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PANORAMA POLÍTICO
El país de Samborombón
Por Luis Bruschtein

En San Clemente del Tuyú, sobre la bahía de Samborombón, el color del agua cambia según la corriente. Desde la playa puede verse cómo se va el marrón y la llegada del verde o al revés. Cuando cambia el gobierno se produce un efecto parecido y los colores residuales se mezclan con los que llegan. Por ejemplo, el auditor se elige siempre entre la oposición porque se supone que debe fiscalizar los actos de gobierno.NA06FO01.JPG (9304 bytes) En este caso, el gobierno es nuevo, pero los actos que juzga el auditor son viejos. Entonces resulta que Rodolfo Barra, como auditor, hace lo que hizo en el gobierno anterior desde el Ministerio de Justicia: defiende esa gestión en vez de fiscalizarla. En su opinión, la gestión de María Julia Alsogaray en la Secretaría de Medio Ambiente no observa irregularidades pese a que se detectaron compras a precios exorbitantes.El nuevo gobierno está empeñado en mostrar que cambió la corriente. Y la gente tiene expectativas de cambio, quiere ver el océano de otro color. Pero el poder no es como el agua y los cambios no son tan drásticos como los del mar en San Clemente. Las aguas están mezcladas. En la reunión de gabinete del miércoles el presidente Fernando de la Rúa dio instrucciones a su tripulación de cómo navegar en aguas mezcladas. Sus palabras en síntesis fueron: lo bueno es propio, lo malo es residual o consecuencia de ello. Es parte de la ventaja de un gobierno que recién empieza y que irá perdiendo a medida que pase el tiempo.Los siete mil millones de déficit fiscal y los 1400 millones de déficit del PAMI –las aguas residuales más sucias de la gestión anterior– son exhibidos para apurar la aprobación de la ley de emergencia fiscal y completar la reforma fiscal que ya comenzó a funcionar. Son normas antipáticas que afectan directamente la vida cotidiana de las personas: aumentan los precios en una situación donde falta trabajo y los salarios se achican. Algunos miembros del Frepaso y del radicalismo confesaron que se sentían incómodos por estas medidas. “Hubiéramos preferido no empezar con un aumento en los impuestos”, confesó el vicepresidente Chacho Alvarez.La forma en que la política neoliberal conservadora del menemismo incrustó la globalidad en la Argentina, determinó que se pueden aumentar los impuestos pero no los salarios y que, supuestamente, para generar puestos de trabajo, la herramienta principal sea deteriorar su calidad en cuanto a remuneración, estabilidad, seguridad y condiciones en general. Parte de esta concepción está incluida en la ley de emergencia fiscal que el Gobierno presentará en los próximos días en el Congreso. Esta línea de acción provocó en las presidencias de Carlos Menem la reducción de la capacidad adquisitiva del salario y uno de los índices de desempleo más altos que conoció el país. En estas aguas revueltas donde se mezcla lo nuevo con lo que queda del menemismo y su recuerdo, resulta difícil entender por qué ahora estas medidas abrirán fuentes laborales en vez de empeorar las cosas.La oposición justicialista no tiene credibilidad para enfrentar estas leyes en el debate porque apoyó medidas muchísimo más funestas para el bolsillo de la gente. Pero tampoco está dispuesta a aprobarlas con celeridad y reducir el costo que significan para el Gobierno. Cuanto más tiempo demore, más se instala la sensación de descontento y más se debilita el argumento de la herencia menemista. De la Rúa anunció que su administración no se irá de vacaciones porque está apurado en aprobarlas. Desde el justicialismo, apenas hubo cuestionamientos de contenido, aunque sí una catarata de objeciones formales. La principal de ellas fue que no estaban conformadas las 45 comisiones de trabajo y por esa razón no estaban dispuestos a trabajar. El presidente de la Cámara de Diputados, Rafael Pascual, destrabó la situación y el lunes entrará al Parlamento el proyecto del Gobierno. Las aguas están revueltas. Ni tan marrones ni tan verdes. Ni muy muy, ni tan tan, como dice la gente. El pedido del juez español Baltasar Garzón a través de Interpol para extraditar a 48 represores de la dictadura aterrizó en ese contexto. Lo nuevo fue que, a diferencia del menemismo, esta vez el Ejecutivo no puso trabas formales y giró el expediente a la Justicia, sin defender al terrorismo de Estado ni hacer militancia antigarzonista con decretos y disposiciones para los funcionarios. Lo viejo fue que, en vez de esperar la resolución del juez Gustavo Literas, varios de los ministros, entre ellos los de Interior, Fredy Storani, y de Justicia, Ricardo Gil Lavedra, se apresuraron a hacer declaraciones públicas para desestimar el juicio por genocidio, un delito de lesa humanidad, que se sigue en España y desechar los planteos del juez Garzón. Gil Lavedra fue juez de la Cámara Federal que condenó a las Juntas de ex comandantes que luego fueron indultadas por Menem. Es decir que como juez consideró que había un delito grave que no podía quedar impune, pero como ministro considera que es preferible que el delito quede impune a que lo castigue la Justicia de otro país. El dilema que se le plantea a Gil Lavedra o al mismo Storani puede leerse entre tres oposiciones: justicia u orden legal; justicia o impunidad; justicia o política. O sea, respectivamente: “Tendrían que estar presos pero el ordenamiento legal lo impide y es preferible no alterarlo”; “tendrían que estar presos, y entonces que vayan presos”, o “tendrían que estar presos pero políticamente no es conveniente”. En los tres casos, el menemismo optó por lo opuesto a la Justicia. Los ministros, en cambio, tenderían a encolumnarse en el respeto del orden legal aún por encima del sentido de justicia, si no fuera por sus apresuradas declaraciones públicas que parecen más destinadas a tranquilizar a los represores que reclama Garzón. De todos modos, estas posiciones podrán diferenciarse del menemismo pero no resuelven el problema de fondo que es la impunidad. Sin embargo, hay partes en la bahía de Samborombón donde los colores del agua están bien definidos. La corriente vieja de allá, y la nueva, de acá. El nombramiento de Aldo Rico como ministro de Seguridad bonaerense reproduce el estilo menemista, cachafaz y samboromboniano, y tiene el mérito de estimular la memoria, lo cual aumenta esta ventaja inicial del gobierno nacional. Rico ya se peleó con los periodistas y amenazó a tres reporteros gráficos en Pinamar. Parecería chiste si no fuera que en Pinamar fue asesinado el reportero gráfico José Luis Cabezas por efectivos de la Bonaerense. Parecería chiste si no fuera que en la Argentina hay casi cien periodistas desaparecidos durante la dictadura militar a la que Rico defendió. Rico no es un chiste y menos con poder. Una de las principales tareas de la democracia ha sido tratar de separar a las fuerzas de defensa y seguridad del abuso de autoridad y la corrupción. Rico se levantó en armas para defender delitos cometidos por el terrorismo de Estado como la tortura, el secuestro y el asesinato. Al estilo menemista, el gobernador Carlos Ruckauf quiso “indultar” a la Bonaerense pero apostó a una carta muy débil que va a terminar ensuciándolo. En esa zona, el color marrón todavía es preponderante.

 

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