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OPINION

Ni Kreckler ni Haider

Por Martín Granovsky

La declaración de la Cancillería informando que retira a su embajador en Austria es la más contundente de la última semana sobre el irresistible ascenso de Joerg Haider al poder. Resulta, también, la más comprensible, lo cual no es poco mérito: la primera declaración mezclaba ideas sin jerarquización de ningún tipo, y la construcción intrincada obligaba a convocar un seminario de semiólogos y diplomáticos para entender el sentido.

Del texto de ayer, en cambio, se desprende que la Argentina no duda en su rechazo al racismo y la xenofobia, que pone ese rechazo en un plano universal, es decir por encima de los Estados, y que Juan Carlos Kreckler no vivirá más en la embajada en Viena. Si el texto solo hubiera dicho que Kreckler será llamado en consulta a Buenos Aires, una fórmula habitual de protesta diplomática, podría interpretarse que en algún momento volverá a Austria. Pero el comunicado cuestiona de hecho la información que envió el embajador cuando menciona la necesidad de recabar información adicional. Ese indicio, más el impacto que causó la información de Página/12 en el país y en el exterior, podrían estar señalando que, para Kreckler, Haider fue un viaje de vuelta a la Argentina.

   Si el embajador, al final, se queda sin Viena, a Adalberto Rodríguez Giavarini le quedará pendiente una tarea interna: demostrar que Kreckler no fue castigado por razones ideológicas sino profesionales. En otras palabras, que no hay problema cuando se es simpatizante de Menem o se tiene una visión conservadora del mundo. El problema surge cuando una visión light de las cosas produce un cable como el que reprodujo ayer este diario, superficial, poco perceptivo y sin preocupación por describir una realidad compleja. Tampoco el inconveniente consiste en ser diplomático de carrera como Kreckler. En el servicio exterior hay de todo. Conviven los funcionarios excelentes con los frívolos. Los comprometidos con su trabajo o con la política  --y a veces, con ambas cosas a la vez--  y los que ven pasar el mundo mientras repiten un par de anécdotas simpáticas de cóctel en cóctel. La heterogeneidad de "la casa", como llaman los diplomáticos a la Cancillería, indica, por cierto, que si obviamente no tiene nada de malo ser diplomático de carrera, tampoco esa condición basta por sí sola para representar con seriedad a la Argentina.

  Desde 1983 buenos diplomáticos y buenos políticos se hicieron su espacio propio para garantizar políticas continuas. Defendieron el Mercosur, pelearon por el reconocimiento de Brasil como socio principal, desarrollaron la presencia argentina en los sistemas mundiales de derechos humanos y hasta buscaron matizar el brutal esquematismo de las relaciones carnales. Desde la conducción política de la Cancillería, una de las formas de rescatar esas actitudes es marcar diferencias con otras.

  Es interesante que el embajador vuelva a Buenos Aires. La Argentina no tiene por qué comprometerse con Kreckler y, menos, con Haider.

 

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