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OPINION

El paciente inglés

Por Alfredo Grieco y Bavio

La etapa actual del caso Pinochet parece terminar con un triunfo de la senilidad y de la amnesia. Esta semana, el ministro británico del Interior, el laborista Jack Straw, anunciará a la Cámara de los Comunes una decisión definitiva (y "humanitaria"). Y permitiría que el ex dictador chileno --sobre la base de un informe médico que lo declaró poco saludable-- regrese a su patria sin haber comparecido jamás ante ningún juicio sustantivo. En un momento se pensó que la decisión sin precedentes del juez español Baltasar Garzón de reclamar a Londres la extradición de Pinochet rumbo hacia Madrid iba a alarmar a genocidas internacionales. Ahora sabían que en los imprescriptibles crímenes contra la humanidad la aplicación extraterritorial de la ley se convertía en la regla, y no en la excepción. Pero la advertencia funcionó en un sentido muy distinto de aquel por el que se felicitaron entonces las organizaciones de derechos humanos. Hace dos semanas, el ex dictador indonesio Suharto, baluarte de Estados Unidos en Indonesia por más de 35 años, se hizo declarar incapaz por una junta médica del gobierno. Preventivamente. Porque todavía no hay juicio por genocidio en su contra. A pesar de todo, resulta innegable que el panorama jurídico mundial ha cambiado para siempre, al menos más acá de las limitaciones que los poderes ejecutivos imponen al judicial. La base de la situación actual está en el fallo unánime de la Audiencia Española, del 31 de octubre del año pasado. Un país reconoció que, sin importar dónde se cometieron o la nacionalidad de víctimas o victimarios, ciertos crímenes deben juzgarse aquí y ahora, sin excusarse con un gesto hacia un futuro más feliz, cuando exista un Tribunal Penal Internacional. Hasta que no exista un gobierno mundial --y es dudoso que sea deseable en el corto plazo--, un Tribunal Penal Internacional a lo sumo servirá tanto como sirvió el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para frenar el genocidio de Ruanda o la masacre de Chechenia. Mientras, habrá que esperar a que países que puedan permitírselo hagan, como hizo España, un lugar creciente en sus legislaciones y en sus justicias nacionales o regionales para el genocidio, los crímenes de lesa humanidad y la tortura. Es académico decir que la sentencia de la Audiencia Nacional Española fue un triunfo del derecho. Es más significativo constatar la módica victoria de las víctimas, por encima y a veces aun en contra de determinadas instituciones que quieren encauzarla y capitalizarla.

 

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