menos elegida por los extranjeros que las playas españolas del Mediterráneo.

Catedral de Oviedo.

Los Picos de Europa
Toda la franja sur del principado está erizada de montañas que forman como una frontera natural con el resto de España. Si bien estas fronteras ya no tienen valor político desde hace muchos siglos, marcan una fuerte diferencia entre Asturias y las demás autonomías atlánticas del resto de España. Es la diferencia de los paisajes y de la fauna, pero sobre todo de la flora, las precipitaciones y el clima entre la llamada España Verde (de la cual Asturias es el centro) y el resto de la Península, marcada sobre todo por la aridez de sus mesetas centrales. Esta barrera de montaña culmina con los Picos de Europa, una cadena que llega a los 2596 metros de altura y hoy está protegida por un Parque Natural Nacional, que se extiende sobre tres autonomías: Asturias, Cantabria y Castilla y León. Es el de mayor superficie de toda Europa, y dentro de sus límites se encuentra el famoso sitio de Covadonga. El Parque está muy bien articulado en una red de senderos y caminos de montaña que lo convirtieron en uno de los principales lugares del continente para el ecoturismo y el trekking.
Otro de los santuarios de la naturaleza asturiana es el Parque Natural de Somiedo, en el centro sur de la provincia. Fue establecido para proteger los últimos ejemplares de osos pardos que existen en España, víctimas de una fuerte persecución durante años.

El pueblo de Luarca, enclavado al pie de verdes laderas.

La costa verde
En Asturias, el turismo está desde siempre más asociado con el turismo aventura de montaña, pero no hay que olvidar que la región posee 354 kilómetros de costas, con hermosas playas, pueblos de marineros y acantilados. De vez en cuando aparece una ría, esos fiordos por lo cuales el mar se abre un camino de agua en las tierras, que son un relieve típico del norte de España. En la parte oriental, la costa se topa con la Sierra de Cuera, que forma como una suerte de precordillera antes de los Picos de Europa. Esta parte de la costa tiene numerosas playas, como las de Llanes. En la región de Ribadesella, más al oeste, se encuentra la primera gran ría de la costa asturiana, formada por el río Sella, en cuyas aguas se desarrolla cada año (en agosto, pleno verano) un descenso internacional de canoas y kayaks. Entre Gijón y Avilés, la costa asturiana está como cortada en dos regiones distintas por el cabo Peñas, que se adentra en el mar formando una península. Al oeste de este cabo, pasado Avilés, se suceden pequeños pueblos de pescadores que mantienen tradiciones y modos de vidas inmutables a lo largo de las generaciones. Vale la pena recorrer esta parte de la costa, ya sea en tren o en auto tomando algunas de las rutas locales.

Playa de Llanes, balneario de Oviedo.

Comensales, a la mesa

Viajes y gastronomía van de la mano. Sobre todo en Asturias, donde los productos de la tierra y del mar forjaron una cocina de fuerte carácter regional que, sin embargo, no tiene dificultades para cruzar sus fronteras. Las riquezas del mar son la base de muchos platos, con pescados como el besugo, el salmonete, la merluza o la sardina, o bien langostas, ostras, percebes y erizos. Lo mismo puede decirse de las riquezas de la tierra, como las papas, las coliflores, las cebollas, los pimientos o los alcauciles. En materia de carnes, tan buenas son las carnes rojas del ganado vacuno autóctono como el pollo de aldea llamado “pitu de caleya”, esos ejemplares criados al aire libre y con comidas naturales que están a años luz de las pobres aves embutidas de hormonas que llegan cada día a las mesas de todo el mundo. Como en toda España, el cerdo era uno de los grandes sustentos de la economía familiar y ayudaba –convertido en los más variados chorizos y otros embutidos– a enfrentar los vaivenes de una vida muchas veces sometida a los caprichos de la naturaleza. Pero en la mesa asturiana hay dos grandes símbolos: la fabada –un guiso hecho con fabas (poroto blanco mantecoso) y productos del cerdo– y la sidra, fabricada con las excelentes manzanas de la región. A lo que hay que sumarle quesos como el famosísimo Cabrales, las castañas y hongos de los bosques, las truchas, el arroz con leche y la miel...