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Rossetto y Binelli: una lección de tango

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El ciclo "Rojo Tango", que reúne a la actriz y al Quinteto del notable bandoneonista, abre una interesante perspectiva artística para el género.


Por Roque Casciero
t.gif (862 bytes)  "Flaquita, cuando estés triste o contenta, vos cantá". ¿Cuántas veces habrá escuchado ese consejo una niña de piernas largas llamada Cecilia Rossetto? Ella cantaba. Ella canta: aquella chiquilina de ocho años que grabó un tango en disco de pasta --uno de esos viejos y pesados armatostes de 78 RPM-- como homenaje a su madre. Esta mujer hoy se para frente al quinteto de Daniel Binelli y, con pinta de muñeca brava, saca casi de sus entrañas una voz tanguera que sólo le conocían sus amigos más íntimos. El cruce pleno de complicidades entre la actriz y cantante de gran trayectoria -–para muchos es casi un sinónimo de café concert--, y el bandoneonista de gran trayectoria -–tocó nada menos que con Osvaldo Pugliese y Astor Piazzolla, entre otros-- se da en Rojo Tango, el espectáculo que comparten los viernes (a las 22.30), sábados (22 y 24) y domingos (22) en La Casona del Teatro, una flamante y coqueta sala ubicada en Corrientes 1979.

De hecho, Rojo Tango puede verse como un triple estreno: el del espectáculo en sí, el del teatro donde se presenta y el de una nueva voz para el dos por cuatro. Porque la Rossetto tiene un caudal interpretativo que obliga a preguntar por qué nunca lo intentó antes y que permite apostar por una pronta grabación discográfica. Con un estilo similar al de Susana Rinaldi (enérgico por momentos, sutil hasta quebrar la voz en otros), la actriz eligió un repertorio que elude los "grandes-éxitos-para-turistas" y que demuestra conocimiento de causa. Además tiene el sostén del quinteto de Binelli y del pianista Freddy Vaccarezza -–todo un lujo--, que le permite soltarse en escena.

El espectáculo arranca con una grabación "Corazón de oro" (Francisco Canaro), mientras los músicos se acomodan en sus butacas. Cuando promedia el tema, el quinteto continúa en vivo y Rossetto ofrece su primera interpretación mientras baja por una pequeña escalera ubicada en el fondo de la escena. Enseguida, con el instrumental "Taconeando", es el turno para que se luzcan el bandoneón de Binelli, el violín de Julio Graña, la guitarra de César Angeleri, el piano de Claudio Espector y el contrabajo de Marcos Ruffo.

Sentada al lado de una tarima en la que reposa una rosa roja, la cantante narra la historia de cómo su voz infantil fue a parar a un disquito de pasta: "Me lo hizo grabar mi maestra de segundo grado. Se llamaba Carmen. Ella siempre me decía que me invitaba a tomar la leche a su casa si le cantaba unos tanguitos a su marido". La vieja grabación suena en los parlantes, mientras Rossetto bromea sobre cómo sostenía la nota. De todos modos, no puede evitar emocionarse -–y, de paso, provocar igual sentimiento en el público-- cuando dice que su madre todavía llora al escuchar la canción.

"Este espectáculo se llama Rojo Tango porque le queríamos poner algo que tuviera que ver con el corazón, pero Corazón de Tango ya estaba registrado", ironiza Rossetto casi al final. Y hay mucho de corazón en sus interpretaciones de "Cuando me entrés a fallar", "Atenti pebeta" (Celedonio Flores), "Packard" (Carlos de la Púa), "Cantando" (Mercedes Simone), "Secreto" (Discépolo), "Balada para mi muerte" (Piazzolla y Ferrer). El quinteto se luce en "Adiós, Nonino" (Piazzolla) y en varios instrumentales de su líder: "Preludio y candombe", "Fueyazo" y --especialmente-- "A los que se fueron", en el que Binelli mezcla con pasión los estilos de sus dos maestros. Otro momento de emoción es cuando suenan la voz y el piano de Virgilio Espósito, a quien Rossetto grabó mientras él le enseñaba una nueva canción. Y, como si Rojo Tango no tuviera suficiente con eso de andar estrenando cosas, el final llega con una composición nueva de Binelli y Ferrer, "Tango querido". Una auténtica declaración de amor, como el espectáculo todo.

 

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