Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

el Kiosco de Página/12

Hay algo podrido en Europa
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn


t.gif (862 bytes) Vamos a continentalizar a Shakespeare y decir: "Hay algo podrido en Europa". Si a un entendido de la política se le hubiera ocurrido pronosticar hace diez años que en el 2000 los nazis estarían cogobernando en Austria lo hubieran tratado de apocalíptico, loco y es muy posible que lo hubieran pasado a retiro. Si un periodista especializado hubiera vaticinado en el 2000 que el partido demócrata cristiano alemán, conservador y liberal, el partido de "Ley y Orden", se estaría cayendo a pedazos de pura corrupción con la amenaza en ciernes de su división, la opinión pública y los que manejan los medios lo hubieran degradado a ese periodista a personaje de albañal y calificado de comunista, por lo menos. Pero no, ésa es la realidad del centro europeo que se huele aquí. Un olor a podrido desesperante. Como si Europa no hubiera transitado ninguna experiencia. De pronto, Haider. De pronto, Kohl y su partido con cajas negras en Liechtenstein, en Suiza, en Mónaco, como cualquier mercader de la droga, como un general (Bussi) argentino.

  Vamos por parte. Haider. Ya aparecen quienes dicen que no hay que tomárselo tan a pecho, que es sólo un demagogo que dice pero que no hace lo que dice. Pero no es eso. Un hombre no debe decir hoy, en Austria --cuna de Hitler y de muchas de sus ideas-- que "los campos de concentración" eran "campos para delincuentes", que "Hitler hizo una buena política de empleo", que las "SS" estaban integradas por "gente decente con carácter". Es un insulto al género humano. Ese señor no puede ni debe gobernar a nadie. Merece ser enviado a un "campo para delincuentes" o seamos más generosos: sí, permitirle que forme parte de una secta y que todos los domingos vaya a ponerle flores a la tumba de Rudolf Hess y a levantar el brazo cien veces por día como gimnasia matinal. Pero no darle poder político. Más después de la tragedia que hace medio siglo sufrió el mundo entero. Haider en el poder significa no haber aprendido absolutamente nada. Todos tienen derecho sí, a amar el terruño, a apreciar su arte, su gente, su idioma, su región. Pero no es eso, Haider enseña el odio, considerar enemigo publico número uno al "extranjero" (se entiende al extranjero que viene a trabajar y a vivir y no al turista, a quien se le pone alfombra roja para que deje dólares). (Elfriede Jellinek, la escritora austríaca le pregunta a Haider quién va a lavar los platos si se van los trabajadores extranjeros, "¿acaso los hoteleros de peso millonario"? La clave está que ahora todos discutimos el caso Haider. Cuando habría que preguntarse quién le paga la campaña al neonazi. En vez de discutirse el sistema económico que obliga a los obreros extranjeros a dejar su tierra para poder alimentar a sus familias se pone como chivo emisario al pobre diablo que viene a golpear la puerta del Primer Mundo a ver si le dan el mendrugo que necesita. El es quien recibe las bofetadas. Haider es un hipócrita porque sabe muy bien que la economía austríaca se cae sin los obreros extranjeros a los que se les paga una tercera parte de lo que ganarían los austríacos de hacer esos trabajos. Es, pues, pura demagogia, hacer enemigo al que no tiene la culpa. El ladrón va gritando "al ladrón, al ladrón".

  Haider está orgulloso de que la mayor parte de sus votantes sean mujeres y trabajadores, por supuesto, austríacos. Claro, a la mujer se la corre con el tema de la seguridad, al obrero --ya perdida toda su educación político-proletaria de los antiguos sindicatos-- se le hace ver que echándose a los extranjeros su fuerza sería más cotizada y ganaría más aún. Pero todo esto es ilusorio. Haider tendrá que agachar el lomo cuando esté en el poder porque su país está dentro de Europa y dentro del sistema globalizado del neoliberalismo. Pero más que todas estas razones cabría preguntarse por qué el pueblo austríaco --la mayoría que no lo votó-- no salió a la calle y puso dos millones de personas frente a la casa de gobierno. Fueron, sí, miles, pero se necesitaban diez veces más con el repudio y el asco.

  De cualquier manera, con Haider, Austria perdió. A Europa no le conviene un político así. Obtiene lo mismo con conservadores más cautos e inteligentes, con liberales, o con los propios socialdemócratas, que sólo tienen la fama pero que en el fondo son buenos alumnos. Y obedientes.

