Maradona ya está internado en Buenos Aires. Los médicos de la clínica Fleni dijeron que neurológicamente está perfecto, pero su cardiólogo advirtió que no tendrá una vida muy larga si no supera sus adicciones. Ahora deben decidir cuál es el tratamiento y dónde lo hará. Diego comienza un nuevo retorno, acaso el más difícil.
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Por Daniel Lagares Los siete días que conmovieron al mundo han
terminado, pero para Diego Maradona se inaugura una etapa nueva y definitiva, si es que el
cardiólogo con nombre de vicepresidente tiene razón: No tendrá una vida muy larga
si no deja su adicción. El médico Carlos Alvarez puso en blanco sobre negro lo que
todos suponían y algunos creían saber. Aseguró que el cuadro de hipertensión con el
que llegó moribundo al sanatorio Cantegril había sido producido por consumo de cocaína.
Era lo que la sensatez de su colega Frank Torres prefirió omitir desde el martes para
poner a salvo la privacidad de su paciente de lujo y lo que más tarde Alfredo Cahe
relativizó con la piedad de los que se sienten amigos del astro. Cocaína, por la que
buscan a Carlos Ferro Viera, quien se puso a salvo a la misma hora que Diego entraba al
sanatorio. Cocaína, la que Guillermo Coppola jura no darle sin que nadie le crea, pese a
que su razonamiento parece irrefutable: Diego es un muchacho grande, tiene 39 años,
él decide por sí mismo. Cocaína, la que le vendieron o regalaron, una, diez, cien
veces. La que Diego nunca ocultó, que buscó siempre, antes y después de cada uno de sus
eternos retornos.Las dos patologías de fondo ya están en tratamiento inicial y
responden favorablemente. La patología cardíaca detectada está respondiendo muy
favorablemente, pero deberá continuar en estudio y tratamiento, dijo Frank Torres,
el médico uruguayo con cara de Homero Manzi al leer el último parte. De las dificultades
psicomotrices sigue mejorando lenta y progresivamente, pero será fundamental que se
complete, añadió. Había pasado el mediodía y el sol rajaba la tierra en Punta
del Este. Las playas estaban colmadas, Maradona seguía en la habitación 13 mientras
Claudia hacía los trámites para el viaje. A esa hora, desde Montevideo, el Instituto
Técnico Forense ratificaba en su segundo análisis que era cocaína la droga hallada en
la sangre y la orina de Maradona. La estaba rompiendo en su segunda temporada en el
Barcelona cuando Andoni El Carnicero Goicoetxea lo corrió de atrás en el Nou
Camp y le destrozó el tobillo izquierdo con una patada brutal. Volvió aquella vez, pero
enseguida se peleó con el presidente José Luis Núñez y comenzaba a distanciarse de
Jorge Cyterszpiller a causa de la mala situación económica. El pase al Napoli fue el
pulmotor que le dio aire a una chequera exhausta y las proteínas suficientes a un ego
voraz, pero famélico.A las 18.42, dos ambulancias salieron del edificio de la avenida
Roosevelt y enfilaron hacia el aeropuerto Curbelo. Era la hora en que la gente dejaba la
playa y saludaba el cortejo de móviles y motocicletas policiales. Guillermo Coppola
estaba en el Juzgado de Maldonado y comenzaba a enterarse de que ni él ni Pablo Cosentino
iban a poder abandonar Uruguay. Un Maradona vestido de verde oscuro y con zoquetes,
asistido por Claudia y el cardiólogo, emprendía el regreso a Buenos Aires y con evidente
dificultad subió al avión que despegó a las 19.29. Ya había dado dos vueltas
olímpicas en Italia y depositado la Copa UEFA en las vitrinas del Napoli tras vencer en
las finales al Stuttgart. También había llorado en el Olímpico romano puteando en el
mejor lenguaje de Villa Fiorito a los italianos que silbaron el Himno antes de la final
con Alemania en el Mundial 90. Menos de un año después, los que miraban para un
costado prestaron atención y descubrieron cocaína en la orina del antidoping después de
un insulso 1-1 contra el Bari. Quince meses de suspensión, de exilio futbolístico, de
porro en la calle Franklin hasta que los servicios de Menem lo sacaron obnubilado para el
festín de los noticieros. Pero volvió. Volver otra vez. Volver siempre.El pajarito
plateado pisó Aeroparque a las 20.06. La cacería del tesoronacional se puso en marcha.
Móviles, las radios y la tele se encolumnaron detrás de las ambulancias por Costanera,
Dorrego, su ruta hasta Belgrano, donde el cortejo era aguardado por una multitud morbosa,
disfrutando de la diversión dominical. El espíritu andaluz tampoco le tuvo paciencia en
su fugaz paso por el Sevilla, donde llegó a pelearse con Carlos Bilardo. Pero volvió. A
Rosario, a Newells, cuyo hincha más alucinado nunca tuvo en sus cálculos verlo con
la diez rojinegra. Duró lo que un suspiro en el Parque Independencia. Volvió.¿Dónde
estarán aquellos griegos que dejó despatarrados en el Foxboro? ¿Qué será de aquella
enfermera de película clase B que lo llevó al antidoping después de darle vuelta la
tortilla a los nigerianos en Boston? Esa vez fue efedrina, piernas cortadas, un país
sumido en el duelo nacional más conmovedor que se recuerde después de Gardel y Evita,
escándalo de quienes sufren erupciones capilares cada vez que ven al vulgo desbordado de
alegría o tristeza. Un último regreso en Boca con barba candado y franja amarilla en el
cabeza imposible de asentar. Otro doping polémico. Otra ida. A las 20.18 Diego Maradona
fue ingresado a Fleni, una clínica que sólo atiende problemas neurológicos. A la vuelta
está el Instituto Cardiovascular, allí donde curaron la carótida de Menem. Y frente al
sanatorio de Montañeses y Olazábal, el albergue transitorio Nuevos Vientos
no garantizaba privacidades. Una virtual barrabrava sin colores recibió al ídolo en
desgracia; algunos dolidos, otros obscenos.El octavo piso de Fleni fue puesto a
disposición de su familia. Don Diego el padre, Hugo el hermano y
Daniel López el sobrino y también futbolista eran los únicos familiares
cercanos en Fleni. Le llevaron un pijama blanco y negro a la habitación 804, donde el
mito quedó alojado. A las 21.30 dieron el último parte médico. Maradona estaba en casa.
Diego volvió. Del escarnio, de la muerte, de la vergüenza, del dolor. Está en la
clínica con el corazón maltrecho y el alma remendada. Volvió, como siempre. Ahora tiene
que decidir hacia dónde va.
Una mirada desde España Por Jorge Valdano * |