  El otro episodio que ha llenado de mal olor los salones y las calles del centro europeo es el famoso affaire de los dineros negros del ex primer ministro alemán Kohl. La pregunta fundamental es ¿cómo esta corrupción nacida hace más de una década recién hoy queda a la vista?

  Todos se conforman con que el descubrimiento del negociado fue posible porque Alemania tiene una democracia. Cuando la pregunta fundamental tendría que ser: cómo, en una democracia, fue posible una transgresión así a las leyes vigentes y a la misma Constitución. Es hasta patético presenciar día tras día las discusiones en los medios. Pero es curioso --o no-- que se hable de la culpabilidad de los políticos y no de la de los corruptores. Es que entre esos corruptores sin ninguna duda están los consorcios más poderosos de Europa. Todo este espectáculo hace parecer como si los políticos fueron meros títeres o --dicho de otro modo más ortodoxo--, representantes de las diversas fuentes del poder económico y no de la población en general. Kohl se defiende sólo con el silencio, dice haber dado su palabra de honor a los representantes empresarios de que jamás va a delatar sus nombres. Una respuesta que parece de los tiempos en que los hombres se batían a duelo por el honor pero que encubre la falacia que con su palabra de honor se limpia los pies con las normas legales.

  Es interesante que se haya originado en estos días toda una tendencia en la sociedad alemana de poner más límites al autoritarismo dentro de la democracia. Ahora se miden los resultados catastróficos que es mantener durante dieciséis años en el poder a un solo hombre. Poder significa autoritarismo desde ya, y más cuando comienza a creerse insustituible. Hay una fuerte tendencia para poner como límite máximo dos mandatos, es decir ocho años. Y basta. Lo mismo que para todos los mandatos elegibles. Ya es algo, pero no lo fundamental. Lo fundamental es hacer una rígida política en cuanto a las subvenciones partidarias por parte de las grandes empresas. En el Estado alemán de Hesse, las elecciones de gobernador fueron ganadas por la democracia cristiana por la propaganda agobiante, que contó con millones de marcos de financiación, mientras que los pequeños partidos apenas si pudieron aparecer con pocos volantes. ¿Es esto democracia? No. Y caemos en aquello que pocos se atreven a decir: democracia es cuando todos sus habitantes pueden vivir con dignidad y cuando sus ciudadanos son iguales ante la ley y tienen igualdad de posibilidades. No es democrático el gobierno que vende armas a dictaduras del Tercer Mundo o les compra sus productos a precios depreciados. Si no se cumplen estos requisitos no se es democrático. La diferencia no debe estar solamente en que un presidente viaje en avión privado y el otro en avión de línea --aunque ya es un principio-- sino cuando se defiende una concepción de respeto igualitaria al ser humano y a la naturaleza.

  Haider es nada más que un episodio triste y ridículo --que hay que seguir observándolo con atención-- y el de los dineros negros de Kohl una prueba fundamental de que aquello que creemos democracia no es tal. Una democracia que es manejada por el poder económico, no es tal, ni tampoco es tal cuando no sólo la política sino también los medios son manejados por transnacionales cada vez más poderosas.

  Un ejemplo: mientras todo el mundo se ocupaba del enano mental Haider, el consorcio internacional Vodafone-Air Touch se deglutía al consorcio Mannesmann. El presidente de la compradora anunciaba triunfante que se acababa de originar así "el más poderoso y mejor consorcio de multimedia del mundo". Todos los políticos presentes aplaudieron. Una voz apenas señaló que esta unión podría lesionar la legislación europea sobre monopolios.

  Esa es la realidad. Por la mugre del lenguaje de Haider nos preocupamos todos. Por los negocios de Kohl nos sorprendemos todos. Es decir, mientras nos conformamos con la feta de salame diaria, los dueños del mundo se quedan con el restaurante, la cadena de restaurantes, la ciudad, el Nahuel Huapi, la opinión de los concejales y la del presidente de la Nación. Eso sí, nos dejan votar cada dos años entre dos o tres candidatos.   (Shakespeare: "Something is rotten in the State of Denmark" Hamlet, 1,4). No sólo en Dinamarca. En el aquí y ahora globalizados.


rep.gif (706 bytes)

PRINCIPAL